NOVENA
EN HONOR DE LA ENCARNACIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO Y DE LA DIVINA MATERNIDAD
DE MARÍA SANTÍSIMA.
QUE
DAN Á LUZ LAS HIJAS DE LA CARIDAD DE SAN VICENTE DE PAUL
Impresa
con aprobación del Emma. Señor Cardenal
ARZOBISPO
DE TOLEDO
BARCELONA
Año
1828.
ACTO
DE CONTRICIÓN
Señor
mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío y de todos los
hombres, por amor de todos los cuales os dignasteis bajar del Cielo a la tierra
tomando carne en las purísimas entrañas de María Santísima, y sujetándoos a una
muerte afrentosa y cruel: postrado a vuestros pies Divinos, confieso que he merecido
mil veces el infierno por haber despreciado tamaños beneficios y hollado vuestra
Sangre preciosa, derramada por mí en la Cruz; pero fiado en vuestra misericordia,
que tanto manifestasteis en esta obra, y apoyado en los méritos de esa misma
Sangre adorable; me vuelvo a Vos, Salvador mío, y os pido humildemente perdón de
todos mis pecados, arrepintiéndome de ellos de todo corazón, solo por ser Vos
quien sois tan infinitamente perfecto, bueno y amable: propongo firmemente de
nunca más pecar y apartarme de todas las ocasiones de ofenderos: de confesarme
y cumplir la penitencia que me fuera impuesta, con el auxilio de vuestra Divina
gracia, la cual os pido por vuestros méritos y por la intercesión de María Santísima,
a quien, dignándoos elegirla por Madre, la constituisteis al mismo tiempo por
Reyna del Cielo, Madre de misericordia, y refugio de pecadores. Amén.
ORACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
Abrid,
Señor, mis labios, para bendecir vuestro Santo Nombre; purificad mi corazón de
todo vano ajeno y perverso pensamiento: iluminad mi entendimiento, é inflamad
mi voluntad, para que digna atenta y devotamente pueda hacer esta Novena, y merezca
en ella ser oído de vuestra Divina Majestad, por Cristo nuestro Señor. Amen.
Señor, en unión de aquella Divina intención, con la cual en la tierra dirigisteis vuestras alabanzas a Dios os dirijo estas oraciones.
DÍA
PRIMERO
CONSIDERACIÓN
Considera
la santidad de Dios, que singularmente resplandece en este misterio de su
Encarnación; pues habiéndose hecho verdadero hombre, y querido nacer de mujer,
no quiso elegir por su Madre a ninguna que no estuviese enteramente libre de
toda mancha de pecado; eximiéndola por singular privilegio, por los méritos de
su muerte prevista, hasta de la misma culpa original, con la cual todos venimos
al mundo; pues si este Señor no quiso tomar carne de una madre, que alguna vez
hubiese tenido alguna mancha ni aun original o venial, ¿cómo piensas que ha de
querer habitar en un corazón lleno tal vez de gravísimos pecados actuales, si
no procura el hombre borrarlos con el dolor y la penitencia? Considera también
el amor que este Dios de pureza mostró a esta angelical virtud, eligiendo
encarnar en el seno de una Virgen Purísima, y conservándola la gloriosa calidad
de tal, antes del parto, en el parto, y después del parto; y repara como la
Señora por su parte, era tan celosa de esta virtud, que no solo se turbó a la
vista de un Ángel, en figura de hombre, sino que aun después de oído el
honorífico mensaje, lejos de hacerla olvidar del cuidado de su virginidad el augusto
título de Madre de Dios, su primera respuesta a las palabras del Celestial Paraninfo,
fue preguntar: ¿cómo se hará esto, pues yo no conozco varón?
ORACIÓN
Dios
de santidad, que sois aquel Esposo Celestial que solo se complace entre las cándidas
azucenas de la pureza, por lo cual también quisisteis nacer de Madre Virgen, é
inmaculada desde su misma Concepción; yo os adoro en esta perfección vuestra,
que tanto resplandece en el Misterio de vuestra Encarnación, y junto mis
adoraciones a las que os rindieron los Ángeles desde el primer instante de
ella, y también a las que os rindió vuestro Arcángel San Gabriel que tuvo la
dicha de anunciar a María Santísima la elección que habíais hecho de ella para Madre
vuestra, y asegurarla al mismo tiempo de la conservación de su pureza virginal;
y os suplico por vuestros méritos y la intercesión de la misma Señora y del
glorioso Arcángel, que preservéis mi corazón y mi cuerpo de toda mancha, para
que sea templo vivo del Espíritu Santo, y aposento hermoso, aparejado y adornado
para recibiros dignamente en el Santísimo Sacramento del Altar; a fin de que
alimentada mi alma de este divino Maná, camine por el desierto de este siglo,
apoyada sobre su amado, como la Esposado los Cantares; y así llegue a aquel reino
de pureza eterna donde no entra ninguna cosa manchada. Amén.
Ahora
se rezarán tres credos en honor de la Santísima Trinidad, en la forma
siguiente:
¡Bendito
sea el Padre Eterno que nos dio su Unigénito Hijo! Credo
¡Bendito
sea el Hijo Eterno, que se dignó tomar nuestra naturaleza! Credo
¡Bendito
sea el Espíritu Santo, por cuya obra y gracia fué concebido el Hijo! Credo
Después
se añadirá:
Bendita sea la Sacrosanta é individua Trinidad cuyas perfecciones tanto resplandecen en este Misterio, la Humanidad Sacratísima de nuestro Señor Jesucristo, en la cual está todo nuestro remedio, y la fecunda integridad de María Santísima, por cuyo medio nos vino tanto bien: a la cual saludamos con el Ángel diciendo:
Aquí
se rezarán nueve Ave Marías, en reverencia de la Preñez de María Santísima, y
luego se dirá la siguiente:
Señor mío Jesucristo, Verbo Divino, engendrado del Padre ante todos los siglos, que, gozando en su seno de una bienaventuranza cumplida, y no teniendo ninguna necesidad de los hombres, os dignasteis, por nuestro remedio, bajar del Cielo a la tierra, tomando carne en las purísimas entrañas de María Santísima y sujetándoos a la muerte y a todos nuestros dolores y miserias, excepto a las de ignorancia y malicia: postrado a vuestros pies, confieso, que aunque tuviera infinitas lenguas para alabaros, infinitos corazones para amaros, é infinitas vidas para sacrificarlas todas por vuestro amor, todo esto no bastaría para agradeceros tamaño beneficio; pero a lo menos, esto poco que en mí hay, y puedo yo ofreceros (que también es don de vuestra liberalidad) sea todo dedicado a vuestro servicio: empléense todas las potencias de mi alma en bendeciros y glorificaros por el medio tan admirable que es cogisteis para nuestra santificación y redención; junto mis adoraciones a las que os rindieron los nueve Coros de los Ángeles desde el primer instante de vuestra vida mortal, y las que os rendirán por toda la eternidad: y os suplico, por el infinito amor que me mostrasteis en esta obra me miréis benignamente, desde el alto trono donde gozáis la Gloria tan debida a la dignidad de vuestra adorable Persona, y a las profundas humillaciones, a las cuales os Sujetasteis por nuestro bien; que me comuniquéis las gracias que merecisteis con vuestro sacrificio, dándome una Fé viva, una Esperanza firme, y una caridad ardiente; adornando mi alma de todas las virtudes cristianas, y consiguiéndome, sobre todo la gracia final; para que después de pasar esta vida miserable en amaros con todo mi corazón, y serviros con todas mis fuerzas, pueda en la Eterna veros y alabaros para siempre, como a mi Criador, mi Redentor, Padre amantísimo, y fuente de todo bien. Mirad también, Señor, por la Iglesia que fundasteis con vuestra Sangre, y el supremo Pastor que la gobierna: os pido, Dios mío, su exaltación; la extirpación de las herejías, y la paz y concordia entre los Príncipes Cristianos; reducid al gremio de la Iglesia a todos los que viven descarriados de ella; acordaos Redentor dulcísimo, que también por ellos tomasteis nuestra naturaleza, y que tanto os han costado sus almas, como las de los mayores Santos que reinan con Vos en el Cielo. Y en fin por todos los hombres, y particularmente los que estamos haciendo esta Santa Novena, concedednos el favor que os pedimos en ella, si es para mayor gloria vuestra y bien de nuestras almas; y si no una perfecta resignación a vuestra Divina voluntad: así os lo suplicamos por vuestros méritos y la intercesión de María Santísima, vuestra Madre y nuestra, en quien, después de Vos, ponemos toda nuestra confianza. Amén.
Pues
por nuestra salvación
nuestra
carne habéis tomado.
Divino
Verbo Encarnado,
escuchad
nuestra oración.
Sois
centro de perfecciones,
abismo
de gloria eterna,
fuente
de bondad paterna,
imán
de los corazones:
pues
sois en las aflicciones
remedio
y consolación.
Siendo
bienaventurado
desde
vuestra Eternidad,
sin
tener necesidad
del
hombre que habéis formado,
desde
el Cielo habéis bajado
para
nuestra redención.
De
nuestra naturaleza,
vestido
por nuestro amor,
cargasteis
con el dolor
debido
a nuestra vileza:
humillasteis
la grandeza
de
un niño a la condición.
En
Vos mismo habéis probado
las
miserias del mortal,
exceptuando
solo el mal
de
ignorancia y de pecado,
para
ser nuestro dechado
en
cualquiera situación.
Sois
Maestro incomparable
de
justicia y de verdad,
Vos
de nuestra libertad
sois
el precio inestimable:
pues
del hombre miserable
sois
amparo y protección.
Es
fuente de nuestra Gloria
vuestra
Santa Humanidad,
su
flaqueza y su humildad,
nuestra
honra y nuestra victoria:
vuestra
sumisión notoria
borra
nuestra rebelión.
Y
Vos madre Inmaculada
de
nuestro libertador,
moved
en nuestro favor
su
bondad ilimitada.
Por
su intercesión sagrada
miradnos
con compasión.
Pites
en vuestra Encarnación
nuestra
bien está cifrado.
Divino
Verbo Encarnado
escuchad
nuestra oración.
ANTÍFONA
Mirábile
mystérium declarátur hodie: innovántur natúrae, Deus homo factus est: id quod
fuit permánsit, et quod non eratassúmpsit; non commixtiónem passus, neque
divissiónem.
L/:
Beata viscera Mariae Vírginis, quae portavérunt aetérni Patris Fílium.
R/: Et
beata tíbera quae lactávérunt Christum Dóminum.
OREMUS
Deus,
qui de BeátaeMaríae Virginis útero, Verbum tuum, Angelo nuntiánte, carnem
suscípere voluísti: praesta supplícibus tuis: ut qoi veré eam genitrícem Dei
crédimus ejus apud te intercessiónibus adjuvémur. Per eúmdem Christum Dominum nostrum.
Amen.
DÍA
SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
Considera la Bondad y providencia de Dios, que singularmente resplandece en este Misterio de la Encarnación, queriendo venir el mismo en persona, a trabajar en nuestro remedio y santificación. Dijo David en otro tiempo: Dominus de Cáelo in terram aspexií; el Señor miró desde el Cielo a la tierra: pues en el Cielo es donde se manifiesta más particularmente, aunque está presente en todas partes; pues veisle aquí manifestarse visiblemente en la tierra, y andar entre los hombres como uno de ellos, para instruirlos con su doctrina, guiarlos con sus ejemplos, sanarlos con sus llagas, y vivificarlos con su muerte. Pues ¿cómo no ponemos en él toda nuestra confianza? ¿Como no nos decimos en todos los reveses de la vida: el que me envía este trabajo es el mismo que se hizo hombre y murió en una Cruz por mi unus omnino; uno absolutamente; pues siendo obra del mismo Señor lo uno y lo otro, ¿puedo yo dudar que es la misma bondad, la que en lo uno y en lo otro le guía? Tomemos por modelo de nuestra esperanza a María Santísima, que no dudó un momento que Dios conservaría su virginidad, mantendría la paz con su Esposo, y la sostendría en todos los trabajos que había de pasar con el Hijo adorable que iba a dar a luz.
ORACIÓN
Dios
de bondad, inefable en vuestra providencia, que dijisteis, que aun cuando una
madre se olvidara del hijo de sus entrañas, Vos no os olvidaríais de los
hombres, y probasteis la verdad de esta palabra, haciendo por ellos aquello a
que nunca llegaría el amor de la madre más tierna, yo os adoro en estas
vuestras perfecciones infinitas, juntando mis adoraciones a las que os
rindieron los Arcángeles en el mismo instante de vuestra Encarnación, y particularmente
a las de vuestro Arcángel San Gabriel, dichoso mensajero de los decretos de
vuestra bondad eterna. A vuestros pies me postro; en vuestros brazos me arrojo,
y corro a descansar en vuestro seno paternal; allí pongo todos mis cuidados; en
la firme confianza que, por esa bondad y providencia infinita, que os trajo de
él a la tierra por nuestro remedio, me consolareis en las aflicciones, me defenderéis
en los peligros, y me guiareis por los caminos de esta vida miserable, adonde vea
yo y goce por siempre de vuestra bondad no ya en sus obras, sino en sí misma,
no ya en los efectos, sino en la causa; no ya en los arroyos sino en la fuente:
así os lo suplico, poniendo por intercesora a María Santísima, Madre de la
Santa Esperanza, y después de Vos, vida y dulzura de los hijos de Eva en este miserable
destierro. Amén.
DÍA
TERCERO
CONSIDERACIÓN
Considera
la humildad del Hijo de Dios en el misterio de su Encarnación. ¿Qué cosa más
admirable que el que aquel que está sentado sobré los tronos del Cielo, y ante cuyo
acatamiento encogen sus alas los más elevados Serafines, quiera tajar del
Cielo, y tomar carne en las entrañas de una doncella? ¿Qué mayor maravilla que
el que aquel que es igual en todo consustancial al Padre, pueda ya decir con verdad:
¡El Padre es mayor que yo según mi humanidad! que aquel que era antes que Abrahán,
ya es hijo de Abrahán, en cuanto hombre: que el que es Eterno tenga principio,
¿y que sea hecho hombre el que es hacedor de todo lo criado? Considera al mismo
tiempo cuan profundamente este Maestro de la humildad imprimió tan celestial
virtud en el corazón de su Madre Santísima, y cuan dócil la encontró para
recibir sus lecciones, pues en el momento de verse elevada a la mayor dignidad,
que puede tener una pura criatura, tan sublime honra no altera su modestia. El
Señor la hace su Madre, y María Santísima solo se llama esclava suya: Santa
Isabel á poco tiempo la aclama bendita entre todas las mujeres, y María Santísima
da toda la gloria a Dios porque miró la humildad de su Sierva.
ORACIÓN
Dios de gloria, Rey de los Reyes y Señor de los Señores, que por nuestro remedio os dignasteis humillar vuestra grandeza hasta la condición de hombre y de niño. Yo os adoro con todo mi corazón en este vuestro estado de humillación, y junto mis adoraciones a las que en el mismo instante de vuestra Encarnación os rindieron aquellos Espíritus Celestiales que en el Cielo sirven como de trono a vuestra Majestad; y también a las que os rindió el Arcángel San Gabriel, que tuvo la dicha de ser elegido por Vos para anunciar a los hombres este Misterio de vuestro anonadamiento. En vuestra humilde flaqueza adoro la omnipotencia de Dios: es vuestro profundo silencio la sabiduría increada; y bajo el velo del cuerpo de un niño recién concebido, a aquel Dios inmenso para quien son estrecho espacio Cielos y tierra. Os suplico, Divino Maestro y modelo mío, que por el mérito de vuestra humildad os dignéis imprimir esta virtud en mi corazón, para que, confundido de mis muchos pecados y mi mala correspondencia a vuestros beneficios, a lo menos, sufra, con paciencia las humillaciones que merezco, pues Vos, merecedor de toda gloria, os sujetasteis a tantas por mi amor; así os lo suplicio, por la intercesión de María Santísima vuestra Madre, que habiendo sido en la tierra la más perfecta imitadora de vuestra humildad, está ahora la más cercana al trono de vuestra gloria. Amén.
DÍA
CUARTO
CONSIDERACIÓN
Considera la justicia de Dios que singularmente resplandece en este Misterio de la Encarnación, pues siendo el pecado un mal infinito, por ser ofensa de su Majestad Suprema, solo una víctima de infinito valor pudo ser bastante para alcanzar el perdón de ella; y para este efecto quiso que tomase carne su Unigénito Hijo, para que, como verdadero hombre, pudiese satisfacer y merecer: y como verdadero Dios tuviese virtud infinita para satisfacer perfectamente. Considera al mismo tiempo la Religión y santo temor y resignación con que estaba dispuesta María Santísima para recibir en su seno á este Dios de Justicia, pues a pesar de estar concebida sin pecado original, criada en el templo desde la edad de tres años, y confirmada en gracia desde el primer instante de su existencia, estaba tan temerosa de las ocasiones de pecar, que la vista de un Ángel, en forma de hombre sobresaltaba su pureza, y sus elogios bien que celestiales, estremecían su humildad.
ORACIÓN
Dios
de Justicia, que no dejáis el pecado sin castigo, y cuya justa ira no pudo
aplacar la sangre de los becerros, sino solo la de aquella Victima inefable, que
al mismo tiempo es el Sacerdote Eterno, según el orden de Melquisedec, engendrado
en vuestro seno antes del lucero de la mañana; yo os adoro en esta vuestra perfección
infinita, que tanto resplandece en el Misterio de la Encarnación de vuestro
Unigénito juntando mis adoraciones a las de las Dominaciones, y a las de
vuestro Arcángel San Gabriel, elegido de. Vos para anunciárnosla dichosa nueva
de que ya iba a aparecer en la tierra este Cordero Divino, que solo podía
quitar los pecados del mundo: yo os suplico que iluminéis mi entendimiento para
que, por el precio infinito de nuestro rescate, conozca yo cuan grave mal es el
pecado; que huya las ocasiones de él; que tema vuestra Justicia, y obre mi
salvación con temor y temblor: yo os lo pido así por la intercesión de María
Santísima, vuestra hija predilecta y Madre de mi Salvador, que siempre os fue
fiel y obediente, y con vuestro santo temor toda su vida jamás cometió la menor
culpa contra Vos. Amén.
DÍA
QUINTO
CONSIDERACIÓN
Considera
la misericordia de Dios que singularmente resplandece en este Misterio de su Encarnación:
pues siendo Dios el ofendido, y el hombre el culpado, y no permitiéndole su
Justicia dejar el pecado sin castigo, mejor quiso tomar una naturaleza pasible,
y sufrir la pena que nosotros debíamos, que perder a los que éramos sus
enemigos. ¿Y es posible que después de esta muestra de su clemencia, dude
volverse a Dios el pecador, aunque esté manchado con los crímenes más horribles?
¿No pesa más una sola gota de esta Sangre Divina que todos los delitos del
mundo? ¿Podía dar este Señor mayor prueba de que no quiere la muerte del
pecador, sino que se convierta y viva, que el hacerse Hombre, y morir en Cruz
para salvarle? Y si su Justicia rigurosa atemoriza, acogeos al patrocinio de María
Santísima, su amorosa Madre, Reyna de misericordia y de dulzura, y Abogada de
pecadores, de cuya virginal y purísima Sangre el Espíritu Santo formó la
preciosísima de su Santísimo Hijo, que había de servir para el precio del
rescate de aquellos; y la dio también para con ellos un corazón de Madre, más tierna
que la misma que nos dio a luz en este mundo.
ORACIÓN
Dios
de Misericordia, que sois aquel buen Pastor, que, teniendo en el Cielo a los
nueve Coros de los Ángeles, como otras tantas ovejas fieles, bajasteis a la
tierra a buscar con inmensos trabajos a las que se habían descarriado, tomando
su misma naturaleza, y dando vuestra vida por ellas en la Cruz. Yo os adoro en
esta perfección vuestra, y junto mi adoración a las que os rindieron los
Principados en el mismo instante de vuestra Encarnación, y también a las que se
rindió el Arcángel San Gabriel dichoso mensajero del decreto de vuestra
Misericordia infinita; y lleno de confianza en ella, me vuelvo a Vos, Dios mío,
y Redentor amorosísimo; a vuestros pies lloro todos mis pecados: su enormidad
me aflige y me atemoriza; pero no disminuye mi confianza, que me dice: que todo
lo debo esperar de un Dios que se hizo hombre por mi amor y que cuanto mayores
sean mis culpas más resplandecerá en su perdón vuestra Misericordia, y la
virtud infinita de aquella Sangre preciosa que derramasteis por mí. Este perdón
os pido por la intercesión de María Santísima, vuestra Madre amorosa; para que
viviendo aquí en vuestra gracia; pueda luego en el Cielo cantar eternamente
vuestras Misericordias; Misericordias Domini in aeternum cantabo. Amén.
DÍA
SEXTO
CONSIDERACIÓN
Considera el poder infinito de Dios que singularmente resplandece en este misterio de la Encarnación, juntando, en una sola persona, dos naturalezas tan distintas, cuales una increada, y otra creada; una impasible y otra pasible; eterna la una y la otra mortal; haciéndose esta unión de Persona, sin confusión de naturalezas, y de un modo tan admirable, que ni perdió nada con la humanidad de la Gloria del Padre, ni disminuyó nada con el nacimiento, la virginidad de la Madre. Considera al mismo tiempo la sublime dignidad y alto poder a que por esta Divina Maternidad, ascendió María Santísima, quedando, no solo por ella; constituida Reyna del Cielo, y de la tierra, y superior a todos los Coros Angélicos, sino logrando derechos de Madre para con el mismo Dios, el cual, habiéndola guardado, en su vida mortal, todos los respetos del Hijo más tierno y obediente, la colocó después en el Cielo en el Trono más cercano al su yo; y más consigue con él un ruego de su Madre, que los de todos los Santos del Cielo y de la tierra juntos.
ORACIÓN
Dios Omnipotente, ante cuya Faz se derriten los montes, y a cuyo mandato cede todo el orden de la naturaleza. Yo os adoro en esta vuestra perfección infinita, juntando mis adoraciones a las que os rindieron las Potestades en el mismo instante de vuestra Encarnación, y también a las que os rindió vuestro Arcángel San Gabriel, que anunció al mundo esta obra maestra de vuestra Omnipotencia. Os alabo mil veces por haber querido emplear esta, no en perdernos, como lo teníamos merecido, si no en obrar nuestra salvación por un medio tan admirable, cuál era el haceros hombre y morir en Cruz por nuestro amor. Yo os suplico que con aquel poder con que unisteis la naturaleza humana a vuestra Divina Persona, y la hicisteis inseparable de ella, unáis nuestros corazones á Vos, con tan fuerte vínculo de amor y de fidelidad a vuestras leyes, que nada sea capaz de apartarnos de ellas. Así os lo pido por la intercesión de María Santísima vuestra dulcísima Madre, a la cual como Hijo el más amante que hubo ni habrá jamás, nada negareis de lo que os pida. Amén.
DÍA
SÉPTIMO
CONSIDERACIÓN
Considera
la fidelidad y verdad de Dios, que singularmente resplandecen en este Misterio
de la Encarnación; pues habiendo prometido el Señor a nuestros primeros Padres,
después de su caída, que les enviaría un Redentor; y habiendo ratificado esta
promesa a muchos Santos Patriarcas y profetas, envía hoy a su Unigénito Hijo
para cumplirla, verificando hasta las menores circunstancias que les había
revelado con tanta anticipación, para que cuando llegase el caso, sirviesen de firme
fundamento a nuestra fé. Considera al mismo tiempo cuan grande fué esta fé en
María Santísima, pues siendo tan extraordinarias las cosas que el Ángel la anunciaba,
no dudó un momento, ni pidió señal como Zacarías, siendo mayor cosa parir
virgen que parir estéril, y parir a Dios que parir aun puro hombre, pues,
aunque preguntó ¿cómo se hará estol no fué dudar de que Dios podía hacerlo sino
solamente preguntar sobre el modo con que se haría, pues ella tenía hecho voto
de virginidad.
ORACIÓN
Dios
de, verdad, tan fiel en vuestras promesas, que llegado el tiempo que teníais
determinado des de la Eternidad, vinisteis Vos mismo en perdona a cumplir las
que habíais hecho a nuestros primeros Padres, y a muchos Siervos vuestros que
les sucedieron. Yo os alabo con todo mi corazón, en estas vuestras perfecciones
infinitas, juntando mis adoraciones a las que os rindieron las Virtudes de los
Cielos en el mismo instante de vuestra Encarnación; y también a las que os rindió
el Arcángel San Gabriel que habiendo ratificado a Daniel vuestras promesas antiguas,
fue elegido también para anunciar a María Santísima que había llegado el
dichoso instante de su cumplimiento; y protesto que apoyado en esa misma vuestra
fidelidad y verdad eterna, creo firmemente todo cuanto habéis revelado a
vuestra Iglesia, sujetándome en todo y por todo a sus decisiones, pronto a
sellarlas todas con la última gota de mi sangre, por que Vos, Dios mío, habéis
prometido estar con ella hasta el fin de los siglos. Dignaos fortificar esta Fé
en mi corazón, y hacerla viva por la caridad y las buenas obras; así os lo pido
por vuestros méritos, y por la intercesión de María Santísima, vuestra digna
Madre, que fué bienaventurada porque creyó. Amén.
DÍA
OCTAVO
COSNIDERACIÓN
Considera
la Sabiduría de Dios que singularmente resplandece en este Misterio de su Encarnación,
escogiendo para la salvación del género humano, un medio tan admirable, que
jamás les hubiera ocurrido a los más sublimes Espíritus del Empíreo. Mira como
supo combinar con tanta sabiduría, la dignidad y decoro debidos a su Divina
Persona, y la humildad, de la cual quería dar ejemplo a los hombres. Es
concebido, pero es por obra y gracia del Espíritu Santo; nace de mujer, pero es
de Madre virgen; es puesto en un pesebre, pero es, cantando los Ángeles: de
modo, que en todo cuanto hizo, unió estos dos extremos con tanta perfección;
que su humildad hizo más visible su grandeza; y esta dio más fuerza a los
ejemplos de su humildad. Considera también, con que docilidad se dejó guiar María
Santísima por la Divina Sabiduría, pues estando tan distante su modestia de aspirar
a la honra que aquella la destinaba, con todo, apenas oyó que era esta la
voluntad de Dios, cuando se sujetó a ella sin réplica, diciendo; He aquí la
Esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra.
ORACIÓN
Dios de luz, Sol de Justicia que ilumináis a todos los que vienen al mundo, y que con admirable sabiduría supisteis unir la satisfacción debida por la culpa con el remedio del culpado. Yo os adoro en esta perfección vuestra, que tanto resplandece en este Misterio de vuestra Encarnación; juntando mis adoraciones a las que desde el primer instante de ella os rindieron los ilustrados Querubines, y vuestro Arcángel San Gabriel, que tuvo la dicha de anunciar a los hombres en el tiempo, lo que desde la Eternidad estaba resuelto en los Consejos de vuestra Sabiduría infinita. Os reconozco por mi guía segura; por mi luz infalible, y por el camino que solo puede conducir me á la vida eterna: como a tal me sujeto a Vos y a todas vuestras disposiciones sin replicar ni titubear un instante: conducidme por donde queráis; haced de mi lo que os agrade; yo os seguiré con los ojos cerrados; y aunque levantareis sobre mi cabeza la espada de la muerte, viniendo de vuestra mano el golpe, yo inclinaría gozoso el cuello para recibirle. Arraigad y fortificad en mi corazón estos sentimientos hasta que, en la Patria Celestial, cuyo camino Vos me habéis abierto, por un medio tan admirable, cuál era él haceros hombre y morir en Cruz, vea yo descubiertos los consejos de vuestra Sabiduría, que ahora adoro por la luz de la Fé. Así os lo pido por la intercesión de María Santísima, vuestra Purísima Madre, que fue al mismo tiempo la más obediente de vuestras esclavas, y la más dócil de vuestras discípulas. Amén.
DÍA
NOVENO
CONSIDERACIÓN
Considera el amor de Dios hacia nosotros, que singularmente resplandece en este Misterio de su Encarnación. ¿Qué ganaba este Señor con hacerse Hombre? Todos los bienes están encerrados en la Naturaleza Divina. ¿Qué pudo, pues, buscaren la nuestra? ¡Ah! nada más que las humillaciones, los dolores y la muerte, de que es incapaz la Divinidad. ¿Y por qué quiso cargar con unas miserias, a las cuales no estaba sujeto? por nuestro amor por nuestro remedio. ¿Y qué fruto esperaba de sementera tan costosa? ninguna ventaja propia. Pero a lo menos, ¿iba a encontrar en nosotros unos corazones agradecidos? ¡ah no! que bien preveía nuestra dureza, y el abuso que tantos habían de hacer de su Sangre y de sus beneficios: y aun cuando todos correspondiéramos a ellos, ¿que aumentaba a su Gloria, ni nuestra gratitud, ni nuestra felicidad eterna? Pero ¿acaso ignoraba lo trabajoso de la obra que iba a emprender? tampoco; el preveía cuantas penas iba a pasar en la Naturaleza que tomaba; y sabiendo sus circunstancias, y conociendo su peso, tomó esta Naturaleza, y abrazó estas penas para salvar al hombre de las eternas que merecían sus culpas. ¡Oh admirable efecto del amor más ardiente y más puro! ¡Oh muestra incomprensible de la caridad de aquel Divino pecho! ¡Con que mientras el hombre, reo y merecedor de muerte, busca tantos recursos para huir los trabajo, este Señor, a quien adoran y aclaman Santo los más elevados Espíritus del Empíreo, este Rio de deleites, que inunda la Celestial Jerusalén hace el milagro más estupendo, hasta trastornar todo el Orden de la naturaleza, para poder padecer por unos hijos rebeldes, y llevar sobre sí sus dolores, ¡y curarlos con sus cardenales! Amémosle, pues, de todo corazón, ya que él nos amó tanto el primero. Tomemos por modelo de nuestra Caridad la de María Santísima; y contemplando aquel Sagrado Corazón en el dichoso momento de la Encarnación del Verbo, aprendamos en él los afectos que deben inflamarnos hacia nuestro amabilísimo Redentor, cuyo Amor inefable y Caridad de su virginal Madre, procuraremos alabar, según nuestras fuerzas, diciendo la siguiente:
ORACIÓN
Dios amorosísimo, fuente de Caridad inagotable, que, por puro amor, sin ningún interés propio, bajasteis del Cielo a la tierra para salvar a los hombres a costa de vuestros trabajos, de vuestros sudores, y de la efusión de vuestra Sangre preciosa; yo os adoro en esta prueba inaudita de vuestra ternura Paternal; juntando mis adoraciones a las que los abrasados Serafines os rindieron en el mismo instante de vuestra Encarnación: ¡ojalá tuviera yo todos sus ardores, y los de vuestro Arcángel San Gabriel, en aquel dichoso momento que nos trajo este mensaje de amor y de piedad, puesto que más agradecido os debo yo estar por este Misterio que los Ángeles y Serafines, siendo mi naturaleza la que recibió la honra incomparable de ser unida a vuestra Divina Persona; y mi salvación el objeto de vuestra venida; siendo yo la oveja descarriada que queríais volver al redil, y la dracma perdida que buscasteis con tantos trabajos. Ámeos yo, pues, con todas las fuerzas de mi corazón, ¡oh Redentor amantísimo y amabilísimo! Ámeos con amor ardiente, por el vuestro, que no conoce límites; con amor puro y desinteresado, por el que me mostrasteis aun siendo yo vuestro enemigo; con amor activo y generoso, por el que os trajo del Cielo a la tierra, y os metió entre las espinas, os ató a la columna, y os llevó a la muerte por nosotros; con un amor constante é invencible; por esa Caridad más fuerte que la muerte, cuyas llamas no pudieron apagar las muchas aguas de las tribulaciones; en fin, con un amor eterno en la Gloria que me ganó el vuestro, que no tuvo principio, y no tendrá fin, como mis culpas no rompan su dulce vínculo. No permitáis esta desgracia, Padre amorosísimo: quitadme la vida, si queréis: pero no dejéis que me aparte de Vos, que sois mi verdadera vida; unido con Vos se hallan manantiales de dulzura en medio de los mayores trabajos; y sin Vos nada hay que pueda llenar nuestro Corazón; el Cielo mismo no es Cielo sino porque se os ve y se os goza en él; ni el infierno es infierno sino porque nos separa de vuestro amor. ¡Oh Vos! Que vinisteis a encender este fuego en la tierra, y no deseasteis otra cosa, sino que ardiera: echad en nuestros fríos corazones alguna centella de aquel incendio Divino que abrasa el vuestro: para que, unidos a Vos con fuertísimo vínculo de amor, y fortificados por la gracia que nos mereció el vuestro, podamos exclamar con vuestro Apóstol: ¿Quién nos separará de la Caridad de Cristo? ni la tribulación ni la angustia, ni criatura alguna de cuantas hay en el Cielo y en la tierra. Así os lo suplicamos por la intercesión de María Santísima, Madre del amor hermoso, y más abrasada en Caridad en el primer instante de su Inmaculada Concepción, que todos los Santos juntos en el último de su vida. Amén.
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