CONSIDERACION XVI.
A
los trece días del nacimiento del Niño Dios llegaron a adorarle y ofrecerle
dones tres felices soberanos del Oriente, a quienes el Evangelio llama magos,
porque, viniendo a conocer al Dios recién nacido guiados de las luces de una
estrella, más parecían astrónomos o filósofos que príncipes. El señor san José,
como siente san Juan Crisóstomo, participó, juntamente con la Madre de Dios, de
los honores hechos al nuevo Rey de los judíos y Divino Libertador del linaje
humano. En efecto, no es creíble que san José, educado según el esplendor de su
nacimiento, se hubiese retirado de la gruta, que por entonces era la casa que
para su habitación había dispuesto y prevenido por motivos superiores la
adorable providencia del Cielo, cuando, según las tradiciones más bien
fundadas, se presentaban al que era tenido por su hijo tres testas coronadas
del Oriente, que eran, después de los pastores de Judá, las primicias del
cristianismo. No, Dios quiso premiar su virtud y heroica conformidad con la
conducta del Cielo, consolándole con la aparición de la estrella, y con la
venida de los magos y las profundas demostraciones de su respeto hacia el Niño
Dios.
ORACION
Oh
felicísimo José que mereciste presenciar las honras con que era distinguido tu
Hijo estimativo en medio de su pobreza: alcánzame por este gozo que,
despreciando los bienes caducos de la tierra y sus honras vanas, únicamente aspire
a los del cielo, en donde logre la dicha de adorar eternamente a nuestro buen Señor
Jesucristo en tu dulce compañía. Amén.
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