CONSIDERACION XI.
Dios, usando de su infinita benignidad, mezcla los trabajos con el torrente de las dulzuras, aun en los justos, en cuya vida alternan el gozo y el dolor, que tejen con hermosa variedad la tela de su gloriosa historia. Así san José vivía entre las dulzuras de la compañía de su amable Esposa cuando, observando lo crecido del vientre virginal de María, vio convertida su prosperidad en tribulación y en mortales angustias su quietud; y en medio de las penosas luchas de su espíritu, se determinó a abandonar en secreto a su casta Esposa. Mas no hay que creer que en el ánimo generoso de José cupo la menor sospecha respecto de la pureza de la Virgen, porque el único móvil de su conducta fué su profunda humildad, aquella humildad que indujo a san Pedro a no permitir que Jesús le lavara los pies, y al Centurión a no permitir que el Señor honrara su casa con su presencia, que es lo mismo que decir, el sentimiento de su propia indignidad. Y si se determinó a dejarla ocultamente, esto mismo demuestra su alto respeto a tan gran Señora, cuya honra le era más querida que su propio consuelo en seguir habitando con ella: porque entendió muy bien que, si hubiera descubierto aquel misterio que él sospechaba a los judíos, estos hombres incrédulos y de dura cerviz no le hubieran dado crédito, y habrían querido propasarse a castigar a María como si hubiera sido adúltera. Y en efecto, más adelante se confirmó este concepto previsor del Patriarca, porque los hebreos no creyeron al Hijo cuando les hablaba en el templo, ¿pues cómo habían de haber dado fé á su silencio cuando estaba encerrado en las entrañas de la Madre? Y fueron tan poderosos estos dos motivos de humildad y respeto en san José, que de hecho, habría abandonado a su Virgen Esposa, a no haberle un ángel de parte de Dios confirmado la creencia que ya tenía del misterio, ordenándole que continuase al lado de la que ya era por dicha Madre del Verbo Eterno. De este modo si antes la amargura rebosó en el corazón de José, ahora se ve ampliamente compensada con una avenida de contento purísimo, considerándose como escogido para servir a tal Madre y para alimentar a tal Hijo.
ORACION
¡Oh
justísimo Varón de incomparable excelencia señor san José! jamás nos atreveremos a pedirte que nos
libres de las tribulaciones con que Dios quiera purificar y probar nuestras
almas; pero sí te rogamos que nos alcances un claro conocimiento de que son
gracias que se nos dispensan con título de trabajos, y buena voluntad para
abrazarnos con ellas, por amor de aquel Jesús de quien mereciste llamarte Padre
con ejercicio de admirable potestad. Amén
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