CONSIDERACION XIII.
Resuelto
señor san José a permanecer al lado de su castísima y virgen Esposa, la servía fiel
y respetuoso, mirándola ya con plena certeza como á verdadera Madre de Dios y
Esposa del Espíritu Santo. Todo su empeño era mirar a la gloriosísima Virgen
más como á soberana que como á esposa, y concordar su trabajo con el ejercicio
continuo de las más heroicas virtudes, y con la contemplación de las profecías hacia
el linaje humano, que ya comenzaban su cumplimiento: Cerca de seis meses
llevaba de esta vida cuando el César mandó con un edicto general que se
empadronasen todos los habitantes del imperio en el lugar de su origen o patria,
pagando el censo, que era un dinero de la moneda
de
aquel país (equivalente casi á real y medio de la moneda mexicana) por cada
persona de las que daban su nombre ante los comisarios del imperio. Obediente
José salió con la Virgen de Nazaret para Belén su patria, o a lo menos lugar en
donde tenía su origen la real familia de David, de la que así el Santo como su
nobilísima Esposa eran descendientes. Mediaban por tierra de un punto a otro
como treinta leguas, y por lo común se concluía esta caminata en cinco días.
Llegados estos virginales Esposos a Belén, que era de poca extensión, hallaron ocupadas
todas las posadas, así es que José hubo de alquilar para su habitación aquel establo
que estaba dentro de una gruta, en donde los decretos del cielo tenían
determinado el nacimiento del Mesías y nuevo Monarca de Judea, el que luego que
nació (en tal pobreza que llenaba de angustia el corazón de José) fué puesto por
los ángeles en brazos de su santísima Madre. Después de nacido Jesús, fajado y
puesto sobre el establo vino el feliz Esposo, o llamado de la Madre de Dios, o
del llanto del Niño, o de los cantares de los ángeles, y, adorándole primero le
recibió después en sus brazos y en el manto o capa de que usaba; de la cual se
conserva un retazo en Roma entre las reliquias de la iglesia de santa Cecilia,
que está de la otra parte del Tíber.
ORACION
Oh
obedientísimo José, que por cumplir con la ley de un soberano temporal no
dudaste emprender una peligrosa caminata en compañía de tu delicadísima Esposa:
yo te ruego por esta tu humilde y pronta sujeción a las órdenes del cielo, representadas
en el edicto del César, que me alcances gracia para que me someta con gusto y
fidelidad a los mandatos de mis legítimos superiores. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario