DÍA VEINTE Y CINCO DE CADA MES, EN HONOR DE LOS SACROSANTOS MISTERIOS DE NUESTRA REDENCIÓN, QUE SE OBRARON EN ESTE DÍA
México
Imprenta nueva madrileña de los herederos del Joseph de Jauregui, año de 1783.
ACTO DE
CONTRICIÓN
Amorosísimo Dios,
Señor y Dueño de todas las cosas: yo te adoro, y quisiera que fuera con toda la
pureza de que es capaz mi espíritu. Te doy humildes gracias, e invoco a mi Santo
Ángel de la Guarda, a todos los santos, y a la Reina de todos, María Santísima,
mi Señora, para que te las den, por los beneficios que me has hecho, y por las
finezas que en este día ejecutó tu amor para bien de los hombres. Tu
encarnaste, naciste, moriste y te quedaste sacramentado para bien mío, dándome
con estos excesos de caridad, un manantial perpetuo de socorros, de bienes y de
felicidades, pero yo, por un efecto de mi maldad, no he querido aprovecharme de
ellos, confieso Señor, una ingratitud, y me pesa en el alma de haberte ofendido
con ella tantas veces, y quisiera se me rompiera el corazón de dolor. Tu
piedad, dulcísimo Padre de mi vida, es infinitamente mayor que mi miseria, y
confío de tu misericordia, que me has de dar gracia para perder primero la
vida, que volverte a ofender, imprime en mi corazón, un verdadero aprecio de
los sacrosantos misterios de nuestra redención que ejecutaste en este día, haz
que ningún cristiano los olvide, para que en el momento postrer de su vida,
duerman en tus brazos el sueño de los santos, por las entrañas de Jesucristo tu
Hijo, que como verdadero Dios, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Se rezan tres
Credos y la siguiente:
ORACIÓN
Dulcísima María, soberana Emperatriz de los cielos, Madre de Dios y Señora mía, llena de gracia y rica de virtudes desde el primer purísimo instante de tu ser, a tu patrocinio me acojo, misericordiosísima Madre de todos los pecadores, suplicándote interpongas tu poderosa intercesión con tu Hijo Santísimo, pidiéndole me conceda un corazón recto, para apreciar y agradecerte como debo, los sacrosantos misterios de mi redención, que hizo el día veinte y cinco ¡Cuanta parte tuviste en todos ellos, Bellísima María! ¡Con cuanto amor cooperaste al remedio del género humano! ¿Y permitirás que el fruto de la redención se pierda en mí, que tengo la dicha de llamarte Madre, y deseo amarte con todo el corazón? No, Madre de mi vida, eres muy buena, y nadie te ha implorado devotamente, que se quede sin consuelo, me amas muy deveras, y esta dulce confianza que siente mi corazón, hace renacer en mi espíritu, una sólida esperanza, de que he de morir en el ósculo de paz, para verse sin temor de perderte, para ir al lugar destinado para el descanso, donde te alabe a ti, y a tu Santísimo Hijo, por todos los siglos de los siglos. Amén.
Una Salve
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