DÍA
DÉCIMO SEXTO
FE
DE LA ADORACION DE SAN JOSÉ
Hacían
ya tres meses que la Santísima Virgen llevaba en su seno su tesoro; saboreando
en secreto la dicha de saber que aquel que vivía en ella era su Dios. El Ángel
reveló a San José el misterio y él lo creyó en el instante; nada veía y, sin
embargo, durante seis meses creyó y adoró. ¡Oh! ¡qué adoración tan ferviente
debió ofrecer a su Dios, cuando lo supo habitando ese tabernáculo viviente! Es
imposible explicar la perfección de su adoración. San Juan se estremeció de
gozo al aproximársele María: ¡qué impresiones debió experimentar San José
durante los seis meses que vivió teniendo a su lado y bajo sus ojos al Dios
escondido! El padre de Orígenes besaba a la noche el pecho de su tierno hijo,
adorando en él al Espíritu Santo como en su templo. ¿Dudáis acaso que San José
no hubiese do adorar con frecuencia a Jesús, al Verbo oculto en el purísimo
Tabernáculo de María? ¡Oh! ¡cuán piadosa debió ser esta adoración mi Señor y mi
Dios, he aquí a tu siervo! Nadie podrá describir la adoración de esa alma
grande. San José no veía, él creía; su fe debía ver al través del velo virginal
de María. Pues bien, bajo los velos de las sagradas especies, nuestra fe debe
ver también a Nuestro Señor; pidamos a San José su fe viva, la perfección de su
fe. Más tarde, cuando San José tiene la dicha de estrechar entre sus brazos y
sobre su corazón al Niño Jesús; ¡qué homenajes de fe le tributa! Estos
homenajes eran más gratos a Nuestro Señor, que los que recibe en el cielo.
Imaginaos ver a San José adorando a su Dios en el débil Niño que descansa en
sus brazos; repitiéndole
que
quisiera morir por Él y diciéndole todo cuanto su corazón desearía hacer por su
gloria y por su amor. Las creaciones del genio y del amor están siempre en razón
de la santidad: cuanto más pura y sencilla es un alma, más magníficas son las
expresiones de su amor y de su adoración. Adorad también sobre el altar al Verbo
hecho Niño por nosotros; por más que hagáis, vuestra adoración no tendrá jamás
el valor de la de San José: unidos a sus méritos; un alma que ama a Dios, en
todo le sacrifica su amor: y Dios escucha
á
esa alma, que vale ella sola tanto como otras mil juntas. San José tributó a
Nuestro Señor el homenaje de la adoración de compasión; es decir, que su fe le
hizo ver a Nuestro Señor inmolado sobre el Calvario y sobre los altares, y lo
adoró uniéndose a su sacrificio. Jesús le reveló sus padecimientos futuros: al
amor de San José le faltaba esta consagración; pues el amor que no padece es un
amor de niño. ¡Oh! Jamás podréis abrigar el amor de compasión en el mismo grado
que San José. Unidos a él, adorando la augusta víctima de los altares; que
vuestra adoración, como la suya, sea sostenida y alumbrada por la fe. Creed y
veréis, pues la fe es la visión del alma pura.
Aspiración: San
José, que penetraste el interior de Jesús, ruega por nosotros.
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