DÍA
VIGÉSIMO CUARTO
LOS
SIETE DOLORES DE SAN JOSÉ
Asociado
a María en sus gloriosos privilegios, San José tuvo, como ella, su corazón
traspasado por siete espadas. Siete dolores principales son como las estaciones
de la vía dolorosa, que San José tuvo que recorrer en compañía de Jesús. Él
sufrió sin interrupción en su corazón; más en ciertas circunstancias su
martirio redobló de intensidad; parecía tomar entonces nuevas proporciones, por
la renovación del motivo de sus sufrimientos.
1ro.
Su primero y acerbo dolor fue la pena inmensa que experimentó al observar los
primeros indicios de la maternidad de María; cuando estuvo a punto de dejarla en
secreto. ¿Qué va a ser de esta joven, de esta niña casi? ¿Quién cuidara de ella?
El respeto de la ley que ordena la separación, me obliga por otra parte a abandonarla
¡Qué terrible angustia para un corazón tan bondadoso, tan amante y abnegado,
como era el de San José, que amaba a María de un modo indecible!
2do.
Cuando en Belén es rechazado y se ve reducido a refugiarse en un establo, su
corazón se desgarra: no sufre por él, sino por esa joven Madre, la Reina de los
Ángeles y por ese tierno Niño que está por nacer y es su verdadero Dios. Lo
que, sobre todo, le hace sufrir, es la injuria que se infiere a estos caros
objetos de su amor; son las privaciones que tendrán que soportar en el establo.
Él no sabía siquiera cuántos días y noches tendría que pasar en tan miserable
albergue: el Señor lo conducía como a ciegas, manteniéndolo
siempre
bajo su dependencia; y esta incertidumbre agravaba sus sufrimientos.
3er.
La circuncisión de Jesús. ¡Qué dolor le ocasiona el pensamiento de que
va
a hacer sufrir al Niño Dios que va a derramar él mismo las primeras gotas de su
preciosa sangre! Y la vista de aquella herida, de esa sangre que corre, de las lágrimas
y del dolor de la divina Madre, ¡oh! ¡cómo desgarran su corazón!
4to.
La profecía del anciano Simeón. Se le revela que su santa y divina Esposa será
traspasada por una espada; entonces se le manifiesta todo el sentido de la
profecía de Isaías, sobre los padecimientos y humillaciones del Mesías; desde
aquel momento sufrió el dolor de María y el de Jesús; y el pensamiento de su doble
martirio no lo abandonó más, martirizándole a su vez.
5to.
La huida a Egipto. ¿Quién podrá imaginarse sus temores y alarmas? Dios
no
quiso librar su corazón del temor, para hacerle producir actos de abandono a su
Providencia. En aquel país desconocido, en medio do esos caminos desiertos, San
José experimenta las más crueles ansiedades. Teme todas las desgracias con su
corazón de padre y de padre el más amante.... El, pobre anciano, encargado de defender
sólo el tesoro de Dios Padre, contra los enemigos que podían atacarlo a todo
momento...!
6to.
Cuando regresó de Egipto, nuevo tormento. Temía á Arquelao y le era preciso ocultar
aún al Niño Jesús: no había descanso para él, no había paz, escapaba de un
peligro para encontrar otro luego.
7mo.
La pérdida de Jesús en el Templo. Su dolor fue tan grande, tan amargas sus lágrimas,
que el Espíritu Santo quiso revelárnoslo por boca de María: sufría tanto más,
cuanto que en su humildad se acusaba de haber cumplido con negligencia los
cuidados que debía prodigar a Aquel que confiara a su custodia el Padre Eterno.
Tales
son los siete grandes dolores de San José: él los sobrellevó en silencio, con
humildad y amor. No gustó ni quiso disfrutar tampoco ningún consuelo humano; no
sufría por sí mismo, sino por Jesús, por María, por el mundo entero, por nosotros:
dichosos sufrimientos que lo unían al Salvador y lo hacían participar en la
redención del mundo.
Aspiración: San
José, haz que tratemos a Nuestro Señor con tanto respeto y amor como le
tributaste siempre.
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