domingo, 17 de octubre de 2021

MES DE SANTA TERESITA - DÍA DIECISIETE


 

DÍA XVII

MEDITACIÓN. — AMOR VERDADERO

Diligite inimieos vestros: benefacite his ui oderunt vos. (Matth. V-44)

Amad a vuestros enemigos y haced bien a los que os aborrecen.

 

No es posible encontrar mayor caridad que la ejercitada en favor de los enemigos. De tan subido precio es esta virtud, que no fue conocida hasta que la reveló el Maestro divino. En conversación afable con sus amados discípulos les dice: «Habéis oído que antiguamente se decía amad a vuestros amigos y haced bien a los que os hicieren bien y tendréis odio a vuestros enemigos; mas ahora yo os digo haced bien a quien os hiciere mal y tendréis amor a vuestros enemigos.

Celestial doctrina tan contraria a la natural inclinación del hombre y tan adversaria a las enseñanzas de los directores de la humanidad, que fue preciso que desde lo alto de un monte célebre estableciera el Maestro su cátedra sagrada y con el ejemplo más ruidoso que recuerdan historias humanas la confirmase solemnemente. ¡Padre mío! exclama el Señor ante un pueblo de villanos que le crucificaba. ¡Padre mío, perdónalos que no saben lo que se hacen!

No preguntes quiénes son aquellos por quienes el corazón divino siente esa tan adorable, tan excelsa conmiseración. No hay persona, o a lo menos grupo o categoría sociales que allí no se encontrasen presentes y de cuyas bocas no salgan bocanadas de cieno... El pueblo entero, dice S. Lucas, estaba allí presente y con sus caudillos le escarnecían. Aquel pueblo libertado de la tiranía de Faraón, redimido de los Babilonios y hecho vencedor de los Madianitas...; aquel pueblo alimentado en el desierto, confortado en sus caminos, aliviado en sus pesares y consolado en sus aflicciones; aquel pueblo surcado con su enseñanzas divinas; protegido con milagros estupendos y engrandecido con un reino que no tendrá fin; aquel pueblo que no cabiendo en su pecho serpentino ningún linaje de tormentos con que fatigar más   su santísimo cuerpo, y cansadas las manos de tanto herir a la víctima inocente, no cesa con su lenguaje de atormentarle. Ese pueblo merece de Jesús una mirada compasiva y exclama: ¡Padre mío, perdónalos que no saben lo que se hacen! Grito fue este cuyo eco resuena hoy en los ámbitos todos del mundo y suscita almas generosas que tienen por lema de su vida cl perdón de las injurias.

Naturalmente que en el Carmen no encuentra unos enemigos, pero si existen mayores o menores simpatías; se siente una atraída hacia tal o cual hermana, mientras que tal vez otra nos obligaría a dar un gran rodeo para evitar su encuentro. Pues bien: Jesús me dice que tengo que amar a esa hermana, que debo rogar por ella, aunque su modo de proceder me persuada de que no me ama: Si sólo amáis a los que os aman, ¿qué recompensa mereceréis? Porque también los pecadores aman a los que les aman (S. Luc. VI, 32). No basta amar, hay que demostrar el amor. Es natural la satisfacción que se experimenta al dar gusto a un amigo; pero esto no es caridad, pues los pecadores o hacen también entre ellos.» (Hist. C. IX.) Una santa religiosa de la Comunidad tenía antes el don de desagradarme en todo; mezclábase en esto el demonio, pues no cabe duda de que era él quien me hacía ver en ella tantas cosas desagradables. Luchando, pues, para no ceder a la antipatía natural que me inspiraba, pensé que la caridad no se practica tan sólo en los sentimientos, sino que ha de conocerse también en las obras, por lo cual aplíqueme a hacer por aquella hermana lo que hubiera hecho por la persona más querida. Cada vez que la encontraba, rogaba a Dios por ella ofreciéndole todas sus virtudes y méritos. Conocía que esto agradaba mucho a mi Jesús, pues no hay artista a quien no le guste recibir alabanzas por sus obras, y el Divino Artista dc las almas se complace en que uno no se detenga en lo exterior, sino que, penetrando en el santuario in timo que ha elegido por morada, admiremos su belleza.

No me contentaba con rezar mucho por la que me ofrecía tantas ocasiones de combatir, sino que procuraba además hacerle cuántos favores podía; y si me asaltaba la tentación de responderle de modo desagradable, me daba prisa en dirigirle una cariñosa sonrisa, intentando desviar la conversación; pues dice el Kempis que más vale dejar a cada uno su idea que detenerse a discutir. (Imit. III, XLIV, 1)

Muchas veces, cuando la tentación era demasiado violenta y me podía esquivar sin que ella advirtiera mi lucha interior, huía como un soldado desertor... En esto dijome ella un día con aire de gozo; «Hermana Teresita del Niño Jesús, quiere decirme qué atractivo halla en mí, no encuentro ni una sola vez sin que me dirija su más graciosa sonrisa. ¡Ah! lo que me atraía era Jesús oculto en el fondo de su alma; Jesús que dulcifica lo más amargo.

 

 

EJEMPLO

RECONCILIACIÓN

Estación X.(Francia), 20-5-1913

Entre las muchas gracias que he obtenido por la intercesión de Sor Teresita figura una conversión extraordinaria. Una Vecina, mujer de uno de nuestros subjefes, dejó de ir a la iglesia porque me guardaba rencor (¿de qué? no lo sé). Ahora ya vuelve a ir y ha cumplido con el precepto Pascual. He aquí lo acaecido: 

Junto a la pared de su habitación coloqué una imagen de la Santita y todas las mañanas decía: Mi querida Santita, no me importaría que esta mujer me detestase, si no ofendiera a Jesús por causa mía; poned remedio, os lo suplico. Obtened de In misericordia del Señor que vuelva a la iglesia y cumpla con el precepto Pascual. Algunos días después llaman a mi puerta, acudo presurosa... era la pobre mujer que, vaciada en lágrimas, solicitaba mi perdón ¡Oh! qué contenta estoy, desde entonces cumple con sus deberes de cristiana.

 

Jaculatoria: ¡Oh bondadosa Santita! haz que a imitación tuya ejercite la caridad con todos mis prójimos, distinción alguna.

 

ORACIÓN PARA ESTE DÍA

 ¡Oh virgen prudente! que, iluminada por la luz divina de la caridad, comprendiste el valor de las almas redimidas con la sangre de Jesús y las amabas como posesión de Él, haz, querida Santita, que sienta mi tilma la fuerza de atracción que Jesús, oculto en las almas, producía en ti, dulcificando lo más amargo de la vida, recreando a mis hermanos con la graciosa sonrisa de mis labios; y para más obligarte te recordamos tus inefables promesas en favor de tus devotos con las siguientes 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

ANOTACIONES

Al hablar sobre la piedad popular, es referirnos a aquellas devociones que antaño se hacían en nuestros pueblos y nuestras casas, cuando se...