DÍA XXVI
MEDITACIÓN. — SED INSACIABLE
Sitio. (Juan., XIX-28.) Sed tengo
Casi al término de la vida,
consumada la obra de la enseñanza y a punto de acabarse la del ejemplo, Jesús
pone en sus labios las palabras reveladoras del incendio de amor que consume la
sangre del Corazón. «Sitio», tengo sed... sed insaciable de padecer más, aunque
parece ya no caber más tormentos en aquella alma ahogada en un mar de congojas
y en aquel cuerpo arroyado por ríos de sangre. Sed encendida y ardiente de
glorificar a su Padre, y de hacer su voluntad, porque ese es, desde el momento
de su aparición en la tierra, el manjar que come y esa la bebida que saciar su
sed. Sed de atraer a todas las criaturas al centro de donde reciben la vida;
sed de unir a los hijos con el Padre; sed de hacerles particioneros de su
felicidad. Sed de compasión amical y de ver a todos libres del ominoso yugo del
pecado. Sed de que los corazones reciban las corrientes de contrición, de esas
aguas que refrigeran el calor de las pasiones y apagan ja sed de la
concupiscencia. Sed de que tengamos paciencia santa y de que aprendamos cuan
necesario es cl sufrimiento para la consecución del gozo eternal. Sed de
mártires, que sufren gustosos los males de pena, por no caer en los de la
culpa. Sed de la salvación de las almas, sed que sólo pueden mitigar las almas
con sus lágrimas de arrepentimiento sincero y de amor sacrificado.
Esta sed de Cristo la sienten las
almas enamoradas, como la Santita de Lisieux. Un domingo, al cerrar el
devocionario, después de terminada la santa Misa, quedó algo fuera de las
páginas, una fotografía de nuestro Señor crucificado, asomando tan sólo una de
sus manos divinas perforada y ensangrentada. A su vista. experimenté un sentimiento
nuevo, inefable. Partióse mi corazón de dolor al contemplar aquella sangre
preciosa que caía en tierra, sin que nadie se apresurase a recogerla, y resolví
permanecer siempre en espiritual de la cruz para recibir el rocío divino e la
salvación y esparcirlo después en las
almas. Desde aquel día, el grito de Jesús moribundo: ¡Tengo sed! resonaba a
cada instante en mi corazón, y lo encendía en un ardor vivísimo, hasta entonces
para mi desconocido. Anhelaba dar de beber a mi Amado, sentiame yo también
devorada por la sed de almas, y a todo trance quería arrancar de las llamas
eternas a los pecadores. Mi primer hijo fue Pranzini, condenado a muerte por crímenes
horrendos; su Impenitencia hacía temer la condenación eterna de su alma quise
evitar este mal irremediable. Dios mío, tengo la seguridad de que perdonaréis
al desdichado Pranzini; lo creería, aunque no se confesase ni diese señal
alguna de contrición; tanta es mi confianza en vuestra infinita misericordia.
Pero, Señor, es el primer pecador que os encomiendo; por tanto, os suplico que
me concedáis tan sólo una señal de su arrepentimiento para consuelo de mi alma.
Mi oración fue atendida y Pranzini cogió el Crucifijo que le presentaba el
sacerdote, besó por tres veces sus sagradas llagas...
Había obtenido, pues, la señal
deseada, y aquella señal era dulcísima para mí. ¿Por ventura no babia penetrado
en mi corazón la sed de almas al contemplar las llagas de Jesús, al ver correr su
sangre divina? Quería darles a beber
esta sangre inmaculada, para que las purificase de todas sus manchas; los
labios 'de mi primer hijo» posáronse en aquellas divinas llagas. ¡Inefable
respuesta! A partir de aquel beneficio tan singular, aumentó en ml cada día el
deseo de salvar las almas; parecíame Oír a Jesús decirme en voz baja como a la
Samaritana: ¡Dame de beber! (S. Juan C. IV, 7.) Era un verdadero cambio de
amor; vertía yo en las almas la preciosa sangre de Jesús y se las ofrecía luego
al divino Señor refrigeradas con el rocío del Calvario. De este modo trataba yo
de apagar su sed; pero cuánto más le daba de beber, más grande era la sed abrasadora
de mi pobrecita alma, y estaba yo aquella sed ardorosa como la más deliciosa
recompensa.
EJEMPLO
CONVERSIÓN DE UN OBSTINADO
Carmelo de Metz. 30-7-1913.
Un enfermo de X. causaba la pena de
su Familia y del buen cura párroco por su obstinación en la impiedad. El sacerdote
había tratado en vano de acercarlo a Dios. La hermana enfermera del lugar, al
tener conocimiento del caso, dio a la mujer del pobre desgraciado una reliquia
de Sor Teresita y le dijo la colocara bajo la almohada del enfermo. Algunas
horas después, con gran admiración de cuantos le rodeaban, el moribundo pidió
un sacerdote y se confesó con grandes muestras de sincero arrepentimiento. Murió
piadosamente al día siguiente, después de haber pedido perdón a los suyos de
haberles escandalizado.
Sor María de la
Inmaculada Concepción, Priora.
Jaculatoria: ¡Oh Santita querida! con tu poderosa influencia
conquista para el cielo a las almas obstinadas.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Oh compasiva Santita! que enamorada de la salvación de las almas y sabedora de cuán fácilmente se extravían y se pierden por los senderos floridos del mundo, querías a toda costa arrancar los pecadores de las llamas del infierno, y para lograrlo resolviste permanecer constantemente en espíritu al pie de la Cruz para recibir el divino rocío de salvación y derramarlo después sobre las almas, haz que mi corazón sienta deseos vehementísimos de salvarme y que mis obras no solo para mi eterna salvación, sino también para remedio de muchas que no quieren salvarse; y para más obligarte te recordamos tus inefables promesas en favor de tus devotos con las siguientes:
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