DÍA XXVII
MEDITACIÓN. — ARDORES DEL CORAZÓN
Zelo zelatus sum. (Reg. 19. El celo de Dios me
consume.
La caridad de Cristo cuando se
apodera del corazón lo hace partícipe de los sentimientos divinos que animaban
el suyo. Aquellos sentimientos revelados en sublimes y profundos conceptos como
estos: Yo he Venido a poner ruego en la tierra y he de querer, sino que arda;
con sangre tengo de ser yo bautizado; lob, y como traigo en prensa el corazón
mientras que no lo vea cumplido. (Luc. XII. 50.)
De estos sentimientos se hallaba
presa el apóstol S. Pablo cuando enamorado de las almas decía: '¿Quién enferma
que no enferme yo con él? ¿Quién es escandalizado o cae en pecado, que yo no me
requeme? (Ad Cor. XI, 29); al igual que el apóstol, se cuentan a millares las
almas, que, abrasadas en el amor divino, desean anunciar al mundo la nueva de
su salvación y les parecen livianos los trabajos soportados en tan notable como
saludable empresa. Hermosa corona, formada por las rosas purpúreas de las
vírgenes; las encendidas amapolas de los doctores; los azulados lirios de los
confesores, es la que adorna la cabeza de la Iglesia depositaria del divino y
apostólico celo de Jesucristo y sus discípulos. Y jamás se verá despojada de
esa gloriosa corona mientras haya en la tierra un alma que salvar y un pecador
que convertir. Según son las circunstancias que rodean a la Iglesia, la divina
Providencia suscita almas generosas y valientes que no sientan más vida que la
de Jesucristo apóstol corriendo los caminos y estrechos senderos tras las
ovejas pérdidas para atraerlas al redil de la felicidad. Toda la vida la
consagran a ese fin y mil vidas gustosamente las ofrecieran por la salvación de
una sola alma. En los momentos más angustiosos del apostolado, los corazones de
estos apóstoles se vejan obligados a pedir el auxilio de otros evangelizadores,
tocados del mismo espíritu y devorados por el mismo celo. ¡Almas, Señor, almas
necesitamos! Sobre todo, almas de apóstoles y de mártires, para que por ellas inflamemos
con tu amor a la muchedumbre de pobres pecadores. En su delirio de almas desean
centuplicarse en su acción apostólica. Quisiera, escribe la Santita, iluminar
las almas como los profetas y los doctores. Quisiera recorrer la tierra
predicando vuestro nombre y plantar, Amado mío, en tierra infiel vuestra
gloriosa Cruz. Mas no me bastaría una sola misión, pues desearía poder anunciar
a un tiempo vuestro Evangelio en todas las partes del mundo, hasta en las más
lejanas islas. Quisiera ser misionera, no sólo durante algunos años, sino
haberlo sido desde la creación del mundo hasta la consumación de los siglos.
Sé, Dios mío, que el amor sólo con
amor se paga, por eso he buscado y hallado el modo de aliviar mi corazón devolviéndoos
amor por amor. He comprendido que mis deseos de abrazar todas las vocaciones y
de serlo todo, eran riquezas que podrían muy bien tornarme injusta, por lo cual
las he empleado en procurarme amigos. Recordando la oración de Eliseo al
Profeta Elías, cuando le pidió el don de su doble espíritu, me presenté ante
los Ángeles y la Asamblea de los Santos, y les dije: «Soy la más pequeña de las
criaturas; reconozco mi miseria, pero sé también hasta qué punto desean hacer
el bien los corazones nobles y generosos habitantes os suplico, pues,
bienaventurados habitantes de la Ciudad celestial, que me adoptéis como hija:
sobre vosotros solos recaerá la gloria que me hagáis adquirir; dignaos atender
mi oración. os suplico que me alcancéis vuestro doble amor. Señor, no me veo
con ánimos de profundizar mi petición por temor de vedme agobiada por el peso
de mis audaces deseos. Mi única excusa es el título de niña; los niños no
reflexionan el alcance dc sus palabras. Sin embargo, si su padre o su madre
ocupan un trono y poseen inmensos tesoros, no vacilan en colmar los deseos de
esos seres débiles e inocentes, a los cuales aman más que a sí mismos. Por
contentarlos cometen todo genero de locuras, llegan hasta hacerse débiles.
Pues bien; yo soy hija de la Santa Iglesia.
La Iglesia es reina, puesto que es vuestra esposa, ¡Oh divino Rey de los reyes!
No son riquezas ni gloria —ni siquiera la gloria del cielo— lo que anhela mi
corazón. La gloria pertenece por derecho propio a mis hermanos, los Ángeles y
los Santos. Mi gloria será el reflejo que emanará de la frente de mi Madre. Lo
que yo pido es amor. ¡Sólo una cosa sé, Jesús mío, amaros! Las obras ostentosas
me están vedadas, no puedo predicar el Evangelio ni derramar mi por mí, y yo, pobre
niñita, permanezco junto al trono real; amo por los que combaten. Pero ¿cómo
demostraré mi amor, ya que el amor se prueba con obras? Pues bien, la niñita
echará flores... embalsamará con su fragancia el trono divino, y con voz
argentina entonará el cántico de amor.
EJEMPLO
EN FAVOR DE UNA VOCACIÓN SACERDOTAL
Irlanda.
Durante un retiro. un religioso
Pasionista. muy devoto de Sor Teresita nos relató el favor siguiente que él
mismo había obtenido por mediación de la Santita. A causa de una gran
dificultad de elocución durante su noviciado fue declarado por sus superiores
impropio para cl sacerdocio.
En tan dura prueba, la víspera de
abandonar el convento recurrió a la Santita diciendo: ¡Oh queridísima hermanita
mía! ¿vais a dejarme marchar' Y una voz le respondió: No, no partirás.
Cuando a la mañana siguiente fue a
hablar con su superior quedó éste sorprendido de la calidad y claridad de
expresión tan rápidamente adquiridas. Interrogado, explicó lo sucedido quedó de
nuevo admitido en la Comunidad. milagro persiste: fue ordenado, y hoy uno de
'os buenos oradores de Irlanda.
La Santita. para hacer sentir mejor
su apostólica intervención. permite de vez en cuando que el antiguo defecto
aparezca en las conversaciones familiares de la vida privada.
Relación del Carmen de
Kilmacud.
Jaculatoria: ¡Oh seráfica Santita! Haz que, abrasado mi corazón en
celo por la gloria de Dios, consuma mi vida para la salvación de las almas.
ORACION PARA ESTE DIA
¡Oh gloriosa Santita! que abrasada en el amor de las almas quisiste ser profeta y doctor y apóstol para llevar hasta los confines de la tierra la luz de la fe, a fin de inflamar con tu amor a la muchedumbre de los pecadores, yo te suplico, piadosa intercesora, que me alcances la dicha de tener parte en la obra de la salvación de las almas, al menos permaneciendo, como tú, ante la presencia de Jesús, echando a sus pies las flores de mis pequeños sacrificios, así se consumirá mi efímera vida en las llamas del amor; y para más obligarte te recordamos tus inefables promesas en favor de tus devotos con las siguientes:
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