DEVOTO QUINARIO A JESUS
NAZARENO.
En memoria y devoción de lo que Nuestro Padre Jesús
Nazareno padeció desde que se pronunció su inicua sentencia hasta que murió
crucificado en la Santa Cruz.
Escrito por Don Antonio Aguilar y
Cano. Imprenta Librería y Encuadernación de J. Estrada Muñoz. Plaza 19.
Puente-Jenil. Córdoba, España. Año de 1893.
El
que no tome su cruz y viene en mi seguimiento, no puede ser mi verdadero
discípulo. (Lucas 14, 27)
ACTO DE CONTRICION
Señor
mío Jesucristo, vos a quien amo, a quien venero, en quien espero y confío, aquí
me tenéis a vuestras plantas que soy indigno de besar, pesaroso y contrito de
mis culpas, arrepentido de las graves ofensas que os he inferido, y dispuesto a
morir antes que aumentar vuestra pasión con mis pecados. Derramad en mi alma la
gracia necesaria para que mi dolor y arrepentimiento se aumenten y me causen la
muerte, antes de permitirme volver a la vida del pecado. Abrasad mi corazón en
el fuego santo que ahora me consume, haced que mis lágrimas mezcladas con vuestra
preciosa sangre sean el alimento de mi triste y pecadora vida. Acogedme bajo
vuestro amparo clementísimo, que os pido triste, humillado y contrito. Perdón
Jesús Nazareno de mi alma; perdón por la virtud infinita de vuestra sangre
preciosísima; perdón por el amor de vuestra Santísima Madre, la Virgen de los
Dolores; perdón Dios mío que yo aprendiendo a imitarte en este Santo quinario,
te serviré y amaré hasta el fin de mi vida. Amén.
DIA PRIMERO
En
este día se meditará sobre haber puesto los judíos la pesada Cruz en los hombros
de nuestros amantísimo Jesús
MEDITACION
Mira,
alma cristiana, como pronunciada la sentencia de muerte contra el Dulcísimo
Jesús, entrega su cuerpo en manos de aquellos infames verdugos, que con furor
satánico arrancan la corona de espinas de su preciosa frente, sangrienta y
desgarrada: arrebatan el andrajo de púrpura que por burla ciñeron antes a su
cuerpo, le visten aquella túnica inconsútil labrada por su Divina Madre, clavan
de nuevo las punzantes espinas en sus sienes, rodean su cuerpo con sogas
asperísimas y de este modo lo sacan a las puertas del Pretorio donde ya le
aguarda la Cruz.
Considera
aquel cuerpo flagelado, llagado, atormentado por los medios más crueles; mira
sus músculos contraídos por el dolor, sus llagas destilando sangre, sus carnes
estremecidas por el martirio; considera a nuestro adorado Jesús bebiendo el
amargo cáliz de tanta amargura, rodeado de enemigos implacables, que gozaban en
aquellas angustias que habían de estremecer a la naturaleza. Mira alma mía,
mira llena de asombro como, sin embargo, aquella mirada divina es solo de amor
y perdón; mira aquel semblante lleno de bondad y dulzura; mira en medio de
tantos tormentos aquel rostro que promete la felicidad eterna a los mismos que
le torturan.
¡Bendito
seáis mil veces Jesús mío que tanto hicisteis por redimirnos!
Considera,
cristiano, aquel cuerpo que se encorva bajo la dolorosa pesadumbre de la Cruz,
mientras se renuevan sus llagas y se abren sus cruentas heridas: mira como
abraza aquel pesado madero, y como alzando los ojos a su Eterno Padre bendice
aquel momento en que ha de comenzar la Eterna reconciliación del linaje humano
con su Dios. El sumiso e inocente Isaac lleva sobre sus hombros la leña para el
sacrificio, pero no sabe dónde está la víctima del holocausto: nuestro Jesús
adorado sabe que le esperan los brazos
de aquella Cruz, sabe que ningún ángel suspenderá el decreto del
Altísimo, sabe que por voluntad de su Padre será inmolado para redimir la
humanidad.
Nuestro
Jesús queridísimo siente sobre sus hombros, no el peso de aquella Cruz que le
pusieron los verdugos, sino el de aquella otra representada por esta y formada
con los crímenes y pecados de los Hombres. Considera hermano mío que la Cruz
que lleva Jesús al Calvario son nuestros pecados y nuestras culpas; considera
que aquella Cruz, bajo cuya pesadumbre cae a tierra por tres veces, está
formada con nuestras malas acciones, obras y palabras; considera, que aquella
Cruz en que rinde a Dios su espíritu, está hecha con nuestras abominaciones;
considera hermano mío que diariamente cargamos los hombros de Jesús,
diariamente le hacemos pasar la calle de la Amargura, diariamente le
crucificamos con nuestros yerros y pecados.
Considera
que somos sus verdugos… ¿y hemos de tener valor para renovar tantas veces su
martirio, nosotros que tanto le queremos?
¡Oh
Ángeles de paz que lloráis con amargura a vista de la pasión de Nuestro Señor!,
enseñadnos a llorar las ignominias que sufrió nuestro Redentor y las graves ofensas
que hemos cometido contra su bondad! ¡Oh alma mía! ¿Cómo huyes de la Cruz,
viendo que Jesús la abraza tan gustoso? Permitidnos Jesús que os acompañemos y
que durante vuestro camino aprendamos de Vos el medio de gozaros eternamente.
ORACION PARA ESTE DIA
¡Oh
Dios supremo y fuerte que por tu amor infinito al hombre permitiste llevar
sobre tus hombros sus culpas y pecados, ofreciéndote en holocausto para
redimirle! Concédeme tu gracia y enciéndeme con un rayo de tu infinita caridad,
para que doliéndome de tu pasión sacrosanta y espantándome de mis abominaciones
pueda ayudarte a llevar la Cruz, para entrar asido a ella en la Corte
celestial. Amén.
-Recemos
tres Credos en memoria de las tres dolorosas caídas que dio nuestro Padre Jesús
Nazareno en el camino del Calvario.
El
primero por la salud espiritual y corporal del Sumo Pontífice y necesidades de
nuestra Santa Madre Iglesia.
El
segundo por la conversión de todos los pecadores.
Y
el tercero por nuestro bien espiritual y alivio y descanso de las benditas
almas del Purgatorio, especialmente por las que fueron más devotas de la
Sagrada Pasión.
ORACION PARA TODOS LOS DIAS
Misericordiosísimo
Jesús que por tu infinito amor al hombre no tan solo perdonaste sus culpas y
pecados, sino que consentiste sufrir por él todos los dolores juntos que es
capaz el corazón humano, y otros que solo a Dios es dado concebir: tú que por
redimirnos quisiste verte escupido y abofeteado, escarnecido y odiado,
maltratado, herido y llagado; tú que consentiste abrumar tus fuerzas con el
pesado leño en que habían de sacrificarte y permitiste que tu corazón se
despedazara viendo a tu dolorida Madre en la calle de la Amargura; tú que por
nuestro amor pasaste las angustias de la muerte y muerte de Cruz; concédeme el
don precioso de poder asistir con mi alma a tu pasión, de poder ayudarte en el
camino del Calvario, siguiéndote los pasos, de poder gustar la hiel que los verdugos
acercaron a tus labios, para que llorando por tus dolores y más aún por mis
culpas que los produjeron, se deshaga mi vida en llanto y penitencia, encuentre
una santa muerte abrazado a tus pies y goce contigo de la gloria eterna. Amén.
DIA SEGUNDO
En
este día se meditará sobre que Jesús cargado con la Cruz salió de la Ciudad
para subir al Calvario.
MEDITACION
El
divino Jesús cargado con el instrumento de su suplicio comienza a recorrer
aquella vía de la Amargura que había de conducirle al monte de las Calaveras.
Considera, alma mía, qué angustias se apoderarían de su santo cuerpo encorvado
bajo el peso enorme de la Cruz; qué dolores recorrerían sus carnes atarazadas y
desgarradas por los más impíos verdugos; qué ansias acometerían a su espíritu
sabiendo que llevaba sobre los hombros la culpa del linaje humano para lavarla
con su sangre en el lugar de la expiación.
Muévante,
alma mía, a compasión tormentos semejantes que solo el hijo de Dios pudo
sufrir: mírale ante tus ojos como si ahora mismo marchase con su Cruz a
cuestas; fíjate en ese cuerpo que tiembla, en esas piernas que flaquean y se doblan; levanta,
alma mía, los ojos a tu Jesús, y mírale que sufre y bendice, desfallece y ama;
recibe, espíritu mío, esa mirada que traspasa el corazón, y devuélvela en
amoroso culto a esa Santa Víctima que cae en tierra bajo el peso de tu culpa.
¡Ah, Jesús mío, qué ingratos somos contigo, qué olvidado te tenemos, y qué poco nos fijamos en tus enseñanzas!
Sí,
alma cristiana: considera que para mayor escarnio y sufrimiento han de llevarle
fuera de la Ciudad, a la cima de un monte, para que abrazado a la Cruz su
desnudo cuerpo sea pasto de las odiosas miradas de tanto cruel perseguidor;
considera que allí ha de verse lejos de todos y abandonado de todos, sintiendo
recorrer sus miembros las supremas angustias de la muerte; considera que allí
ha de padecer muchos y graves tormentos; considera que su rostro ha de verse
surcado por las lágrimas sin que ni los Ángeles que las envidiarían acudan a
enjugarlas.
Mírale,
alma mía, extendidos los brazos, cómo bendice al género humano implorando de su
padre el perdón; considera que por eso sale de la ciudad al campo, para que la
redención alcance a todos los pueblos y a las naciones todas para santificar al
mundo entero desde el lugar de su suplicio; piensa que esa vía sagrada que
recorre nos enseña el camino de la salvación, nos dice que no hay otro que el
del Calvario, que debemos ir a él cargados con nuestra Cruz, resignados y consagrados
por entero al amor de Dios a quien debemos amar en sus criaturas; medita que en
la Ciudad, a espaldas de Jesús, quedaban los goces terrenos, las pompas
mundanas, las riquezas y sensualidades, el lujos y sus desórdenes, los escribas
y fariseos y su falsa ciencia; piensa que Jesús caminaba hacia un monte estéril,
lugar de los suplicios donde no había que esperar ni pasajeros goces, ni
mentidas felicidades, donde solo aguardaba la espantosa muerte de Cruz. Pero
piensa, alma mía, que desde el suplicio al Cielo no había ya torturas ni
sufrimientos, que allí estaba y allí está siempre aguardando a los mártires del
mundo, a los imitadores de Cristo, la verdadera gloria, la felicidad eterna y
verdadera, la celestial Jerusalén.
Sal,
pues, alma mía, fuera de la Ciudad, fuera de la Jerusalén terrena, fuera del
mundo y de sus pompas y vanidades, con mi Jesús dulcísimo; síguele las pisadas
cargadas con sus improperios; aligérale esa carga enorme que rinde un momento
sus fuerzas; cambia con él una mirada de amor y consuelo; besa la huella de sus
divinos pasos marcada en el camino de espinas de la expiación; enjuga siquiera
una de esas lágrimas preciosas; dile, alma mía, cuánto le adoras, que subirás
con él hasta el Calvario, que no te apartarás del camino de su pasión y tu
penitencia, que participarás de sus angustias en el momento de su muerte.
¡Oh
alma mía! ¿Podrá detenerte el mundo insultando tu piedad o burlándose de tus
lágrimas? Acuérdate de mí Jesús y síguele. ¿Podrá detenerte el recuerdo de
frívolos o perjudiciales placeres? Mira a mi Jesús y síguele. ¿Te avergonzarás
de las humillaciones de Jesús para no imitarlas? Sal, alma mía, sal con Jesús,
sigue sus pisadas, carga con sus improperios, ve con él al Calvario, que allí
premiará tu pasajero sufrir con eternidades de gloria.
ORACION PARA ESTE DIA
¡Soberano
Señor mío! Tú que muriendo fuera de Jerusalén nos enseñaste que morías por
todos los hombres y despreciabas las glorias y vanidades de este mundo, imprime
en mi alma la fuerza suficiente para que abandonando los vicios y pecados en
que he vivido sumergido, tome mi Cruz y salga con ella al camino de la
penitencia, siguiendo las divinas huellas que nos dejaste trazadas para
alcanzar la gloria eterna. Amén.
DIA TERCERO
En
este se meditará sobre el encuentro de Jesús con su Santísima Madre en la calle
de la Amargura.
MEDITACION
Contempla
alma devota el espectáculo doloroso que ofrece la calle de la Amargura: Jesús
Nazareno está rodeado de una turba de impíos sayones y de un pueblo embrutecido
que ansía verle pendiente de la Cruz; a su lado caminan dos ladrones, dos
criminales, con los cuales han igualado a aquel Varón justo, que nunca
tuvo mancha; las trompetas clamorosas
dominan el murmullo de aquel pueblo deicida; la voz del pregonero se impone y
hace resonar los más lejanos ecos con las palabras que anuncian la sentencia;
el murmullo se reproduce; Jesús camina poco a poco agobiado su cuerpo,
ensangrentado y empolvado el rostro y cubierto de las salivas que osan escupir
en su santa faz aquellos malvados. Un rastro de sangre señala su paso, su
debilidad aumenta; y en tanto, los verdugos, asidos a las sogas que rodean su
cuello y cintura, tiran de ellas para arrastrarle o le detienen con ellas para
causarle mayor martirio. Estas violencias le hacen vacilar bajo el peso de la Cruz,
da una mortal caída que le causa horribles y dolorosas llagas en sus rodillas;
pero lejos de sucumbir, mientras uno de los sayones levanta un poco el
instrumento del suplicio, alza sus ojos hermosísimos a su Eterno Padre, le
ofrece aquella nueva tortura en expiación del pecado del hombre y con
resignación divina se incorpora un poco y abraza lleno de bondad sublime aquel
madero en que sabe ha de padecer.
¿Podéis
sufrir más, Jesús mío? Sí, que le aguarda otro dolor inconcebible: ha visto a
su Madre: ambos se contemplan un momento, sus ojos brillan, un mundo
inconcebible de amores divinos tiembla en aquellas divinas pupilas; un dolor
más agudo que el frío penetrante de cien dardos al pasar el corazón les causa
su despedida; dos lágrimas humedecen los párpados de ambos: María cae
desfallecida en los brazos de las piadosas mujeres, y Jesús irguiéndose abraza
con más fuerza el instrumento de su martirio.
¡Qué
ejemplo tan grandioso y qué enseñanza tan grande para el alma cristiana!
Contempla de qué suerte Jesús que debe ser nuestro modelo y guía hacia el
Calvario no sólo volviendo la espalda a las vanidades del hombre, que nunca
pudieron hacerle mella, sino lo que es más grande y doloroso dejando en su
camino el amor de su Santísima Madre, aquel verdadero y sin igual bien que solo
al Hijo de Dios fue dado disfrutar. ¿Qué obstáculo podrá detenernos en el
camino de nuestro Calvario que sea comparable a la prueba sufrida por nuestro
Jesús al tener que apartarse de la Divina María? ¿Qué dolor podrá producirnos
la penitencia y la expiación que ni aun de lejos sea comparable al de nuestro
Señor cuando vio que alejaban de él a su Madre adorada? ¿Qué bienes podríamos
hallar en nuestra imaginación para no resignarnos con nuestra Cruz, que no
fuera insensato comparar con el amor dulcísimo de esta incomparable María?
¡Ah!
No, no; mi alma no discute, se rinde ante la evidencia; se siente traspasada
por una mínima parte del dolor que sintieron Jesús y María en la calle de la
Amargura; llora con ellos las abominaciones del hombre; se abrazará más
fuertemente a su Cruz, y emprendiendo con más ánimo el camino del Calvario, que
a todos nos aguarda, rogará a ese Jesús amantísimo ya esa María todo amor, que
la recojan después de la muerte en el seno del Padre celestial.
ORACION PARA ESTE DIA
Amantísimo
Jesús que al dirigirte al sacrificio pasaste la angustia suprema de ver a tu
adorada Madre, la Virgen María, traspasada de dolor, maltratada y apartada de
ti por tus crueles verdugos. Compadécete de mi alma y otórgale la gracia necesaria
para que no se detenga en el camino de su salvación por ninguna clase de
consideraciones por grandes y legítimas que parezcan. Dame la virtud suficiente
para no apartarme de ti y poderte gozar eternamente en otra vida. Amén.
DIA CUARTO
En
este día se meditará de cuando el Cirineo ayudó a llevar la Cruz a Jesús.
MEDITACION
No
abandones a Jesús alma cristiana, en su dolorosa marcha hacia el Calvario,
considérale cada vez más atormentado y débil, insultado por las turbas que, en
vez de compadecerle, le gritan: “¿No eres tú el Hijo de Dios?” “¿No eres capaz
de destruir el templo y reedificarlo en tres días?” “¿Cómo siendo tan poderoso
sucumbes bajo esa Cruz?”.
Mírale
humilde y sumiso arrastrar aquel madero sin llamar en su auxilio las legiones
celestiales: mírales entreabierta su santa boca por la cual apenas pasa ya el
aliento y no implora el auxilio de su Eterno Padre; mírale hecho una llaga
viva, extenuado, lloroso, y no permite hacer un milagro que confunda a la vil
muchedumbre que le persigue.
Jesús
se deja agobiar por la Cruz, Jesús se deja sucumbir, Jesús permite que su cuerpo
se vea atormentado por cruelísimos martirios, más lo hace para que sus verdugos
cumplan los decretos de la Providencia, le busquen un auxiliar que cargue con
la cruz a la par de Él, y hagan ver a los cristianos que la Cruz del Redentor,
es de Jesús y de los hombres, y más de los hombres que de Jesús.
Considera,
alma mía, que el divino Jesús quiso enseñarte que todos hemos contribuido al
peso de aquella Cruz y que todos debemos aligerar la enorme pesadumbre que le
agobia. ¡Oh feliz y mil veces feliz Simón, que fuiste elegido para aliviar a
Jesucristo! ¡Oh dulce Salvador mío: qué consuelo tan grande para mí el de saber
que puedo ayudaros, calmar vuestras angustias y fatigas, y enjugar una parte de
ese sangriento sudor que baña vuestro Santo rostro!
¡Oh
alma mía! Contempla a tu Jesús y no seas más cruel que sus mismos verdugos;
prepárate a llevar tu Cruz; ofrécele tus penas y aflicciones; bendice los
contratiempos de la suerte y de la fortuna; forme tu Cruz con esas amarguras
que despedazan tu corazón: ponla en tus hombros como deben hacer los escogidos;
preséntate con ella a Jesús y dile: “Aquí me tienes Jesús mío, estoy pronto a
seguirte, mírame agobiado por los dolores del mundo, mira mi corazón hecho
pedazos, tómame bajo tu protección; tu
martirio y tu pasión me conviertan a Dios; iré contigo al Calvario y tú Jesús
mío me ayudarás a sufrir y morir por ti”.
ORACION PARA ESTE DIA
¡Jesús
mío adorado! Permite que recordando como aquel extranjero te ayudó a llevar la
Cruz en el camino del Calvario, lleve yo la mía por tu amor. Auxíliame para que
haga el camino de mi Cruz con humildad y resignación, adorándote y
bendiciéndote, hasta que llegada la hora de mi muerte me recojas en tu seno por
un sinfín de eternidades. Amén.
DIA QUINTO
En
este día se meditará sobre el encuentro con las piadosas mujeres y llegada al
Calvario.
MEDITACION
Considera
alma cristiana que ayudado Jesús por Simón Cirineo continuó su marcha hacia el
Calvario entre el escarnio y burla del pueblo que le rodeaba. Observa, no
obstante que unas piadosas mujeres viéndole caminar sudando el rostro, cuajada
la sangre que caía de su frente, llena su Santa Faz de asquerosas salivas,
desolladas y acardenaladas sus hermosas mejillas, descalzos y ensangrentados
los pies, compadecidas de su estado lloraron amargamente. Piensa cual fue la
contestación de Jesús: “No lloréis por mí, hijas de Jerusalén, llorad por
vosotras y por vuestros hijos”.
Medita,
alma mía, esas palabras de Jesús; no lloréis por mis tormentos les quiere
decir, derramad, sí, lágrimas copiosas por los castigos que os amenazan si
despreciáis mi sangre; no llorar por mí que soy Dios de fortaleza y triunfaré
de la muerte, derramad lágrimas abundantes por vosotras sino triunfáis de las
pasiones que os llevarán a la muerte eterna; no lloréis por mí, que soy Dios
poderoso y saldré resplandeciente del sepulcro, llorad por vosotras sino salís
del sepulcro de vuestros vicios y pecados. Sí, alma cristiana, considera que,
si el encuentro con las piadosas mujeres fue un dolor agudísimo para Jesús, que
sentía compasión hacia aquel pueblo que se iba a manchar con el deicidio, su
dolor se tornó en enseñanza divina al expresarse por los divinos labios del
Cordero santo.
Llora,
pues, alma mía, llora por tu querido Jesús, pero llora más por tus culpas: no
te encierres en el sepulcro de tus vicios; apártate de tus vicios; apártate de
esas pasiones que te seducen; ven con tu Jesús y ayúdale a levantar cuando casi
exánime cae en el camino de la Montaña Santa; besa ese precioso rastro de
sangre; llega con Él adonde le aguarda la Justicia divina que ha de inmolarle
como víctima: haz que pase por tu rostro la vergüenza que Jesús pasó al ser
despojado de sus vestiduras; que tus miembros experimenten aquel dolor que
sufrió cuando le descoyuntaron; que tus manos y pies sientan el frío y punzante
taladro de los clavos; que se estremezca tu cuerpo a los golpes del martillo y
resuene en tus entrañas aquel impío remache; siéntate alma mía elevada sobre la
Cruz y llora entonces: llora tus abominaciones que clavaron a Jesús en ella:
tus pecados que le tienen pendiente en ella; tus culpas que le producen la
agonía que sufrió en ella. Llora tus pasiones y tus crímenes, alma cristiana,
porque ese Dios que se levanta en la cima del Calvario no será contigo en el
Paraíso sino te arrepientes y lloras; llora más y más, duélete de nuestro
amantísimo Jesús a quien has crucificado; pero tiembla por ti misma si con tu
arrepentimiento no te haces digna de su protección. ¡Oh Jesús mío, no más
pecado, no más vicio, no más sensualidad! Dame tu Cruz, Jesús de mi alma y
condúceme al Calvario para alcanzar desde allí la salud eterna.
ORACION PARA ESTE DIA
Jesús
adorado, dulce Jesús de mi vida, Señor y Redentor mío: tú que recomendaste el
llanto de sus culpas a las mujeres piadosas, concédeme el don de lágrimas,
abrasa mi corazón en divino amor y arrepentimiento infinito: hazme sentir lo
inmenso de mi culpa que te tiene clavado en ese madero y concédeme gracia para
gozar de tu vista en la mansión celestial. Amén.
-Colaboración de Carlos Villaman
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