miércoles, 20 de octubre de 2021

QUINARIO A JESÚS NAZARENO


DEVOTO QUINARIO A JESUS NAZARENO.

En memoria y devoción de lo que Nuestro Padre Jesús Nazareno padeció desde que se pronunció su inicua sentencia hasta que murió crucificado en la Santa Cruz.

 

Escrito por Don Antonio Aguilar y Cano. Imprenta Librería y Encuadernación de J. Estrada Muñoz. Plaza 19. Puente-Jenil. Córdoba, España. Año de 1893.

 

 

El que no tome su cruz y viene en mi seguimiento, no puede ser mi verdadero discípulo. (Lucas 14, 27)

 

 

ACTO DE CONTRICION

Señor mío Jesucristo, vos a quien amo, a quien venero, en quien espero y confío, aquí me tenéis a vuestras plantas que soy indigno de besar, pesaroso y contrito de mis culpas, arrepentido de las graves ofensas que os he inferido, y dispuesto a morir antes que aumentar vuestra pasión con mis pecados. Derramad en mi alma la gracia necesaria para que mi dolor y arrepentimiento se aumenten y me causen la muerte, antes de permitirme volver a la vida del pecado. Abrasad mi corazón en el fuego santo que ahora me consume, haced que mis lágrimas mezcladas con vuestra preciosa sangre sean el alimento de mi triste y pecadora vida. Acogedme bajo vuestro amparo clementísimo, que os pido triste, humillado y contrito. Perdón Jesús Nazareno de mi alma; perdón por la virtud infinita de vuestra sangre preciosísima; perdón por el amor de vuestra Santísima Madre, la Virgen de los Dolores; perdón Dios mío que yo aprendiendo a imitarte en este Santo quinario, te serviré y amaré hasta el fin de mi vida. Amén.

 

 

DIA PRIMERO

En este día se meditará sobre haber puesto los judíos la pesada Cruz en los hombros de nuestros amantísimo Jesús

 

MEDITACION

Mira, alma cristiana, como pronunciada la sentencia de muerte contra el Dulcísimo Jesús, entrega su cuerpo en manos de aquellos infames verdugos, que con furor satánico arrancan la corona de espinas de su preciosa frente, sangrienta y desgarrada: arrebatan el andrajo de púrpura que por burla ciñeron antes a su cuerpo, le visten aquella túnica inconsútil labrada por su Divina Madre, clavan de nuevo las punzantes espinas en sus sienes, rodean su cuerpo con sogas asperísimas y de este modo lo sacan a las puertas del Pretorio donde ya le aguarda la Cruz.

Considera aquel cuerpo flagelado, llagado, atormentado por los medios más crueles; mira sus músculos contraídos por el dolor, sus llagas destilando sangre, sus carnes estremecidas por el martirio; considera a nuestro adorado Jesús bebiendo el amargo cáliz de tanta amargura, rodeado de enemigos implacables, que gozaban en aquellas angustias que habían de estremecer a la naturaleza. Mira alma mía, mira llena de asombro como, sin embargo, aquella mirada divina es solo de amor y perdón; mira aquel semblante lleno de bondad y dulzura; mira en medio de tantos tormentos aquel rostro que promete la felicidad eterna a los mismos que le torturan.

 

¡Bendito seáis mil veces Jesús mío que tanto hicisteis por redimirnos!

 

Considera, cristiano, aquel cuerpo que se encorva bajo la dolorosa pesadumbre de la Cruz, mientras se renuevan sus llagas y se abren sus cruentas heridas: mira como abraza aquel pesado madero, y como alzando los ojos a su Eterno Padre bendice aquel momento en que ha de comenzar la Eterna reconciliación del linaje humano con su Dios. El sumiso e inocente Isaac lleva sobre sus hombros la leña para el sacrificio, pero no sabe dónde está la víctima del holocausto: nuestro Jesús adorado sabe que le esperan los brazos  de aquella Cruz, sabe que ningún ángel suspenderá el decreto del Altísimo, sabe que por voluntad de su Padre será inmolado para redimir la humanidad.

Nuestro Jesús queridísimo siente sobre sus hombros, no el peso de aquella Cruz que le pusieron los verdugos, sino el de aquella otra representada por esta y formada con los crímenes y pecados de los Hombres. Considera hermano mío que la Cruz que lleva Jesús al Calvario son nuestros pecados y nuestras culpas; considera que aquella Cruz, bajo cuya pesadumbre cae a tierra por tres veces, está formada con nuestras malas acciones, obras y palabras; considera, que aquella Cruz en que rinde a Dios su espíritu, está hecha con nuestras abominaciones; considera hermano mío que diariamente cargamos los hombros de Jesús, diariamente le hacemos pasar la calle de la Amargura, diariamente le crucificamos con nuestros yerros y pecados.

 

Considera que somos sus verdugos… ¿y hemos de tener valor para renovar tantas veces su martirio, nosotros que tanto le queremos?

¡Oh Ángeles de paz que lloráis con amargura a vista de la pasión de Nuestro Señor!, enseñadnos a llorar las ignominias que sufrió nuestro Redentor y las graves ofensas que hemos cometido contra su bondad! ¡Oh alma mía! ¿Cómo huyes de la Cruz, viendo que Jesús la abraza tan gustoso? Permitidnos Jesús que os acompañemos y que durante vuestro camino aprendamos de Vos el medio de gozaros eternamente.

 

 

ORACION PARA ESTE DIA

¡Oh Dios supremo y fuerte que por tu amor infinito al hombre permitiste llevar sobre tus hombros sus culpas y pecados, ofreciéndote en holocausto para redimirle! Concédeme tu gracia y enciéndeme con un rayo de tu infinita caridad, para que doliéndome de tu pasión sacrosanta y espantándome de mis abominaciones pueda ayudarte a llevar la Cruz, para entrar asido a ella en la Corte celestial. Amén.

 

-Recemos tres Credos en memoria de las tres dolorosas caídas que dio nuestro Padre Jesús Nazareno en el camino del Calvario.

 

El primero por la salud espiritual y corporal del Sumo Pontífice y necesidades de nuestra Santa Madre Iglesia.

 

El segundo por la conversión de todos los pecadores.

 

Y el tercero por nuestro bien espiritual y alivio y descanso de las benditas almas del Purgatorio, especialmente por las que fueron más devotas de la Sagrada Pasión.

 

 

 

ORACION PARA TODOS LOS DIAS

Misericordiosísimo Jesús que por tu infinito amor al hombre no tan solo perdonaste sus culpas y pecados, sino que consentiste sufrir por él todos los dolores juntos que es capaz el corazón humano, y otros que solo a Dios es dado concebir: tú que por redimirnos quisiste verte escupido y abofeteado, escarnecido y odiado, maltratado, herido y llagado; tú que consentiste abrumar tus fuerzas con el pesado leño en que habían de sacrificarte y permitiste que tu corazón se despedazara viendo a tu dolorida Madre en la calle de la Amargura; tú que por nuestro amor pasaste las angustias de la muerte y muerte de Cruz; concédeme el don precioso de poder asistir con mi alma a tu pasión, de poder ayudarte en el camino del Calvario, siguiéndote los pasos, de poder gustar la hiel que los verdugos acercaron a tus labios, para que llorando por tus dolores y más aún por mis culpas que los produjeron, se deshaga mi vida en llanto y penitencia, encuentre una santa muerte abrazado a tus pies y goce contigo de la gloria eterna. Amén.

 

 

DIA SEGUNDO

En este día se meditará sobre que Jesús cargado con la Cruz salió de la Ciudad para subir al Calvario.

 

MEDITACION

El divino Jesús cargado con el instrumento de su suplicio comienza a recorrer aquella vía de la Amargura que había de conducirle al monte de las Calaveras. Considera, alma mía, qué angustias se apoderarían de su santo cuerpo encorvado bajo el peso enorme de la Cruz; qué dolores recorrerían sus carnes atarazadas y desgarradas por los más impíos verdugos; qué ansias acometerían a su espíritu sabiendo que llevaba sobre los hombros la culpa del linaje humano para lavarla con su sangre en el lugar de la expiación.

Muévante, alma mía, a compasión tormentos semejantes que solo el hijo de Dios pudo sufrir: mírale ante tus ojos como si ahora mismo marchase con su Cruz a cuestas; fíjate en ese cuerpo que tiembla, en esas  piernas que flaquean y se doblan; levanta, alma mía, los ojos a tu Jesús, y mírale que sufre y bendice, desfallece y ama; recibe, espíritu mío, esa mirada que traspasa el corazón, y devuélvela en amoroso culto a esa Santa Víctima que cae en tierra bajo el peso de tu culpa. ¡Ah, Jesús mío, qué ingratos somos contigo, qué olvidado te tenemos,  y qué poco nos fijamos en tus enseñanzas!

 

Sí, alma cristiana: considera que para mayor escarnio y sufrimiento han de llevarle fuera de la Ciudad, a la cima de un monte, para que abrazado a la Cruz su desnudo cuerpo sea pasto de las odiosas miradas de tanto cruel perseguidor; considera que allí ha de verse lejos de todos y abandonado de todos, sintiendo recorrer sus miembros las supremas angustias de la muerte; considera que allí ha de padecer muchos y graves tormentos; considera que su rostro ha de verse surcado por las lágrimas sin que ni los Ángeles que las envidiarían acudan a enjugarlas.

Mírale, alma mía, extendidos los brazos, cómo bendice al género humano implorando de su padre el perdón; considera que por eso sale de la ciudad al campo, para que la redención alcance a todos los pueblos y a las naciones todas para santificar al mundo entero desde el lugar de su suplicio; piensa que esa vía sagrada que recorre nos enseña el camino de la salvación, nos dice que no hay otro que el del Calvario, que debemos ir a él cargados con nuestra Cruz, resignados y consagrados por entero al amor de Dios a quien debemos amar en sus criaturas; medita que en la Ciudad, a espaldas de Jesús, quedaban los goces terrenos, las pompas mundanas, las riquezas y sensualidades, el lujos y sus desórdenes, los escribas y fariseos y su falsa ciencia; piensa que Jesús caminaba hacia un monte estéril, lugar de los suplicios donde no había que esperar ni pasajeros goces, ni mentidas felicidades, donde solo aguardaba la espantosa muerte de Cruz. Pero piensa, alma mía, que desde el suplicio al Cielo no había ya torturas ni sufrimientos, que allí estaba y allí está siempre aguardando a los mártires del mundo, a los imitadores de Cristo, la verdadera gloria, la felicidad eterna y verdadera, la celestial Jerusalén.

 

Sal, pues, alma mía, fuera de la Ciudad, fuera de la Jerusalén terrena, fuera del mundo y de sus pompas y vanidades, con mi Jesús dulcísimo; síguele las pisadas cargadas con sus improperios; aligérale esa carga enorme que rinde un momento sus fuerzas; cambia con él una mirada de amor y consuelo; besa la huella de sus divinos pasos marcada en el camino de espinas de la expiación; enjuga siquiera una de esas lágrimas preciosas; dile, alma mía, cuánto le adoras, que subirás con él hasta el Calvario, que no te apartarás del camino de su pasión y tu penitencia, que participarás de sus angustias en el momento de su muerte.

¡Oh alma mía! ¿Podrá detenerte el mundo insultando tu piedad o burlándose de tus lágrimas? Acuérdate de mí Jesús y síguele. ¿Podrá detenerte el recuerdo de frívolos o perjudiciales placeres? Mira a mi Jesús y síguele. ¿Te avergonzarás de las humillaciones de Jesús para no imitarlas? Sal, alma mía, sal con Jesús, sigue sus pisadas, carga con sus improperios, ve con él al Calvario, que allí premiará tu pasajero sufrir con eternidades de gloria.

 

 

ORACION PARA ESTE DIA

¡Soberano Señor mío! Tú que muriendo fuera de Jerusalén nos enseñaste que morías por todos los hombres y despreciabas las glorias y vanidades de este mundo, imprime en mi alma la fuerza suficiente para que abandonando los vicios y pecados en que he vivido sumergido, tome mi Cruz y salga con ella al camino de la penitencia, siguiendo las divinas huellas que nos dejaste trazadas para alcanzar la gloria eterna. Amén.

 

 

 

 

DIA TERCERO

En este se meditará sobre el encuentro de Jesús con su Santísima Madre en la calle de la Amargura.

 

MEDITACION

Contempla alma devota el espectáculo doloroso que ofrece la calle de la Amargura: Jesús Nazareno está rodeado de una turba de impíos sayones y de un pueblo embrutecido que ansía verle pendiente de la Cruz; a su lado caminan dos ladrones, dos criminales, con los cuales han igualado a aquel Varón justo, que nunca tuvo  mancha; las trompetas clamorosas dominan el murmullo de aquel pueblo deicida; la voz del pregonero se impone y hace resonar los más lejanos ecos con las palabras que anuncian la sentencia; el murmullo se reproduce; Jesús camina poco a poco agobiado su cuerpo, ensangrentado y empolvado el rostro y cubierto de las salivas que osan escupir en su santa faz aquellos malvados. Un rastro de sangre señala su paso, su debilidad aumenta; y en tanto, los verdugos, asidos a las sogas que rodean su cuello y cintura, tiran de ellas para arrastrarle o le detienen con ellas para causarle mayor martirio. Estas violencias le hacen vacilar bajo el peso de la Cruz, da una mortal caída que le causa horribles y dolorosas llagas en sus rodillas; pero lejos de sucumbir, mientras uno de los sayones levanta un poco el instrumento del suplicio, alza sus ojos hermosísimos a su Eterno Padre, le ofrece aquella nueva tortura en expiación del pecado del hombre y con resignación divina se incorpora un poco y abraza lleno de bondad sublime aquel madero en que sabe ha de padecer.

¿Podéis sufrir más, Jesús mío? Sí, que le aguarda otro dolor inconcebible: ha visto a su Madre: ambos se contemplan un momento, sus ojos brillan, un mundo inconcebible de amores divinos tiembla en aquellas divinas pupilas; un dolor más agudo que el frío penetrante de cien dardos al pasar el corazón les causa su despedida; dos lágrimas humedecen los párpados de ambos: María cae desfallecida en los brazos de las piadosas mujeres, y Jesús irguiéndose abraza con más fuerza el instrumento de su martirio.

 

¡Qué ejemplo tan grandioso y qué enseñanza tan grande para el alma cristiana! Contempla de qué suerte Jesús que debe ser nuestro modelo y guía hacia el Calvario no sólo volviendo la espalda a las vanidades del hombre, que nunca pudieron hacerle mella, sino lo que es más grande y doloroso dejando en su camino el amor de su Santísima Madre, aquel verdadero y sin igual bien que solo al Hijo de Dios fue dado disfrutar. ¿Qué obstáculo podrá detenernos en el camino de nuestro Calvario que sea comparable a la prueba sufrida por nuestro Jesús al tener que apartarse de la Divina María? ¿Qué dolor podrá producirnos la penitencia y la expiación que ni aun de lejos sea comparable al de nuestro Señor cuando vio que alejaban de él a su Madre adorada? ¿Qué bienes podríamos hallar en nuestra imaginación para no resignarnos con nuestra Cruz, que no fuera insensato comparar con el amor dulcísimo de esta incomparable María?

¡Ah! No, no; mi alma no discute, se rinde ante la evidencia; se siente traspasada por una mínima parte del dolor que sintieron Jesús y María en la calle de la Amargura; llora con ellos las abominaciones del hombre; se abrazará más fuertemente a su Cruz, y emprendiendo con más ánimo el camino del Calvario, que a todos nos aguarda, rogará a ese Jesús amantísimo ya esa María todo amor, que la recojan después de la muerte en el seno del Padre celestial.

 

 

ORACION PARA ESTE DIA

Amantísimo Jesús que al dirigirte al sacrificio pasaste la angustia suprema de ver a tu adorada Madre, la Virgen María, traspasada de dolor, maltratada y apartada de ti por tus crueles verdugos. Compadécete de mi alma y otórgale la gracia necesaria para que no se detenga en el camino de su salvación por ninguna clase de consideraciones por grandes y legítimas que parezcan. Dame la virtud suficiente para no apartarme de ti y poderte gozar eternamente en otra vida. Amén.

 

 

 

 

DIA CUARTO

En este día se meditará de cuando el Cirineo ayudó a llevar la Cruz a Jesús.

 

MEDITACION

No abandones a Jesús alma cristiana, en su dolorosa marcha hacia el Calvario, considérale cada vez más atormentado y débil, insultado por las turbas que, en vez de compadecerle, le gritan: “¿No eres tú el Hijo de Dios?” “¿No eres capaz de destruir el templo y reedificarlo en tres días?” “¿Cómo siendo tan poderoso sucumbes bajo esa Cruz?”.

Mírale humilde y sumiso arrastrar aquel madero sin llamar en su auxilio las legiones celestiales: mírales entreabierta su santa boca por la cual apenas pasa ya el aliento y no implora el auxilio de su Eterno Padre; mírale hecho una llaga viva, extenuado, lloroso, y no permite hacer un milagro que confunda a la vil muchedumbre que le persigue.

Jesús se deja agobiar por la Cruz, Jesús se deja sucumbir, Jesús permite que su cuerpo se vea atormentado por cruelísimos martirios, más lo hace para que sus verdugos cumplan los decretos de la Providencia, le busquen un auxiliar que cargue con la cruz a la par de Él, y hagan ver a los cristianos que la Cruz del Redentor, es de Jesús y de los hombres, y más de los hombres que de Jesús.

 

Considera, alma mía, que el divino Jesús quiso enseñarte que todos hemos contribuido al peso de aquella Cruz y que todos debemos aligerar la enorme pesadumbre que le agobia. ¡Oh feliz y mil veces feliz Simón, que fuiste elegido para aliviar a Jesucristo! ¡Oh dulce Salvador mío: qué consuelo tan grande para mí el de saber que puedo ayudaros, calmar vuestras angustias y fatigas, y enjugar una parte de ese sangriento sudor que baña vuestro Santo rostro!

¡Oh alma mía! Contempla a tu Jesús y no seas más cruel que sus mismos verdugos; prepárate a llevar tu Cruz; ofrécele tus penas y aflicciones; bendice los contratiempos de la suerte y de la fortuna; forme tu Cruz con esas amarguras que despedazan tu corazón: ponla en tus hombros como deben hacer los escogidos; preséntate con ella a Jesús y dile: “Aquí me tienes Jesús mío, estoy pronto a seguirte, mírame agobiado por los dolores del mundo, mira mi corazón hecho pedazos, tómame bajo tu  protección; tu martirio y tu pasión me conviertan a Dios; iré contigo al Calvario y tú Jesús mío me ayudarás a sufrir y morir por ti”.

 

 

ORACION PARA ESTE DIA

¡Jesús mío adorado! Permite que recordando como aquel extranjero te ayudó a llevar la Cruz en el camino del Calvario, lleve yo la mía por tu amor. Auxíliame para que haga el camino de mi Cruz con humildad y resignación, adorándote y bendiciéndote, hasta que llegada la hora de mi muerte me recojas en tu seno por un sinfín de eternidades. Amén.

 

 

 

 

DIA QUINTO

En este día se meditará sobre el encuentro con las piadosas mujeres y llegada al Calvario.

 

MEDITACION

Considera alma cristiana que ayudado Jesús por Simón Cirineo continuó su marcha hacia el Calvario entre el escarnio y burla del pueblo que le rodeaba. Observa, no obstante que unas piadosas mujeres viéndole caminar sudando el rostro, cuajada la sangre que caía de su frente, llena su Santa Faz de asquerosas salivas, desolladas y acardenaladas sus hermosas mejillas, descalzos y ensangrentados los pies, compadecidas de su estado lloraron amargamente. Piensa cual fue la contestación de Jesús: “No lloréis por mí, hijas de Jerusalén, llorad por vosotras y por vuestros hijos”.

Medita, alma mía, esas palabras de Jesús; no lloréis por mis tormentos les quiere decir, derramad, sí, lágrimas copiosas por los castigos que os amenazan si despreciáis mi sangre; no llorar por mí que soy Dios de fortaleza y triunfaré de la muerte, derramad lágrimas abundantes por vosotras sino triunfáis de las pasiones que os llevarán a la muerte eterna; no lloréis por mí, que soy Dios poderoso y saldré resplandeciente del sepulcro, llorad por vosotras sino salís del sepulcro de vuestros vicios y pecados. Sí, alma cristiana, considera que, si el encuentro con las piadosas mujeres fue un dolor agudísimo para Jesús, que sentía compasión hacia aquel pueblo que se iba a manchar con el deicidio, su dolor se tornó en enseñanza divina al expresarse por los divinos labios del Cordero santo.

 

Llora, pues, alma mía, llora por tu querido Jesús, pero llora más por tus culpas: no te encierres en el sepulcro de tus vicios; apártate de tus vicios; apártate de esas pasiones que te seducen; ven con tu Jesús y ayúdale a levantar cuando casi exánime cae en el camino de la Montaña Santa; besa ese precioso rastro de sangre; llega con Él adonde le aguarda la Justicia divina que ha de inmolarle como víctima: haz que pase por tu rostro la vergüenza que Jesús pasó al ser despojado de sus vestiduras; que tus miembros experimenten aquel dolor que sufrió cuando le descoyuntaron; que tus manos y pies sientan el frío y punzante taladro de los clavos; que se estremezca tu cuerpo a los golpes del martillo y resuene en tus entrañas aquel impío remache; siéntate alma mía elevada sobre la Cruz y llora entonces: llora tus abominaciones que clavaron a Jesús en ella: tus pecados que le tienen pendiente en ella; tus culpas que le producen la agonía que sufrió en ella. Llora tus pasiones y tus crímenes, alma cristiana, porque ese Dios que se levanta en la cima del Calvario no será contigo en el Paraíso sino te arrepientes y lloras; llora más y más, duélete de nuestro amantísimo Jesús a quien has crucificado; pero tiembla por ti misma si con tu arrepentimiento no te haces digna de su protección. ¡Oh Jesús mío, no más pecado, no más vicio, no más sensualidad! Dame tu Cruz, Jesús de mi alma y condúceme al Calvario para alcanzar desde allí la salud eterna.

 

 

ORACION PARA ESTE DIA

Jesús adorado, dulce Jesús de mi vida, Señor y Redentor mío: tú que recomendaste el llanto de sus culpas a las mujeres piadosas, concédeme el don de lágrimas, abrasa mi corazón en divino amor y arrepentimiento infinito: hazme sentir lo inmenso de mi culpa que te tiene clavado en ese madero y concédeme gracia para gozar de tu vista en la mansión celestial. Amén.

 

-Colaboración de Carlos Villaman 

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