DÍA
DÉCIMO OCTAVO
AUXILIO
DE LOS ÁNGELES CUSTODIOS EN LOS PELIGROS DEL ALMA Y CUERPO
MEDITACIÓN
PUNTO
1º. Considera, alma mía, que si la Providencia amorosa de Dios cuida de todas
las criaturas dándoles el ser y conservándolas en él, los Ángeles son los
ejecutores inmediatos de todos sus benéficos planes, de tal manera, que ninguna
puede sustraerse á la acción angélica; más entre los seres que están bajo la
custodia de los Ángeles, ninguno tiene mayor necesidad de sus constantes
cuidados y atenciones, que el hombre; pues somos de una naturaleza ciega,
impresionable y muy fácil de encañar! por efecto del pecado original, nuestra
inteligencia está obscurecida, las pasiones desencadenadas, y los peligros que
nos ro lean por todas partes son innumerables; v sin la asistencia y protección
de un Ángel tutelar que nos dirija y guie, no podríamos gobernar nuestros
desenfrenados instintos, y, siempre en insurrección, nuestra pérdida seria
segura e irreparable; nada importa que sea Risible la mano que nos resguarda en
mecho de tanto peligro, no por esto deja de ser menos cierta v segura su
protección. Solo a los santos ha sido concedido sentir palpablemente y ver
corporalmente á sus Ángeles custodios, experimentando visiblemente su amorosa
protección; pero si escuchamos la voz poderosa de la fe y los autorizados
acentos de nuestra conciencia, reconoceremos que con no menos tierna solicitud
que á los santos, nuestros Ángeles custodios nos cuidan, protegen y defienden
de cuantos enemigos nos declaran encarnizada.
PUNTO
2º Considera
que el hombre está expuesto desde su infancia á multitud de peligros en el
cuerpo como en el alma, la naturaleza, los animales, los hombres los demonios,
son enemigos que atentan muchas veces contra nuestra existencia, apenas se
aleja el niño del regazo de la madre ó de los brazos de la nodri.sa, cuando
parece hallar una muerte casi segura en el aire, en el fuego, en el agua y
hasta en la tierra misma que comienza á pisar débilmente. ¿Quién no recuerda
diversos lances que llegaron á ponerle al borde del sepulcro? Y es de advertir
que lejos de disminuirse los peligros con la edad, por el contrario, se
multiplican más y más: expuestos estarnos muchas veces á ser mordidos por los
perros, maltratados por los caballos, devorados por las fieras, picados por
animales ponzoñosos; los elementos nos amenazan constantemente, como los
temblores de tierra, las inundaciones, los incendios, el rayo, la caída de un
techo, etc., etc. Contra todos estos peligros y otros semejantes, nuestros
Ángeles nos cuidan en la medida y límites fijados por Dios. Recuerdo que una
tarde volvía á caballo de una confesión, de repente se encabritó el animal y no
caminaba de frente, sino de lado, procuré examinarla causa, y noté lleno de
asombro que á media calle se encontraba un niño como de dos años sentado, que
no tuvo tiempo de retirarse pues distada del caballo cerca de dos pies'
entonces tiré fuertemente de las riendas vanos esfuerzos, el animal avanzó,
pasando por encima del niño y quedando éste precisamente entre las cuatro
patas, sin que lo tocaran, saliendo ileso y salvo del lance. ¿Quién libró á
aquella criatura? los dulces nombres que invoqué y el Ángel de su guarda que
dirigió los pasos del caballo. Semejante á este hecho, ¿quiénes hay que no
puedan referir otros muchos con los cuales pudieran llenarse grandes volúmenes?
Sin embargo, pasan inadvertidos y no se reconoce la mano bienhechora que tantos
beneficios prodiga. Mas si son muchos los peligros del cuerpo, los del alma son
todavía mayores en número y calidad, y por lo mismo incomparablemente más
temibles; pues que nuestro Señor Jesucristo ha dicho: "No temáis á los que
pueden dar muerte al cuerpo, mas no al alma; temed á los que pueden lanzar al
infierno al cuerpo y al alma juntamente." Y aunque estas palabras se
refieran á la justicia divina, bien podemos aplicarlas á nuestros enemigos
capitales que trabajan sin descanso por dar con nosotros al infierno. Entre
estos enemigos está en primera fila el demonio, de cuya guerra ya hemos
hablado, siguen luego sus secuaces que son los hombres seducidos, engañados por
él, la concupiscencia, el desorden de las pasiones, el mundo con sus perversos
ejemplos, con sus novelas, periódicos, teatros, etc. Cuánto, cuánto pudiera
decirse acerca de los peligros á que exponen á cada paso nuestra pobre alma
todos estos enemigos; pero de todos ellos podemos salir triunfantes, si nunca
nos olvidamos de que tenemos siempre á nuestro lado un poderoso custodio y
defensor, que es el Ángel de nuestra guarda.
JACULATORIA
Ángel
de mi guarda que veláis constantemente por mi bienestar y salvación eterna,
libradme en los peligros de alma y cuerpo que á cada instante y por todas
partes me rodean.
PRACTICA
Antes
de hablar, pensar u obrar alguna cosa, reflexiona que el Ángel de tu guarda
está a tu lado, pídele su bendición y auxilio, para que no expongas á peligro
alguno ni tu alma ni tu cuerpo. Esta fue práctica de muchos santos. Se vezan
tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri y se ofrecen con la siguiente:
ORACIÓN
Ángel
custodio de mi alma y de mi cuerpo, que veis los innumerables peligros que por
todas partes me rodean, vos a quien ha sido otorgado un gran poder sobre todos
los elementos de la naturaleza, y que conocéis perfectamente las asechanzas del
demonio y los lazos que sin cesar me tiende el mundo y la carne, fortaleced mi
espíritu para que no desfallezca en medio de tantos enemigos, sino antes bien,
confiado en vuestra poderosa protección, camine por el recto sendero de la
virtud, sin encontrar tropiezos que le hagan caer en el pecado, o quebranten mi
salud. Esta gracia os pido por los méritos de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
EJEMPLO
había
cierta mujer de vida infame, cuyos crímenes le habían acarreado una enfermedad
asquerosa. Por lo mismo todos la despreciaban [que así paga el mundo á quien
bien le sirve] y todos huían de ella. La miserable, afligida con aquel patente
castigo del cielo, entró dentro de sí misma, acudió á Dios y pidió el bautismo
(que ni bautizada estaba.) Mas nadie le daba oídos, nadie se atrevía á fiarse
de sus palabras, creyendo que, apenas sanara, la costumbre inveterada la
arrastraría de nuevo á sus vicios. Hablaba, sin embargo, con sinceridad, y
aunque los hombres la abandonaban, el Ángel custodio miraba por su eterna
salud. En el último extremo de la vida se le presentan dos gallardos mancebos,
que parecían ser nobles cortesanos: la toman en sus brazos, la conducen á la
iglesia, ellos mismos hablan al Párroco y salen por fiadores de su sinceridad.
Luego que fue bautizada y vuelta á su choza, los jóvenes desaparecieron, y
aquella dichosa pecadora pasó de su miserable lecho á ocupar un trono en la
gloria, merced á la solicitud de su Ángel tutelar. Averiguóse después que aquel
singular beneficio de la misericordia divina había sido recompensa de un acto
de caridad que había hecho, salvando la vida á un pobre. P. Rafael Pérez de S.
J.
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