martes, 17 de octubre de 2023

NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE LA NUBE


 

NOVENA EN HONOR DE NUESTRA SEÑORA DE LA NUBE

SALUS INFIRMORUM

 

Compuesta por el padre Julio María Matovelle en el 1894

 Reimpresa en Quito

Tipográfica de Julio Sáenz Rebolledo

Año de 1906.

 

ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS

Jesús, divino Salvador nuestro, que habéis constituído a María, vuestra Madre santísima, Refugio de los pecadores, Consuelo de los atribulados y Salud de los enfermos: acudimos humildemente hoy ante el trono de vuestras misericordias, pidiendo que por la intercesión de Nuestra Señora de la Nube os dignéis escuchar benigno nuestras súplicas, y despacharlas favorablemente. Reconocemos que nuestros pecados son causa de todos los dolores, enfermedades y penas con que rectísimamente nos prueba vuestra justicia: pero ya nos arrepentimos de nuestras faltas, y detestamos contritos nuestras iniquidades, porque con ellas hemos ofendido a Vos, dulcísimo Esposo nuestro y único amor de nuestros corazones. Acordaos, ¡oh Jesús amantísimo!, que por salvar a los pecadores moristeis en una cruz, y cuán amargos fueron los dolores con que vuestra Santísima Madre intercedió por nosotros en el Calvario. Dignaos, por tanto, perdonarnos todas nuestras culpas y las penas que por ella merecemos, para que libres de las adversidades y peligros os sirvamos en santidad y justicia todos los días de nuestra vida. Amén.

  

Aquí se rezan tres Ave Marías en honra de las tres horas que acompañó a su Hijo divino cuando agonizaba pendiente de la Cruz. Después de cada Ave María se dice esta invocación: Salus infirmórum, ora pro nobis (Salud de los enfermos, ruega por nosotros).

    

DÍA PRIMERO

CONSIDERACIÓN

Sobre aquellas palabras del sagrado libro del Eclesiástico (cap. XXIV, 7): «En los altísimos cielos puse yo mi morada, y el trono mío sobre una columna de nubes» (et thronus meus in colúmna nubis), dice Cornelio Alápide: «Muchos santos Padres llaman a la Santísima Virgen Nube, por cuanto es Ella quien tempera los ardores del Sol, esto es, los rigores de la vindicta divina; y a manera de nube refresca y fecunda nuestras almas con el rocío de la gracia». Las enfermedades, así como todas las tribulaciones de esta miserable vida, son efectos propios del pecado; pues por el pecado, dice el Apóstol. entró la muerte en el mundo; y las enfermedades no son otra cosa que preludios de la muerte. Por lo mismo, debemos resignarnos humildemente a la voluntad divina que nos castiga bondadosamente con los trabajos y enfermedades de esta vida, antes que con los suplicios intolerables del infierno que justamente tenemos merecidos por nuestros pecados. Entremos, pues, en los planes amorosos de la Providencia, y corregidos por la enfermedad detestemos nuestras culpas pasadas, y hagamos propósitos eficaces de llevar en adelante una vida verdaderamente piadosa y cristiana. Acudamos para ello a la intercesión poderosa de la Santísima Virgen, que como Nube benéfica nos protegerá con su sombra de los ardores de la Justicia divina, y nos alcanzará gracia y perdón por nuestras anteriores iniquidades, siempre que sinceramente arrepentidos de ellas no tornemos con nuevas recaídas a provocar la cólera del Cielo.

  

EJEMPLO: Allá por los años de 1696, hallábase gravemente enfermo y próximo a la muerte el Ilustrísimo Obispo de Quito, Sr. D. Sancho de Andrade y Figueroa. La población de Quito que amaba tiernamente a aquel ejemplar y piadoso pastor, salió por las calles de la ciudad en una muy fervorosa rogativa, en la que se cantaba el rosario con el fin de obtener la salud de aquel benemérito Prelado. Cuando llegó la procesión al atrio de la iglesia de San Francisco, tuvo lugar un estupendo prodigio: toda aquella numerosa concurrencia contempló que flotaba en los aires una hermosísima imagen de la Santísima Virgen. Para que se viese que esta aparición no era un fenómeno natural, en el mismo instante sanó de su accidente el Ilmo. Sr. Andrade y Figueroa. Esto dio origen a la advocación de Nuestra Señora de la Nube, con lo cual la augusta Madre de Dios quiso probar una vez más al pueblo cristiano, que Ella es verdaderamente la salud de los enfermos, y nuestro consuelo y refugio en las tribulaciones.

 

DEPRECACIÓN: ¡Oh María, dulcísima Abogada y Madre nuestra!, innumerables son los títulos de gloria con que los pueblos agradecidos os saludan, porque innumerables son también los beneficios que dispensáis en su favor. Dignaos, pues, hacer ostentación de vuestras bondades, escuchando benigna nuestra súplica, y alcanzando eficazmente la salud del enfermo por quien hacemos esta novena. Sobre todo, ¡oh Reina poderosa de los cielos, interceded por nosotros mismos ante vuestro divino Hijo, para que nos conceda a todos la gracia de una verdadera conversión y la perfecta sanidad de nuestras almas, a fin de que curados de la horrible lepra del pecado, y revestidos con la túnica blanca de la inocencia, entremos un día en la mansión de la felicidad eterna. Amén.

  

PRECES A NUESTRA SEÑORA DE LA NUBE

   

Nube del Sinaí, de vivo esplendor,

Que en el seno ocultas al Hijo de Dios.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

  

Nube más hermosa que la que veló

Al Arca de la Alianza con tenue vellón.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

Nube que guiaste al pueblo de Dios

A gozar la herencia de Abrahán y de Jacob.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

Nube que en el templo del Rey Salomón

Flotaste cual humo de etérea oblación.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

Nube que Isaías, con místico ardor,

Lluévenos, clamaba, llueve al Salvador.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

Nube del Carmelo, donde te evocó,

Del profeta Elías la ardiente oración.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

Nube en que gozoso Noé contempló

Dibujarse el iris, del diluvio en pos.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

Nube que te vistes del divino Sol,

Y dones derramas de vida y amor.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

Nube mensajera de gracia y perdón,

Cúbranos tu sombra de la ira de Dios.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

Nube que al viajero con sombra veloz

Refrescas la frente que abrasara el sol.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

Nube que las lluvias de vida y frescor

Nos das cuando quema los campos el sol.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

Nube de las gracias, fragua del amor,

Nube de los cielos, trono de mi Dios.

Ruega, ¡oh tierna Madre!, nos conceda Dios,

Salud al enfermo, gracia al pecador.

 

ORACIÓN

Acordaos, ¡oh misericordiosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de cuantos recurren a vuestra protección, imploran vuestro socorro y reclaman vuestra asistencia, haya sido abandonado. Animados con esta confianza recurrimos hoy a Vos, Madre del Omnipotente y Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de nuestros pecados nos postramos a vuestras plantas. ¡Oh Madre del Verbo encarnado!, no desechéis nuestras súplicas, antes bien, escuchadlas benigna y despachadlas favorablemente. Amén.

 

 

DÍA SEGUNDO

CONSIDERACIÓN

Refiere el libro del Éxodo que cuando los Israelitas salieron de Egipto, «iba el Señor delante para mostrarles el camino, de día en una columna de nube, y por la noche en una columna de fuego». El viaje del pueblo hebreo a la Tierra de Promisión era una figura del que vamos haciendo todos a la eternidad; y en este viaje también tenemos de guía a una Nube maravillosa, aquella en cuyo cándido seno descansó el mismo Hijo de Dios. María, la Virgen Inmaculada, es quien nos hace dulces y llevaderos los trabajos de la vida, siempre que acudimos a cobijarnos bajo su fresca y benéfica sombra. En todos nuestros trabajos, ya sean del cuerpo como las enfermedades, ya del alma como las tentaciones, acudamos a María y Ella nos proporcionará el deseado alivio, porque es el canal por el que derrama el Señor en nosotros todas sus gracias y bendiciones.

  

EJEMPLO: Desde la prodigiosa Aparición de 1696, celebrábase en Quito todos los años una suntuosa fiesta en honra de Nuestra Señora de la Nube, pero vinieron los trastornos políticos del siglo XIX, y todo cayó en olvido. El año de 1888, un sacerdote de la Congregación de Sacerdotes Oblatos del Sagrado Corazón, que se hallaba en Quito, supo que se moría en Cuenca un hermano suyo de religión, víctima de una agudísima infección hepática. Al punto hizo promesa formal de mandar pintar un cuadro de Nuestra Señora de la Nube, y publicar las informaciones auténticas de su aparición, si obtenía la curación del enfermo. La Santísima Virgen escuchó al instante esta súplica, y el enfermo, contra toda humana esperanza, curó completamente de su dolencia. Estas y otras semejantes gracias han venido a ser el origen del fervoroso culto que la ciudad de Cuenca profesa actualmente a Nuestra Señora de la Nube.

 

DEPRECACIÓN: Permitidnos, ¡oh dulcísima Virgen!, que postrados humildemente a vuestras plantas, unamos nuestra voz a la de toda la Iglesia y os digamos: ¡Salve, Reina de clemencia y Madre de misericordia! Volved benigna vuestros ojos a estos pobres hijos vuestros, que caminamos gimiendo y llorando por el valle de lágrimas en que nos hallamos desterrados. Dignaos, ¡oh Reina piadosísima!, defendernos de las iras del Cielo, como aquella nube prodigiosa que guió a los Israelitas en el desierto. Así, ¡oh Madre amabilísima!, amparadnos y protegednos en todas nuestras necesidades y tribulaciones, para que conducidos por Vos, lleguemos un día a la posesión de la eterna Patria que nos está prometida. Amén.

 

  

DÍA TERCERO

CONSIDERACIÓN

Cuando Moisés consagró el Tabernáculo de la Alianza, una nube maravillosa y resplandeciente cubrió el Tabernáculo, la misma nube que después condujo a Israel por el desierto; pues dice el Texto sagrado que «cuando la nube se retiraba del tabernáculo, marchaban los hijos de Israel por escuadrones; y si la nube se quedaba encima parada, hacían alto en aquel mismo sitio; porque la Nube del Señor entre día cubría el tabernáculo, y por la noche aparecía como una llama, a vista de todo el pueblo de Israel, en todas sus estancias». He aquí un símbolo admirable de la protección eficaz y continua que dispensa la Santísima Virgen a toda la Iglesia Católica. Esta Madre bondadosa nos hace, con su mediación, fácil el acceso al tabernáculo y trono de las divinas misericordias; Ella nos enseña los pasos que hemos de dar y el camino que hemos de seguir para llegar al Cielo. Las enfermedades, penas y tribulaciones de todas clases se nos hacen muy dulces contemplando a María en el Calvario, pues si la Virgen Inmaculada bebió del cáliz de los dolores hasta las heces, ¿cómo rehusaremos tomar una gotita de aquel cáliz en nuestros labios?

  

EJEMPLO: Un joven estudiante, en el Seminario de Cuenca, se vio súbitamente atacado de una intensa fiebre, y los dolores consiguientes a una aguda afección hepática. Los facultativos entendidos que le asistían opinaron que había pus en el hígado, y que era necesaria una operación quirúrgica. En tan amargos conflictos, el joven acudió a la protección de Nuestra Señora de la Nube; puede decirse que más arrastrándose que caminando, se trasladó a la iglesia de la Merced, asistió a una Misa que se celebraba en el altar de su celestial Protectora, y comulgó durante el Santo Sacrificio. ¡Cosa admirable! A los pocos días, se encontraba perfectamente curado.

 

DEPRECACIÓN: ¡Oh amabilísima Reina nuestra! ¿Quién acudió nunca a Vos y ha sido desamparado? Vos nos amáis sin tasa ni medida como Madre, y sois al mismo tiempo Tesorera de todas las gracias del Altísimo: sí, pues tenéis todas las cosas a vuestra disposición y sois nuestra amante Madre, ¿qué podréis negarnos? Atended, por tanto, a nuestras humildes súplicas, y concedednos bondadosa la gracia que os pedimos en esta novena. Así lo esperamos de vuestra ternura maternal. Amén.

  

 

DÍA CUARTO

CONSIDERACIÓN

Cuando hubo pasado el diluvio, dijo el Señor a Noé: «Pondré mi arco en las nubes, y será señal de la alianza entre mí y entre la tierra». El iris, dice San Gregorio Magno, representa al Verbo encarnado, el Verbo velado por la carne, o sea, la misma carne del Verbo divino: «Iris est Verbum incarnátum, et carne velátum, sive est ipsa caro Verbi». La nube en que se nos presenta este Iris divino es la Santísima Virgen. Y así como Noé para tranquilizar su ánimo conturbado por la horrorosa catástrofe del diluvio tornaba sus miradas al arco que el Señor había puesto en las nubes como signo de su alianza; de modo semejante, en todas nuestras tribulaciones volvamos nuestros ojos hacia María, en quien recobraremos la esperanza, y veremos resplandecer la clemencia divina, como arco iris que nos anuncia el término de nuestros males. La causa de prolongarse estos, muchas veces, más allá de lo que sufren nuestras débiles fuerzas, es porque somos remisos en la oración, y tardíos en acudir al soberano amparo y protección de la Madre de Dios.

  

EJEMPLO: Una piadosa matrona padecía desde largo tiempo las dolorosas consecuencias de un pólipo disforme que se le había desarrollado en el útero; lo cual le ocasionaba abundantes hemorragias y ponía su vida en inminente peligro. Los médicos que le asistían declararon que no había otro remedio que apelar a la cuchilla. La buena señora no podía resolverse jamás a semejante operación, tanto por los peligros consiguientes a ella, como por mantener intacto su pudor. Acudió, pues, a Nuestra Señora de la Nube, y principió en su honor una fervorosa novena. Al segundo día de ella, apenas se había postrado ante el altar de la Santísima Virgen, a rezar sus devotas oraciones, cayó desmayada. Lleváronla en brazos a su casa, y no bien hubo llegado en ella cuando arrojó el pólipo, causa de todos sus tormentos.

 

DEPRECACIÓN: Vos sois, ¡oh María!, la Nube resplandeciente en la que contemplamos a Jesús crucificado que, como iris verdadero de la alianza, se interpone entre la justicia irritada del Eterno Padre y nosotros, pobres pecadores. ¿Qué sería de nosotros miserables sin tu poderosa mediación, ¡oh dulcísima Virgen!? Bien merecidas tenemos todas las penas y enfermedades con que nos aflige la justicia divina; pero en este diluvio de miserias elevamos nuestros ojos hacia Vos, ¡oh María!, para que intercedáis por nosotros, aboguéis por nuestra causa ante el tribunal de vuestro Hijo y, con vuestros ruegos, apartéis su justa indignación de nosotros. Amén.

 

 

DÍA QUINTO

CONSIDERACIÓN

Así como los reyes de la tierra tienen sus ministros, por medio de los cuales se comunican con el pueblo, ya para dispensar favores, ya para administrar justicia, el Rey de los cielos tiene también un ministro general de todas sus misericordias, y es la Santísima Virgen. Por eso se le ha dado a esta clementísima Madre el hermoso título de Omnipoténtia suplex: omnipotente en sus ruegos. Y así como no es fácil a nadie hablar directamente con los reyes, de modo semejante, cuando nuestros pecados y miserias nos impiden acercarnos a Dios, acudamos a María, que por su mediación alcanzaremos las gracias de las que por nuestras culpas somos indignos. María es la Nube misteriosa en medio de la cual habita el Señor. Leemos en el libro tercero de los Reyes que cuando Salomón hizo la dedicación del templo, «una niebla llenó la casa del Señor, de manera que los sacerdotes no podían estar allí. Entonces dijo Salomón: “El Señor tiene dicho que ha de morar en la niebla”».

  

EJEMPLO: El año de 1892, una alumna del Colegio de los Sagrados Corazones fue atacada de la gripe con tal violencia que tuvo que dejar el establecimiento y trasladarse al seno de su familia. Sesenta días consecutivos duró la fiebre, de modo que la enferma se vio reducida a tal estado de destrucción que le sobrevinieron algunos paroxismos. Todo anunciaba una cercana e irremediable muerte. El médico cristiano y piadoso, que asistía a la enferma, había sido testigo presencial de varios prodigios debidos a la intercesión de Nuestra Señora de la Nube: aconsejó, pues, a la madre de la niña, que se encomendara a Abogada tan poderosa. Toda la familia hizo formal promesa de comulgar en honra de la Santísima Virgen si concedía la salud a la paciente. Al momento fue escuchada esta fervorosa súplica, pues desde aquel día principió la enferma a restablecerse rápidamente, y en poco tiempo recobró una salud tan robusta y compleja como jamás antes la había tenido.

 

DEPRECACIÓN: ¡Oh Reina amabilísima! Con cuánta razón os da la Iglesia el hermoso título de Salud de los enfermos, pues Vos sois el remedio de todos nuestros males y la medicina eficaz con que se curan todos nuestros dolores. Dignaos, ¡oh Madre de dulzura y misericordia!, sanar principalmente a nuestras almas de la horrorosa llaga del pecado tornándonos a la amistad y gracia de Dios. Con vuestras manos virginales y delicadas, arrancad de nuestros corazones esas perversas inclinaciones que nos arrastran a la culpa y nos hacen tan desgraciados. Alcanzadnos un amoroso desprecio de los bienes y placeres de este mundo, para que no amemos sino a Dios y a Vos, que sois nuestra dulcísima Madre, en tiempo y eternidad. Amén.

   

  

DÍA SEXTO

CONSIDERACIÓN

En tiempo del profeta Elías sobrevino una grande hambre en Samaria, porque dejaron los cielos de llover durante tres años y seis meses. Pero cuando el pueblo reconoció su culpa y desechó a los sacerdotes de los ídolos, Elías oró y «he aquí que subía del mar una nubecilla pequeña como la huella de un hombre», y luego se oscureció el cielo, y empezó a caer una grande lluvia. Esa nubecilla figuraba a la Santísima Virgen, a quien debe el mundo todas las gracias, pues nos ha dado al autor de la misma gracia, que es Cristo Señor nuestro. Por esto, cuando nuestros pecados cierran los cielos para que no llueva, o atraen sobre la tierra las guerras, las epidemias y otros castigos semejantes, con que nos prueba la cólera de Dios, debemos orar como Elías con el rostro por tierra, clamando porque aparezca en el horizonte la Nubecilla del Carmelo que disipe las plagas que nos afligen, y alcance la gracia a nuestras almas y la abundancia para nuestros campos.

  

EJEMPLO: La señorita N. N. hallábase desahuciada de los médicos y a punto de morir, tanto que habiéndosele administrado los últimos sacramentos, la familia pensaba ya en arreglar lo conveniente al entierro: una afección antigua de los riñones hacía desesperada toda curación. En esto, la familia piadosa de la enferma acude a Nuestra Señora de la Nube, y ofrece a la dulcísima Reina una comunión fervorosa y una visita agradecida a la santa imagen, si se digna devolver la salud y la vida que ya se escapaban a la paciente. ¡Prodigios de ternura de la Santísima Virgen! No bien se elevó la súplica, cuando fue favorablemente despachada. Tres días después, la moribunda se hallaba perfectamente sana, de pie en medio de los suyo, y ocupada tranquilamente en sus faenas domésticas.

 

DEPRECACIÓN: Nubecilla de los cielos, amabilísima María, ¡cuán árido está mi corazón, cuán resecado por las pasiones! Mi alma como tierra sedienta espera con ansias una gotita de celestial rocío, del rocío divino de la gracia. Ven, ¡oh Nubecilla del Carmelo!, y derrama en nuestras almas la lluvia bienhechora de las gracias, que haga florecer en nuestros pechos la humildad, la paciencia, la castidad y la resignación absoluta y perfecta a la voluntad de Dios en todos los acontecimientos de la vida. La salud y demás bienes temporales deseamos únicamente en cuanto son medios para alcanzar la perfección de nuestras almas, pero lo que con todo ardor te pedimos y siempre te pediremos, ¡oh María dulcísima!, es que nos alcances la gracia de nuestra verdadera conversión y la perseverancia final, para que después de esta existencia terrestre y miserable, alabemos a Dios en tu compañía, por los siglos de los siglos. Amén.

   

 

DÍA SÉPTIMO

CONSIDERACIÓN

Isaías había hecho este hermoso anuncio: «He aquí que el Señor subirá sobre una nube ligera, y entrará en Egipto, y a su presencia se conturbarán los ídolos de Egipto». Esta profecía, según San Jerónimo, San Ambrosio y otros Padres, se cumplió cuando Nuestro Señor Jesucristo todavía niño fue llevado a Egipto, en brazos de su Madre Santísima. María, dice San Ambrosio, es la Nubecilla que nos ha llovido a Cristo (Hæc nubis pluit Christum): «Esta es la Nubecilla que con el rocío de la gracia refrigera nuestras almas resecadas por la concupiscencia y el pecado». Al paso de esta Nubecilla celestial caen los ídolos de la culpa, se deshace el imperio del diablo, y se establece el reino de Cristo. En esta Nube ligera, mejor que en la carroza de los querubines, entra el Señor a reinar en las naciones de igual modo que en el alma de cada cristiano. De aquí vienen los prodigios innumerables que, en todos tiempos y en todos los pueblos, ha realizado la Santísima Virgen, prodigios cuyo fin único es siempre la extirpación del pecado, la santificación de las almas y la mayor propagación de la gloria de Dios y de su Cristo. Por eso, cuando acudimos a la Inmaculada Reina, debemos estar seguros de que hemos de alcanzar, si no un bien material como la salud del cuerpo, otro bien superior cual es la salud del alma.

  

EJEMPLO: Un distinguido abogado de Cuenca, el Dr. N. N., hallábase en gravísimo peligro de la vida y desahuciado con la enfermedad incurable, según la medicina, conocida con el nombre de albuminuria. Cuando no se esperaba ya socorro alguno de la ciencia, la familia del enfermo hizo una novena a Nuestra Señora de la Nube, al fin de la cual comulgó el paciente, y tomó algunas gotas del agua milagrosa de Lourdes. Desde aquel día, contra todos los pronósticos de los facultativos, el enfermo principió a restablecerse rápidamente, y recobró en breve la salud que se creía perdida para siempre.

 

DEPRECACIÓN: ¡Oh María, dulcísima Reina nuestra! Pues tan poderosa sois para socorrer a cuantos os invocan, y la Iglesia os da el hermoso título de Salud de los enfermos, dignaos principalmente alcanzarnos la salud de nuestras almas. El orgullo es la fiebre que devora nuestros corazones, tornándolos inmortificados e impacientes. Vos, ¡oh Virgen humildísima!, enseñadnos la virtud de la humildad, con la cual se nos harán dulces y llevaderas todas las enfermedades y miserias de esta vida. Si la Escritura Santa os da títulos tan modestos como los de Esclava del Señor, Vara de Jesé o Nubecilla ligera, a Vos que sois la Reina de los cielos y la Emperatriz del universo, es para enseñarnos que el Altísimo se complació en Vos sobre todas las criaturas por vuestra singular e incomparable humildad. ¡Oh María!, puesto que aunque indignos somos hijos vuestros, alcanzadnos a todos la virtud de la humildad, para que así logremos todos entrar por la puerta estrecha del Paraíso. Amén.

  

   

DÍA OCTAVO

CONSIDERACIÓN

En varios pasajes del Antiguo Testamento se habla de la nube como símbolo de la majestad de Dios, por cuanto, dice un sagrado intérprete, las nubes se nos muestran siempre en el cielo, y si alguna vez descienden a nosotros en forma de niebla, nos oscurecen la vista; por esto, ningún símbolo expresa mejor que la nube la incomprensible majestad de Dios, que en esta vida se nos muestra siempre velada y como por enigma. Cuando el Verbo divino descendió a habitar entre los hombres, encubrió su divinidad con los velos de la carne, y se ocultó en el seno de María como en medio de niebla impenetrable. En el Nuevo Testamento tornamos a encontrar el símbolo de la nube en los principales misterios de glorificación de Nuestro Señor Jesucristo, como en la Transfiguración y en la Ascensión, lo cual nos enseña que para acercarnos al Salvador y participar de su gloria, es preciso previamente acercarnos a María, que es la nube misteriosa que lo circunda. La nube del Tabor, dice Alonso Fernández de Madrigal “El Abulense”, envolvió no solamente a Cristo sino a Moisés, Elías y los tres apóstoles. Así María, verdadera nube de los cielos, es no solamente Madre de Cristo sino de todos los justos y predestinados, que deberán a la intercesión de esta amabilísima Madre, la gloria eterna.

  

EJEMPLO: Una piadosa madre de familia padecía gravemente, víctima de la influenza y una disentería maligna, y hubo médico que se retirara de la enferma, dando ya por desesperada su salud. La familia, acongojada sobremanera, acudió a Nuestra Señora de la Nube, cuya hermosa imagen se colocó en la habitación de la paciente sobre un modesto altarcito, delante del cual se elevaban constantemente fervorosas preces a la Madre de Dios. Creyóse ya llegado el caso que la enferma recibiese los últimos sacramentos; dispúsose todo al efecto, pero sin perder la esperanza en aquella bondadosísima Madre, a quien con tanta razón llama la Iglesia, Salud de los enfermos. ¡Cosa notable! Al punto mismo que la buena señora recibió el Viático y la Extremaunción, se sintió curada, siendo su restablecimiento tan cabal y completo que pocos días después comulgaba en unión de toda su familia ante el altar de Nuestra Señora de la Nube, en acción de gracias por el insigne beneficio recibido mediante la intercesión de esta dulcísima Reina. Este caso nos enseña la solicitud con que los enfermos deben apresurarse a recibir los sacramentos, sin esperar para ello la última extremidad de la agonía, y muestra además cuánto se goza la Santísima Virgen en que sus devotos frecuenten la santa Comunión.

 

DEPRECACIÓN: ¡Oh hermosa Reina y amabilísima Madre nuestra! Más lista estáis Vos para socorrernos que nosotros para acudir a vuestro amparo y protección. ¡Cuándo se vio una madre tan amante de sus hijos como lo sois Vos respecto de nosotros miserables pecadores! ¡Qué consuelo para nuestros afligidos corazones recordar que tenemos en Vos la medicina de todas nuestras enfermedades, la alegría en nuestras tristezas, el refugio de nuestras tribulaciones y el remedio de todos nuestros males! ¡Oh dulcísima María!, no se canse vuestra benignidad de socorrernos; antes bien, velad siempre cuidadosa por nosotros: alcanzadnos valor en las pruebas, fortaleza contra las tentaciones, mostraos siempre y en todas ocasiones, que sois nuestra bondadosa y amantísima Madre. Amén.

  

  

DÍA NOVENO

CONSIDERACIÓN

Leemos en el Evangelio que Cristo Señor nuestro vendrá a juzgar al mundo, en el gran día del Juicio Final, cercado de gran majestad y poder, y en un trono resplandeciente formado de nubes del cielo: «Et vidébunt Fílium hóminis veniéntem in núbibus cœli». De manera que las nubes que antes habían servido para ocultar la majestad de Dios, entonces la harán resplandecer con más grandeza y solemnidad que nunca. Este símbolo de la nube nos enseña una importante verdad. La Santísima Virgen, que es la mística Nube en la cual se oculta al presente la Majestad de Dios, en el gran día del Juicio Final vendrá también acompañando a su Hijo divino, y se asentará junto a Él como Reina, para juzgar, en unión de los Santos, a todo el universo; por manos de María recibirán los justos la corona de la gloria inmortal. Esto mismo se verifica en cierto modo para cada individuo en el instante de la muerte. Los deudos de quien muere, al ver frustrada su esperanza, quéjanse amargamente de María, como si se hubiese tornado sorda a sus ruegos, siendo en realidad todo lo contrario. La bondadosísima María escuchó esas súplicas y las despachó, alcanzando un bien infinitamente mayor al que se le pedía: librando al enfermo no solo de la enfermedad, sino de todos los males de la vida, y conduciendo su alma a gozar de la gloria del Paraíso. La Santísima Virgen es para todos sus siervos en la hora de la muerte, la aurora hermosísima que anuncia el gozo sin fin de la dichosa eternidad.

  

EJEMPLO: El Ilustrísimo Señor Sancho de Andrade y Figueroa, que en 1696 alcanzó la salud mediante el estupendo prodigio de la aparición de Nuestra Señora de la Nube, seis años después padeció otra enfermedad mortal. Pero entonces, las súplicas que se elevaron a María en favor del Prelado no alcanzaron a este un bien limitado como la salud y vida del cuerpo, sino el bien incomparable de la gloria del Cielo. Puédese creer esto piadosamente tanto por la vida ejemplar del Obispo, como por las hermosas circunstancias de su muerte. En efecto: así como al anunciarse el tercer misterio del Rosario, que es la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, tuvo lugar aquella aparición célebre de la Nube, de modo semejante, en una ocasión en que el ilustre enfermo tomó en sus manos el Rosario para rezarlo, al llegar al segundo misterio, que es la Visitación, entregó dulce y plácidamente el alma en manos del Creador. ¡Muerte verdaderamente hermosa! Salir de este mundo llevando las notas del Santo Rosario, es decir, del cántico más puro y armonioso que los cielos y la tierra han entonado jamás en honra y alabanza de María.

 

DEPRECACIÓN: ¡Oh Virgen Inmaculada, Reina de los cielos y soberana Emperatriz del universo!, ¿quién nos diera contemplaros, no entre sombras y nubes, sino con toda la gloria y magnificencia con que os ven los bienaventurados en el Paraíso? Esta es, ¡oh Madre dulcísima!, la gracia de las gracias que esperamos alcanzar por vuestra poderosa intercesión. La salud, la vida y todos los demás vienes de la tierra no los queremos, sino en tanto son medios para lograr nuestra eterna salvación, pero lo que os pedimos con toda nuestra alma y sin reserva alguna es que nos libréis de las penas del Infierno, y nos pongáis un día en posesión de nuestra única y verdadera patria que es el Cielo. ¡Oh María! Si Vos rogáis por nosotros, no nos perderemos; piérdanse en buena hora riquezas, honras y dignidades, con tal que se salve el alma. ¡Oh Madre santísima de Dios! Vuestros somos, a Vos nos consagramos, de vuestra poderosa intercesión esperamos que un día os alabaremos en compañía de todos los Santos y Ángeles, en la gloria eterna de los Cielos. Amén.

 

 

 

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