DÍA
VIGÉSIMO
LOS
ANGELES CUSTODIOS OFRECEN A DIOS NUESTRAS BUENAS OBRAS
PUNTO
1º.
Considera, alma mía, que nuestros Ángeles custodios no se limitan únicamente á
ilustrarnos en el bien que hemos ele hacer y á sugerirnos las buenas obras que
podemos practicar; sino que también, cuando merced á sus inspiraciones, hemos
hecho el bien, ellos se encargan de ofrecerlo á Dios para que lo acepte. Así,
pues, todas nuestras súplicas, oraciones, necesidades, sufrimientos, en una
palabra, todas nuestras buenas obras no pueden llegar al trono del Eterno sin
pasar antes por las manos de los Ángeles, quienes las depositan al pie del
altar de oro, que es Nuestro Señor Jesucristo. Sin esta mediación de los santos
Ángeles, nuestras obras no tendrían la aceptación y acogida que deseáramos,
pues llevadas en nuestras manos, serían como alimentos servidos en platos
sucios; provocarían el desagrado ele Dios; mientras que en las manos puras de
los Ángeles les son más agradables. Por esto en el Santo Sacrificio de la Misa
decimos á Dios: Disponed, Señor, que nuestras oraciones os sean presentadas por
as manos de tu santo Ángel, porque este Ángel, como dice Bossuet: "Les
presta sus alas para elevarlas, su fuerza para sostenerlas, su fervor para
animarlas." No se contentan con presentar sólo nuestras oraciones, sino
que ofrecen todas nuestras buenas obras, como hemos dicho; recogen todos
nuestros deseos y pensamientos y les dan valor delante de Dios. Sobre todo,
¿quién podrá expresar la inmensa alegría que inunda sus corazones cuando pueden
presentar á Dios ó las lágrimas de los penitentes ó los trabajos sufridos por su
amor en humildad y paciencia? Ellos saben que la conversión de los pecadores dá
lugar á la fiesta más espléndida y al regocijo más grande de los espíritus
celestes, pues que, siendo el fruto de sus cuidados y desvelos, es el más bello
y rico presente que pueden ofrecer al Altísimo. Respecto de nuestros
sufrimientos, es necesario no olvidar que por ellos nos hacernos semejantes á
nuestro Señor Jesucristo, que es apellidado el Hombre de Dolores, y que es un
grande honor, una inmensa gloria que se represente en nuestro cuerpo mortal y
pasible la vida de Jesús, como dice el Apóstol. Pues bien, si los Ángeles fueran capaces de
envidia, no desearían otra cosa que sufrir por amor de Dios, á fin de imitarle
haciéndose partícipes de inmensos grados de gracia y de gloria correspondientes
á los sufrimientos; pero ya que estos espíritus bienaventurados comprenden que
no pueden tener este honor, porque su naturaleza impasible no les permite dar á
su Dios esta generosa prueba de fidelidad por medio dé las aflicciones; se
contentan, se satisfacen y se regocijan en alabarla en los mortales y tienen á
grande honra presentar al Señor las penas de los mártires como las aflicciones
v austeridades de los confesores, y, en general, todos los trabajos sufridos
por amor de Dios de sus recomendados.
PUNTO
2º.
Considera que este oficio de los Ángeles, como otros varios, está consignado
claramente en las Santas Escrituras; y los Santos Padres y Doctores lo han
enseñado expresamente; por lo mismo, no n o s es lícito dudar de él; sin o
antes bien debemos regocijarnos de una verdad tan consoladora y provechosa.
Este oficio de medianeros entre Dios y los hombres, fue lo que vio Jacob
figurado por aquella escala misteriosa cuyo pie se asentaba en la tierra, y
cuya altura tocaba con el cielo y por la cual subían y bajaban innumerables Ángeles.
Así lo entendió Orígenes cuyas son estas palabras: "Los Ángeles suben
porque ellos son los que llevan al cielo los votos y plegarias de los hombres.
San Juan en el Apocalipsis dice que vio una muchedumbre de Ángeles que ofrecían
ante el trono de Dios exquisitos aromas que salían de los incensarios y
pebeteros que llevaban en sus manos; los cuales, añade, son las oraciones y plegarias
de los justos de la tierra. S. Bernardo dice claramente: “Los Ángeles ofrecen
al Señor no sus trabajos, sino los nuestros, no sus lágrimas sino las nuestras,
y en cambio nos traen del cielo dones divinos.” Y S. Agustín dice de igual
modo: “Señor, ellos llevan a vuestros pies nuestros gemidos y suspiros, a fin
de obtener más fácilmente de vuestra bondad nuestro perdón.” Es unánime el
testimonio de los escritores católicos acerca de esta vedad. Así pues,
alegrémonos al saber que cada uno de nosotros tiene un feliz mensajero, un
noble abogado, que presentado ante el trono de Dios nuestras tibias oraciones y
súplicas, calma la cólera divina irritada contra nosotros y nos alcanza
preciosos tesoros de bondad y misericordia.
JACULATORIA
Santo
Ángel de mi guarda, dignaos ofrecer todos los días al Señor las buenas obras
que practicaré, alcanzándome en recompensa abundancia de gracias y dones
celestiales.
PRACTICA
Ofreced
todas las noches antes de acostaros por manos de vuestro Ángel custodio, al Corazón
purísimo de Jesús, todas vuestras buenas obras ejecutadas durante el día. Se
rezan tres Padre Nuestros y tres Aves Marías con Gloria Patri y se ofrecen con
la siguiente:
ORACION
Amantísimo
Ángel de mi guarda, celos o abogado de mi alma, ya veis que mis oraciones son
demasiado imperfectas par a que puedan elevarse por sí mismas hasta el trono
del Altísimo, pues que casi siempre van acompañadas de pensamientos vanos é
imaginaciones vagas y con los recuerdos
de los cuidados temporales; por eso recurro á vos, suplicándoos las recojáis en
vuestras manos puras y las presentéis al
Padre de las misericordias, a fin de que, obteniendo amorosa acogida, sean
despachadas favorablemente, tornándose en dulces bendiciones y abundante s
gracias con que pueda amar y servir á Dios en esta vida y después gozarle par a siempre en
la otra. Amen.
EJEMPLO
Santa
Rosa de Lima desde sus más tiernos años gozaba de familiaridad estrechísima con
el Ángel de su guarda. Habíase formado una especie de celda en la extremidad de
la huerta de su casa, y allá se retiraba diariamente y pasaba largas horas en
la oración y penitencia. Una noche, rendido su tierno cuerpecito de una
austeridad tan sobre sus años y sus fuerzas, sintió un desmayo extraordinario,
y se vio obligada á acudir al auxilio de su madre, Viéndola ésta entrar pálida
y desfallecida, ordenó á la criada le trajese inmediatamente un poco de
chocolate; más la niña suplicaba que suspendiese la orden, porque muy presto le
vendría de otra parte aquel alivio. ¿Pero de dónde? replicó la buena Señora;
¿quién puede tener noticia de tu necesidad? La niña persistía, y en esto entra
el criado de una amiga íntima de la casa trayendo á Rosa una jícara de
chocolate. Sorprendida la madre mandó á la santa niña le declarase á quién había
enviado á pedir aquel reparo. No lo extrañes, madre, contestó candorosamente,
estos y semejantes servicios me hace continuamente el Ángel de mi guarda:
apenas me sentí desfallecer, le dije que hiciera saber mi estado á nuestra
amiga María y la necesidad que tenia de aquel socorro. Mi buen Ángel nunca deja
de hacerme lo que le encargo. Llena de estupor la madre, no sabía que admirar
más, si la rareza del prodigio, ó la poca novedad que Rosa hacía de él; más
luego tuvo ocasión de observar que su santa hija estaba acostumbrada á tales
finezas de su celestial ayo. Este caso y otros semejantes se leen en la Bula de
canonización de la Santa Virgen, expedida por el Papa Clemente X.
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