viernes, 20 de octubre de 2023

MES DE OCTUBRE A LOS SANTOS ÁNGELES


 

DÍA VIGÉSIMO PRIMERO

AMOR Y GRATITUD QUE DEBEMOS A LOS ÁNGELES CUSTODIOS

MEDITACIÓN

PUNTO 1º. Considera alma mía, que los deberes que nos ligan a nuestros Santos Ángeles custodios son más imperiosos y más íntimos que los que tenemos y más íntimos que los que tenemos para con los demás Ángeles y santos del cielo, porque, aunque tengan estos sobrados títulos para merecer nuestro amor y respeto, no tienen sobre nosotros autoridad divina ni nos cuidan con más solicitud perseverante desde la cuna hasta el sepulcro, pues así como cuando un padre entrega a su hijo a un ayo para que lo eduque, traslada a el los deberes de la paternidad cunado es conveniente para el fin que propone, de la misma manera Dios, al entregarnos á los Ángeles custodios para que nos guíen y enderecen en esta vida mortal, les ha comunicado su autoridad soberana, cuanto es necesario para la consecución de nuestro último fin, ó sea nuestra eterna felicidad. Debemos, por consiguiente, considerarlos revestidos de autoridad divina sobre nosotros; tienen el derecho que Dios les ha dado, y á nosotros nos corresponde el deber de considerarlos como sus representantes. Y como desempeñan fielmente su noble misión, derramando á manos llenas sobre nosotros la abundancia de sus favores, de aquí nacen los deberes de amor y gratitud que para con ellos tenemos. En primer lugar, el amor, porque el motivo más poderoso para amar es el amor mismo, por esto se ha dicho que el amor engendra amor: Si vis amari ama: Si quieres ser amado ama tú también. Los Ángeles custodios nos aman de un modo tiernísimo que no podemos comprender; porque somos como ellos criaturas inteligentes y libres y la semejanza de naturaleza siempre engendra amor; nos aman porque han visto á Dios amarnos hasta el punto de darnos á su Hijo y han visto á la vez á este Hijo dar su vida por rescatarnos y hacerse amar por nosotros durante toda la eternidad; más como el amor sólo se corresponde con amor, debemos también nosotros amar á nuestros Ángeles custodios. Todavía más, aun suponiendo que ellos no nos amasen, nos bastaría saber que Dios los ama por ser criaturas las más perfectas que ha sacado de la nada. ¿Y no sería justo que nosotros amásemos lo que Dios ama? Lo que es digno del amor divino ¿No sería con mayor motivo digno del nuestro? Por otra parte, si el conjunto de las cualidades que constituyen el mérito de una persona produce en nosotros amor, cuan grande debe ser el amor que profesemos a nuestros Ángeles de guarda: puesto que cuanto mayores y más excelentes son las cualidades que adornan á una persona, tanto más amable la hacen. ¿Y quién duda, como se ha demostrado ya en los días anteriores, que la nobleza, sabiduría, gracia, santidad, poder, hermosura, y demás bellas dotes, que forman un armonioso conjunto se encuentran reunidas en nuestros Ángeles custodios? Son, por tanto, indiscutibles y por lo mismo puestos fuera de duda los hermosos títulos que hacen acreedores á nuestro amor á los Ángeles custodios.

 

PUNTO 2º. Considera, en segundo lugar, que siendo la gratitud el reconocimiento de los beneficios dispensados; á nadie después del amable Jesús y de su santísima Madre, debemos mayor gratitud que á nuestro Santo Ángel custodio; porque después de nuestro Salvador y de María, de nadie liemos recibido mayores bienes y más esmerada solicitud, que de nuestro celeste protector y perpetuo compañero. Para persuadirnos bien de este deber, nos bastaría recordar los oficios que desempeñan con nosotros: ellos nos purifican, nos iluminan y perfeccionan, nos libran de los peligros de alma y cuerpo, ofrecen á Dios nuestras buenas obras, bajan del cielo á la tierra, llenos de bendiciones y gracias que derraman en nuestras almas, excusan nuestras faltas delante de Dios, nos asisten en una palabra de día y de noche prodigándonos toda clase de atenciones y cuidados. En vista de tantos y tan continuos beneficios que nos dispensan, ¿podremos negarles nuestros sentimientos de gratitud? ¡Ah! seríamos entonces más ingratos que las mismas fieras, -pues los historiadores refieren ejemplos sorprendentes de esta hermosa virtud dados por algunos animales. Resolvámonos, pues, á ser de hoy en adelante más agradecidos a nuestros Ángeles custodios, y a corresponder con amor más crecido a todos sus tiernos y amorosos desvelos, así se redoblará más y más su vigilancia hasta ponernos en posesión del reino celestial.

 

JACULATORIA

Santos Ángeles custodios, que sois nuestra luz, nuestros protectores, nuestros consejeros y nuestros guías, recibid los homenajes de nuestro reconocimiento y rogad por nosotros.

 

PRÁCTICA

Siempre que salgáis bien de algún lance apurado, o tengan un éxito feliz la empresa que acometáis, acordaos de que el Ángel de vuestra guarda ha tomado parte muy especial y dadle las más finas gracias.

 

ORACIÓN

Amorosísimo Ángel de mi guarda, representante de Dios en la tierra para dirigir todos mis pasos hacia el bien y apartarme con tierna solicitud de los caminos del mal; ¿con qué amor podre corresponderos tantos y tan afectuosos cuidados, como de continuo me estáis prodigando desde que vine á este mundo? ¿Y cómo podré daros los más vivos testimonios de gratitud que merecéis, cuando apenas alcanzo á entender o vislumbra r la grandez a de vuestros beneficios? ¡ah! Vos, Ángel mío, bien conocéis mi impotencia y ceguera par a no exigir de mi los homenajes de reconocimiento que os corresponden, por tanto, sólo os ruego me alcancéis de Dios la gracia de dejarme regir y gobernar de vos según el beneplácito divino. Amen.

 

EJEMPLO

Santa Francisca Romana, que floreció á mediados del siglo XV, gozaba constantemente de la presencia visible del Ángel de su guarda. Veíale á su lado en forma de un lindísimo niño, de cuyo rostro nacían tan vivos resplandores, que para ella nunca había noche. Sus ojos elevados al cielo, sus labios sonreían dulcemente, sus cabellos de oro flotaban graciosamente con la brisa, sus manos cruzadas sobre el pecho, sus vestiduras aparecían unas veces cándidas como la nieve, otras como el azul del cielo y otras del color de la púrpura. Dichosísima vivía la santa al lado de tan sin par compañero; pero si alguna vez cometía alguna ligera falta, se ausentaba de ella hasta que la expiaba. Otras veces que por atender al cumplimiento de alguna obligación tenía que suspender el rezo del santo Rosario ó del oficio parvo de la Santísima Virgen, al volver hallaba que el Ángel tenía escrito con letras de oro lo que había dejado de concluir: tanto agrada a los Ángeles la exactitud en atender á los propios deberes. P. Rafael Pérez.

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