DÍA
VIGÉSIMO PRIMERO
AMOR
Y GRATITUD QUE DEBEMOS A LOS ÁNGELES CUSTODIOS
MEDITACIÓN
PUNTO
1º.
Considera alma mía, que los deberes que nos ligan a nuestros Santos Ángeles
custodios son más imperiosos y más íntimos que los que tenemos y más íntimos
que los que tenemos para con los demás Ángeles y santos del cielo, porque,
aunque tengan estos sobrados títulos para merecer nuestro amor y respeto, no
tienen sobre nosotros autoridad divina ni nos cuidan con más solicitud
perseverante desde la cuna hasta el sepulcro, pues así como cuando un padre
entrega a su hijo a un ayo para que lo eduque, traslada a el los deberes de la
paternidad cunado es conveniente para el fin que propone, de la misma manera
Dios, al entregarnos á los Ángeles custodios para que nos guíen y enderecen en
esta vida mortal, les ha comunicado su autoridad soberana, cuanto es necesario
para la consecución de nuestro último fin, ó sea nuestra eterna felicidad.
Debemos, por consiguiente, considerarlos revestidos de autoridad divina sobre
nosotros; tienen el derecho que Dios les ha dado, y á nosotros nos corresponde
el deber de considerarlos como sus representantes. Y como desempeñan fielmente
su noble misión, derramando á manos llenas sobre nosotros la abundancia de sus
favores, de aquí nacen los deberes de amor y gratitud que para con ellos
tenemos. En primer lugar, el amor, porque el motivo más poderoso para amar es
el amor mismo, por esto se ha dicho que el amor engendra amor: Si vis amari
ama: Si quieres ser amado ama tú también. Los Ángeles custodios nos aman de un
modo tiernísimo que no podemos comprender; porque somos como ellos criaturas
inteligentes y libres y la semejanza de naturaleza siempre engendra amor; nos
aman porque han visto á Dios amarnos hasta el punto de darnos á su Hijo y han
visto á la vez á este Hijo dar su vida por rescatarnos y hacerse amar por
nosotros durante toda la eternidad; más como el amor sólo se corresponde con
amor, debemos también nosotros amar á nuestros Ángeles custodios. Todavía más,
aun suponiendo que ellos no nos amasen, nos bastaría saber que Dios los ama por
ser criaturas las más perfectas que ha sacado de la nada. ¿Y no sería justo que
nosotros amásemos lo que Dios ama? Lo que es digno del amor divino ¿No sería
con mayor motivo digno del nuestro? Por otra parte, si el conjunto de las
cualidades que constituyen el mérito de una persona produce en nosotros amor,
cuan grande debe ser el amor que profesemos a nuestros Ángeles de guarda:
puesto que cuanto mayores y más excelentes son las cualidades que adornan á una
persona, tanto más amable la hacen. ¿Y quién duda, como se ha demostrado ya en
los días anteriores, que la nobleza, sabiduría, gracia, santidad, poder,
hermosura, y demás bellas dotes, que forman un armonioso conjunto se encuentran
reunidas en nuestros Ángeles custodios? Son, por tanto, indiscutibles y por lo
mismo puestos fuera de duda los hermosos títulos que hacen acreedores á nuestro
amor á los Ángeles custodios.
PUNTO
2º.
Considera, en segundo lugar, que siendo la gratitud el reconocimiento de los
beneficios dispensados; á nadie después del amable Jesús y de su santísima
Madre, debemos mayor gratitud que á nuestro Santo Ángel custodio; porque
después de nuestro Salvador y de María, de nadie liemos recibido mayores bienes
y más esmerada solicitud, que de nuestro celeste protector y perpetuo
compañero. Para persuadirnos bien de este deber, nos bastaría recordar los
oficios que desempeñan con nosotros: ellos nos purifican, nos iluminan y
perfeccionan, nos libran de los peligros de alma y cuerpo, ofrecen á Dios
nuestras buenas obras, bajan del cielo á la tierra, llenos de bendiciones y
gracias que derraman en nuestras almas, excusan nuestras faltas delante de
Dios, nos asisten en una palabra de día y de noche prodigándonos toda clase de
atenciones y cuidados. En vista de tantos y tan continuos beneficios que nos
dispensan, ¿podremos negarles nuestros sentimientos de gratitud? ¡Ah! seríamos
entonces más ingratos que las mismas fieras, -pues los historiadores refieren
ejemplos sorprendentes de esta hermosa virtud dados por algunos animales.
Resolvámonos, pues, á ser de hoy en adelante más agradecidos a nuestros Ángeles
custodios, y a corresponder con amor más crecido a todos sus tiernos y amorosos
desvelos, así se redoblará más y más su vigilancia hasta ponernos en posesión
del reino celestial.
JACULATORIA
Santos
Ángeles custodios, que sois nuestra luz, nuestros protectores, nuestros
consejeros y nuestros guías, recibid los homenajes de nuestro reconocimiento y
rogad por nosotros.
PRÁCTICA
Siempre
que salgáis bien de algún lance apurado, o tengan un éxito feliz la empresa que
acometáis, acordaos de que el Ángel de vuestra guarda ha tomado parte muy
especial y dadle las más finas gracias.
ORACIÓN
Amorosísimo
Ángel de mi guarda, representante de Dios en la tierra para dirigir todos mis
pasos hacia el bien y apartarme con tierna solicitud de los caminos del mal;
¿con qué amor podre corresponderos tantos y tan afectuosos cuidados, como de
continuo me estáis prodigando desde que vine á este mundo? ¿Y cómo podré daros
los más vivos testimonios de gratitud que merecéis, cuando apenas alcanzo á
entender o vislumbra r la grandez a de vuestros beneficios? ¡ah! Vos, Ángel
mío, bien conocéis mi impotencia y ceguera par a no exigir de mi los homenajes
de reconocimiento que os corresponden, por tanto, sólo os ruego me alcancéis de
Dios la gracia de dejarme regir y gobernar de vos según el beneplácito divino. Amen.
EJEMPLO
Santa
Francisca Romana, que floreció á mediados del siglo XV, gozaba constantemente
de la presencia visible del Ángel de su guarda. Veíale á su lado en forma de un
lindísimo niño, de cuyo rostro nacían tan vivos resplandores, que para ella nunca
había noche. Sus ojos elevados al cielo, sus labios sonreían dulcemente, sus
cabellos de oro flotaban graciosamente con la brisa, sus manos cruzadas sobre
el pecho, sus vestiduras aparecían unas veces cándidas como la nieve, otras
como el azul del cielo y otras del color de la púrpura. Dichosísima vivía la
santa al lado de tan sin par compañero; pero si alguna vez cometía alguna
ligera falta, se ausentaba de ella hasta que la expiaba. Otras veces que por
atender al cumplimiento de alguna obligación tenía que suspender el rezo del
santo Rosario ó del oficio parvo de la Santísima Virgen, al volver hallaba que
el Ángel tenía escrito con letras de oro lo que había dejado de concluir: tanto
agrada a los Ángeles la exactitud en atender á los propios deberes. P. Rafael
Pérez.
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