domingo, 22 de octubre de 2023

MES DE OCTUBRE A LOS SANTOS ÁNGELES


 

DÍA VIGÉSIMO TERCERO

TEMOR A NUESTROS ANGELES CUSTODIOS.

MEDITACIÓN

PUNTO 1º. Considera, alma mía, que, si el amor y beneficios continuos que los Ángeles custodios nos dispensan, no son suficientes á enmendar nuestra vida y á tributarles los homenajes de respeto y veneración que les son debidos, al menos muevan nuestra insensibilidad su indignación y justa cólera por las que castigarán nuestra ingratitud. Consideremos que estos mismos habitantes del cielo, que, como hemos visto, llevan allá nuestras plegarias y buenas obras para traernos en cambio abundantes bendiciones y gracias; también saben llevar nuestros pecados y crímenes. Ellos serán los que un día en contra nosotros testimonios irrefragables acerca de nuestra mala conducta. Entonces se abrirán los libros. dice la Escritura, presentaránse los Ángeles custodios, y se leerá en su espíritu y memoria, como en registros vivientes, un diario exacto de nuestras acciones y vida criminal. San Agustín es quien lo dice, "Que nuestros crímenes están escritos, como en un libro en el conocimiento de los espíritus celestes, los cuales están destinados á castigar los crímenes." Cuántas maldades horribles se pondrán de manifiesto à un solo golpe de vista y cuan grande será la vergüenza de nuestra vida delante no sólo de la hermosura de Dios, sino en presencia de la belleza incorruptible de estos espíritus puros, que nos echarán en cara sus asiduos y amorosos cuidados; con que fuerza harán patente la enormidad de nuestras faltas; pues no sólo el cielo y la tierra se habrán irritado contra nosotros; sino que aún nosotros mismos no podremos sufrirnos. ¡Ah! sí, temblemos, temblemos porque el Ángel que está á nuestro lado, este guardián fidelísimo, tomará parte contra nosotros; pues, el alma que se le ha encomendado se hallará entonces perdida y desesperada, sentirá el más completo abandono y la soledad más espantosa, viendo á sus mejores amigos levantarse contra ella. Estos caritativos compañeros pueden llegar á ser, por culpa nuestra, nuestros perseguidores porque nuestros pecados habrán convertido en contra nuestra todo aquello que se nos había dado para nuestra salud eterna. El Salvador se tornará en Juez inflexible, su sangre derramada por nuestro perdón clamará venganza contra nuestros crímenes. Los Sacramentos, estas dulces fuentes de gracia, se volverán contra nosotros fuentes de maldición. El cuerpo de Jesucristo, manjar de inmortalidad, llevará á nuestras entrañas la eterna condenación; pues es tal la malicia del pecado, que cambia en veneno mortal y en peste horripilante los remedios más saludables: no nos asombremos, pues, de que los Ángeles custodios puedan convertirse en nuestros perseguidores y enemigos implacables.

 

PUNTO 2º. Considera, que no solamente son temibles nuestros Ángeles custodios en el día del juicio, sino que también mientras vivamos en el mundo deben inspirarnos temor: porque si son instrumentos de la misericordia de Dios, son también instrumentos de su justicia y están dotados de un poder extraordinario, del cual hacen uso cuándo y cómo el Señor les ordena. Así leemos en la Santa Escritura que, en una sola noche, un Ángel mató á los primogénitos de los egipcios: y en otra noche otro Ángel mató igualmente hasta ciento ochenta y cinco mil soldados en su campamento. Mas esto nada tiene de asombroso, porque un solo Ángel, merced al poder que tiene por su naturaleza, bastaría para dar muerte en pocos momentos á todos los hombres. Pero nuestro temor debe crecer al considerar que Dios les ha dado poder para castigar nuestros pecados; y aunque no sepamos que usan con frecuencia de este poder, basta que sepamos que lo poseen para que esto sea ya un motivo temerles, pues aunque no lo usaran más que raras veces, los golpes que en extremo sensibles y dolorosos; porque podrían, por ejemplo, privarnos de nuestros bienes, de algún miembro de nuestro cuerpo, ó finalmente de nuestra salud. Consideremos, pues, que el Ángel custodio, testigo perpetuo de nuestras acciones y celoso por el cumplimiento de la justicia divina está pronto á castigarnos á la menor señal de Dios. Como se le preguntara a un venerable solitario, cuál era su práctica diaria favorita, respondió: "Me considero como si mi Ángel estuviera delante de mí y me vigilo á mí mismo, acordándome de lo que está escrito: Veta siempre a mi Señor en mi presencia porque está á mi lado para que no me turbe, le temo porque el observa todo lo que hago, y cada día sube hacia Dios para darle cuenta de mis oraciones y de mis palabras."

 

JACULATORIA

Ángel de mi guarda, ministro de la Misericordia como de la Justicia divinas, haced que os ame y os tema siempre.

 

PRACTICA

En las oraciones de la noche, practicad actos de temor a vuestro Ángel custodio, en particular cuando hayáis tenido la desgracia de caer en algún pecado grave. Se rezan tres Padre Nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri y se ofrecen con

la siguiente:

 

ORACION

Ángeles de nuestra guarda, espíritus poderosos, en cuyas manos vibra la espada vengadora de la Justicia divina, no descargeis sus golpes sobre nosotros, infelices pecadores, que la hemos provocado con nuestros delitos, mirad- nos aquí postrados, llenos de temor por haberos afligido tanto con el endurecimiento de nuestros corazones; pero ahora queremos alegraros con las lágrimas de nuestra penitencia; á fin de que borréis del libro de nuestra vida todos los pecados que hemos cometido, y nos presentéis un día ante el trono de Dios cubiertos con la cándida vestidura de la gracia para alabarle eternamente. Amén.

 

EJEMPLO

Juan Correa, jovencito jesuita de extraordinaria virtud, visible y familiarmente tenía la dicha de tratar con el Ángel de su guarda; con él consultaba sus dudas, de él recibía lecciones: eran como dos amigos íntimos. El Ángel solía despertar á Juan todas las mañanas, más un día se mostró éste un poco remiso y no obedeció con la prontitud de siempre. La falta no era muy grave, sobre todo estando el pobre joven fatigado de un largo y penoso camino hecho á pie por las sierras y bosques vírgenes de América; sin embargo, su amante ayo pensó de otra manera. ¿Qué castigo le daría? El que podía serle más sensible: se le ocultó por unos cuantos días, y luego que á fuerza de súplicas y lágrimas volvió amostrársele, le reprendió severamente su negligencia. P. Rafael Pérez.

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