DÍA
VIGÉSIMO QUINTO
ASISTENCIA
DEL ÁNGEL CUSTODIO EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE
MEDITACIÓN
PUNTO
1º.
Considera, alma mía, que si en todo el tiempo de nuestra vida tenemos necesidad
de los auxilios del Ángel de la guarda; sobre todo en la hora de nuestra muerte
se hace más imperiosa esta necesidad, porque entonces crecen asombrosamente los
peligros del alma. Desde nuestro nacimiento ha venido sosteniendo nuestro Ángel
custodio una lucha encarnizada con el ángel malo; y el éxito de esta lucha
tiene que decidirse en los últimos momentos de la vida. El demonio, agota todos
los recursos que su rabia le inspira para llevar al lugar de los tormentos eternos
á un alma que no pudo perder quizá durante la vida, porque sabe que pocos
instantes le quedan; pero el Ángel del cielo está allí á nuestro lado
defendiéndonos de las iras de satanás y desbaratando todas sus astucias y
artificios malignos. El furor del demonio en esa hora, no puede ser más
poderoso que el celo de nuestro Ángel; y basta sólo la voluntad y buena disposición
de nuestra parte como la docilidad á sus santas inspiraciones, para que el
enviado de Dios salga en la lucha vencedor. Verdad es que el demonio nos
combate por el lado más flaco, porque conoce nuestras debilidades; y así nos
pone las tentaciones más horrendas del vicio á que sabe hemos si lo más
inclinados; acrecienta à nuestros ojos, la malicia del pecado, la ingratitud á
los beneficios recibidos, la tibieza en el uso de los Sacramentos, el desprecio
á las obras de piedad; nos pinta, en una palabra, con los más vivos colores, la
vida pasada, hace aparecer sin límites
la severidad de la justicia divina y oculta la misericordia para que se pierda
la esperanza cayendo en desesperación, amortigua la fe y casi extingue la
caridad. La influencia satánica se extiende hasta en la enfermedad misma, si
Dios lo permite, ya privándonos del juicio ó del uso de los sentidos para
inutilizar los buenos actos y todo medio de conversión y penitencia; y
halagando con vanas apariencias á los módico", á los deudos, á los amigos,
para dar tregua á la administración de los sacramentos, y, si es posible,
privar del todo al pobre moribundo de los últimos consuelos de la religión.
Todo esto no es tan raro como se cree, son frecuentes los casos, nadie se exime
de luchar más ó menos con el demonio en la hora terrible de la muerte, y San
Agustín afirma que nadie sale de esta vida' sin verse cara á cara con el
demonio.
PUNTO
2º.
Considera, que, si son tan terribles las acometidas de satanás en los momentos
de la muerte, serian aún más horrorosas si el Ángel de nuestra guarda no
desplegara allí todo su poder y todo su celo en favor nuestro, pues él ahuyenta
á los demonios y los tiene como atados para que no puedan hacernos daño; nos da
fuerza contra las tentaciones, comunicándonos auxilios divinos. Nos muestra la
justicia divina, pero no como satanás para desesperarnos, sino para infundirnos
un saludable temor; nos descubre los tesoros de la divina misericordia para
aumentar nuestra confianza. No nos oculta la fealdad de los pecados, pero aviva
nuestra fe, la cual nos asegura de que un solo acto de arrepentimiento basta
para borrarlos todos. Por último, nos pone delante de los ojos en toda su
hermosura los méritos de Jesucristo, la ternura maternal de María, las buenas
obras que durante la vida hicimos en obsequio suyo, y nos hace sentir más
vivamente su presencia; todo esto para endulzar y suavizar el más amargo de los
trances de la vida humana. Mas no se limitan los cuidados de nuestro Ángel á
esto únicamente, sino que inspira á las personas ausentes que nos visiten para
que nos hablen del peligro que corre nuestra alma, ó nos traigan un sacerdote á
la cabecera para que nos imparta los últimos auxilios de la religión, y lo
iluminen sugiriéndole los consejos que ha de darnos más aptos para convertirnos
y consolarnos. San Felipe Neri refiere que Dios le hizo ver en cierta ocasión á
los Ángeles sugiriendo al oído de dos hermanos suyos, las palabras que decían á
dos moribundos que estaban asistiendo. No puede dudarse que esto mismo pase con
todos los que auxilian á los agonizantes; pero no siempre ha de haber almas
como la de San Felipe que claramente lo vean. Pidamos, pidamos, pues, á nuestro
Ángel nos imparta sus auxilios en esa terrible hora y no cesemos de dirigirle
desde hoy nuestras oraciones para aquel trance.
JACULATORIA
Santo
Ángel de mi guarda, defendedme de las asechanzas de Satanás en la hora de mi
muerte.
PRACTICA
Practicad
con frecuencia el ejercicio de la buena muerte, que se halla en muchos libros
de devoción y tiene concedidas numerosas indulgencias y ofrecedlo al Sagrado
Corazón de Jesús por manos de vuestro santo Ángel custodio. Se rezan tres Padre
nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri y se ofrecen con la siguiente:
ORACION
Amabilísimo
Ángel de mi guarda, tierno protector mío, que habéis de acompañarme hasta la
hora en que mi alma sea arrancada de mi cuerpo; vos conocéis mejor que nadie
los peligros á que seré expuesto en ese terrible trance, por eso desde hoy os
suplico me dispenséis en esa hora vuestros poderosos auxilios; sí, os ruego que
deis entonces fuerza á mis trémulas y torpes manos para estrechar contra mi
pecho el crucifijo y no en el lecho del dolor; que prestéis luz á mis apagados
y amortecidos ojos para que fijen en él sus miradas lánguidas y moribundas; que
á mis labios fríos y balbucientes, les deis poder de pronunciar el santo nombre
de Jesús; que á mis oídos, próximos á cerrarse para siempre á las
conversaciones humanas, les comuniquéis virtud de abrirse para oír de los
divinos labios la sentencia irrevocable de mi eterna suerte, que alejéis de mí
los espíritus infernales; y, finalmente, que recojáis las últimas lágrimas de
penitencia que derrame, ofreciéndolas al Dios de las misericordias, como un
sacrificio de expiación, para que mi alma sea recibida en su seno amo amoroso,
donde sea feliz eternamente en vuestra compañía. Amen.
EJEMPLOS
Estando
San Ignacio de Loyola en el monte Casino, queriendo rogar á Dios por
la
salud del devoto P. Diego de Hazes, que conoció estaba enfermo, vio de repente
el alma de dicho Padre, que fue el primero que murió de la Compañía, llena de
resplandores de gloria, que la llevaban al cielo muchos Ángeles: lo cual
sucedió en el mismo lugar que á San Benito aconteció otra revelación semejante
en la muerte de San Germán, Obispo de Capua. Estando enfermo el P. Juan Coduri
uno de los compañeros de San Ignacio, fue á decir misa por él su santo Padre á
la Iglesia de San Pedro de Monte Áureo; más en el camino levantando los ojos al
cielo, vio el alma ele dicho P. Coduri muy resplandeciente, entre coros de
Ángeles que la subían al cielo; y vuelto San Ignacio á su compañero, le dijo:
Tornemos a casa que ya ha muerto el maestro Juan Coduri. Vida de San Ignacio
por el P. Juan Eusebio de Nieremberg.
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