DÍA
OCTAVO
HERMOSURA
DE LOS ÁNGELES
MEDITACIÓN
PUNTO 1º.
Considera, alma mía, cuán difícil es, por no decir imposible, explicar la
hermosura de los Ángeles, su belleza más bien se siente que se explica, y esto
imperfectamente; los escritores que se han ocupado en describir las grandezas
del cristianismo se han considerado impotentes para hablar de este asunto; un
piadoso escritor dice a este propósito: Para hablar de la hermosura de los
Ángeles más elocuente es el silencio. Cuando las Palabras son insuficientes
para expresar lo que el entendimiento columbra, se debe callar después de haber
nombrado el objeto inenarrable que con su mucha luz nos ofusca y nos
enmudece." Así es, en efecto, nuestro entendimiento, acostumbrado a
entenderlo todo bajo imágenes sensibles, y nuestra imaginación y sentidos,
habituados a no percibir otras bellezas que las puramente corporales, háyanse
impotentes para narrar la hermosura puramente espiritual de los Ángeles;
examinemos, sin embargo, un rasgo, imperfecto que sea, de esa belleza angelical
que admira nuestra inteligencia y encanta y arroba nuestros corazones.
Generalmente se llaman bellos o hermosos los objetos que produciendo en el
entendimiento cierta complacencia o deleite espiritual, hacen que descanse o
repose en ellos el apetito de la voluntad; por esto las plantas, las flores,
las perlas, la plata, el oro, los valles, los montes, los lagos, la luna, las
estrellas, son y los llamamos hermosos, pues cuando los contemplamos con
atención, el entendimiento se extasía y el corazón se siente como descansar o
reposar en ellos. Mas ¿cuáles son las cualidades o atributos fundamentales del
objeto que produce en nosotros tan dulces efectos? El Angélico Dr. Santo Tomás
nos dice que para la hermosura de un objeto se requieren tres cosas, su
integridad o perfección, la debida proporción o consonancia y la claridad; es
decir, que, para que un ser sea hermoso y capaz de cautivar la inteligencia y
el corazón, ha de tener en sí completamente todos los elementos indispensables
à su naturaleza íntegra y perfecta; ha de haber armonía o disposición ordenada
en estos elementos, de tal suerte que constituyan el objeto uno a pesar de su
multiplicidad; y por último, el objeto ha de estar adornado de claridad y
esplendor. Ahora bien; ¿quién puede dudar que en los Ángeles se encuentran
reunidas mejor que en otras criaturas todas estas condiciones? son por lo mismo
los seres más hermosos de la creación.
PUNTO
2º.
Considera, pues, que a la naturaleza de los Ángeles no falta ninguno de los
atributos que les son debidos, como simplicidad, inteligencia, voluntad etc.,
que todas estas perfecciones se relacionan y armonizan entre sí de un modo tan
admirable, que constituyen una unidad perfecta; y a medida que estos espíritus
son más simples son participantes de mayor número de perfecciones, acercándose
a Dios, aunque sin igualarlo nunca, en quien se hallan de un modo eminente,
cuantas perfecciones y hermosuras están esparcidas en el universo entero y
cuantas hay posibles é imaginables; finalmente, los Ángeles están bañados, por
decirlo así, de luces, claridades, esplendores tan vivos que brillan con una
magnificencia encantadora todas sus dotes, excelencias, prerrogativas y demás
perfecciones. No extrañaremos, por tanto, que siempre que los Ángeles se han
aparecido en la tierra a los santos, lo hayan hecho bajo las formas más bellas
que jamás el ojo humano ha visto. Hallándose en presencia de uno de ellos el
profeta Daniel, a la vista de aquella majestad sintió le faltaban las fuerzas;
tan sobrecogido quedó. Cuenta de sí el Apóstol S. Juan, que, viendo a un Ángel en
su hermosura, iba a adorarle como a Dios, tomando su majestad por la divina, y
no es de creer lo que viese aún que lo viese en toda su natural belleza, que es
toda intelectual e inaccesible al hombre. Consideremos, pues, ¡de qué
espectáculo gozaremos en el cielo, cuando podamos recorrer, empezando por el
último de los Ángeles y no parando hasta el Serafín más excelso, todas las
jerarquías y contemplar sus dotes singulares, no fueran más que las solas dotes
naturales!
JACULATORIA.
Ángeles
que reflejáis en vuestro ser la hermosura de Dios, pedid que brille en todas
nuestras palabras, acciones y pensamientos la belleza y gracia de la santidad.
PRACTICA
Recordad
con frecuencia el estado felicísimo en que fueron criados nuestros primeros
padres, y pedid al Señor nos devuelva con usura, después de la resurrección
universal, la hermosura de la naturaleza y de la gracia que hemos perdido por
el pecado. Se rezan tres Padre nuestros y tres Ave Marías con Gloria Patri
etc. y se ofrecen con la siguiente:
ORACIÓN
Espíritus
celestiales, que cual bellas rosas, encendidos claveles y cándidos lirios que hermoseáis
los jardines de la Jerusalén dichosa, y con la fragancia suavísima de vuestros
perfumes llenáis de dulces aromas todos los recintos de aquel vasto vergel, interceded
por nosotros, a fin de que nunca perdamos la hermosura de la gracia que embellece
los áridos y estériles desiertos de nuestras almas, sino que, ricos de
virtudes, logremos un día ser trasportados a las moradas de ese divino Edén
para gozar de vuestra suprema hermosura, después de la de Jesús y de María
juntamente con la de los bienaventurados por los siglos de los siglos Amén.
EJEMPLO
Santa
Cecilia era una virgen romana de ilustre prosapia, y distinguida por su piedad,
que había consagrado a Jesucristo su virginidad; pero habiendo resuelto su
familia casarla con un joven patricio, llamado Valeriano, ella le llevó a su
cuarto y le habló de esta manera: "Excelente joven sabed que tengo un
secreto que confiaros, ¿juráis guardarlo fielmente?" Valeriano lo que
tengo por amigo un Ángel de Dios, que vela sobre mi cuerpo con gran cuidado, si
ve que, en la cosa más mínima, os atrevéis á obrar conmigo por el arrebato de
un amor sensual, pronto su favor se encenderá contra vos, y, bajo los golpes de
su venganza, sucumbiréis en la flor de vuestra brillante juventud."
Hacedme ver este Ángel, respondió Valeriano, si queréis que yo crea en vuestra
palabra. Pero Cecilia le hizo comprender que no podría verlo más que con la
condición de hacerse bautizar y de creer en Dios único que reina en los cielos.
La presencia y la palabra de la joven virgen penetraron al joven de castos y
saludables pensamientos. Obedeciendo á la voz de la gracia, accedió a esta
proposición. Ella le entregó un escrito dirigido al Papa Urbano, que fue á
encontrar en las catacumbas; quien después de haberle puesto completamente en
el camino de la salvación, le administró el bautismo. Animado Valeriano del
ardiente deseo de ver al Ángel, corrió presuroso, vestido de la túnica blanca
de los neófitos, y
encontró
a Cecilia donde la había dejado, haciendo oración. A su lado estaba un Ángel
hermosísimo, cuyo rostro resplandecía como el sol, su cuerpo estaba cubierto
con los más vivos colores, y sus dos alas brillaban como si fuesen de purísimo
fuego. Tenía dos coronas, una en cada mano, entrelazadas de rosas y azucenas,
de las cuales colocó una sobre la cabeza de Cecilia, y otra sobre la de
Valeriano, y les dijo: "Es necesario que os hagáis dignos, por la pureza
de vuestros corazones y por la santidad de vuestros cuerpos, de conservar estas
coronas: es del jardín del cielo de donde las traigo" Los dos esposos se
arrojaron
de
rodillas, alabando y bendiciendo al Señor. Valeriano por su parte convirtió a
su hermano Tiburcio a la fe cristiana, y desde que recibió el bautismo,
apercibió al Ángel que estaba de pie al lado de Cecilia. Los tres murieron muy
pronto después de haber recibido la corona del martirio.
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