DÍA
VIGÉSIMO PRIMERO
EL
MILAGROSO NIÑO JESÚS DE PRAGA Y SU AMOR A LOS HOMBRES
De
las excelencias y quilates del amor divino, que Jesús, Hijo de Dios, tiene a
los hombres, nadie, que antes no haya estado en el cielo, puede hablar
dignamente. Por eso, San Pablo, que estuvo, pudo asignar a este amor cuatro
cualiades (Eph. III), que a ningún otro amor que al divino corresponden, y son:
su longitud, o sea su duración eterna, sin conocer principio ni fin; su latitud
o anchura, abarcadora de todos los hombres en todas las épocas y en todas las
latitudes; su alteza, o sea la soberanía y alta cumbre que nos levanta a los
mortales, y su profundidad, o sea el abismo de inefables misterios y secretos
que hayan en este amor abrasador y divino. ¡Oh Señor y verdadero Dios mío, os
diré con Santa Teresa, vuestra esposa predilecta, quien no os conoce nos ama!
¡Oh qué gran verdad es esta! Mas ¡ay dolor, ay dolor de los que no os quieren
conocer! Considero yo muchas veces, Cristo mío, cuán sabrosos y cuán deleitosos
se muestran vuestros ojos a quien os ama., y Vos, bien mío, quieres mirar con
amor. Paréceme una solar vez de este mirar tan suave a las almas que tenéis por
vuestras, basta por premio de muchos años de servicio.
UNA
PARALÍTICA DEJA DE SERLO
"Ocho
años ha que una de nuestras hermanas se vió atacada de una parálisis en todos
sus miembros. Por espacio de dos años estuvo sufriendo los más atroces dolores,
y no se omitió medio alguno para su curación. Todo fué inútil. Ya
desconfiábamos de poderla salvar, cuando tuvimos la feliz idea de encomendarla
al Santo Niño Jesús de Praga. Al efecto, hicimos varias novenas pidiéndole la
salud de la enferma. Al terminar una de ellas nuestra hermana pudo caminar, y a
los pocos días estaba completamente bien". Así se explica una fervorosa
hija de Santa Clara, quien fuera testigo de este grandioso milagro.
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