DEVOTO EJERCICIO
QUE EN HONOR DEL SANTO ANGEL DE LA GUARDA DEBE PRACTICARSE EL DIA DOS DE CADA
MES.
Dispuesto por el
Doctor y Ministro D. Manuel Gómez Marín, Presbítero del Oratorio de San Felipe
Neri de esta capital.
México. 1838.
Impreso por Luis Abadiano y Valdés, calle de las Escalerillas número 13.
Están concedidos 200 días de Indulgencia
por cada palabra de las contenidas en este Día dos consagrado al Santo Ángel de
la Guarda, por el Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Don Fr. José María de Jesús
Belaunzarán, dignísimo Obispo de Monterrey.
ACTO DE
CONTRICION.
Señor
mío Jesucristo, Criador, Padre y Redentor mío: A vuestros pies viene un
pecador, quizá el más grande y más ingrato que sustenta la tierra; pero no
viene a insultaros con nuevas ofensas, sino a llorar y detestarlas con la mayor
amargura de su corazón. ¡Cómo no espiro de dolor, Padre amantísimo mío, al
recorrer las épocas de mi vida, y no hallar en ellas más que crímenes, vicios y
enormes maldades! Y cuando por ellas debiera estar ya en los infiernos,
solamente veo vuestros brazos abiertos, que me esperan y me convidad con el
perdón. ¡Qué bien se conoce, que yo no soy más que una criatura pobre, tanto
más miserable, cuanto más ingrata; y vos un Dios tanto más grande, cuanto más
misericordioso. Pero ¿qué es lo que quiere decirme esa preciosa Sangre que
estáis derramando por vuestras llagas? ¿Qué, esa postura lastimosa en que
estáis clavado en ese afrentoso leño? ¿Y qué, por último, esos ojos que
compasivo fijáis sobre mí? ¿Qué, deseáis mi salvación, y que me aparte de mi
pésima conducta? Pues Redentor mío, todo está hecho. Ahora mismo mueran a
vuestros pies mis vicios y pecados, y ese torrente de Sangre y Agua que sale de
vuestro Costado, lave enteramente mis manchas. Si hasta hoy solamente has visto
en mí culpas, ingratitud y horrendos delitos; desde este feliz instante no
veréis más que un corazón contrito y humillado, y con la firme resolución de
morir mil veces antes que volver a ofenderte. ¡Oh Señor!, echad una ojeada
sobre esta pobre criatura, y conoceréis claramente cuanto me pesa haberos
injuriado. Tened lástima de mí, y no me condenéis. Haced que en mí se logre el
fruto de vuestra pasión, y que no me levante de vuestras plantas, sin sentir
sobre mi corazón la paz, la verdadera alegría, y los deseados efectos de
vuestra misericordia.
ORACION AL SANTO
ANGEL DE LA GUARDA.
Habiendo
ya procurado reconciliarme con mi amabilísimo Jesús, a vos dirijo la palabra
para saludaros, Oh Santo Ángel de mi Guarda, vigilante custodio mío, y
rendidamente os tributo todo mi respeto, todo mi amor y confianza. Mi respeto,
por ser justamente debido a vuestra grandeza y a las nobles cualidades de
naturaleza y gracia con que os enriqueció el Altísimo. Mi amor, por el esmero y
puntualidad con que desempeñáis en mi favor el cuidado de mi salvación, de mi
vida y de todas mis cosas, que el Señor con amorosa providencia os encomendó.
Y, finalmente, os consagro mi confianza, porque estoy bien persuadido del poder
y fortaleza de vuestro brazo: y por lo mismo nada podrá contra mí el ataque de
mis enemigos, ni tengo que temer, como estéis vos a mi lado. Vos sois para mí
la columna misteriosa que guiaba al pueblo de Dios por el desierto, pues como
ella me franqueáis luz en la obscuridad que me ocasionan mis culpas, y me prestáis
auxilio contra los ardores de la rebelde concupiscencia. ¡Qué ingrato sería yo,
oh mi respetable Ángel custodio, si me olvidara de vuestros favores; o si
teniéndolos presentes, no los correspondiera al menos con ofreceros mi corazón!
Yo os lo ofrezco, y desde este momento no quiero caminar en este desierto, sino
siendo vos mi defensor y mi guía. Esforzad por tanto, os suplico, vuestro
poder, pues conocéis bien mi fragilidad y miseria. Sed, oh grande amigo mío,
quien me consuele en mis trabajos, quien me dirija en mis negocios, y quien me
saque victorioso en los terribles y continuos combates que me presenta el
mundo. El Señor que os envió me ordena que no me aparte de vuestros avisos y
consejos; no dudéis que deseo vivamente seguirlos; porque de este modo cuento
con el acierto, y cuento también con acabar mi vida en paz, y darte las gracias
después en la eterna bienaventuranza.
Se rezan tres Padre nuestros y tres Ave
Marías con Gloria Patri, y después la siguiente
ORACION
Cuando
contemplo, clementísimo Redentor mío, los inmensos bienes que hemos conseguido,
por solo haber destinado vuestra sabia providencia a cada uno de nosotros uno
de vuestros Ángeles para nuestra protección y custodia, no puedo menos que
daros infinitas gracias por este beneficio, mayor a la verdad de lo que puede
concebirse. Porque ¿quién es capaz de ponderar dignamente la seguridad que
logramos por el auxilio de este soberano espíritu, que desde el principio de
nuestra vida nos acompaña? El, cumpliendo con lo que vos, Señor le habéis encomendado,
no se descuida un momento, sino que con el más grande empeño y amor siempre nos
atiende. ¿Qué habría sido de mí, si en los difíciles y arduos negocios que me
han cercado, no hubiera intervenido la mano poderosa de este fiel compañero?
¡Ah Señor, ahora que me habéis abierto los ojos, conozco cuanto le debo! Él es,
sin duda, quien de un modo invisible me avisa de los riesgos que me amenazan;
quien evita peligros que me serían fatales; y de una vez, quien da a todos mis
pasos la dirección que conviene para mi eterna salud. No tengo lengua, Dios
mío, con qué expresar todos los socorros que este Santo Ángel me ha
proporcionado en todo y en cada uno de los instantes de mi vida. Permitidme al
menos que de algún modo se desahogue mi corazón, consagrándole desde esta vida
las alabanzas que espero continuar en la eternidad.
HIMNO.
¡Oh compañero
amable
Y mi mejor amigo,
Que venís desde el
cielo
A ser custodio
mío!
Extended vuestro
brazo
En mi favor y
auxilio,
Regid, regid mis
pasos,
Mis deseos y
apetitos,
Y vendrán luego a
tierra
Mis crueles
enemigos;
Y nada se ejecute,
Sin ser de vos
bendito.
Enfrenad de mi
carne
El rebelde
incentivo,
Coartando la
licencia
A todos mis
sentidos.
Si el demonio me
ataca,
Facilitadme asilo,
Haciendo que tu
escudo
Me libre de sus
tiros.
Dadme luz en mis dudas,
Cautela en mis
peligros,
Y no habrá quien
me arredre,
Estando voz
conmigo.
Gloria sea dada al
Padre,
Honor eterno al
Hijo,
Y al Espíritu
Santo
Por sempiternos
siglos.
Amén.
OREMUS.
Angele
Dei, qui custos mei, me tibi commisum pietate superna ilumina, custodi, rege,
et guberna. Amen.
OREMOS
Ángel
de Dios, que eres mi guarda: ya que la piedad divina me ha puesto bajo tu
protección, alúmbrame, dirígeme, defiéndeme y gobiérname. Así sea.
INDULGENCIAS
Nuestro Santísimo Padre Pío VI, motu
proprio, con Breve perpetuo de 2 de Octubre de 1795, concede Indulgencia de
cien días a todos los fieles, por cada vez que en cualquier idioma rezaren en
honor del Santo Ángel Custodio la antecedente oración, implorando su continua
asistencia. Y al que la rezare por la mañana y tarde en todo el año, concede
Indulgencia Plenaria en la fiesta de los Santos Ángeles Custodios (2 de
Octubre) si confesando y comulgando en ese día, hiciera oración por la Santa
Madre Iglesia, etc., en cualquier Iglesia que visite. Esta indulgencia se puede
aplicar por los fieles difuntos.
En otro Breve de 20 de Septiembre del
1796, Motu proprio, confirmó todo lo expresado en el anterior, y concede además
Indulgencia plenaria en el artículo de la muerte a todo aquel que hubiera
rezado frecuentemente en la vida esta oración.
Nuestro Santísimo Padre Pío VII, con
Decreto Urbis et Orbis, de la Sagrada Congregación de Indulgencias dado el 15
de Mayo de 1821, después de confirmar de nuevo todo lo expresado en dos Breves
anteriores, concede perpetuamente a cualquiera fiel que rezare diariamente la
dicha oración, Indulgencia plenaria cada mes en un día que se escoja al
arbitrio, en el que verdaderamente arrepentido, confesando y comulgando,
visitare cualquier Iglesia, haciendo oración según la intención de su Santidad:
y además declara, que así esta Indulgencia como las otras contenidas en los
Breves anteriores, son aplicables por las Benditas Ánimas del Purgatorio.
NOTA.
Olvidarse del Santo Ángel que Dios a cada
uno de nosotros nos destina desde el principio de nuestra vida para nuestra
guarda, es una falta en que muchísimos incurren; mas no por ser tan frecuente,
deja de ser una ingratitud muy reprehensible. No hay palabra, no hay
pensamiento ni obra, que este fiel compañero no procure santificar y dirigir a
nuestra salvación. En todo lugar y a todas horas nos está presente y con sus
avisos oportunos y saludables consejos interiormente nos ilustra, nos guía y
nos defiende de los continuos peligros que suceden a cada paso de la vida. ¿Y
será tanta nuestra insensibilidad, que no correspondamos siquiera con nuestra
memoria a tan verdadero amigo? Si alguna vez has cometido este defecto, desde
hoy procura enmendarlo, no permitiendo que pase día alguno sin saludar a tan
Santo Ángel Custodio, encomendándole todos tus negocios con la mayor confianza,
y pidiéndole que te aleje del pecado, y de virtud en virtud te encamine a la
vida eterna. Por último, acuérdate de que Dios en el Éxodo te manda: que
obedezcas y escuches a tu Ángel, y te promete: que si así lo hicieres, el Señor
estará de tu parte y afligirá a los que quieran perseguirte.
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