ORACION
Yo os adoro ¡oh Dios mío! con la más profunda humildad,
como quien se halla ante vuestra soberana grandeza. Creo en Vos, porque sois la
verdad misma. Espero en Vos, porque sois infinitamente bueno y poderoso. Os amo
con todo mi corazón, porque sois infinitamente amable; y amo a mi prójimo como
a mí mismo por amor vuestro. Os doy las más rendidas gracias por todos los beneficios
que me habéis dispensado en este día, sin merecerlos por mi parte. Os ofrezco
el descanso a que voy a entregarme para reponer mis perdidas fuerzas y poder
serviros con más vigor en el día de mañana, si vos me lo concedéis. Os suplico que
apartéis de esta morada todas las asechanzas del enemigo; que habiten en ella vuestros
santos ángeles para conservarme en paz y que vuestra santa bendición permanezca
siempre sobre mí. Bendecid también a mis padres, hermanos, parientes,
bienhechores, a mis amigos y enemigos. Compadeceos, Dios de bondad y
misericordia, de las almas de los fieles difuntos que se hallen en el
Purgatorio. Dad tregua. Señor, a sus enormes penas; y, sobre todo, a aquellas
por quienes tengo más obligación de pedir, concededles
el descanso y bienaventuranza eterna. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Credo.
DEPRECACION
Bienaventurado Confesor de Cristo, glorioso Padre mío San
Simón, que merecisteis por vuestras heroicas virtudes, y especialmente, por 1a afectuosísima
devoción que profesasteis a la purísima Virgen María, y los incesantes afanes y
desvelos con que atendisteis al mayor brillo y esplendor de su Orden predilecta
durante el tiempo de vuestro generalato, que la misma sacratísima Señora bajase
de los cielos a la tierra para haceros entrega de la sagrada divisa con que
quiso honrar a sus amados hijos los carmelitas: yo, vuestro devoto, y también
vuestro hermano, como miembro que soy, aunque indigno, de la Cofradía del
Carmen, os doy mil parabienes por la señaladísima distinción con que se dignó
favoreceros la Madre de Dios, eligiéndoos por heraldo suyo y pregonero de las
muchas y singularísimas gracias que están vinculadas en su Santo Escapulario; y
os suplico, me alcancéis de Su Divina Majestad el que yo sepa apreciar cual se
merece tan preciosa dádiva, llevándola siempre con verdadera devoción, para que
pueda servirme, según la promesa que os hizo la Santísima Virgen, de señal de
salud eterna y de salvación en todos los peligros de alma y cuerpo, haciéndome a la, vez
acreedor en vida y en muerte, por medio de la imitación de vuestras virtudes, a
la bondadosa protección de nuestra amorosísima Madre del Carmelo y también a la
vuestra ¡oh dichoso Santo mío! Amén.
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