NOVENA DEL PÉSAME
DIRIGIDO A
MARÍA SANTÍSIMA DE LA SOLEDAD
POR LA DOLOROSA MUERTE DE SU SANTÍSIMO
HIJO JESUCRISTO NUESTRO REDENTOR
LEÓN. 1873
ACTO DE CONTRICCIÓN
Señor
mío Jesucristo, mi Dios y mi Redentor, Padre de mi alma, y Señor de mi corazón
a quien tanto ofendí sin disculpa, sin juicio y sin temor: pequé Señor, contra
vos y contra mí, y más me pesa de ser vos el ofendido, que ser yo tan
perjudicador, más siento mi ingratitud, que el que me castigue, más me aflige
vuestra ofensa que mi infierno. Alma y corazón mío ¿a que esperas? Tuve alma
para entregarla al demonio por el pecado ¿y no tengo alma ni conciencia para
sacarla de su dominio? Tuve corazón para agraviar a la bondad infinita ¿y no
tengo corazón para sentir tan enormes ofensas? ¡Oh Jesús de mi alma! ¿para que
nací al mundo, para llenar con mis culpas el número de los desdichados?
Renuncio Señor, el ser y el vivir, si te eh de ofender. Menos mal me fuera la
infelicidad de la nada que la infelicidad de la culpa, quisiera tener un dolor
tan grande que me llegase hasta mi muerte. Tomará hacer una penitencia tan
grande como tu misericordia. Pero como creo, Señor, que tu misericordia es
mayor que toda la misericordia humana, espero salvarme en tu santísima pasión y
muerte. Te amo Dios mío, más que a todo lo criado, y mientras más te amo, más
amarte deseo. Y como creo en un Dios verdadero, como espero en un Señor tan
poderoso y como amo a un Padre tan benigno, creo que no puede faltar la
misericordia a mi fe, la promesa a mi esperanza, y tu gracia a mi
contrición. Aumentad, Señor, mi arrepentimiento, dadme, odio eficaz de todos mis
pecados, y muera yo de amor y dolor de haberte ofendido. Esta muerte, te pido,
esta muerte deseo; y si no te mueven mis ansias, muévete la compasiva soledad
de tu Madre Santísima. Por el dolor que al morir tuvo vuestra Majestad dejarla
tan desamparada y sola, te ruego para mi muerte una final penitencia, para
morir en tu gracia y alabar eternamente tu misericordia. Amén.
DÍA PRIMERO
CONSIDERACIÓN
Considera
[o alma mía] que habiendo acompañado la reina del cielo a su santísimo Hijo en
su lastimosa pasión hasta verlo espirar y bajar de la cruz, y viendo quitarlo
de sus brazos después y poner en el sepulcro el santo cadáver del Señor primer paso
da su soledad, con verdaderas lágrimas de Madre, y con cuanta ternura pudo su
alma, con sumo amor y dolor lo depositaba ella espiritualmente en su pecho,
para tener el consuelo de traer aquel Cordero de Dios consigo. Del mismo modo quedaba
dentro del sepulcro con él, para esperar allí la luz de su resurrección. Y arrojándose
como herida cierva a la fuente de sus amarguras, abrazada con el santo cadáver,
con ayes, suspiros y congojas, se moña de dolor por haber de separarse de Jesús.
Y temerosos todos de que se quedase muerta en este lance, apartando a la Virgen
y cerrando el sepulcro con una gran piedra, dio el mayor golpe en el corazón de
María, no dejando ya el menos resquicio de alivio a su alma, pues ni vivo ni
muerto le veías ya a su crucificado Hijo. Y abrazándose con el sepulcro,
bañándolo con vivas lágrimas, que, hasta hoy día, perseveran impresas y
congeladas en aquella piedra dichosa, en tristes soliloquios:
SOLILOQUIO
¡Oh
amabilísimo Jesús de mi alma, cayó en este lago mi vida, y pusieron en mi
corazón la piedra! Ya llegó hijo mío la hora que se acabare nuestra compañía,
ya llegó la triste hora de verme sola en la tierra, ya llegó la hora de que me
lloren sola todas las criaturas, y ya llegó la última hora de apartarme de tu
sepultura. Pero ¿Dónde iré y moraré sin tu morada? ¿Cómo podré vivir sin tu
vista? ¡Oh Hijo de mis entrañas! Aquí en este sepulcro he de perseverar de
noche y de día, aunque me consuman los fríos, el sol y las aguas. Si tuve valor
en mi pecho para verte crucificado, muerto y con el pecho abierto a mis ojos,
también tendré aliento en mi alma para estarme en tu sepulcro sola. Gustosa
aquí me sepultara para estar siempre donde tu estuvieras, más ya que no puede
ser mi persona, sepultese conmigo mi alma, y pues es tan tuya, aquí la pongo a
tus pies con todo mi corazón, imprimiendo en esta piedra mis lágrimas para
eterna memoria de mi soledad.
DEPRECACIÓN
PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh
afligida Emperatriz de la Gloria! Como está sentada y sola la ciudad de Dios
más santa ¿sola y tan desamparada la suprema reina de cielo y tierra, sola y
tan sola, que no tiene a quien volver la cara? ¿sola y tan pobre que no tiene
mas ropa que lo que en su virginal cuerpo tenía con la sangre de su Hijo Dios,
salpicada? Pues ¡Oh desamparada Señora! Si me permitís os acompañe en vuestra
soledad, aquí tenéis mi alma y mi vida a vuestros pies. Admitidme por vuestro
Hijo, Oh Madre verdadera de Dios, que quiso nacer de vos, para que me admitieseis
por hijo a mí, si me respondéis que mi culpa tuvo la culpa de veros tan
desconsolada y sola, yo Señora, así lo confieso, ya lo veo, ya lo lloro, pero
por ser vos quien sois, por la pasión y muerte de Jesús, por la pena que al
morir sintió de dejarte sola, te ruego te duelas de mí, que no tengo otra madre
ni otro amparo que Vos. Peque Señora contra tu Hijo Dios, y contra ti a quien
después de Dios debo amar. Cuando en vos no interesara yo otra gloria que la de
conoceros, y que os dejáis amar de quien como yo tan indigno, nunca puede
merecerlo, protesto delante de Dios y de todas las criaturas amaros con todo mi
corazón y mi alma y serviros toda mi vida. ¿queréis admitirme a vuestra
compañía y gracia? ¿queréis alcanzarme de vuestro Hijo el perdón de tantas
ofensas? Madre mía de la Soledad, decidme que sí. Mirad Señora, que de solo
pensar que siendo ciertas mis culpas no puedo llorar más lágrimas que tiene de
gotas el mar, pierdo el juicio de dolor. Pero Madre y Señora mía, si es verdad
infalible que por mi bien se hizo Dios hombre, si por mi bien os hizo su
dignísima Madre, si solo por mi bien padeció tal muerte y pasión, y solo por mi
bien padecisteis tan amarga soledad, esta razón sola os debe mover a pedir
perdón de mis culpas. A título de madre mía, es fuerza que yo ponga en vos toda
mi esperanza, pues la fe me enseña que la Madre de Dios es Madre mía, también,
pudiera tenerme celo y emulación, pues no han llegado ellos a tanta dignidad de
tener a la Madre de Dios por reina, si, a quien sirven con humildad, pero por
Madre no, reservándose tan amoroso renombre para mí. Hijo vuestro soy por la
gracia de Dios, y más precioso ser vuestro Hijo que mi vida ¿Cuándo merecí yo
que la Madre de Dios me adoptara por Hijo al pie de la Cruz? ¿Cuándo merecí yo
que padeciera por mí tanta soledad? Pues
¡Oh verdadera Madre de amor! Y ¡Oh verdadero amor de Madre! Yo, la criatura mas
indigna, acudo de corazón al mérito de vuestra soledad, para asegurar mi
salvación. Ofreced Señora, por mis culpas, de ese mar hermoso de vuestras
lágrimas una sola gota, pues una lágrima vuestra vale más que todos los méritos
de los santos en la presencia Divina. Alcánzame Señora, lo que pido en esta
novena, hacedme esta gracia, y recibe mi vida y mi alma por tuya, que no quiero
más vida ni más alma que para amar y servir a vuestro Hijo Jesús, y a vuestra
Majestad en la tierra, serviros y amaros en la gloria. Amén.
Una
Ave María y Gloria Patri.
ORACIÓN
Oh
benignísimo Jesús, que tanto aprecio hiciste de las lágrimas de tu purísima Madre
que las debate impresas en tu sepulcro para siempre! por sus lágrimas
preciosísimas te ruego me des eficaces auxilios cara que yo las tenga impresas
toda mi vida en mi pecho, y que solo vean mis ojos las lágrimas de mi
arrepentimiento con mía eficaz contrición de haberte ofendido, para que
viviendo y muriendo en tu gracia, viva a los pies de María Santísima en tu
gloria. Amén.
DÍA SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
¡Oh
alma mía! considera que, viendo el noble José a la Reina del cielo tan
desamparada y sola en aquel triste campo, postrada a sus pies le dijo: Señora,
puesto que a tu desamparo y soledad se llega el ser tan pobre, que ni aun
propia habitación tenéis en esta ciudad, te pido por el amor de tu Hijo y mi Maestro,
te dignes de venir a mi casa, siquiera por esta noche, y me darás la dicha de
honrarme y el gusto de merecer servirte. Y oyendo esta Señora tan piadosa
atención, con sabia humildad le respondió su discreción, yo os agradezco el
deseo que tenéis de ampararme, y recibiera con todo amor tus favores, pero por
disposición de mi Hijo Jesús estoy encomendad a su amado apóstol Juan, el me
hará la caridad de cuidar de mí. Y convencidos sus deseos con tan alta razón,
dándole la Virgen la dulce bendición de su amable natural, se despidieron,
llevándola estampada en su corazón. Y llenando cono triste tórtola aquel
solitario campo de modestos llantos y gemidos, se lamentaba en este amoroso:
SOLILOQUIO
Si
según su merito he de llorar yo a mi difunto Hijo ¿Quién dará fuentes de
lágrimas a mis ojos, y mares a mi cabeza para llorar estos tres días? ¡Oh
difunto Hijo de la más dichosa madre! No te puedo llorar como mereces ¿Qué
madre tuviera a Dios por hijo que no se deshiciera en llanto? Si toda mi alma
se transformara en penas, si todo mi cuerpo se convirtiera en lágrimas, aun
fuera muy poco para tu merecimiento. Ayudadme, discípulo amado, ayudadme
mujeres piadosas, ayudadme ángeles y hombres, ayudadme a llorar la pasión y
muerte de mi Hijo Dios, y luego, después lloradme a mi que me ha puesto en tan
lastimosa soledad.
ORACIÓN
Oh
Jesús mío, verdadero Dios y verdadero hombre, que tanto aprecio hiciste de lo
que padeció tu Madre, que te dolió más lo que padeció esta Señora, que lo que
tú padeciste! Pésame que por mis culpas se viese tu inculpable Madre en tanta soledad.
Y te ruego me des compasión verdadera de todo lo que padeció esta Señora, y que
la adoren y amen todas las criaturas en la tierra, para verla y amarla contigo
en tu gloria. Amén.
DÍA TERCERO
CONSIDERACIÓN
¡Oh
humano corazón! Considera que viendo el Evangelista San Juan que se llegaba la
noche, le dijo a esta desconsolada Madre: no dudo, Señora lo sensible que te^
será ausentarte del sepulcro, donde yace el cadáver de tu amado, y retirarte
del calvario que regó con su última sangre mi Maestro: pero ni es
decente a tu honestidad perseverar aquí, ni conveniente que entremos
anochecido en Jerusalén: y así te ruego hagas a Dios este nuevo sacrificio, que
a no ser preciso no te persuadiera este quebranto. Vamos, Señora y Madre mía, a
mi casa, que es obligación mía mirar por tu importante vida;
y cuantos te miraren tan descaecida y necesitada, culparán mi cuidado, sino te
procuro algún alivio. El deseo de obedecer María Santísima a San Juan, dio
algún aliento a su corazón, y abrazándose con el sepulcro, se despidió con este
tiernísimo:
SOLILOQUIO
Oh
Hijo de mis entrañas Jesús! ya me es preciso el irme de aquí. ¡Pero qué digo!
¿cómo es posible el irme, si es dejarte? ¿qué embarazo hallas en que yo
me muera? Si ya se acabó tu pasión y tu vida, acábese también la mía arrimada
a esta piedra y darás a mi cuerpo la honra de enterrarme junto a tu sepulcro;
pero, Hijo y Dios mío no quiero la muerte, si tú quieres que yo en tanta soledad
viva; pues siendo tu querer el mejor, a este se rinde gustosa mi voluntad. ¡A
Dios Hijo mío, Jesús! ¡A Dios, Hijo de mi corazón! A Dios pido resucites con
presteza para que resucite mi alma. Y ¡oh sepulcro del más hermoso cielo! ¡A Dios,
tesoro del cadáver más rico! ¡A Dios relicario del más bello cuerpo! quédate en
paz, glorioso con mi Jesús, mientras yo voy a llorar, mi soledad.
ORACIÓN
¡Oh
Maestro mío Jesús, que puesto en el sepulcro me enseñaste a morir por tu amor,
y a sepultarme a todas las cosas del mundo! Por aquel dolor con que María
Santísima en el sepulcro se despidió, que no me permitas me retire yo un
instante de tu santísima voluntad, ni que jamás se aparte de mi memoria de tu
muerte y pasión, para que, obrando siempre conforme a tu beneplácito, viva
justo, muera santo, y reine contigo y María por los siglos de los siglos. Amén.
DÍA CUARTO
CONSIDERACIÓN
Considera
que temiendo San Juan pues al despedimiento del sepulcro, falleciese la Virgen
de dolor, llegó y levantó a su majestad, y ayudada de todos se encaminó a donde
estaba la Cruz en el calvario, adoró aquel sacrosanto madero, y llevándola de
la mano las Marías, o mejor decir, dándole su mano a la divina omnipotencia,
empezó a bajar las sendas de su dolor, quería andar y no podía su amor, quería
quedarse y era imposible, quería irse, y no veía por donde, no quería
pisar aquella tierra bendita que regó su
Hijo con su sangre preciosa, y mirándola en el suelo tan pisada decía: ¡Oh
Sangre de mi Dios! Si los ángeles te adoran ¿Cómo los hombres te pisan? Y
llegando al sitio donde perdió de vista el calvario, aquí fue el resto de sus
sentimientos, pues volviéndose a su sepulcro, prorrumpiendo su corazón en vivos
llantos, decía este amoroso:
SOLILOQUIO
Oh
vosotros que andáis el camino del dolor ¿A dónde me lleváis? ¿Dónde me cabe que
yo me aparte de aquí? ¿Qué dirá de mi corazón mi alma, si yo lo pierdo de vista?
¡que dirá de mi el Padre Eterno, que me
aparto del cadáver de su unigénito Hijo? ¿Qué dirá la eterna sabiduría de que
dejó sola en el sepulcro la carne que tomó en mis entrañas? ¿Qué dirá de mi
amor el Espíritu Santo, que dejo solo el cadáver mas precioso? ¿en que se
conocerá que soy la Madre del mejor Hijo? ¡yo a tomar descanso y mi Dios en el
sepulcro! ¡Mi Jesús en una obscura
soledad y yo entrarme en Jerusalén! ¿Qué Madre soy? ¿Qué amor le tengo, es mi
cariño que mi descanso, primero es mi honra que mi vida, pues vuelva yo al
calvario, y persevere de noche y de día en el sepulcro,
hasta que mis ojos lo vean resucitado. Pero si por disposición del Altísimo ha
de ser mi alma mártir en todo, séalo también en perder de vista el sepulcro.
Vamos a mi mayor soledad, que en hacer ya siempre la voluntad de mi Dios, consiste
mi honor, mi amor y mi maternidad.
ORACIÓN
¡Oh
Salvador del mundo! Por el dolor y sentimiento con que bajaba María mi Señora
el camino del calvario, te suplico me pongas a mí en el camino de la perfección
del cielo, y que de tal forma baje yo la senda de la humanidad, que se borre de
mi corazón toda sombra de altivez. Por aquellos sentidísimos pasos que dio esta
Señora con tanta debilidad no permitas que ninguna alma borre el camino de
cruz, hasta llegar a la casa del Señor, donde vives y reinas con María por infinitos
siglos. Amen.
DÍA QUINTO
CONSIDERACIÓN
¡Oh
compasivo corazón! Considera que, entrando la Virgen por Jerusalén, los
modestos sollozos que respiraba, las silenciosas lágrimas que vertía, y lo
ensangrentado del manto y ropa que llevaba, iba diciendo quién era, y cuantos
la miraban decían: ¡Oh cuánta injusticia se ha cometido hoy en Jerusalén contra
esta Señora y contra su Hijo Jesús! Tal iba esta Señora, que solo de mirarla
podía enternecer las piedras: hasta la dura obstinación judaica se compadecía de
verla. Salían de sus casas las doncellas y señoras de Jerusalén solo por ver
tan hermosa soledad. Y enternecidas de lástima, unas la convidaban a llevársela
consigo; otras le ofrecían alimento, y muchas le acompañaron hasta que llegó a
la casa de San Juan, donde con cortesía y amor le agradeció a toda aquella
caridad, y dándole las gracias a las piadosas Marías se les ofreció por su
sierva toda su vida; y reconociendo ellas tal favor, besándole la mano le
pidieron descansase un poco, y tomase algún alimento; a lo que respondió la
Reina del cielo: Mi descanso y alimento ha de ser ver a mi Hijo resucitado: vosotras,
carísimas de mi corazón, satisfaced vuestra necesidad: y haciéndoles una
humilde inclinación, se retiró al más retirado aposento, a sentir más a solas
su soledad. Y viéndose entre aquellas pobres paredes, puestos sus ojos en el suelo,
cruzadas sus purísimas manos, entre suspiro y suspiro, decía este tiernísimo:
SOLILOQUIO
¡Oh
dulcísimo Hijo mío Jesús! ¿Dónde estás? ¿Cómo ya no te veo, y cómo sin verte
vivo? ¿Sepultado mi Hijo Dios, y yo sin morir? No lo creyera de mi corazón. ¡Oh
Juan, discípulo amado, muéstrame a tu divino Maestro! ¡Oh Magdalena! ¿Dónde
está aquel amabilísimo Jesús que tanto amabas? ¡Oh parientas mías, María Cleofás
y María Salomé! ¿qué se ha hecho vuestro pariente Jesús? Murió todo nuestro
gozo, y murió en una afrentosa cruz: murió atormentada de espinas su cabeza,
clavados sus pies y manos, alanceado su pecho, desnudo y desamparado de todos. ¡De
qué hombre, por malísimo que haya sido, se lee tal vilipendio! ¡Oh Hijo mío!
Anoche te prendieron, esta mañana te azotaron y sentenciaron; a medio día te
crucificaron; esta tarde te vi muerto y sepultado, y ahora tan lejos de mí, que
aún no puedo ver tu sepulcro. ¡Oh qué bien dijo el profeta, que mi amargura
había de pasar a amarguísima! Porque ¿qué amargura más amarga que esta soledad
y memoria?
ORACIÓN
¡Oh
Redentor de las almas; que diste vida a la muerte con la muerte de tu
vida! Por aquellos pasos que desanduvo esta Señora bajando la calle de
la Amargura, lavando coa sus lágrimas vuestra sangre derramada, viendo donde
cayó vuestra Majestad, en donde os arrastraren, donde os encontró y miró con
sus tiernísimos ojos; es suplicó me deis verdadero conocimiento, y gobernéis
mis pasos: par que siguiendo en esta vida vuestras pisadas, camine a la gloria,
donde con el Padre y el Espíritu Santo, para siempre vives y reinas
Amén,
DÍA SEXTO
CONSIDERACIÓN
¡Oh
corazón mío! considera a la Reina del cielo en un total desamparo, sin Hijo,
sin Esposo sin Padre, sin madre, pobre, afligida, y en tierra extraña.
Si tuviera esta Señora en su Soledad a su dichoso Padre Señor San Joaquín, viviera
su amabilísima Madre Señora Santa Ana, ya tuviera a quien volver la cara y
algún alivio en su pena: y ya que le faltaban sus padres: si viviera Señor San
José; su dignísimo esposo, y a tuviera un tan leal corazón con quien partir su
dolor, y acompañar su soledad; pero huérfana de los mejores padres
del mando, viuda de tan santísimo esposo, muerto el mejor hijo de todos los
nacidos, destituida de todo humano consuelo, ¿cómo podía esta Señora vivir en
tal soledad? Con esta consideración, dice San Efrén, clamaba la Reina del cielo
este sentidísimo:
SOLILOQUIO
Oh
Jesús de mi corazón! mira mi pobreza y soledad: ni tengo casa donde parar mi
decencia y la tuya recoger mi pobre persona, ni tengo donde reclinar la cabeza,
ni me han quedado padres a quien volver la cara, ni tengo a mi celestial esposo
que con su justo trabajo nos buscaba a ti y a mí el alimento. La orfandad de
mis padres Señora Santa Ana y Señor San Joaquín, la pudo suplir mi esposo José.
La viudez de mi esposo José no me era penosa viviendo tú, mi Jesús; pero muerto
tú, mi Jesús, que eres mi Padre, mi Esposo, mi Hijo y mi Dios, ¿cómo he de
vivir en tanta desamparo, pobreza y soledad? Pero ¡o Jesús de mi corazón! amo
por toda mi vida la virtud de la pobreza,
venero y adoro tu sabia providencia divina, que sabiendo esto no excusaste privarme
de tan dichosos padres y de tan feliz esposo. Y te ruego por esta orfandad y
viudez, resucites presto para alivio de mi soledad.
ORACIÓN
¡Oh
amabilísimo Jesús, que con tu infinito poder diste a la Virgen tan invencible
valor en su soledad, para sentir y llorar tu muerte y pasión! Te pido, Señor,
que sienta mi alma lo que en su soledad sintió esta Señora. Siento que no sean mis
ojos mares de lágrimas para satisfacer en algo mis culpas, que ocasionaron en
el corazón de María tanta pena; y te ruego por la soledad de la Virgen, seas
misericordiosísimo Padre en la soledad de mi muerte, y que en los últimos
desamparos de mi vida esté a mi lado esta Señora, para cantar a tus pies
eternamente la gloria de la soledad de María. Amén.
DÍA SÉPTIMO
CONSIDERACIÓN
¡Oh
alma mía! Considera que al punto que entró en su retiro la afligidísima Madre
de Dios, llamando al Señor San Juan, puesta de rodillas a sus pies, le dijo con
humildad: Amado Discípulo de mi Jesús, razón es cumplir las palabras que mi
Hijo Dios nos habló desde la cruz: su dignación te nombró por hijo mío, y a mí
por madre tuya; tú eres Sacerdote del Altísimo; por esta gran
dignidad es razón que yo te obedezca en todo cuanto hubiere deshacer; y desde
ahora quiero que me mandes, pues toda mi alegría es a en obedecer basta la
muerte. A que respondió el Apóstol: Señora y Madre mía; yo soy quien ha de
estar obediente a tu voluntad, porque el nombre de hijo no dice autoridad sino
rendimiento; el mismo que a mí me hizo su sacerdote, te hizo á
ti su dignísima Madre y estuvo siempre sujeto a tu obediencia, siendo el sumo
Eterno Sacerdote de la gloria. Hijo mío, Juan, respondió es a Señora: yo en
esta vida siempre he de tener superior a quien rendir mi parecer- para esto
sois ministro de Dios, y como tal me debes dar este consuelo en mi soledad. Hágase,
Madre y Señora mía, tu voluntad, respondió el Apóstol, pues en ella aseguro
todo mi acierto. Y sin más palabras le pidió la Señora licencia para quedarse sola,
y soltando el mar amargo de su alma, repasaba los misterios de su hijo tiernísimo:
SOLILOQUIO
¡Oh
Hijo de mis entrañas, Jesús! ¿Qué para tal muerte y pasión te concebí, le parí y
te crie? Con gusto hemos conversado en esta vida, a nadie hemos agraviado
fielmente me has atendido y yo con toda fidelidad te he servido como a mi Hijo
Dios verdadero. Pero ¿porque motivo los cruelísimos judíos te crucificaron?
¿qué causa diste para que te dieran tan afrentosa muerte? cometiste alguna
maldad para que te sentenciasen así? No, hijo amabilísimo dignación tuya ha
sido redimir tan á costa luya y mía al género humano, dejándoles a mares la doctrina
y los ejemplos. Gustosísima me ha sido esta redención de que puedo recibir los
plácemes por la gloría que se sigue a Dios y a los hombres.
ORACIÓN
¡Oh
Jesús mío, que diste gustoso la vida porque no se pierdan las almas!
reconocidos a lo poco que merecen nuestras súplicas y a lo mucho que vale la
soledad de la Virgen en tu presencia, te pedimos mires sus hermosísimos ojos, y
no permitas que con nuestra vista te desagrademos. Mira, Señor, aquel
traspasado corazón tan conforme con tu voluntad, y concédenos una total resignación
en ti: mira aquel anhelo por verte resucitado, y danos una final penitencia,
para verle y amarte con María en la gloria. Amén.
DÍA OCTAVO
CONSIDERACIÓN
¡Oh
alma mía! considera que al paso que corría la noche sus horas, crecía el mar de
congojas en el corazón de María; y entrando el Evangelista y las piadosas
Marías á consolar a su solitaria reina, y procurarle su vida, solicitaban
tomase algún alimento para mantener su cuerpo y dar ejemplo á todos los
afligidos. Mas si estaba muerto su gusto ¿cómo había degustar el alimento? Si
solo eran sus manjares las lágrimas, no era dable que buscase algún alivio. No
es de creer que quien tan fina sentía, ocurriese a los comunes auxilios; y así
ni aun cabe el imaginar que se recogiera a dormir un rato la que estaba con
todo su pensamiento en el calvario y en las llagas de su Hijo. ¿Cómo es posible
se acostará a descansar en el lecho la que no veía a su celestial descanso?
Sentada y desvelada gemía, lo que para ser debidamente llorado pedía un llanto infinito,
diciendo en triste:
SOLILOQUIO
¡Oh
Nazareno mío, que dabas consuelo a los vivos, y dabas vida a los muertos! ¡oh
gran Profeta, poderoso en obras y palabras! ¿qué hiciste para que los judíos te
crucificaran? ¿Son estas las gracias que dan a tus buenas obras? ¿es esta la paga
de tu verdadera doctrina? ¿es este el premio que dan a la virtud y milagros?
¿tanto han podido las manos de los hombres contra su humanado Dios? ¿á esto ha llegado
la maldad del mundo? ¿á tanto ha llegado la malicia del demonio? ¿á tanto ha
llegado la bondad y clemencia de mi Hijo? ¿tan grande es el aborrecimiento que
tiene Dios al pecado? ¿tan grande es el rigor de la divina justicia? ¿en tanto
estima Dios la salvación de las almas? ¡Oh Hijo de mi corazón, Jesús! Mira como
estoy en mi soledad, ten misericordia de mí; apresura tu resurrección, mira que
voy a toda prisa a espirar.
ORACIÓN
¡Oh
Jesús mío, y qué noche tan sola le hicieron pasar a María Santísima mis culpas!
Por aquel dolor que sintió cuando vió amanecer el sábado, y que aún no salía
del sepulcro su sol divino Jesucristo, te ruego no rae hagas cargo de lo
mal que he usado de la luz del día para ofenderos. Y por aquella tenebrosa
noche que pasó tan sola la Virgen, te pido me restituyas a la luz de tu divina
gracia, y no me dejes caer en la oscuridad de la culpa para que, sirviéndote
con fidelidad en este mundo, te sirva a los pies de María Santísima en el
cielo. Amén.
DÍA NOVENO.
CONSIDERACIÓN
Considera
que, amaneciendo el sábado, estando la Madre de Dios en la media noche de su.
soledad, como a las cuatro de la mañana entró cuidadoso el Evangelista á
saladar a su solitaria Reina, y puesta la Señora de rodillas, le pidió su
bendición, y le dijo saliesen a recibir a San Pedro, que ya venía a buscarla
tan lloroso como arrepentido. Y entrando San Pedro, arrojándose a los pies de
la Madre de la gracia, le dijo: Pequé Señora, pequé delante de Dios, negando
tres veces a mi Maestro Jesús. No pudo hablar más, oprimido de
lágrimas de lo íntimo de su corazón. Y la prudentísima Virgen, puesta de
rodillas, le dijo: Pidamos perdón de tu culpa a mi Hijo, tu divino Maestro.
Hizo María Santísima oración por el Apóstol: y alentándolo con las dulces palabras
de su misericordia, confirmó a San Pedro en la verdadera esperanza. Y repasando
todos los misterios de nuestra redención, se encendía más y más el dolor de su
corazón, viendo con su ilustrado entendimiento las muchas almas que se habían de
condenar en todo el mundo, y si poderse ir a la mano en el sentimiento, con
lágrimas y suspiros de lo íntimo de su pecho, decía este sentidísimo:
SOLILOQUIO
¡Oh
Redentor del Mundo, que no pudiendo todas las criaturas posibles destruir el
pecado, bajaste del cielo para con tu muerte destruirlo! ¿y que ha de haber
criaturas tuyas que desprecien tu preciosísima Sangre? ¿Qué, no se han de
salvar todos, cuando por salvar a todos has muerto? ¿Qué, lo que padeciste por
salvarlos les ha de servir a muchos de mayor tormento? ¿Qué, muchos de los que
mi Hijo Dios me dio al pie de la cruz por Hijo adoptivo, han de ir a ser
esclavos eternos del demonio? ¡Oh Hijo de mi corazón, Jesús! ¿Cómo yo estoy en
esta soledad viva, sabiendo que hay almas por quienes has derramado en vano tu
sangre preciosa? Sábete, Hijo mío Dios, que lo que dejo en esto de sentir es
porque no puedo sentirlo más.
DEPRECACIÓN PARA EL ÚLTIMO DÍA
¡Oh
amabilísima Madre de todos los pecadores! Que pasando aquel tristísimo día del
sábado, día señalado a la pasión, por ser todo el día de tu soledad, entrando
en la segunda noche repasando a solas los misterios de nuestra redención, engrandeciendo
las infinitas obras de tu Hijo Dios, los ocultos juicios de su alta sabiduría,
la nueva Iglesia que con tanta gracia y hermosura dejaba fundada, la felicidad
de todo el género humano, la inestimable suerte de los predestinados, la
formidable desdicha de los réprobos, que de tanta gracia y gloria por su
voluntad se hacían indignos. Después de la media noche entró el Arcángel San Gabriel
y postrándose a tus pies, te saludó por Reina de toda alegría, como en otra ocasión
por Reina de la gracia, y entre muchos coros angélicos, éntrelos Patriarcas y
Profetas antiguos, aliados de tus dichosos padres y de tu purísimo esposo, viste
a tu Hijo Jesús resucitado, más hermoso y glorioso que todos juntos, para honor
del cielo, para consuelo del mundo, para confusión del infierno, para triunfo y
victoria de Jesús, y para gloria de tu soledad; pues arrodillándote a sus
divinos pies, levantándote a sus divinos brazos el Señor comunicó a tu alma
toda su gloria, digno premio y honor a tu soledad santísima. Pues ¡oh Madre y
Señora nuestra! avivad en nuestras almas el amor de tu soledad, para que,
acompañándote aquí en los desconsuelos, te acompañemos en los eternos gozos. Y
por los méritos de tu soledad por la pasión y muerte de Jesús, por la alegría de
su resurrección, te pedimos el aumento de nuestra Madre la Iglesia, la extirpación
de todas las herejías, la paz y concordia entre los príncipes cristianos, la
libertad de los pobres cautivos, luz dará los que viven ciegos en el pecado, la
gracia para los vivos, y la gloria para las benditas almas del purgatorio. Amén.
CANCIÓN DEVOTA
En reverencia de los dolores de María
Santísima, sin trovar la Salve de la Iglesia
Salve Virgen pura,
Dolorosa Madre,
Salve, Virgen bella.
Madre Virgen, salve.
Salve, compasiva
Virgen admirable
Mar de amargas penas
Y dulces piedades.
Un nuevo martirio
Mis culpas añaden
A tu dolorosa
Alma inconsolable.
Mis yerres hirieron
Tu corazón grande,
Que infunde en los nuestros
Alientos vitales.
Enferma de amores,
Con flores punzantes,
De la pasión rosas,
Quieres aliviarte.
Flores de alabanza,
Nuestro afecto amante
Mezcla con tus penas
Y espinas letales.
Sean tus martirios,
Dolorosa Madre,
Vida con que mueran
Las culpas mortales.
A las malas almas
Tus dolores sanen,
Y en ellos las buenas
Sus mejoras hallen.
Y pues tus angustias
Tanto ante Dios valen.,
Por ellas pedimos
Nuestra gloria alcances.
¡Oh amor de amarguras
Nuestras voces clamen,
Y ampara a las almas
Que esta salve te hace.
¡Oh clemente! ¡Oh pía!
¡Oh cándida ave!
¡Oh triste María!
Salve, Salve, Salve.
Saludos, gracias.
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