NOVENA
AL SEÑOR DEL AMPARO
Edición de: Fernando Díaz Gonzales
AL PR.FR. MIGUEL ZAMUDIO
VICARIO FIJO DE HUANDACAREO MICHOACÁN
Predicando
un día ante esta portentosa imagen del SEÑOR DEL AMPARO, sentí una devota
inspiración y concebí el proyecto de escribir alguna cosa para fomentar su
culto, ¿Quizá su panegírico? ¿Tal vez su historia? Tú me has brindado la oportunidad manifestándome
el deseo de que sea un TRÍDUO con su NOVENA; aquí lo tienes Ofrécelo al CRISTO
del AMPARO, a mi nombre, a tu nombre de ese fervoroso pueblo de Huandacareo. Fundamentándome
en doctrina, piedad e historia, he procurado actualizar ese idilio secular entre
el SEÑOR y su PUEBLO. Allí encuentro el secreto luminoso de esa fe robusta y de
esa propiedad Fervorosísima que todos hemos admirado en ese bello rincón
michoacano. Ahora que le están levantando un magnífico templo que, por las
trazas será suntuoso y espléndido, me parece que podré contribuir, con este
mínimo grano de arena, para que al mismo tiempo se lo fabriquen de corazones. Cuando,
en un futuro próximo sea colocado el SEÑOR DEL AMPARO en su nuevo trono sentirá
que palpita y se estremece su santuario y constará que las piedras están
informadas de espíritu en la eclosión de millares de corazones que forman un
solo corazón; Huandacareo ¿No te parece que hay en el nombre de ese pueblito
una recóndita profecía? Significa “reunión de trovadores bajo el árbol” ¡Oh,
sí! Bajo el árbol de la CRUZ. Que a su sombra y saboreando el DIVINO FRUTO
permanezca siempre todos sus hijos. Y que canten siempre su plegaria de fe,
confianza y amor, actualizando en su vida individual, hogareña y social el
simbolismo de esa CRUZ: trazo horizontal, caridad fraterna y en el tiempo
prosperidad; trazo vertical, amor divino y anhelos de eternidad.
FIAT.
ACTO
DE CONTRICCIÓN
Hasta el
trono de tu misericordia hemos venido, Divino Cristo del Amparo, para decirte
la amargura de nuestro corazón por los pecados con que tantas y tantas veces te
hemos llevado a esa Cruz. Ni el temor de tus justísimos castigos, ni las
manifestaciones de tu amor infinito nos han detenido en el camino de nuestra
pavorosa ingratitud. Sabíamos que, cometiendo el pecado, te ofendíamos, te
injuriábamos, avivábamos el místico dolor de tus cinco llagas, y sin embargo,
impulsados por nuestras pasiones, engañados por el enemigo de nuestras almas y
seducidos por los placeres de un mundo que te escarnece, nos entregamos a la
culpable satisfacción de las concupiscencias y preferimos, en un arrebato de
locura, el infierno al cielo y los vanos placeres a tu amor. Pero ahora
reconocemos nuestra falta y contritos y humillados, al considerar la ofensa que
te hemos inferido, venimos una vez más a implorar el perdón de tu misericordia.
Comprendemos, como el hijo pródigo, que somos indignos de llamarnos tus hijos;
sabemos cómo el Centurión, que es indigna la casa de nuestra alma para recibir
la visita de tu bondad; entendemos, cual la Cananea, que no es para los perros el
pan de los hijos; y a ejemplo de publicano, sólo sabemos afrentarnos de nuestro
pecado en tu divina presencia y arrojarnos al piélago de tu misericordia.
Recíbenos nuevamente en tu amor y purifícanos con tu sangre inmaculada, porque
nosotros creemos en Ti, confiamos en tu gracia, deseamos amarte con todo
nuestro corazón y te adoramos con profunda humildad. No permitas, ¡Oh buen
Jesús! Que nos separemos de Ti, ni en el tiempo ni en la eternidad. Amén.
ORACION
PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh Señor del Amparo! En el ara de la Cruz has estado
ofrendando al Padre por nosotros ese sacrificio eterno de adoración, de
gratitud, de súplica y de expiración. Y deseando corresponder a tu infinita
caridad: venimos a unirnos a tu divina intención. Contigo pues, y en unión del
Espíritu Santo, ofrecemos al Padre Eterno la adoración en espíritu y en verdad,
una ferviente acción de gracias por los beneficios que constantemente derramas
sobre nosotros, una plegaria rogándole que no se canse de nuestros olvidos e
ingratitudes y siga bendiciéndonos del tesoro de su misericordia y nuestros
sufrimientos unidos a tu Pasión, en satisfacción de nuestros innumerables
pecados. Siendo Tú nuestro Abogado por excelencia, el Supremo Pontífice
segregado de los pecadores y más excelso que los cielos, el hijo muy amado de
las divinas complacencias, tenemos la firme confianza de que, honrándote en el
Misterio de la Pasión alcanzaremos las gracias espirituales, los dones, el Amparo
en la justicia divina y la protección en los peligros de la vida. Te pedimos
como los apóstoles la gracia de que nos enseñes a orar, pedir lo que sea más
conforme a tu voluntad santísima, a la cual nos sometemos con amorosa
docilidad. Enséñanos a meditar para conocerte más y más en el abismo de tu gran
misterio de amor y de dolor, para aprovecharnos de los méritos infinitos de tu
redención, para unir nuestro dolor a tu dolor y que se cumpla en nosotros la
palabra de tu Apóstol: que, si padecemos contigo, seamos contigo un día por
siempre glorificados. Amén.
DIA
PRIMERO
MISTERIO
DE FE, NECESIDAD DE LA FÉ
La fe es la
primera de las virtudes y el fundamento de toda la vida cristiana. “El que crea
y sea bautizado – dijo el Señor- se salvará; el que no crea se condenara”. Y se
explica por qué; así como en el orden natural no podemos obtener amor sino
mediante el conocimiento de la inteligencia, de la misma manera, en el orden
sobrenatural, no será posible poseer y amar a Dios sin antes conocerlo. Y la fe
nos lleva como de la mano, a través de la noche de los sentidos, para colocarnos
frente a los horizontes infinitos donde esplende y reverbera aquella luz
infinita e indeficiente que es Dios. Es más: nos adentra en aquel piélago de
luz para que podamos ver desde ahora, por la revelación de los misterios, “Como
por espejo y por enigma”, lo que ha de ser la visión beatífica en el cielo. En
efecto, “Es la fe - afirma el Apóstol- la sustancia de las cosas que
esperamos”. La sustancia… es decir, todos los misterios que ahora creemos,
fiados en la autoridad de Dios y de que la iglesia católica deposita la verdad,
son los mismos que constituyen aquella gloria de que hablaba el Salmista cuando
decía: “En tu luz veremos la luz”. Por
eso el Divino Maestro en su oración sacerdotal dirigida al Padre exclamaba:
“Esta es la vida eterna: Que te conozcan a Ti y a Tu enviado Jesucristo”. Nada
puede haber, por consiguiente, más sublime ni más útil y necesario para el
hombre en este mundo que conocer a Dios en su vida íntima. El niño y el humilde
campesino, que nada saben del arcano de la naturaleza, pero que tienen una fe
pura y virginal valen más, delante de Dios que todos esos sabios hinchados y
soberbios que consagran su vida al estudio de las criaturas y desprecian el
conocimiento de su Creador ¿De qué les servirá, al fin toda su conciencia si
descuidan lo único necesario que son las verdades reveladas por la Fe? ¡Cuán
dignos de lástima y reprobación son todos aquellos – pobres o ricos, sabios o
ignorantes, humildes o poderosos – que descuidan el estudio del Catecismo! Muy
bien que los hombres aprenden a leer y escribir y contar, que conozcan los
secretos de la vida y de la naturaleza. Pero que no, por eso dejen de conocer más
y más a JESUCRISTO AMPARO NUESTRO, que es la verdad por esencia, que es la luz
del mundo, conforme a sus mismas palabras. “El que me sigue no anda en
tinieblas”. Padres y madres de familia, recuerden el altísimo deber que tienen
de instruir en su religión y transmitir a sus hijos esa ciencia divina, la
única que salva. Revélenles a JESUS AMPARO NUESTRO, impriman en su corazón su
nombre dulcísimo y ellos dirán un día, santamente dichosos como San Pablo “Yo
no me glorío de saber otra cosa, sino el conocimiento JESUCRISTO CRUCIFICADO”
ADORACION
DE LAS CINCO LLAGAS
1.-Yo te adoro, Preciosísima Llaga del Pie Izquierdo,
por el cual tantas veces mi Divino Maestro recorrió los caminos de este mundo
predicando el Evangelio de la redención, y por el dolor que le causaste, le
suplico humildemente que jamás me desvíe del sendero luminoso de la fe.
2.- Yo te adoro, Hermosísima Llaga del Pie Derecho,
por el cual tantas veces mi Divino Pastor se encamino a buscar la oveja perdida
para volverla al redil, y por el dolor que le causaste, le ruego ardientemente
que nunca me deje perecer en mis extravíos, conservándome siempre en la
dulcísima esperanza.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
3.- Yo te adoro, Santísima Llaga de la Mano Izquierda,
con la cual tantas veces mi Divino Amigo abrazo a los humildes y pequeñuelos
para reclinarlos en su corazón y por el dolor que le causaste, le pido
filialmente que nunca me separe del suavísimo abrazo de su amor.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
4.-
Yo te adoro, Fulgidísima Llaga de la Mano Derecha, con la cual tantas veces mi
Divino Hermano bendijo los hogares y las almas, y por el dolor que le causaste,
le apremio urgentemente que me ensalce a la gloria de su humildad.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
5.-
Yo te adoro, Profundísima Llaga del Sacro Costado del cual tantas veces mi
Divino Redentor derramo los tesoros infinitos de su misericordia para
establecer la iglesia de la nueva alianza, y por el traspaso que le hiciste, le
reclamo audazmente que me inunde siempre de sangre y de lágrimas para obtener
la gracia de la perseverante contrición.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
ORACION
FINAL
Mírame aquí,
¡Oh Dulcísimo SEÑOR DEL AMPARO! Postrado de rodillas ante tu presencia y con
todo el ardor de mi alma, te ruego y suplico que te dignes imprimir en mi
corazón los más vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, así como un
sincero arrepentimiento de mis pecados y un firmísimo propósito de enmendarlos,
mientras que, movido de intimo amor y dolor, voy considerando y contemplando en
mi corazón tus cinco llagas, teniendo ante mis ojos lo que ya ponía en tus
labios el Profeta David !Oh Buen Jesús!: “Han taladrado mis manos y mis pies y
han contado uno por uno todos mis huesos”. Te ruego, ¡Oh SEÑOR DEL AMPARO! Que
tu pasión sea para mi fortaleza que me proteja, AMPARE y defienda; que tus
llagas me sirvan de alimento y bebida para apacentarme, embriagarme y
deleitarme, que el rocío de tu sangre sea la ablución de todas mis inquietudes;
que tu muerte sea mi vida indeficiente; que tu cruz sea mi gloria eterna. En todo
esto encuentre mi corazón alimento, alegría, salud y dulzura. Tú que vives y
reinas por los siglos de los siglos. Amén.
DÍA
SEGUNDO
VIDA
DE FE
Pero la fe
no es un simple conocimiento o una mera revelación. La fe es esencialmente una
vida. “El justo vive de la fe y sin fe es imposible agradar a Dios”- dice el
Apóstol. La fe que necesitamos urgentemente en el mundo contemporáneo no es la
mera creencia en los dogmas de la Religión, sino la fe práctica, la fe formada,
la fe con buenas obras. ¿Por qué hay tantos católicos indiferentes, tantos
apóstatas y renegados, tantos incrédulos e impíos?, No precisamente porque se
rehusé su entendimiento en aceptar las verdades reveladas, sino porque la fe
les exige una vida buena, una vida perfecta, una vida santa. Y los hombres, por
desgracia, han amado más las tinieblas que la luz. Con profunda verdad decía el
Salmista: “El impío no ha querido conocer la verdad por no tener que obrar el
bien”. Si las ciencias llamadas exactas, como la Física y las Matemáticas,
exigieran de sus profesionales rectitud de conducta, tendrían sin duda mucho
menos adeptos de los que tienen. No es, por tanto, extraño que se aparten de la
religión aquellos que llevan una vida mala, ni lo es tampoco que caigan en los
errores los católicos que sólo han creído sin practicar su fe. Un escritor
Francés convertido al Catolicismo, en su obra “Demonio del mediodía”, que es la
triste historia de un católico que perdió sus creencias por sus malas
costumbres, saca esa exactísima conclusión: “Los que no viven como piensan,
terminan por pensar como que han renegado de su fe católica para entregarse al
cristianismo mutilado que es el protestantismo o a otras sectas impías” Estamos
asistiendo a este fenómeno singular: los malos católicos se hacen protestantes,
mientras que los buenos protestantes se hacen católicos. Es por tanto,
indispensable que nuestra fe sea viva; que se alimente, no sólo de la luz, sino
también del fuego del amor divino; que se acrecenté en nuestras almas mediante
la gracia y la práctica de la vida cristiana. El Divino Maestro hizo dos
afirmaciones que debemos meditar: “El que obra mal odia la luz” y
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. ¡Oh, sí le
verán! Con claridad de aurora en el espejo de la fe y los esplendores
meridianos en la realidad de la gloria.
DÍA
TERCERO
LOS
PRODIGIOS DE LA FE
No tenemos
que penetrar mucho en el sentido divino del Evangelio para darnos cuenta de que
la fe es la condición previa e indispensable del milagro. En todas sus páginas
resuena aquella pregunta que el Divino Taumaturgo hacia a cuantos se le
acercaban solicitando un prodigio: - ¿Creen que puedo curarlos? – Todas las
cosas son posibles a quien cree. -Sí, Señor, - Exclamaban los enfermos y
afligidos – Nosotros creemos en Ti. Y después del milagro, obrado por su
omnipotencia y concedido en virtud de la fe, hacía un elogio del favorecido:
-Vete en paz, tu fe te ha salvado. En los casos del Centurión y de la Cananea,
que no pertenecían al pueblo escogido, es cálido el encomio de Jesús: -En
verdad les digo que jamás he visto tan grande fe en Israel. Por eso las almas
que se acercan al altar del SEÑOR DEL AMPARO en demanda de gracia y merced,
deben recordar sus divinas palabras: -Si puedes creer… Y decirte como el padre
de aquel joven que estaba poseído de un demonio mudo: -Creo, Señor, ayuda mi
incredulidad. ¡Ayuda mi incredulidad! Esto es, fortalece la debilidad de mi fe
para que sea tan pura y tan grande como lo requiere el milagro que ansío. Los
Hijos del pueblo de HUANDACAREO ¿No han comprobado multitud de veces la verdad
de esta doctrina, al posternarse ante el altar del Divino SEÑOR DEL AMPARO?... Se
ha establecido, sin duda, entre Él y su pueblo, una comunicación de dádivas
generosas: toda la fe la entrega el pueblo y Él la retoma convertida en una
lluvia de milagros. Lluvia de milagros no interrumpida a lo largo de
cuatrocientos años. Empezó su primer milagro el día que trajo esa imagen
Sagrada a tierras de HUANDACAREO el ilustre misionero agustino Fray Francisco
de Villafuerte, evangelizador de este pueblo. Fue en efecto un viernes de
Cuaresma del año de gracia de 1551. El padre Villafuerte había puesto la
primera piedra del Convento de Cuitzeo el día de todos los santos del año
anterior y dejando a los operarios continuar la obra material, él se dedicó a
la espiritual, recorriendo, para su siembra evangélica, toda la ribera
occidental del lago, que era entonces, desde Cuitzeo, hasta HUANDACAREO, una
inmensa calzada poblada de ambos lados de chozas y cabañas donde habitaban
millares de indios tarascos. Arribó a HUANDACAREO en fecha indicada -1551, marzo-
y fue bien recibido por los indígenas que allí vivían pues ya no les era
desconocida la santidad de la doctrina y de la vida del misionero. “Este
llevaba consigo un Crucifijo de tamaño natural, muy devoto y milagroso”, según
noticia de los Cronistas. Se trata del mismo SEÑOR DEL AMPARO que actualmente
se venera en este pueblo. El santo misionero plantó el Crucifijo en medio del
poblado, en amplio campo baldío y empezó a llamar a los indígenas con una
campanita, unas chirimías y un teponaxtle que llevaba a propósito. Bien pronto
se vió rodeado de una curiosa muchedumbre y, sin pérdida de tiempo, les predicó
en idioma tarasco todos los misterios de la fe comenzando por el de la Cruz. En
medio del campo se levantaba un gigantesco árbol solitario que, según los
Cronistas, era un ahuehuete, bajo cuya sombra solían reunirse a cantar y
celebrar sus sangrientos ritos los antiguos moradores del pueblo y esto fue
quizá lo que dio nombre al pueblo, pues HUANDACAREO significa “Reunión de
trovadores bajo el árbol”. Para demostrarles la falsedad de su religión pagana,
el misionero les dijo que trajeran allí a sus principales ídolos, los cuales
fueron colocados frente a la imagen de CRISTO CRUCIFICADO. Fray Francisco de
posternó delante del SANTO SEÑOR DEL AMPARO y le pidió que mostrara su poder
contra los mitos infernales. Entonces sintiendóse un fuerte terremoto,
abriéndose unas grietas en el lugar donde estaban los ídolos que fueron
tragados por la tierra, y el árbol gigantesco inclino sus ramas milenarias hasta
besar, con su follaje verdinegro, la imagen adorable del Redentor. Ocioso sería
añadir que aquel prodigio conmovió en lo más íntimo a los sencillos tarascos,
que bien preparados por el misionero, dos meses más tarde, el sábado de
pentecostés, recibieron el santo bautismo y echaron las raíces de un pueblo
nuevo y profundamente católico. El siguiente año de 1552 construyo una humilde
capilla, donde colocó la Sagrada imagen, y trazó la plaza y las calles del
pueblo, incitando y ayudando a los indígenas a que levantaran sus viviendas a
uso cristiano y poniéndolos en orden. Y el lunes de Pascua de aquel mismo año,
al bendecir la capilla y las obras iniciadas, les dijo estas memorables palabras:
-Hijos míos, ya son cristianos. Sus
ídolos han ido a juntarse, con su creador que es Satanás, al fondo de los
abismos. Ya no tendrán más Dios que a Cristo Crucificado con el Padre y el
Espíritu Santo. Su Madre será María de Dios verdadero. Y en lugar del árbol
maldito, que tenían por sagrado, los amparará el árbol de la vida, que es la
Cruz. ¡Los amparará el árbol de la vida…! ¿No parece acaso que, con esta
expresión insinuó el misionero aquel nombre que llevaría por siempre esta
Sagrada imagen de Cristo Crucificado? Que, por su fe ardiente, sincera y firme,
siga HUANDACAREO haciéndose digno de ser el pueblo amado del SEÑOR DEL
AMPARO. (Se medita unos minutos y se
pide la gracia deseada).
ORACION
PARA ESTE DIA
¡Oh Divino
SEÑOR DEL AMPARO! Te damos gracias rendidas por haber sacado a nuestro pueblo
de las tinieblas de la idolatría a la luz de tu Evangelio; por haber desterrado
al príncipe infernal de estas tierras, conquistándolas. Tú con los milagros de
la fe; por haber dejado a nuestros padres, y en ellos, a todos nosotros, bajo
la sombra benéfica del árbol de la vida. No te canses nunca de nosotros. A
pesar de la debilidad de nuestra fe, agravada con tantos pecados, ten
misericordia de nosotros. Ayuda nuestra incredulidad, sostennos en esta fe, que
es el tesoro más rico que poseer podemos, aleja de nuestro pueblo la impiedad y
el espíritu del mal. AMPAROS sin cesar en medio de tantos peligros y de tantas
calamidades. Cura a los enfermos, calma las tempestades, extingue los odios y
las discordias, líbranos del hambre, de la peste, y de la guerra, multiplica
los necesarios frutos; santifica nuestras almas, a fin de que conservando viva
la fe con buenas obras, seamos tus vasallos en la tierra y tus cortesanos en el
cielo. Amén.
DIA
CUARTO
MISTERIO
DE LA ESPERANZA, EL BIEN DE LA ESPERANZA
“Nada sonríe
tan dulce como la esperanza” – ha dicho el poeta-, y en efecto, sobre esta
tierra de peregrinación, la esperanza se nos muestra como una estrella lejana
que nos guía y nos atrae a la vez con su sonrisa de luz. El hombre vive de la
esperanza, porque el hombre vive para la felicidad que es una esperanza. Sus
trabajos y sacrificios, sus afanes y sus empeños, todo lo consagra a la
consecución de ese fin que está en su naturaleza, que lo impele y lo arrastra.
En la sucesión irrefrenable del tiempo, la humanidad vive en una perpetua
inquietud. Bien comprende que su dicha no se encuentra en el pasado muerto ni
en el presente fugitivo, sino en el porvenir incierto. Por eso, camina, camina
siempre sin detenerse, en marcha veloz hacia la esperanza. Es, por tanto, la
esperanza la fuerza más poderosa que mueve el corazón humano. Ella le ofrece la
posesión de su descanso que es el bien. En la vida cristiana la esperanza
natural se transforma en sobrenatural mediante la gracia divina. El anhelo de
la dicha se hace virtud. Pero ya su objeto no son los bienes perecederos, que
jamás satisfacen el corazón humano, ni el bien abstracto, que sería una triste
ilusión, sino el bien concreto y eterno, el BIEN SUMO que es DIOS. Desde la
regeneración bautismal recibe el alma la infusión de la gracia santificante y
con ella el germen sagrado de las virtudes teologales. Estas se apoyan y
complementan recíprocamente y, en medio de la fe y la caridad, como el tallo
entre la raíz y la flor, se levanta la esperanza y recibiendo de la fe la
certidumbre y de la caridad el anhelo. Ella a su vez comunica a la fe de un
aliento de eternidad, - pues la fe, según San Pablo no es otra cosa que la
sustancia de las cosas que se han de esperar-, y a la caridad cierta nostalgia
del cielo, que la hace vivir descontenta de las cosas mundanas. La esperanza
cristina es, pues, una virtud infusa por la que, fiados en la bondad y
omnipotencia de DIOS, que nunca dejará de auxiliarnos con su gracia, esperamos
y perseguimos la eterna bienaventuranza y los medios necesarios para
conseguirla. Por eso produce en nuestras almas paz e inquietud a la vez: paz,
porque sosiega nuestro espíritu en la certidumbre de las promesas infalibles
del SEÑOR; inquietud, porque nos impulsa a seguir sin descanso la ruta angosta
y sinuosa que conduce al cielo. El descanso relativo lo tenemos en la posesión
de la gracia de DIOS en el tiempo; el descanso absoluto sólo podrá venir cuando
ya, sin desvelos y temores, poseamos a DIOS en la eternidad. Toda esta doctrina
de la esperanza está maravillosamente resumida en el clamor del Gran Padre San
Agustín. “Nos hiciste, Señor para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta
que descanse en Ti”.
DÍA
QUINTO
LOS
PELIGROS DE LA ESPERANZA
En la vida
presente, mientras somos viadores y peregrinos, la esperanza cristiana tiene
varios y terribles obstáculos, que la ponen en prueba y en peligro. El primer obstáculo son los bienes creados:
las riquezas, los placeres, los honores. De tal modo es el hombre, que lo
visible y material le impresiona más hondamente que lo invisible y espiritual.
Aquí está el peligro para nuestras almas, que anhelan la felicidad. Creemos
fácilmente que en estos bienes pasajeros puede encontrarse nuestra dicha y
ponemos todos nuestros afanes en conseguirlo. ¿Por qué trabajan, por qué
luchan, por qué sufren los mortales en su mayoría? Por la posesión de esos
bienes limitados que les fascinan con su falso brillo y les detienen en su
camino haciéndoles pensar que, poseyéndolos ya encontraron el paraíso. Y se
encantan aquí debajo de tal suerte, que llegan a perder hasta la noción de
destino inmortal. ¡Cuántas víctimas del deseo de la riqueza! La avaricia se
apodera de su corazón y lo materializa hasta hacerles caer posternadas ante el
becerro de oro como a los israelitas en el desierto. Y se olvidan de Dios
nuestro SEÑOR DEL AMPARO, porque ya tienen su ídolo y se entregan a los goces
que puede proporcionarles el dinero y sufren también solicitudes y temores sin
cuento, transformándose para ellos las riquezas con espinas, según la profunda
expresión del divino Maestro. ¡Cuántas víctimas del placer! La intemperancia en
todas sus formas de lujuria, de embriaguez, de diversión, las lleva atadas a su
carro cubierto de flores exteriormente y pletórico de áspides venenosos en su
fondo. Cantan y beben, ríen y se divierten, y se olvidan de DIOS, pero ese
olvido les cuesta caro, porque, en el fondo de la copa de sus placeres,
encuentran el hastío que los lleva a la desesperación. ¡Cuántas víctimas de los honores! La soberbia,
con su séquito de vanidades y ambiciones, les encadena en la cárcel sombría de
las ideas falsas. Y sueñan en grandezas, en opulencias, en lujos, y en
aplausos, y, al fin, encuentran el desengaño, el desprecio y la humillación,
conforme a la sentencia evangélica: “El que se enlaza será humillado” Las
consecuencias, que de este profundo desorden moral se derivan, son el segundo
obstáculo de la esperanza, y el más terrible, por que toca a su misma
naturaleza. Son los pecados contra la esperanza: la desesperación y la
presunción. Cuando la desesperación se apodera de un alma, la lleva a dudar de
todo, inclusive de DIOS y la arroja maniatada a todos los abismos, hasta el
definitivo: el infierno. La presunción hace que el alma abuse de la bondad de
DIOS, que se valga de los mismos dones de aquel Buen Padre para ofenderlo e
injuriarlo, que viva, en fin, en una falsa confianza de que, sin poner nada de
su parte, todo lo vendrá de la misericordia de DIOS. Desgraciada temeridad que
quiere establecer un equilibrio imposible entre dos servicios: el de DIOS y el
del mundo. El alma así equivocada piensa que, mientras tiene salud, y fuerzas,
hay que gozar de los bienes pasajeros sin límite ni medida y, cuando llegue la
represión o la muerte, habrá tiempo de reconciliarse con DIOS para gozar
después de los bienes eternos. La mayor parte de los cristianos siguen, por
desgracia, ese camino de perdición. Para conjurar esos peligros, la esperanza
cristiana enseña que el UNICO y SUMO BIEN es DIOS y, por consiguiente, sólo en
Él se puede encontrar la perfecta felicidad. Los bienes presentes son bienes
auxiliares para alcanzar el gran fin de nuestro destino. Por tanto, debemos
usar de ellos sin apegar a ellos nuestro corazón; debemos subir por ellos, como
por los peldaños de una escala, para alcanzar el Sumo Bien, y debemos; por
tanto, estar dispuestos a perderlo todo antes que perder a DIOS. Ese equilibrio
maravilloso de la esperanza es lo que nos hace pedir la iglesia en sus
oraciones litúrgicas; “Concédenos, Señor, que de tal modo pasemos por los
bienes temporales, que no perdamos los eternos”.
DÍA
SEXTO
¡AVE,
OH CRUZ EZPERANZA ÚNICA!
En este
peregrinar combativo de nuestra vida nos encontramos con una trágica realidad:
El Mal. El Mal en todas sus formas: Moral y Físico, o en términos más
concretos, el pecado y el dolor. Y vemos como los individuos, los hogares y los
pueblos son muchas veces despedazados y triturados bajo el peso de esa máquina
infernal. Ante nuestros ojos atónitos, ante nuestro corazón tremante, que teme
caer bajo la máquina trituradora, aparece sonriente y apacible la esperanza
cristiana en su símbolo divino: LA CRUZ. La cruz que es el lábaro y áncora de
salvación, y nos dice, en su lengua celestial: ORA y CONFIA. En efecto tiene,
razón de sobra para hacernos esta invitación. EL Divino Redentor AMPARO nuestro
cargó sobre Sí todo el peso del pecado y el dolor. Precisamente en la cruz – y
lo continúa sobre nuestros altares- ofreció el sacrificio de expiración por
todos los pecados del mundo, divinizando el dolor y dándonos con su muerte la
vida y con su sangre la suprema esperanza. ¿Qué más podemos desear para nuestra
dicha en el tiempo y nuestra bienaventuranza en la eternidad? Si nuestros
pecados, nuestras miserias y nuestras fragilidades nos hacen temer la
condenación, ya sabemos que en todas partes se levanta el símbolo augusto,
altar y trono del Redentor. Si los sufrimientos de la vida presente nos hacen
sentirnos impotentes y secan la fuente de nuestras lágrimas, ya sabemos que, en
lo alto de un madero, surge el Rey de la Gloria, el que un día ha de
recompensar con creces nuestro dolor, el que lo santifica uniéndolo a su
pasión, el que nos dijo - comunicándonos
al mismo su gracia-: “El que quiere venir en pos de Mí, niéguese así mismo,
tome su cruz y SIGAME”. “Stat CRUX eum volvitur orbis” – Exclamo el Doctor
Medieval-. Sí, la Cruz está en pie, firme y serena, mientras la tierra es
sacudida y revolucionada por los ímpetus del pecado, del dolor y del infierno.
Por tanto, el alma cristiana nada debe temer. Si se hunden los imperios y los
estados, los pueblos y las ciudades en el remolino de sus propias iniquidades,
el alma cristiana abrazada a la Cruz, se salvará. Todavía más. Si el cuerpo del
cristiano es atormentado y martirizado, su alma estará a salvo en lo alto de la
cruz, y un día en la gran resurrección, volverá para comunicar sus divinos esplendores
a este vaso de carne, purificado por el dolor, cumpliéndose plenamente lo que
dijo el Apóstol: “Si padecemos ahora por Cristo, mañana seremos con el
Glorificados”. Está es nuestra grande esperanza. Por eso la Iglesia canta llena
de regocijo: “DIOS TE SALVE OH CRUZ, ESPERANZA ÚNICA…”.
ORACION
PARA ESTE DIA
¡Oh SEÑOR
DEL AMPARO! Danos tu divina gracia para despegar nuestro corazón de los bienes
transitorios y perecederos, cuyos falsos goces tantas veces nos han alejado de
ti, que eres nuestra única riqueza verdadera, nuestro deleite soberano, nuestra
suprema gloria. Haz que pasemos por ellos sin contaminar nuestras almas, sin
cometer la horrible apostasía que cometió tu pueblo escogido, perpetrando dos
pecados: abandonarte a ti, fuente de aguas vivas y abrevarse en las cisternas
rotas y encenegadas. No permitas que caigamos en la desesperación y en la
presunción, dudando o abusando de tu misericordia. Líbranos del pecado, que es
lo único que puede separarnos de ti en el tiempo y en la eternidad. Enséñanos a
santificar el dolor, uniéndonos a tu sangre redentora. Que en las miserias, en
las vicisitudes, en las angustias de la presente vida sepamos levantar nuestra
mirada más allá de las contingencias para fijar en tu Cruz toda nuestra
esperanza de inmortalidad y de gloria. – Amén.
DÍA
SÉPTIMO
MISTERIO
DE AMOR, EL ORIGEN DEL AMOR
Si la Verdad
Eterna nos ha participado sus reflejos y el Sumo Bien nos ha inundado de sus
bondades, también el Amor infinito nos ha comunicado una chispa de su fuego. Y
esa chispa ha incendiado todo el ser del hombre, hasta el grado de que el amor
ha venido a ser la expresión humana más perfecta. Por eso podemos afirmar con
el filósofo que el hombre es un corazón.
Este fuego sagrado de amor tiene dos energías que parecen
contradictorias: es una reconcentración y es una expansión. Vive en el corazón
humano como en una morada hermética, pero se agita y tiende a salir de su
prisión y rompe los muros que circundan. En ninguna otra pasión ni en virtud
ninguna tiene tanta verdad, como el amor, la célebre definición de Tomasino:
“Las virtudes no son sólo concentraciones del alma, sino también arranques y
erupciones hacia lo exterior”. Y en efecto, por el amor el hombre sale de sí
mismo, se enajena, peregrina a todo lo largo y ancho del mundo. Y más allá. Porque,
inquieto y atormentado, el corazón sufre el atractivo de lo infinito. Antes del
pecado el vuelo del amor era tranquilo y ordenado: un vuelo a través de las
criaturas hacia DIOS AMPARO nuestro. Efímera fue esa felicidad y el amor más
que ninguna otra cosa del hombre, sufrió con el pecado o desorden profundo. Para
su restauración fue preciso que el Hijo de Dios se hiciera hombre y tomara un
corazón de carne para hacer más tangible, digamos así, el amor infinito
expresado en la palabra escrituraria: “Con un amor eterno te amé y por eso,
apiadándome de ti, te atraje a MI”. Desde entonces el amor se inflamó, en un
fuego divino y se hizo una virtud, la más perfecta, la más pura, la más santa
de todas las virtudes: LA CARIDAD. Es como la fé y la esperanza, sobrenatural e
infusa y por élla se realiza todo el misterio de la vida cristiana. Sin la
caridad, las obras cristianas no tienen valor ni mérito alguno; la caridad,
todas, aun mas las insignificantes, cobran divina realidad.
DÍA
OCTAVO
EL
ORDEN DEL AMOR
En
la Cruz ha simbolizado y actualizado el Divino Salvador el orden perfecto del
amor: Dios por Sí mismo y el prójimo en Dios. Esos dos amores, que son uno
solo, forman la plenitud de la ley y aparecen, con toda su divina armonía, en
el madero sacrosanto. Trazo vertical: amor que sube, como una llama gloriosa,
hasta DIOS para realizar la perfecta donación del alma a su Creador, Redentor y
Santificador. Trazo horizontal: amor que se expande hacia todos los puntos
cardinales, en ansia suprema de vida, para entregarse a todos los hombres en
abrazo de irrevocable fraternidad. No obstante, la divinización del amor, el
hombre ha seguido humanizándolo y equivocando su derrotero en su éxodo hacia
DIOS. El primer pecado del hombre contra el amor es el egoísmo que, si no se le
refrena, llega a convertirse en verdadera egolatría o adoración de sí mismo. En
los tiempos actuales, el egoísmo se ha apoderado de los de arriba y de los de
abajo, de los individuos y de las multitudes a tal grado, que todos los
problemas y los males de nuestra época radican en esa pasión exaltada del
propio YO. Las luchas sociales lo mismo que las guerras proceden de ese turbio
manantial. Y el egoísmo en su locura satánica, ha ido más allá: a la rebelión
contra DIOS. Por eso, San Agustín, con su penetrante mirada de águila,
descubrió al egoísmo como el constructor la CIUDAD DEL MAL: “Dos amores
edificaron dos ciudades: el amor de sí mismo, que lleva hasta el desprecio de
DIOS, construyó la ciudad del mal”. Es, por tanto, indispensable e inaplazable
que el amor de la caridad se ordene hacia su último fin y su primer principio
que es DIOS. Por qué este amor es quien ha levantado la CIUDAD DEL BIEN: “El
amor a Dios, que lleva hasta el desprecio de sí mismo, ha construido la ciudad
del bien”. Si el hombre egoísta no puede amar a DIOS, a quien considera como u
rival, menos podrá amar al prójimo, en quien encuentra tantas lacras y
fealdades miserias. ¿Cómo podrá descender desde el trono de su soberbia hasta
el tugurio del pobre y del menesteroso? ¿Cómo podrá detenerse en su camino para
curar las heridas del desgraciado, como un buen samaritano? Y es preciso que lo haga: Es preciso que salga
de sí mismo para infundir por todas partes el perfume de una caridad salvadora.
Si queremos que en la tierra haya paz, necesitamos renunciar al egoísmo y
actuar los dulces mandatos evangélicos: “Amarnos los unos a los otros como YO
los he amado”. El segundo pecado contra el amor es la idolatría de las
criaturas, Amarlas como si fueran ellas nuestro único fin, vuestra suprema
felicidad, aprisionar nuestro corazón en los encantos de su efímera belleza;
entregamos a ellas con todas las energías del alma y con todas las ternuras de
la sensibilidad… He aquí el desorden esencial en que consiste el pecado, según
la profunda definición agustina: “Aversio a Deo
et conversio ad criaturas – apartamiento de Dios y conversión a las
creaturas”. Si San Francisco de Asís fue un ejemplo perfectísimo de caridad
evangélica en tal forma que amaba con ternura todas las criaturas del Nuestro
Señor, fue por eso que supo obedecer el mandato que le impuso Cristo Jesús:
“Orlina questo amore – ordena tu amor”. Y en este ordenamiento del amor está la
esencia de la virtud, según San Agustín; “Virtud est ordo amoris – la virtud es
el orden del amor”. Por eso la mística esposa del Cantar de los Cantares tenía
por la mayor de las maravillas el orden que el Amado puso en su corazón.
Ordinavit in me charitatem - ordenó en
mí el amor”.
DÍA
NOVENO
EL
SACRIFICIO DEL AMOR
El amor no
es sólo un encuentro y una donación. Es también una inmolación. Desde la caída
de nuestros primeros padres, el amor, que es un sentimiento tan natural e
instintivo en el hombre, se convirtió en un verdadero heroísmo. Ya no será
posible amar de verdad sin desprendernos de nosotros mismos y, por tanto, sin
sufrir. Por eso el Divino Maestro nos dijo que el supremo testimonio del amor
es dar la vida por aquellos a quienes se ama. Y un apóstol femenino de nuestros
días solía afirmar: “La caridad empieza allí donde nosotros no somos nosotros
mismos”. Podemos aplicar al amor lo que se decía de los sacerdotes de la
antigua ley que vivían de los sacrificios que ofrendaban. ¿Qué extraño es que
el Hijo de Dios, para mostrarnos su amor y para enseñarnos su práctica Divina
se abrace del dolor con todo el poder de su corazón? Infinito como su amor fue
su dolor, y solamente quedó satisfecho cuando ya no hubo en la tierra, ni por
su extensión, ni por su intensidad, un sufrimiento que no hubiera experimentado
en toda la plenitud del padecer. Lo
dicen los teólogos: El hijo de Dios se hizo Hombre para poder sufrir y siguió
siendo Hijo del Hombre para poder sufrir y siguió siendo Dios para que el
mérito de su dolor fuera intimo como su amor, Agonías del corazón,
incomprensiones e ingratitudes, tristezas y desolaciones interiores, temores y
hastíos, desprecios y humillaciones, infidelidades y perfidias, empellones y
bofetadas, calumnias y vituperios, burlas, salivazos, sarcasmos y maldiciones,
azotes y espinas, posposiciones ignominiosas, mantos de locura y de realeza
vilipendiada, caídas y torceduras, sed, abandono, cruz y muerte. Todos los
caminos del dolor los recorrió en menos de veinticuatro horas, y en un solo
segundo de su pasión, probó y saboreó los amarantos de todos los siglos… Semejante
a Él la Madre Dolorosa supo de todos los vía crucis, dejándolos bañados con sus
lágrimas y saturados de la fragancia de su amor de azucena inmaculada. Y como
El y como Ella, los hijos selectos, los santos, llevaron el cáliz de su corazón
hasta el Calvario, al pie de la Cruz, para llenarlo en la corriente de amargura
que mana sin cesar. Desde aquel día de
Parasceve, como se ayuntaron dos maderas para formar una Cruz, así se fundieron
en una sola divina realidad el amor y el dolor en el Corazón del Hijo de Dios y
en el corazón de todos los que siguen las huellas ensangrentadas. Como no puede
haber rendición sin efusión de sangre, así tampoco podrá haber caridad sin
sacrificio. Que lo entiendan así los cristianos y que, al adorar a su Divino
Redentor en la Cruz, acepten amorosos una gotita de su hiel para que aprendan y
practiquen la gran lección de la caridad. Sacrificarse por DIOS es una gloria.
Sacrificarse por el prójimo es un heroísmo. Y uno y otro sacrificio llevan, por
el Calvario, al tabor. No puedo omitir la narración de un suceso real y simbólico,
acaecido en HUANDACAREO, según las antiguas crónicas, hace unos doscientos
años. A causa de un incendio, habíase levemente ahumado el rostro de la imagen
del SEÑOR DEL AMPARO, y el Padre Fray Juan Villaseñor, que era entonces
encargado de esa Doctrina, llamó a un escultor de Querétaro para que lo
retocara. Era éste, que se llamaba Jorge Huitrón, un artista consumado, pero al
mismo tiempo un hombre incrédulo, impío y blasfemo. Cuando subió al altar y se
encontró frente al Crucifijo, lo vió con ojos torvos y mustió una horrible
blasfemia. Se inclino para tomar la pintura y el pincel, y, al levantarse, rozó
su frente una espina de la corona, que le causó un agudo escozor. Llevó la mano
a la frente y comprobó que le había herido haciéndole brotar sangre, y quiso
vengarse del Santo Cristo lanzándole una blasfemia y un salivazo, cuando
cruzaron sus ojos con los ojos entreabiertos del redentor, sintió que allá
dentro, en el fondo de su corazón, se había abierto otra herida que no manaba
sangre, sino lágrimas, dulcísimo llanto de contrición. Se convirtió desde
entonces a Cristo y, en lugar de volver a su tierra y a su arte, pidió el
hábito del Hermano Lego, siendo por el resto de su vida un gran devoto de la
Pasión y un modelo de todas las virtudes particularmente de humildad y de
caridad. Así conquista Cristo AMPARO nuestro a las almas con el dolor de su
amor, y así debemos entregarnos nosotros a Él por el amor de su dolor.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Oh Divino
SEÑOR DEL AMPARO! El amor te trajo, desde tu trono de gloria, hasta nuestro
destierro, para redimirnos con tu sacrificio y enseñarnos la práctica de la
caridad. Mira cómo se va extinguiendo entre nosotros ese fuego sagrado y, en su
lugar, arden los incendios de odio, a la vez que cubren nuestro corazón los
hielos de la indiferencia y del egoísmo. Comunícanos tu gracia y enciéndenos
otra vez del fuego de tu inextinguible caridad; ordena en nuestros corazones el
amor, a fin de que no lo entreguemos a las criaturas sin TI; haz que
correspondamos a tu amor infinito con tu amor sin límites y que amemos a
nuestros prójimos con abnegada caridad. Que nuestros sacrificios y
mortificaciones sean la expresión más elocuente de nuestro amor y que nadie ni
nada nos separe de TI, porque nosotros hemos creído en tu Amor y queremos gozar
de tus delicias por toda la eternidad. Amén.
Es una excelente oración para pedir favores al Señor del Amparo. Yo acabo de terminar la novena, pero confieso que me sentí frustrada y en varios momentos quise parar, sin embargo, la terminé. El inconveniente que encuentro en esta novena es el lenguaje, lo cual dificulta la pronunciación y la comprensión de bastantes palabras, tal vez si se actualizara y se empleara un vocabulario más común y unas oraciones más cortas, seguro que atraería la atención de muchos, así como el deseo de rezar esta novena.
ResponderEliminarGracias,