EJERCICIO DE LOS SIETE LUNES
DEDICADO AL
SEÑOR DE LAS MISERICORDIAS
QUE SE VENERA EN SU NUEVA IGLESIA DE ESTA
CIUDAD
Con Licencia de la Autoridad Eclesiástica
GUATEMALA, C. A.
Tipografía Sánchez y de Guise
El
Excmo. y Revdo. Sr. Arzobispo Don Luis Durou y Suré, concedió benignamente,
cien días de indulgencia, por cada día que compone este Septenario.
Por
la señal…
Señor
mío Jesucristo…
PRIMER LUNES
MEDITACIÓN
Padre, perdona a los que me crucifican
Considera,
alma mía, como Jesús, pendiente en la Cruz, desolado y agonizante, no se
lamenta, sino que con ríos de lágrimas y con suspiros ofrece al Padre sus
penas, su sangre y su próxima muerte por tu salud. Había el Redentor bendito
orado siempre en vida por las almas, y ahora, moribundo, no quiere privarlas de
tan grande bien, antes con un exceso de caridad, con voz llena de amor,
principia Jesús a hablar. Habla, pero no busca venganza, no pide justicia, no
quiere castigo contra sus enemigos, al contrario, todo misericordia se vuelve
al Padre y ruega por ellos. “Padre, dice, perdonad a estos que me han
crucificado”. (Lc. 23, 24) y para mejor demostrar su entrañable amor a los
pecadores y el deseo grande de que recibiesen el perdón y se salvasen, presenta
al Padre la excusa del pecado. “¡Pobre gente, dice, pobre gente, no sabe lo que
hace, no me conoce, perdónala Padre, estos pobres pecadores no saben lo que
hacen!” ¡Oh amantísimo Jesús! El mar inmenso de ingratitudes humanas y los
torrentes impetuosos de vuestros tormentos, no han podido entibiar las
ardientes llamas de vuestra caridad hacia el hombre. Verdaderamente sois Dios
de amor y sumo amor. ¡Oh alma mía! ¿Por qué no amas a tu amantísimo Jesús?
Detente aquí y reflexiona, si Jesús ama tanto a quien le crucifica, y así ruega
por quien la desprecia, ¿Cuánto te amará a ti si le amas, si correspondes a su
gracia?
Considera
que Jesús no rogó entonces solamente por aquellos que le crucificaron, sino por
ti también, y por todos los pecadores. Rogó para excitar en tu corazón la
esperanza del perdón de tus pecados y para encenderte en el amor de Dios,
bondad eterna, caridad inmensa, misericordia infinita. Elévate sobre ti misma,
alma mía, vuélvete a Jesús, contémplale fijo en la Cruz, mírale y duélete de
haber ofendido a aquel sumo bien. ¡Oh Dios! ¡Oh ternura inefable del dulce
Corazón de Jesús! ¿Cómo tenéis Señor, tanta piedad de vuestros enemigos, y
rogáis por ellos con tanto amor, al tanto tiempo mismo en que aquellos crueles
os han anegado en un mar de penas, cuando se ríen de vuestros tormentos, se
mofan de vuestra doctrina y desprecian vuestras palabras? ¡Oh Dios, oh amor
infinito! ¿Quién no se moverá a llorar sus culpas, a pediros piedad, a esperar
el perdón? ¿Quién no arderá de amor a vuestra infinita bondad? ¿Quién a vista
de ejemplo, no perdonará a sus enemigos, no rogará por los que le ofenden? No
merece ser vuestro discípulo, ni es digno del nombre cristiano, quien no lo
hace. ¡Oh amabilísimo Jesús, oh Jesús de mi alma, tened piedad de mí!
Amantísimo Redentor mío, recordad al Padre aquellas voces llenas de
misericordias, mezcladas con lágrimas y empapadas en vuestra preciosa sangre,
para que en atención a vuestros preciosos méritos que me sean perdonadas todas
mis culpas, que detesto y lloro sobre todo mal como ofensa del sumo bien, del
mismo modo que yo perdono a los que me hayan ofendido. Se que me dispensáis
vuestro amor como fruto de vuestra Cruz, como recompensa de vuestra pasión,
como precio de vuestras penas, concédeme ¡Oh Señor! la gracia de que viva como
a Vos place, y no me agrade otra cosa que amaros a Vos, que espontáneamente me
habéis amado más que a vuestra propia vida.
PRÁCTICA: Por
amor a Jesús Crucificado, perdona a quien te hace mal, ruega por quien te
disgusta y te contradice. Perdona como desea ser de Dios perdonado. No te
excuses con el pretexto de que tu ofensor no merece perdón, porque tu lo
mereces mucho menos de Dios. Dios te perdona tus grandes pecados por su
misericordia, y tu debes perdonar al prójimo las injurias e injusticias, porque
así lo quiere y lo manda Jesucristo, lo has de hacer por amor de Dios. Si no
perdonas, no se te perdonará.
SEGUNDO LUNES
MEDITACIÓN
Hoy serás conmigo en el Paraíso
Considera
alma mía, que en virtud de aquella súplica que Jesús hizo en la Cruz, el ladrón
que estaba crucificado a su derecha recibe la gracia de ser iluminada y de
arrepentirse de sus pecados. Vuélvese el buen penitente al Redentor, y lleno de
contrición y de confianza se encomienda de todo corazón a su bondad infinita. “Señor,
dijo, acordaos de mi cuando estéis en vuestro reino.” No fue menester más para
que se moviera a compasión del corazón amante del Redentor, lo declarase
justificado, y le aseguraba que aquel mismo día estaría con Él en el seno de
Abraham, a donde descendió su alma santísima, debía el llevar a aquellos santos
la gloria y el gozo de los bienaventurados. No fue menester más para que se
moviera a compasión el corazón amante del Redentor, lo declarase justificado, y
le asegurara que aquel mismo día estaría con Él en el seno de Abraham, a donde
descendiendo su alma santísima, debía Él llevar a aquellos Santos la gloria y
el gozo de los bienaventurados. “Hoy, dice, hijo mío, serás conmigo en el
Paraíso” Feliz ladrón, que supiste arrebatar el reino de los Cielos. Hoy se
cambiará tu condición y tu suerte, y de esta Cruz dolorosa pasará al Paraíso de
la alegría, de este patíbulo de ignominia serás elevado al trono de
gloria. Más ¡Oh! Infeliz de mí, que he
sabido ser ladrón para robar a mi Dios el honor que le debía, los afectos de mi
corazón y los de otras criaturas, he sabido defraudárselos, para darlos a mis
pasiones, y no sé arrebatarle después el Paraíso con el arrepentimiento y las
lágrimas, con el amor y la virtud. Amado Redentor mío, confiésome un gran
pecador, digno de mil cruces, de mil patíbulos y de mil infiernos. Bondad
infinita, tened misericordia de mí, miradme con amor, como mirasteis a aquel pobre
ladrón, y haced que este corazón se deshaga en lágrimas de contrición, en
santos gemidos, y en afectos de confianza y amor.
Considera
las virtudes que ejercitó este buen ladrón para imitarlas. El corresponde a la
luz de Dios, se resuelve a arrepentirse, concibe espíritu de penitencia, y se
derrite su corazón de contrición de sus pecados, reprende y corrige con valor
magnánimo a su obstinado y blasfemo compañero. En medio de una muchedumbre
enemiga, y a la faz de los incrédulos, confiesa a Jesús como Dios, Santo e
inocente, a despecho de aquellos inicuos que le condenan como reo y lo
crucifican como malhechor. Huyen los apóstoles, se esconden los discípulos,
callan los conocidos, y los amigos tienen miedo a la maldad de los judíos, y
este dichoso ladrón nada teme, y entre las ignominias de su Cruz, en los
tormentos de la crucifixión, proclama ante todos que Cristo es Dios, Rey de la
Majestad y Príncipe de la Gloria. Su oración es heróica porque no pide alivio
para sus penas, ni ser librado de aquella muerte, sino únicamente piedad y
perdón de sus pecados, deseando solo el reino de los Cielos. Feliz tú ¡Oh
dichoso ladrón! Que has sabido abrazar a Jesús en los oprobios, dentro de poco
le abrazarás en la gloria. No haya pecador que desconfíe, no haya alma que
desespere de su salvación. El que se humilla y se arrepiente, enmendando su
vida, es ciertamente perdonado por Jesús. ¡Oh Cruz dichosa, que preciosa eres,
sufrida con resignación, aunque sea por los propios pecados! Cruz querida, el
que te abraza será por Jesús desechado. ¡Oh Rey Eterno! Confieso que por mis
pecados llevo justamente la cruz de mis trabajos y tribulaciones, no os
olvidéis de mí, sedme propicio, miradme con los benignos ojos de vuestra
misericordia, y salvadme por piedad. No miréis ya a mi indignidad, mirad a
vuestros méritos y aplicadlos a mi alma, vuestra sangre preciosa, derramada por
mí, hable en mi favor y salga triunfante.
PRÁCTICA:
La Cruz es necesaria. Debes padecer como hombre, como pecador, como
predestinado. Esta es la noble insignia de los elegidos: padecer. Por amor de
Jesús crucificado abraza tu cruz, sea cual fuere. Dios te la envía, súfrela con
paciencia, con alegría y con amor. Ruega a Jesús que te haga padecer con virtud
y te guarde del pecado. Advierte que por tus desordenes y falta de paciencia
puede sucederte lo que aquel otro infeliz ladrón, que murió desesperado.
TERCER LUNES
MEDITACIÓN
He aquí a tu hijo, he aquí a tu Madre
Consideremos
como Jesús moribundo no piensa en otra cosa que en hacernos bien. Ruega por los
que le crucifican, perdona al ladrón, y luego se vuelve a María y a Juan desde
aquel trono de dolor, y compadeciéndose de su pesar, para consolarlos, deja a
Juan recomendado a la Madre, designándoselo como Hijo. Después hace igual
recomendación a Juan, de María, indicándosela como Madre. Como hijo de María, y
como Maestro de Juan, en una y en otro piensa, y cuida de entrambos. ¡Oh amado
Jesús mío, que agonizáis y desfallecéis en un mar de ignominias y de penas,
cuanto más necesitáis, Vos que otro piense en consolaros! Pero vuestra infinita
caridad tiene tanto cuidado de nosotros como si os hallaseis en un trono de
gloria. ¡Que grande es vuestro amor! ¡Y que maravillosa providencia tenéis de
vuestros elegidos! Vos, en esta Cruz, sois llamado Rey de dolores, pero yo os
veo hecho todo beneficio mío, Padre de misericordia y Dios de toda consolación,
pensáis más en consolarme en mis angustias, en templar mis temores, en excitar
la esperanza en mi alma desconfiada, que no en mostrar el menor sentimiento de
vuestras penas. ¡Oh divino consolador de los afligidos, si tanto pensáis en los
vuestros, aun en medio de amarguísimos tormentos, no os olvidéis de mi ahora
que reináis en el Paraíso!
Considera
que el amable Redentor, en este testamento de amor, nos hace donación de la
cosa más preciosa y más rica que tenía en el mundo. Nos da a María por Madre de
todos nosotros en la persona de Juan, que nos representaba, y a su protección
nos recomienda, como si dijese: “Madre mía, os doy por hijos a todos los que
han de ser mis discípulos, y a vosotros, elegidos míos, os encargo que tengáis
a María por Madre vuestra. Esta es mi voluntad, este mi testamento, que mi
Madre cuide de mis fieles y que ellos le profesen amor y reverencia.” Y la
Divina Madre, obedeciendo a las órdenes amorosas de su Jesús, nos acepta
gustosamente a todos por hijos suyos, y como a tales nos abraza y estrecha
contra su corazón. ¡Oh legado de inefable caridad! ¡Oh exceso de bondad! ¡Oh
dignidad suprema! ¡Oh felicidad del cristiano! ¡Oh dichosa suerte! ¡Tener
nosotros por madre a la gran Madre de Dios, por habérnosla dado Jesús, y
habernos recomendado a su amor! ¡Oh María, riqueza del Paraíso! ¡Oh María,
celestial tesoro! ¡Oh María, son incomparable! Aquí tienes ¡Oh fiel! A María,
tu Madre, que te acepta por hijo, y te da a luz espiritualmente bajo la Cruz,
en medio de inmensos dolores. ¡Oh Virgen bendita! Desde ahora en adelante, os
llamaré siempre Madre, Madre mía amadísima, y con filial confianza os diré
siempre. “Aquí tenéis a vuestro hijo, reconocedme ¡Oh Madre! Por hijo vuestro,
ya que por tal me recomendó y me declaró Jesucristo, miradme como a hijo,
protegedme como madre, Madre de Misericordia, Madre de esperanza y de amor.
Viva Jesús, que, olvidado de sus penas, solo piensa en mi bien. Bendita sea
María, que, traspasada de dolor, se digna tomarme por hijo suyo.” Amado
Redentor mío, os doy gracias por este don supremo, mucho más que si me
hubieseis puesto en posesión de todos los tesoros del universo. ¡Oh Jesús mío!
infundidme un amor ardentísimo hacia vuestra Madre divina, que me habéis dejado
por Madre. Por los méritos de María, concédeme la gracia de que yo viva
santamente bajo su dulce protección, que todos mis actos de amor se refieran a
Vos, Jesús y María, y de este modo llegue por vuestra misericordia un día a
gozaros eternamente en el Paraíso.
PRÁCTICA:
Para corresponder a este grande amor y gran beneficio de Jesús, ama a María
con todo el corazón. Tu devoción a María sea firme, perseverante verdadera, que
te incline a evitar los vicios y a ejercitarte en la santa virtud. Da gracias a
Jesús todos los días por haberte dejado a María por Madre.
CUARTO LUNES
MEDITACIÓN
Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me habéis
abandonado?
Considera
que, mirando el Eterno Padre a su Divino Hijo con la apariencia humillante de
pecador, para dar lugar a su justicia mostró no tener de Él compasión, por lo
cual le dejó como en olvido y abandono. Se aproximaba ya la hora en que Jesús
debía morir, cuando creciendo más y más la vehemencia de su desolación,
abandonado de su Padre celestial, dejando por sus discípulos, separado de sus
amigos, afligido por la vista de las personas queridas que tenía al pie de la
Cruz, las cuales aumentaban el dolor de su amante corazón, por la pena
amarguísima que Jesús veía en ellas, abrumado, en fin, de congojas, de nadie
recibía el menor consuelo, ni la parte superior del alma, ofrecía algún alivio
a la parte inferior. Por esto el desolado Señor, poco antes de morir, alzó
fuertemente la voz para expresar la violencia de sus internas penas y vuelto en
espíritu al Padre, humilde y sumiso a la disposición divina, exclamó: “Dios
mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” (Mat. 27, 46) Reconoce aquí la
justicia de Dios, que, ofendido del hombre, descarga todo el rigor del castigo
en su inocente Hijo, sin mostrar compasión de su extrema agonía, porque se
había presentado como fiador por nosotros, y por nosotros satisface y paga.
(Is. 53, 8) Aprende alma mía, al temer el pecado y a huir de él, más que la
muerte. ¡Oh Dios! Yo, pecador, que tantas veces he vuelto la espalda al sumo
bien, merezco ser abandonado del Cielo y de la tierra. Detente aquí, alma mía,
a contemplar a tu amable Salvador desolado. Calma sus ansias, y alivia su
agonía con tu dolor y tu amor.
Considera
alma mía, que por tu bien quiso Jesús dar a conocer su amarguísima desolación,
a fin de que con el ejemplo de su penar, te alentases a padecer y a sufrir los
trabajos y la oscuridad, los tedios y las angustias, los temores y el
desconsuelo, con todo el resto de aquellas penas interiores que suelen ser
compañeras inseparables de las almas elegidas. Por este medio, vigorizado tu
espíritu con la virtud del espíritu de Jesús desolado, puedes soportar con
paciencia, con resignación, con fé y con amor la carga de tu cruz, sin
entregarte a los lamentos, desconfianza ni quejas. Antes bien, debes recibir la
desolación y todas las penas de las amorosas manos de tu Padre celestial como
dones excelentes de su caridad, como prendas preciosas de su amor, que te trata
como a su hijo querido, ofreciéndote un sorbo de aquel cáliz amargo que dio a
beber a Jesús hasta la última gota, para hacerte después partícipe de su
gloria, a medida que participaste de su dolor. ¡Oh mi buen Jesús, cuanto os
debo por el doloroso abandono que habéis padecido por mi amor! Yo, ingrato en
extremo, me he rebelado contra la voluntad de mi Creador para seguir mis
caprichos, y mi Señor, para merecer que la Divina Misericordia, no me abandone,
con este amargo abandono quiere satisfacer a la divina justicia por la
ingratitud con que yo he dejado sus inspiraciones, sus luces y aquellas voces
de misericordia que tantas veces me han invitado a penitencia. Os doy mil
gracias por ello. Bondad infinita. ¡Oh amadísimo Dios mío! no se aparte jamás
de mi vuestra piedad, y cuando me falte el espíritu, la fuerza y la voluntad,
no me abandone vuestra gracia, sino que triunfe de mí. Confieso que mi mayor
dicha es aplicar los labios a aquel cáliz que Jesús, por amor mío, me alarga su
propia mano, por más amargo y amarguísimo que sea. Que nunca jamás yo me queje,
no rehusaré más el altísimo don de padecer. Uno mis penas con las de mi Jesús,
uno mis trabajos con los suyos, mi cruz con su Cruz, y mi voz con la voz
doliente de mi Salvador, me ofrezco todo entero, en unión de Jesús, al Eterno
Padre, y echándome por completo en brazos de la Divina Providencia exclamaré
siempre, en cualquier estado que me halle, a pesar del infierno, que me sugiera
la desesperación, para confusión de mundo que me ofrece placeres, y para mortificación
de mis pasiones que rehúsan el padecer. “El cáliz que me ha dado mi Padre ¿no
lo beberé?” (Jn. 17, 2)
PRÁCTICA:
En tus desolaciones y trabajos, acuérdate de estos abandonos de Jesús y
exclama: “Pasión de Jesucristo, confórtame.” Todos los días, a las tres de la
tarde, acuérdate de esta agonía y abandono de Jesús, di: “Sí, Padre, porque así
fue de tu agrado.” (Mat. 11, 26)
QUINTO LUNES
MEDITACIÓN
Tengo Sed
Considera
alma mía, que Jesús moribundo ya, por la gran abundancia de sangre derramada a
fuerza de tantos azotes, en la coronación de espinas, debajo de la Cruz y sobre
ella, y por aquellos viajes tan penosos y horribles torturas, siente encenderse
en sus benditas entrañas una ardentísima sed, por esto, hallándose próximo a
expirar, quiere dar a conoce lo que sufre, con aquella voz doliente: “Tengo
Sed.” Un sorbo de agua, algún refrigerio, algún alivio para esta vida que
desfallece, estoy sediento, tengo sed. Al oír esta voz lastimera, ninguno se
mueve a refrescar la penosa sed del Redentor agonizante, pero si se halla
pronta la fiera crueldad para aumentarle el tormento. Había por allí un vaso
lleno de vinagre. Entonces uno de aquellos verdugos, tomando una esponja, la
empapa en el vinagre, y puesta al extremo de una caña la presenta a Jesús,
comprimiéndola en sus labios para que bebiera ¡Oh Dios, un sorbo de agua para
un pobre moribundo que sufre estremecimientos angustiosos, mejor dicho, para el
Señor, moribundo! No hay reo tan detestable a quien en el momento de morir se
niegue un vaso de agua, sólo para Jesús no hay piedad. Madre, discípulos,
amigos ¿Qué hacéis? Un poquito de agua para el afligido Señor, moribundo. ¡Mas,
ay, ellos no pueden! ¡Pobre Madre, desconsolados discípulos, no le es permitido
ofrecer a Jesús el menor socorro! ¡Oh mundo ingrato, que niegas un sorbo de
agua a tu Salvador, a aquel Dios que te da con tanto amor toda la sangre de sus
venas! ¡Ay de ti, cristiano ingrato, cuantas veces has negado a Jesús en sus
pobres un refrigerio! ¡Cuantas veces, con tus lúbricas voces, has abrevado a
Jesús con hiel y vinagre! El Señor quiere mortificar en si mismo los excesos de
su suelta lenga con el tormento de su sed y con la amargura de aquella bebida.
Tú te indignas contra los judíos, crueles e ingratos ¿y no te irritas contra ti
mismo, siendo peor que los judíos, habiendo amargado a Jesús, no una, sino mil
veces, con los desórdenes de tu vida y con palabras indecentes? ¡Confúndete,
arrepiéntete y llora!
Considera
que esta palabra de Jesús, sed tengo, fue toda misteriosa y llena de admirables
enseñanzas para nosotros. no creas que Jesús hablara de aquel modo por deseo
que tuviera de refrigerio, o que pidiese agua para satisfacer su sed. No,
manifestó que tenía sed par a unir este también a los otros tormentos. Sabía
Jesús muy bien que aquella indicación, tengo sed, se había de responder con una
bebida amarguísima, pero la pidió para que la lengua, la boca, la garganta
experimentasen también este tormento, y no quedarse en su cuerpo parte alguna
sin particular dolor. Antes bien, reparando el Redentor que sus penas estaban
para terminar con su muerte, dice San Bernardo, no satisfecho todavía de
padecimientos, quiso dar a entender con aquella frase, tengo sed, la
extraordinaria que sentía de padecer más por amor al hombre, no fue, pues
aquella sed propia del cuerpo, tanto como del espíritu, fue una expresión del
amante corazón de Jesús, que demostraba tener ser de mayores tormentos. Tengo
sed, quería decir, tengo sed, de más acerbos dolores, tengo sed de más amarga
confusión, tengo sed de cruces pesadas, tengo de una muerte más atroz. Tenía sed Jesús, pero sed de cumplir enteramente
la voluntad de su Padre celestial. Tenía sed de hacer cada vez más copiosa la
redención humana. Tenía sed ¡Oh cristiano! De tus lágrimas. Tenía sed de tus
afectos. Tenía sed de tu amor. Tenia sed de saciar tu alma de su gracia. Tenía
sed de saciar tu alma de su gracia. Tenía sed de llenar tu espíritu de su amor.
Tenía sed de enriquecerte de viene eternos, y de coronarte en su gloria
celestial. T tú, alama mía, ¡no vas sino en busca de goces, no deseas otra cosa
que placeres! ¡Ay! ¡Que poco te asemejas a Jesús Rey de dolores, lleno de
angustias y sediento de mayores penas! El Esposo crucificado, quiere
crucificada tu alma, su esposa. Ea alma mía, sacia el corazón sediento de Jesús
con tu llanto, recréalo con tu amor, embriágalo con tus suspiros, ámalo con tu
corazón. ¡Oh dulcísimo Jesús mío, dadme también esa vuestra divina sed, dadme
la sed de hacer siempre vuestra voluntad, dadme sed de padecer por Vos, de
llorar siempre mis pecados, dadme sed de arder en dichoso amor, dadme sed de
sacrificarme enteramente por vuestra gloria!
PRÁCTICA: Para
honrar esta amarga sed de Jesús, mortifícate en el comer y beber,
principalmente los viernes, y fuera de las comidas. Refrena tu lengua, que es
un semillero de males. No hables ya del mundo, ni de cosas vanas y ociosas. Habla
poco y bajo, discurriendo sobre la virtud, la devoción, el buen ejemplo y el
progreso espiritual. Ruega al Eterno Padre que, por amor de Jesucristo, te
conceda la última gracia de gobernar bien tu lengua y la santifique.
SEXTO LUNES
MEDITACIÓN
Se ha consumado la redención humana
Considera
alma mía, que Jesús, después de haber recibido el vinagre, conociendo que ya
había padecido todas las penas y amargura que debía padecer, que ya se habían
realizado los fines de su existencia en el mundo, que ya había cumplido todos
los deberes que le había sido impuestos por su Padre celestial, que ya se
habían justificado las Escrituras y las profecías, las figuras y las sombras,
las ceremonias y los sacrificios de la antigua ley, que significaban y
denotaban su venida y su pasión, que ya había satisfecho copiosamente el precio
de nuestro rescate, que estaban rotas las cadenas del pecado, quebrantada la
cabeza de la infernal serpiente, destruida la muerte y el infierno y que ya podía
abrir al hombre redimido la puerta del Paraíso, exclamó: “Todo se ha consumado”
He cumplido ya y consumado la grande obra, ya he liberado al hombre de todos
los males temporales y eternos, he glorificado a mi divino Padre, no me falta
más que exhalar mi espíritu. Todo ha sido plenamente cumplido. ¡Oh amabilísimo
Redentor! Os doy gracias porque habéis rehusado sacrificar vuestra vida por
redimir a este rebelde esclavo. Adoro este sagrado sacrificio, elegido por
vuestra infinita bondad para exaltar la miseria del hombre. Os suplico ¡Oh
Jesús mío! que completéis en mi la obra que habéis iniciado, aplicando con los
auxilios de vuestra gracia eficaz, el precio de vuestra preciosa sangre y la
infinidad de vuestros méritos para la salvación de mi alma, viva de esta manera
tal como exigís de mí, y termine mi vida empleada en la perfección y consumada
en la virtud.
Considera
alma mía, que en aquel Consummatum est, parece que Jesús quiso
decirnos también: Me he sacrificado por vosotras ¡Oh almas amadas! Me eh entregado
a mí mismo, y, por último, doy mi alma, nada me queda que daros, ya no tengo
sangre, ni fuerzas, ni aliento, ni vida. Me he sacrificado por vuestro amor: Consummatum
est. Alma mía, vuélvete a Jesús pendiente en la Cruz, sacrificado
enteramente por amor tuyo, mírale con compasión y con amor, admira su
misericordia, considera su piedad, asómbrate del esplendor de su infinita
caridad. ¡Un Dios altísimo se hizo hombre para hacer bien al hombre vil, al
hombre criminal, al hombre ingrato! ¡Un Dios ha sacrificado su preciosa vida
para salvar al hombre rebelde! ¡Un Dios! ¡Oh Dios eterno! Por el amor de Jesús,
extinguid en mi con el incendio de vuestro amor, todo lo que no es vuestro, y
para subyugar este endurecido corazón, lleno de afecciones terrenas, y todo manchado
con el fango de las pasiones, destruid a hierro y fuego el desarreglo de mi
vida a fuerza de cruz, mortificación, de confusión, de humillaciones y dolores.
Consumid ¡Oh Señor! con vuestra gracia, todos los defectos de mi espíritu,
todos los afectos no santos, toda la aflicción a mis propias ideas, toda la
tenacidad de la voluntad propia, y del propio juicio, todas las inclinaciones
del amor propio, para que, en honor de este adorable sacrificio de la santísima
vida de vuestro amado Hijo, pueda yo, postrado a los pies de vuestra Majestad,
decir un día entre mil acciones de gracias: “Consummatum est.” Se ha extinguido
en mi todo aquello que a Dios desagrada, todo aquellos que me impide la
perfección, todo aquellos que me retarda mi unión íntima con Dios. Al menos,
¡Oh Señor! dadme una luz y valor para que me resuelva a esta feliz consumación,
y comience a poner en práctica con tesón los medios de llevarla a cabo,
declarando perpetua batalla a mi corazón, a fin de refrenar sus desórdenes y
pasiones. Hacedlo, ¡Oh Padre! Por vuestro honor, hacedlo por las entrañas de
misericordia de Jesucristo.
PRÁCTICA:
Por amor de esta consumación de Jesús, aprende a combatir especialmente
aquellas inclinaciones que mas te dominan y aquellos defectos en que sueles
caer con más frecuencia. Por amor de Jesús, que consumó y perfeccionó la obra
de tu redención, sigue en adelante sin detenerte el curso de tu perfección y de
tu santa empresa. Esta consumación de Jesús, te conforta y te alienta para
sacrificarte todo por amor de Jesús.
SÉPTIMO LUNES
MEDITACIÓN
Padre, en vuestras manos encomiendo mi
espíritu
Considera
alma mía, que viendo Jesús terminada la obra de la redención, próximo a su
muerte, sintiéndose ya desfallecer, se vuelve al Padre celestial, y con
aquellas tiernas palabras exclama desde el árbol doloroso de la Cruz, invocando
el auxilio de su Padre en su mortal agonía: “Padre, dice, Padre mío, en vuestra
mano encomiendo mi espíritu.” (Luc. 23, 46) Pondera, alma mía, como en esta
ocasión recomendó Jesús al Padre tu espíritu y tu agonía, como si dijese:
“Padre, recomiendo a vuestro cuidado y protección, juntamente con mi espíritu,
el de todos mis amados hijos, los cuales he engendrado en el ser de la gracia a
costa de sangre y dolores, de angustias y de agonías sobre la Cruz. Os lo
recomiendo ¡Oh Padre! Y del mismo modo que me asistís a mi para introducirme en
mi gloria, dignaos asistirles en su tránsito y hacerlos partícipes del eterno
reposo.” Agonizante Redentor mío, os doy gracias porque hasta el último suspiro
de vuestra vida, os habéis acordado de mí y pensasteis tanto en mi bien. Esta
es la mayor gracia que yo puedo desear, perseverar en vuestro amor, y morir en
los amados brazos de mi adorado Creador.
Considera
alma mía, lo dulce y feliz que será tu muerte si ahora amas de todo corazón a
Jesús Crucificado. La vista de aquellas llagas sagradas, la consideración de
aquella divina agonía, la memoria de aquellas inefables voces del Redentor
moribundo, ¡Oh que aliento, que consuelo te harán gustar en aquellas angustias
postrimeras” si eres verdadero devoto de Jesús agonizante, tu agonía se
convertirá en tranquilo reposo, y aquel momento terrible, que inspira pavor y
amargura a los mortales, llenará tu alma de confianza y paz! Expirarás como San
Felipe Benicio, abrazado con el Redentor Crucificado, que el solía llamar su
libro. De este valle de lágrimas pasarás al eterno descanso, como el santo
conde Eleazar, que, con las memorias de las sagradas llagas, y con el nombre de
su Señor Crucificado, venció las tentaciones, abatió el infierno, y tuve
preciosa y santa muerte. ¡Oh Redentor mío Crucificado, imprimid en mi corazón
el recuerdo vivo y amoroso de vuestra dulcísima pasión, para que, en todas las
palpitaciones de mi vida, recuerde cuanto habéis hecho y padecido por mí!
Infinita bondad, cuando esté para disolverse este cuerpo mortal, cuando mis
fuerzas desfallezcan en el momento extremo de la agonía, no me abandonéis,
acordaos de mí, y haced que yo consiga aquella victoria que con vuestra muerte
triunfante me habéis merecido.
PRÁCTICA:
Nada debe interesarnos tanto como aquel tremendo instante, aquel momento
supremo, del cual depende nuestra eterna salvación. Para asegurar este gran
paso, que una vez equivocado jamás tiene remedio, se verdadero devoto de la
pasión y agonía de Jesús. Pide todos los días a la Santísima Trinidad que, por
los méritos de Jesucristo, se digne concederte la perseverancia final y una
santa muerte. Ruégaselo también a María Santísima, Abogada y Madre de los
pobres moribundos.
MEDITACIÓN FINAL
Sobre la muerte de Jesús Crucificado
Considera
que el Redentor, moribundo, después de haber encomendado el espíritu al Padre, deja
caer el cuerpo, inclina la cabeza, cierra los ojos y expira. ¡Muere Jesús, y en
su muerte se rasga el velo del Templo, tiembla la tierra, se quebrantan las
piedras, se desprenden los montes, se abren los sepulcros, el sol se oscurece,
el universo queda envuelto en tinieblas, y todas las criaturas respiran
tristeza y dolor! ¡Murió, judíos crueles, murió vuestro Rey, vuestro Salvador!
¿estas satisfechos, estáis contentos? Vedle muerto, ya le habéis arrebatado la
vida. ¿Qué mal os ha hecho este Señor generosísimo? ¿Qué disgustos os ah dado?
Hablad, responded. Alma mía ¿Qué haces, en que piensas? Los mismos verdugos se
llenan de confusión, lloran, se golpean el pecho, y no falta quien confiese que
Jesús es el verdadero Hijo de Dios. Y tú, ¡Oh alma favorecida de Jesús! ¿no te
conmueves, no lloras, no te entristeces habiendo renovado con tus pecados la
pasión y muerte de tu Señor? ¡Ah Señor! vos que ablandasteis los corazones de
los verdugos y de los judíos con la eficacia de vuestra gracia, enterneced y
llenad de contrición este durísimo corazón mío para llorar así amargamente mis
culpas por amor vuestro ¡Oh Jesús, crucificado y muerto por mi amor! Alma mía,
detente en el Calvario al pie de la Cruz, contempla a tu Señor traspasado y
muerto, mira a tu Padre, tu Esposo, tu Dios, cubierto de cardenales y llagas,
pálido y descolorido. ¡Que dolor!
Considera
como estando muerto Jesús, un soldado le abre el costado con la lanza, y le
traspasa el corazón, de donde brota sangre y agua. Aquella infinita bondad,
para obligarte de este modo a que le ames, quiere también dejarte aquella poca
sangre que aun quedaba en su corazón. ¡Oh puerta del Paraíso, oh santuario de
los justos, oh reposo de los afligidos, oh llaga del sacro costado que enamoras
las almas, yo te adoro! ¡Ah! No mas amar a las criaturas, ama a Dios, muere
para el mundo por el amor de tu Dios, crucificado y muerto por amor tuyo. Alma
mía, huye de este mundo inicuo, vuelve la espalda a las traidoras criaturas,
escóndete en el Corazón Sagrado de Jesús, donde hallarás consuelo en los
trabajos, alivio de los pesares, victoria en las tentaciones, aliento en las
penalidades, aquella paz que entre las espinas de las cosas terrenas y en las
inconstantes criaturas vas buscando y no la encuentras, y con la paz temporal obtendrás
la vida eterna. Amabilísimo Redentor mío, acogedme entre vuestros brazos,
escondedme en vuestro Corazón, inflamadme en vuestro amor. Muera yo para el
mundo, niégueme a mi mismo, sea crucificado respecto de las criaturas, y solo
viva para arder de gratitud y amor hacia Vos, mi solo y sumo bien, y de este
modo, pueda decir también: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al
mundo.” (Gal. 6, 14)
PRÁCTICA:
Por amor del Corazón traspasado de Jesús, purifica tu corazón de todas las
afecciones terrenas. Ofrece al Sagrado Corazón muchos actos de amor y de
mortificación todos días, y muy de corazón exclama frecuentemente. Cuando tu
corazón está para inclinarse a otros afectos que no son de Dios, dirígelo y
vuélvelo al agrado Corazón de Jesús, aun con violencia y dolor de tu terreno
corazón. Traspásalo reprimiendo tus pasiones, para hacer un sacrificio glorioso
al Corazón traspasado de Jesús.
HIMNO POPULAR AL SEÑOR DE LAS
MISERICORDIAS
Te aclamamos,
Te veneramos,
Por tu piedad
Jesús, perdón.
Ensalza de Dios las bondades
Oh pueblo que Jesús amó,
Envía a través las edades,
El eco de tu gratitud.
¡Jesús del cielo soberano,
Muerto por ti en la dura cruz!
¡Salud Inocente Cordero,
Por nuestros crímenes en Cruz!
¡Salud, Salvador verdadero!
¡Salud, Vida nuestra, salud!
El pueblo que amaste te aclama,
¡Te reconoce por su Dios!
Jesús, con tus brazos abiertos,
Aliento das al pecador,
Que oyó de tus labios hoy yertos,
Sin fin prometer el perdón.
Si mucho, Señor, te ofendimos,
Mas perdonó tu corazón.
Jesús, en la Cruz enclavado,
El reino de tu dulce amor
Mirar por doquier propagado
Anhela tu real corazón.
Jesús, Rey de Reyes, impera
En Guatemala tu nación.
Señor, que tu reino se extienda
De nuestra patria hasta el confín,
Que amor y esperanzas encienda,
Que todos se vuelvan a Ti,
Y el pueblo dichoso vislumbre
En Ti, brillante porvenir.