MEDITACION
XII.
Mi
dolor está siempre delante de mí.
Considera
como todas las penas é ignominias que Jesús padeció en su vida y muerte, todas
las tuvo presentes desde el primer instante de su vida; y todas ellas comenzó desde
niño a ofrecerlas en satisfacción de nuestros pecados, principiando desde
entonces à hacer de Redentor. El mismo reveló a un siervo suyo, que desde el
primer momento de su vida hasta la muerte siempre padeció; y padeció tanto por
los pecados de cada uno de nosotros, que si hubiese tenido tantas vidas cuantos
son los hombres, tantas veces habría muerto de dolor, a no haberle conservado
Dios la vida, para padecer más. ¡Oh! ¡y qué martirio tuvo siempre el amante corazón
de Jesús, al ver todos los pecados de los hombres! Dice santo Tomás que este
dolor de Jesucristo en conocer la ofensa del Padre, y el daño que del pecado debía
después provenir a las almas de él mismo amadas, sobrepujó al dolor de todos
los pecadores contritos, aun de aquellos que murieron de puro dolor. Sí, porque
ningún pecador ha amado jamás a Dios y a su propia alma tanto, cuanto Jesús
amaba al Padre y a nuestras almas. De aquí es, que aquella agonía padecida por
el Redentor en el huerto a la vista de todas nuestras culpas, de cuya satisfacción
se había encargado, la padeció ya desde el vientre materno: Pobre soy yo, y en
trabajos desde mi juventud. Así por boca de David predijo de sí nuestro
Salvador, que toda su vida debía ser un continuo padecer. De esto deduce san
Juan Crisóstomo, que nosotros no debemos afligirnos de otra cosa que del pecado;
y que, así como Jesús por los pecados nuestros fue afligido en toda su vida;
así nosotros que los hemos cometido, debemos tener un continuo dolor,
acordándonos de haber ofendido a un Dios que tanto nos ha amado. Santa
Margarita de Cortona no cesaba de llorar sus culpas; un día le dijo el confesor:
Margarita, no más, basta, el Señor ya le ha perdonado. ¡Cómo! Respondió la
Santa; ¿cómo pueden serme bastantes las lágrimas derramadas y el dolor por
aquellos pecados que afligieron a mí Jesús durante toda su vida?
AFECTOS
Y SÚPLICAS
Ved,
Jesús mío, a vuestros pies el ingrato, el perseguidor que os ha tenido afligido
toda vuestra vida. Pero os diré con Ezequías: Mas tú has librado mi alma de que
no pereciese, echaste tras tus espaldas todos mis pecados. Yo os he ofendido,
os he traspasado con tantos como son mis pecados; más Vos no habéis rehusado
cargaros de todas mis culpas; yo espontáneamente he arrojado mi alma a arder en
el infierno cuantas veces he consentido en ofenderos gravemente, y Vos, a costa
de vuestra sangre, no habéis dejado de librarla y procurar no quedase perdida.
Amado Redentor mío, os doy gracias. Quisiera morir de dolor pensando que he
maltratado tanto vuestra bondad infinita. Amor mío, perdonadme, y venid á lomar
posesión de todo mi corazón. Habéis dicho que no os desdeñaréis de entraros a
quien os abre, y estaros en su compañía. Si en algún tiempo yo os he desechado,
ahora os amo, y no deseo otro que vuestra gracia. Ved la puerta que está abierta,
entrad luego en mi pobre corazón, pero entrad para no salir nunca. Él es pobre,
más entrando lo haréis rico. Yo seré rico, siempre que os poseyere á Vos, sumo
bien. Ó Reina del cielo, Madre dolorida de Hijo dolorido, también yo os he sido
motivo de pena, habiendo Vos participado de una gran parte de los dolores de
Jesús. Perdonadme, sin embargo, Madre mía, y alcanzadme la gracia de seros
fiel, ahora que espero haya vuelto ya Jesús a mi alma.
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