MEDITACIÓN XI.
Llevó
sobre sí nuestras maldades.
Considera
como el Verbo divino, haciéndose hombre, no solo quiso tomar la figura de
pecador, sí que también cargar sobre si todos los pecados de los hombres, y
satisfacer por ellos como si fuesen propios, es decir, como si los hubiese
cometido. Ahora pensemos de aquí en qué opresión y angustia debía hallarse el corazón
del niño Jesús, que ya se había cargado con todos los pecados del mundo, viendo
que la justicia divina pedía de él una plena satisfacción. Conocía bien la malicia
de todo pecado, cuando con la luz de la divinidad que le acompañaba comprendía inmensamente,
más que todos los hombres y todos los Ángeles, la infinita bondad de su Padre,
y el mérito infinito que tiene para ser respetado y amado. Después veía a las
claras delante de sí innumerables pecados de los hombres, por los que debía él
padecer y morir. Hizo ver el Señor una vez a santa Catalina de Génova la
fealdad de una sola culpa venial; y a tal vista, fue tan grande el espanto y el
dolor de la Santa, que cayó desmayada en tierra. ¿Qué pena seria, pues, la de
Jesús niño, al verse luego que vino al mundo pre sentado ante el inmenso cúmulo
de maldades de todos los hombres, por las cuales debía satisfacer? «Ya
entonces, dice san Bernardino de Sena, tuvo conocí miento de cada culpa en
particular de lodos los hombres.» Por esto dice el cardenal Hugo, que los
verdugos le atormentaron exteriormente crucificándole; pero nosotros
interiormente pecando; y más afligió al alma de Jesucristo cada pecado nuestro,
que afligió a su cuerpo la crucifixión y la muerte. He aquí, pues, la recompensa
que ofreció a este divino Salvador cualquiera que se acuerde de haberle ofendido
con pecado mortal.
AFECTOS
Y SÚPLICAS
Mi
amado Jesús, yo que hasta ahora os he ofendido, no soy digno de gracia; más por
el mérito de aquellas penas que padecisteis y ofrecisteis a Dios a la vista de todos
mis pecados, satisfaciendo por ellos a la justicia divina, hacerme participante
de la luz con que Vos entonces conocisteis su malicia,
y
de aquella aversión con que los detestasteis. Porque ¿se habrá de verificar Oh Salvador,
que yo soy verdugo de vuestro corazón todos los momentos de vuestra vida, y más
cruel que cuantos os crucificaron? ¿Y que esta pena la he renovado y
acrecentado siempre que he vuelto a ofenderos? Señor, Vos habéis muerto ya para
salvarme; pero no basta para esto vuestra muerte, si yo de mi parte no detesto
sobre todo mal y no tengo verdadero dolor de las ofensas que os he hecho. Mas
este dolor también me lo habéis de dar Vos, que lo dais a quien os lo pide. Yo
os lo pido por el mérito de todas vuestras penas que padecisteis en esta
tierra: dádmelo tal, que corresponda a mi malicia. Ayudadme, Señor, a hacer
este acto de contrición: Eterno Dios, sumo é infinito bien; yo miserable gusano
he tenido el atrevimiento de perderos el respeto, y despreciar vuestra gracia.
Yo detesto sobre todo mal y aborrezco la injuria que os he hecho; me arrepiento
de ello con todo el corazón, no tanto por el infierno que he merecido, cuanto
porque he ofendido vuestra infinita bondad. Espero por los méritos de
Jesucristo que me perdonaréis, y espero también con el perdón la gracia de
amaros. Os amo, o Dios digno de infinito amor, y siempre quiero repetiros, yo
os amo, yo os amo, yo os amo, y como os decía vuestra amada santa Catalina de Génova
estando al pie de vuestra cruz, de la misma manera yo que estoy a vuestros pies
quiero deciros: «Señor mío, no más pecados, no más pecados.» No, Jesús mío, que
Vos no merecéis ser ofendido, sí que solamente merecéis ser amado. Redentor
mío, ayudadme Madre mía María, socorredme, no os pido otra cosa que vivir
amando a Dios en esta vida que me resta.
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