miércoles, 9 de diciembre de 2020

ADVIENTO - DÍA ONCE

 


 

MEDITACIÓN XI.

Llevó sobre sí nuestras maldades.

Considera como el Verbo divino, haciéndose hombre, no solo quiso tomar la figura de pecador, sí que también cargar sobre si todos los pecados de los hombres, y satisfacer por ellos como si fuesen propios, es decir, como si los hubiese cometido. Ahora pensemos de aquí en qué opresión y angustia debía hallarse el corazón del niño Jesús, que ya se había cargado con todos los pecados del mundo, viendo que la justicia divina pedía de él una plena satisfacción. Conocía bien la malicia de todo pecado, cuando con la luz de la divinidad que le acompañaba comprendía inmensamente, más que todos los hombres y todos los Ángeles, la infinita bondad de su Padre, y el mérito infinito que tiene para ser respetado y amado. Después veía a las claras delante de sí innumerables pecados de los hombres, por los que debía él padecer y morir. Hizo ver el Señor una vez a santa Catalina de Génova la fealdad de una sola culpa venial; y a tal vista, fue tan grande el espanto y el dolor de la Santa, que cayó desmayada en tierra. ¿Qué pena seria, pues, la de Jesús niño, al verse luego que vino al mundo pre sentado ante el inmenso cúmulo de maldades de todos los hombres, por las cuales debía satisfacer? «Ya entonces, dice san Bernardino de Sena, tuvo conocí miento de cada culpa en particular de lodos los hombres.» Por esto dice el cardenal Hugo, que los verdugos le atormentaron exteriormente crucificándole; pero nosotros interiormente pecando; y más afligió al alma de Jesucristo cada pecado nuestro, que afligió a su cuerpo la crucifixión y la muerte. He aquí, pues, la recompensa que ofreció a este divino Salvador cualquiera que se acuerde de haberle ofendido con pecado mortal.

 

AFECTOS Y SÚPLICAS

Mi amado Jesús, yo que hasta ahora os he ofendido, no soy digno de gracia; más por el mérito de aquellas penas que padecisteis y ofrecisteis a Dios a la vista de todos mis pecados, satisfaciendo por ellos a la justicia divina, hacerme participante de la luz con que Vos entonces conocisteis su malicia,

y de aquella aversión con que los detestasteis. Porque ¿se habrá de verificar Oh Salvador, que yo soy verdugo de vuestro corazón todos los momentos de vuestra vida, y más cruel que cuantos os crucificaron? ¿Y que esta pena la he renovado y acrecentado siempre que he vuelto a ofenderos? Señor, Vos habéis muerto ya para salvarme; pero no basta para esto vuestra muerte, si yo de mi parte no detesto sobre todo mal y no tengo verdadero dolor de las ofensas que os he hecho. Mas este dolor también me lo habéis de dar Vos, que lo dais a quien os lo pide. Yo os lo pido por el mérito de todas vuestras penas que padecisteis en esta tierra: dádmelo tal, que corresponda a mi malicia. Ayudadme, Señor, a hacer este acto de contrición: Eterno Dios, sumo é infinito bien; yo miserable gusano he tenido el atrevimiento de perderos el respeto, y despreciar vuestra gracia. Yo detesto sobre todo mal y aborrezco la injuria que os he hecho; me arrepiento de ello con todo el corazón, no tanto por el infierno que he merecido, cuanto porque he ofendido vuestra infinita bondad. Espero por los méritos de Jesucristo que me perdonaréis, y espero también con el perdón la gracia de amaros. Os amo, o Dios digno de infinito amor, y siempre quiero repetiros, yo os amo, yo os amo, yo os amo, y como os decía vuestra amada santa Catalina de Génova estando al pie de vuestra cruz, de la misma manera yo que estoy a vuestros pies quiero deciros: «Señor mío, no más pecados, no más pecados.» No, Jesús mío, que Vos no merecéis ser ofendido, sí que solamente merecéis ser amado. Redentor mío, ayudadme Madre mía María, socorredme, no os pido otra cosa que vivir amando a Dios en esta vida que me resta.

 

 


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