MEDITACIÓN
X.
Varón
de dolores y que sabe de trabajos.
Así
llamó el profeta Isaías a Jesucristo, el hombre de dolores; sí, porque este
hombre fue engendrado para padecer, y desde niño comenzó a sufrir mayores
dolores que jamás habían sufrido los otros. El primer hombre Adán tuvo algún
tiempo en que gozó en esta tierra las delicias del paraíso terrenal. Pero el
segundo Adán, Jesucristo, no tuvo momento alguno de su vida que no estuviese lleno
de afanes y agonías; habiéndole ya afligido desde niño la vista funesta de
todas las penas é ignominias que debía padecer en su vida, y especialmente
después en su muerte, sumergido en una tempestad de dolores y oprobios; como ya
predijo David por aquellas palabras: He llegado a alta mar, y la tempestad me
fio anegado. Jesucristo desde el vientre de María aceptó la obediencia dada a
él por el Padre, acerca de su pasión y muerte: Facius obediens usqve ad mortem;
pues que desde el vientre de María previó los azotes, y ofreció a estos sus
carnes: previó las espinas y ofrecióles su cabeza: previó las bofetadas y
ofreció sus mejillas: previó los clavos y ofreció las manos y los pies: previó
la cruz y ofreció su vida. De aquí fue, que nuestro Redentor desde la primera
infancia, en todos los momentos de su vida padeció un continuo martirio, y este
le ofreció sin cesar por nosotros al eterno Padre. Pero lo que más le afligió
fue la vista de los pecados que debían cometer los hombres, aun después de su penosa
redención. Conocía bien con su luz divina la malicia de todos los pecados, y
para quitarlos venia al mundo; más viendo además un número grande que se habían
de cometer después, esto dio mayor pena al corazón de Jesús, que las penas que
han padecido y padecerán todos los hombres de la tierra.
AFECTOS
Y SÚPLICAS
Dulce
Redentor mío, ¿cuándo será que yo comience a ser agradecido a vuestra bondad infinita?
¿Cuándo comenzaré a reconocer el amor que me habéis tenido, y las penas que por
mí habéis sufrido? Hasta aquí en vez de amor y gratitud os he dado ofensas y
desprecios. ¿Deberé, pues, seguir siempre viviendo ingrato á Vos, Dios mío, que
nada habéis excusado por conquistaros mi amor? No, Jesús mío, no ha de ser así.
Yo quiero en los días que me restan de vida seros agradecido, y Vos me habéis
de ayudar. Si os he ofendido, vuestras penas y vuestra muerte son mi esperanza.
Vos habéis prometido perdonar al que se arrepiente. Yo me arrepiento con toda
el alma de haberos despreciado. Cumplid vuestra palabra, amor mío, perdonadme.
O
mi
amado Niño, en ese pesebre os contemplo clavado ya en la cruz que tenéis
presente y aceptáis por mí. Infante mío crucificado, os diré, yo os doy gracias
y os amo. Vos sobre esa paja, padeciendo por mí, y preparándoos ya para morir
por mi amor, me convidáis y mandáis que os ame diciendo: Amarás al Señor tu
Dios. Y yo no deseo otro que amaros. Ya, pues, que de mí queréis ser amado,
dadme todo el amor que de mí exigís. El amor hacia Vos es don vuestro, y el don
más grande que podéis hacer a un alma. Aceptad, o Jesús mío, por amante vuestro
un pecador que tanto os ha ofendido. Vos habéis venido del cielo á buscar las
ovejuelas perdidas: buscadme, pues, que yo no busco a otro que á Vos. Queréis
mi alma, y ella no quiere a otro que á Vos. Amáis á quien os ama diciendo: Diligentes
me dirijo. Yo os amo, amadme también Vos, y si me amáis, atadme a vuestro amor,
y atadme de manera que no pueda separarme más de Vos. María madre mía,
ayudadme. Sea también vuestra gloria ver amado a vuestro Hijo de un miserable
pecador, que antes tanto le ha ofendido.
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