MEDITACION
VII.
Enviando
Dios su Hijo en semejanza de carne de pecado, aun del pecado condenó al pecado
en la carne.
Considera
el humilde estado a que quiso abatirse el Hijo de Dios; no solo quiso tomar la
forma de esclavo, sí que de esclavo pecador. Por cuya razón escribió san
Bernardo: No solo quiso tomar la condición de siervo, para sujetarse a otro, el
que era Señor de todas las cosas; sí que además la semejanza de siervo
delincuente, para ser castigado como malhechor, el que era el Santo de los Santos.
A este fin quiso vestirse de aquella misma carne de Adán, que había sido
inficionada del pecado; y si bien no contrajo su mancha, tomó sobre sí nada
menos que todas las miserias que la naturaleza humana había contraído en pena
del pecado. Nuestro Redentor, para alcanzarnos la salvación, se ofreció
voluntariamente al Padre a satisfacer todas nuestras culpas. El Padre le carne
de todas nuestras maldades; y he aquí al Verbo divino, inocente, purísimo,
santo, helo cargado desde niño de todas las iniquidades, de las blasfemias,
sacrilegios, fealdades y delitos de los hombres, hecho por amor nuestro el
objeto de las divinas iras en razón del pecado, por el que se había obligado a
pagará la divina justicia. Así que, tantas fueron las maldiciones que tomó
sobre Jesucristo, cuantos fueron y serán los pecados mortales de todos los hombres.
Venido que hubo al mundo, desde el principio de su vida se presentó al Padre
cual deudo y deudor de todas nuestras maldades; y como tal, fue condenado a
morir ajusticiado y maldecido sobre la cruz: El de peccato damnarit pecatum in
carne. ¡Oh Dios! si el eterno Padre hubiese sido capaz de dolor ¿qué mayor pena
hubiera experimentado, que la de verse obligado a tratar como reo, y reo el más
malvado del mundo, a aquel Hijo inocente. ¿Su amado, que era tan digno de su
amor? Ecce Homo, dijo Pilatos cuando le mostró a los judíos azotado, para no verlos
a compasión de aquel inocente tan maltratado. Ecce Homo, parece que el eterno
Padre diga a todos nos otros, mostrándonoslo en el establo de Belén. Este pobre
niño que veis, o hombres, puesto en un pesebre de bestias, recostado sobre la
paja, sabed que este es mi. Hijo amado, que ha venido a cargar con vuestros
pecados y vuestras penas; amadle, pues, porque es muy digno de vuestro amor, y
os tiene muy obligados a amarle.
AFECTOS
Y SÚPLICAS
¡Ah! mi Señor inocente, espejo sin mancha, amor del eterno Padre, no os pertenecían los castigos y maldiciones; tocaban, sí, a mí pecador. Pero Vos habéis querido manifestar al mundo este exceso de amor, sacrificando vuestra vida para alcanzarnos el perdón y la salvación, pagando con vuestras penas las que nosotros merecíamos. Alaben y bendigan todas las criaturas vuestra misericordia y bondad infinita. Yo os doy gracias por parte de todos los hombres; pero especialmente por mí, ya que habiéndoos ofendido yo mas que los otros, habéis sufrido también más por causa mía las penas a que os sujetasteis. Maldigo mil veces aquellos indignos placeres míos, que os han costado tantos dolores. Mas, ya que habéis dado el precio de mi rescate, haced que no sea perdida para mí la sangre que por mi amor habéis derramado. Yo tengo dolor de haberos despreciado, amor mío, pero os lo pido mayor. Hacedme conocer el mal que os he hecho en ofenderos, mi Redentor y mi Dios, que habéis padecido tanto por obligarme a amaros. Os amo, bondad infinita, pero deseo amaros más, quisiera amaros cuanto merecéis ser amado. Haceos amar, o Jesús mío, haceos amar de mí y de lodos, que bien lo merecéis. ¡Ah! iluminad á los pecadores que no os quieren conocer, o no os quieren amar; hacedles entender qué es lo que habéis hecho por amor a ellos, y el deseo que tenéis de su salvación. María santísima, rogad a Jesús por mí, por mí y por todos los pecadores; alcanzadnos luz y gracia de amar a vuestro Hijo, que tanto nos ha amado...
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