EN
HONOR, CULTO Y REVERENCIA DE LOS DOLORES, ANGUSTIAS Y SOLEDAD DE LA SANTÍSIMA
VIRGEN MARÍA, NUESTRA SEÑORA
Dispuesto
por un religioso dominico, Hijo de la Provincia de la Ciudad de Puebla de los
Ángeles
Reimpresa
en dicha Ciudad, en la Oficina de D. Pedro de la Rosa.
Año de
1796
ADVERTENCIAS
Adviértase
lo primero, que como la devoción de este Reino haya introducido tan loable y
con conocido fruto en las costumbres, el celebrar cada mes al Patriarca San
José, en los días diez y nueve, por ser este el que en el mes de marzo esta
dedicado a sus cultos, así el fervoroso afecto de las señoras religiosas
agustinas de la Ciudad de Antequera, desean establecer una especial devoción,
para todos los días diez y ocho de cada mes, consagrado a la Santísima Reina de
los Ángeles, en la prodigiosa Imagen de la Soledad, que felizmente tienen en su
Iglesia, por ser este día el que en el mes de diciembre, celebran a la Señora
en dicha Imagen, y este género de devoción, que dichas señoras religiosas
procuran extender, es la que aquí se pone, la que podrá servir, aun fuera de
aquella Ciudad, en otra cualquiera parte, para el mismo día, y especialmente
para los viernes de cuaresma. Las personas que por sus muchas ocupaciones no
pudieran practicar esta tierna devoción en un solo día, podrá hacerla viviéndola
en tres, miércoles, jueves y viernes de cada mes, o de cada semana, como mejor
hallare proporción.
Adviértase
lo segundo, que como la devoción se perfecciona con la pureza del alma, será la
primera disposición, para este ejercicio, los sacramentos de la penitencia y
Eucaristía, habiendo primero la licencia del confesor.
Puesto
de rodillas ante una Soberana Imagen de Nuestra Señora, y persignados, se dirá
lo siguiente:
ACTO DE
CONTRICIÓN
Dolorosísima
y afligidísima María, Madre del Salvador del mundo, a quien visteis expirar en
el Santo Madero de la Cruz para redimir al género humano. Yo, la más indigna de
todas las criaturas, humildemente me postro a tus benditísimos pies, para
pedirte perdón de mis culpas y excesos, con que he ofendido a tu Sacratísimo
Hijo, mi Redentor Jesucristo. Conozco ¡tiernísima Señora! que, por mi
indignidad, no tendría yo cara para ponerme en tu Santísima Presencia, pues mis
pecados y delitos son los yerros que pusieron a tu Hijo en el Santo Madero, y
consiguientemente, los que te causaron a ti las amarguras de tu tristísima
Soledad. Pero sea bendita de todas las criaturas tu grande clemencia ¡Oh
amabilísima Reina de mi alma! pues ella me alienta y llena de confianza para
llegar al estrado de tus pies, a pedir el perdón que solicito, llorando mis
pecados. Y si a vista de las corrientes de los ríos de Babilonia, fueran río se
lágrimas los ojos de los israelitas, yo deseo y te pido, afligidísima Señora,
me alcances, que, poniendo con verdadera y fervorosa consideración, los ojos de
mi alma, no en los ríos, sino en los mares de lágrimas de tus tristísimos ojos,
derrame todo mi corazón en amargo llanto de mis culpas por los míos. Yo sé, Dolorosísima
Señora, Reina de mi vida, que, aunque caigan en las fimbrias de tus sagradas
vestiduras mis lágrimas, no las despreciarás, si no que, recibirás con
misericordioso aprecio la amarga mirra de mi dolorosa penitencia, y las gotas
de mi llanto, como bordadura o recamado de tus vestidos. Con esta confianza,
con este aliento que me da tu dulcísima clemencia, te digo: que me pesa, una y
muchas veces de mis pecados. Yo, Señora, me arrepiento de mis culpas. Quisiera,
tristísima solitaria de mi corazón, viendo que soy la causa de que tu veas
muerto a tu Hijo, morir yo de este sentimiento. Quisiera no haberte causado
tanto dolor, sino que aquel terrible cuchillo que atravesó tu Santísima Alma,
partiera mi corazón y morir de pesar. Yo me arrepiento, Señora, de mis culpas,
siento haberle hecho a tu Santísimo Hijo tantas ofensas, y me pesa de haberte
causado tantas congojas, y siento que no me pese como quiero y debe pesarme,
pero confío en tu piedad ¡Oh afligidísima Madre de misericordia! que me has de
alcanzar el dolor de mis pecados, y con la misma confianza te prometo nunca más
pecar. Sean tus lágrimas el baño en que yo me purifique y lave, para que
ardiendo mi alma en la dulce llama de una perfecta contrición, consiga por tu
beneficio una entera y perpetua enmienda de mi depravada vida, y amar y servir
a tu Santísimo Hijo, y a ti, dulcísima y sacratísima esperanza mía hasta mi
muerte. Amén.
PRIMER
DOLOR
CONSIDERACIÓN
Considera,
como habiendo muerto el Señor, se afligió sobremanera la Santísima Señora, porque
no tenía quien bajara de la Cruz el cuerpo de su Hijo, ni un lienzo en que
envolverlo, ni sepultura en que enterrarlo.
Se
rezan tres credos, y se dice la siguiente:
ORACIÓN
Dolorosísima
y afligidísima María, que, atravesada tu alma con el cuchillo de dolor, viendo
muerto al Autor de la vida, tu benditísimo Hijo, fue nuevo dogal que hirió tu
corazón, aquella necesidad y pobreza que padeciste, no teniendo quien de la
Cruz te lo bajara, ni un lienzo en que envolver su sacratísimo cuerpo, ni un
sepulcro en que enterrarlo. ¡Oh Madre de mi vida! ¡Oh dulzura de mi alma! ¿Pero
como te llamo, dulzura mía, estando tan llena de amargura? Ni tu quieres que te
llamen, sino con el triste nombre de amarga, por la amargura de que te llenó la
mano el Omnipotente, dándote, no las amarguras que tu corazón podía recibir,
sino las que como Omnipotente te podía dar ¡Oh gran Señora! si esta
consideración me llenara de un grande dolor de mis culpas, que me partiera el
corazón, yo te lo ofreciera para sepulcro de tu amantísimo Hijo, pues así logró
la tierra ser su sepultura, previniéndose con hacerse pedazos el corazón de sus
duras peñas. Si se rasgaran como el velo del Templo, las telas de mis ojos en
amargo llanto de tu tristísima Soledad, ya tendría yo el consuelo, de que limpias
mis culpas, con el baño de mis lágrimas, podría ofrecértelas para mortaja de tu
Hijo, pues solo siendo limpio y puro, pudo servir aquel lienzo en que José lo
envolvió. Si yo fuera fiel discípulo de tan sagrado Maestro, como lo fue José,
yo me ofreciera ¡Oh afligidísima Señora! a bajártelo de la Cruz, pero no soy
quien se opuso a los que le sentenciaban a muerte, sino antes el que, con mis
pecados, soy uno de los que pedían le crucificasen. Más, aunque tan indigno de
hacerte estos obsequios, y de darte en las congojas de tanta pobreza en tu
Soledad este alivio. Recibe ¡Oh triste solitaria de mi vida! el dolor que tengo
de no poderte servir, y dadme licencia para ponerme debajo de la Cruz, postrado
a tus pies, para que, cayendo sobre mi los raudales de la Preciosísima Sangre
que brota del Cuerpo de tu Hijo, mi Señor Jesucristo, con los movimientos de
bajarlo, y descendiendo sobre los diluvios de lágrimas que se derraman por tus
tiernísimos ojos, sea todo un mar bermejo en que se ahoguen las torpes escuadras
de mis apetitos, y baño saludable con que se purifique mi alma, para llorar con
la perfección que debo, viéndote en paso tan tierno y lastimoso. Haz,
Dolorosísima Reina y afligida Señora, que contigo llore, que me duela tu amarga
Soledad, y que así te acompañe hasta mi muerte, por tu preciosísimo Hijo, mi
Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los
siglos de los siglos. Amén.
SEGUNDO
DOLOR
CONSIDERACIÓN
Considera,
como habiendo bajado de la Cruz el cuerpo del Señor, lo pusieron y reclinaron
en los brazos de María Santísima. Cuantas, y cuan grandes angustias
atormentarían aquella alma benditísima, registrando de cerca las llagas de
aquel Sacratísimo Cuerpo, y el reverente amor y terrible pena con que lo
limpiaría y recogería en sus ropas aquella Sangre Preciosísima.
Se
rezan tres Padres nuestros, Aves María y Glorias y se dice la siguiente:
ORACIÓN
Dolorosísima
y afligidísima Señora, que recibiste en tus brazos el difunto Cuerpo del Hijo
de tus entrañas y lumbre de tus ojos, como se conoce ¡Oh tristísima Madre! que
con especial providencia mantuvo Dios tu vida, para que no acabara en la
tempestuosa borrasca del mar de tantas congojas. Ea pues, amabilísimo y
tiernísimo imán de nuestros afectos, ya tienes en tus brazos a aquel que tienes
en tu corazón, y a el que para este trance lastimoso de su muerte fue
profetizado, como señal, por el sacerdote Simeón, le tienes como señal
lastimosa en tus brazos y en tu corazón. Mira ya esa cabeza que tu comparabas a
el otro con la Sangre, que brotó de tantas llagas, que hicieron las espinas.
Mira esos ojos, soles eclipsados, mira los labios, no ya cándidas azucenas,
sino renegridos lirios que destilan tanta mirra amarga, cuanta sangre brotan.
Mira ese Rostro, belleza que desean ver los Ángeles, que macilento está, que
afeado, que denegrido con los cardenales que le hicieron tantos golpes. Mira
ese Cuerpo del más hermoso entre los más nacidos, que, llagado desde la planta
del pie hasta la cabeza, no hay parte que este sana, sino llena de mil llagas y
heridas. Pues si ese Hijo de tus virginales entrañas es el espejo en que tú te
miras, mírate en él, afligidísima Reina, que, estando hecho pedazos el espejo,
verás en el tu corazón hecho pedazos ¡Oh Corazón de mi corazón! ¿Cómo vives
ahogada en el mar de tantos dolores? ¡Oh María vida de mi alma! quien me diera
las aguas de una contrición, más grande, para llorar todo el día de mi vida y
la noche de mi muerte, y acompañarte en dolores tan terribles, pero pues,
tienes a tu difunto Hijo en tus brazos, y ves las heridas, las llagas, los
cardenales, los golpes que, por mí, vilísima criatura, padeció; conoce ¡Oh
amabilísima Madre mía! conoce en esas señales, en esos golpes, en esas heridas
que han quitado la Hermosura al Hijo de tus entrañas, la fealdad y deformidad
de mis culpas, y compadecida de mi miseria, como Madre de misericordia,
escóndeme en esas llagas. Soy negro abominable, cuervo por mis pecados, pero
confío en tu clemencia, dulcísima esperanza de mi alma, que me harás cándida
paloma, si me entras en las roturas de esa mística piedra, tu Hijo mi Señor
Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos
de los siglos. Amén.
TERCER
DOLOR
CONSIDERACIÓN
Considera,
como habiendo aquellos dos piadosos discípulos quitado el Sagrado Cuerpo de
Jesús de los brazos de su Santísima Madre, le llevaron a enterrar. ¡Que entierro
tan pobre, pero no lo ha visto, ni lo verá el mundo tan solemne! Pobre, sin
pompa, sin aparato, sin ruido. Solemne porque el difunto era Cristo, la
doliente María Santísima, el preste San Pedro, pues (como dicen algunos padres,
como San Anselmo) fue San Pedro al Calvario, después que ya había muerto
Cristo, y se halló presente a la solemnidad del entierro, los que cargaban el
cuerpo eran San Juan, José y Nicodemo, las que lo acompañaban a la Dolorosa y
afligida Madre, eran la Magdalena, María de Cleofás y María Salomé. El canto
eran gemidos, suspiros, lágrimas y sollozos, así llegaron al sepulcro, en donde
entraron el Sacrosanto Cuerpo, y tapándolo con una losa, se fueron todos ¡Oh!
como iría aquella Madre Santísima, volviendo los ojos en cada paso que daba, a
ver donde quedaba todo su corazón.
Se
rezan tres Salves, y se dice la siguiente:
ORACIÓN
Dolorosísima
y afligidísima María, tiernísimo imán de mi corazón, y tristísima solitaria de
mi alma. Cómo derritiera yo mi alma y mi corazón en lágrimas para llorar, compadeciéndome
de ti, al ver que te quitan de tus brazos y de tus ojos, al que es la luz de
tus ojos y dulce reo de tus brazos, para darle Sepulcro. Ea Señora, acompaña a
este difunto Hijo, y entristece más tu corazón con la tierna memoria de cuando consoló
y mandó cesase de llorar aquella viuda, que, en la ciudad de Naín, seguía el
entierro de su único Hijo, pues a ti no hay quien os consuele, no hay quien te
previene Sagrado Vaticinio, que abras las compuertas de tus párpados, para que,
como caudalosos torrentes, salgan las lágrimas de tus ojos y que no callen tus
pupilas, sino que hablen con las lastimosas voces de tus lágrimas. Y así lloras
¡Oh Solitaria y tristísima Viuda!, cuando van a enterrar al Hijo de tus
entrañas, que aun lo tiene a la vista, ¿que será después de enterrado?
cubrieron con una losa el Sepulcro ¡Ay tiernísimo motivo de nuestras tristes
memorias! ¡Ay, Sagrada afligida Reina! ¿Quién bastará a considerar la terrible
amargura que sintió tu Corazón, viendo cubrir el sepulcro de tu Hijo con
aquella loza? Oh piedra, por tu dureza y frialdad, verdadera imagen de mi corazón,
pues no se hace mi corazón pedazos de dolor, al considerar el imponderable
dolor que sintió aquel Afligidísimo y Sagrado Corazón de la tiernísima
Solitaria de mi alma, en paso tan amargo y lastimoso ¡Oh Corazón de mi Señora!
Corazón de mi alma, Corazón de mi vida, Corazón, que el sagrado imán de los
corazones, y con cuanta verdad puedes decir, que pusieron sobre ti aquella dura
pesada piedra, pues más cayó sobre ti, que sobre la sepultura. Pero ya Señora,
que esta cubierto el sepulcro de tu Unigénito, ¿cuánto sería tu dolor aparte de
él? Bellos fueron siempre tus pasos, pero los que anduvisteis apartándote del
Sepulcro de tu Jesús amado, ¡Oh que pasos tan lastimosos! como andarían un paso
y volverías los ojos a aquella sepultura en que dejabas tu Corazón y tu alma. Verdaderamente
entonces se cumplió lo que estaba dicho de ti, que subisteis los aromas de la
mirra, como varita de humo, pues te apartaste de la mirra y amargura de la
sepultura de tu Hijo, como varita, por lo que te habían atenuado tu terrible
congoja, como de humo, porque diga algo de tu pena y Soledad el color negro. Y últimamente,
como vara de humo que sube, porque en lo tardo de su movimiento al subir, se
exprese aquella lentitud con que tú, por ir volviendo los ojos al Sepulcro, ibas
retardando los pasos. Yo, amabilísima y afligidísima Señora, como la más vil,
inútil y la más ingrata criatura, no te puedo consolar ni hacerte compañía,
pero por esas lágrimas que lloras, por esas amarguísimas congojas que sientes,
te pido, no para obsequio tuyo, que soy incapaz de dártela, sino para bien mío,
que me permitáis ir poniendo mi alma y mi corazón, por indigna alfombra de tus
adorables plantas. No importa, tiernísima vida de mi corazón y de mi alma, que
estén mi alma y mi corazón tan llenos de culpas. que saben tus benditísimos
pies quebrar y pisar la cabeza del pecado. Pisa mi corazón, pisa mi alma, que,
al dulce peso de tus plantas, brotarán copiosas lágrimas, aunque apuesten
dureza con las piedras, pues ya hubo piedras que se deshicieron en aguas, solo al
ligero golpe de una vara, que era la imagen tuya. Pisa sobre mi alma y sobre mi
corazón, afligidísima Madre y gran Señora mía, para que, al dulce contacto de tus
sagradas plantas, salgan huyendo de mi corazón y de mi alma las culpas. Camina
así, para que contigo camine mi alma y mi corazón, sintiendo tu Soledad y haber
ofendido a tu amado Jesús, mi Redentor Sagrado, que con el Padre y el Espíritu
Santo, vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.
Después
se ofrece esta devoción, pidiendo a la Santísima Señora una buena muerte, con
la siguiente:
ORACIÓN
Dolorosísima
y afligidísima Señora, que, sepultado ya el Sagrado Hijo de tus entrañas, mi
Señor y Redentor Jesucristo, te entregaste a llorar triste, Solitaria, Viuda
Tórtola. ¡Oh adorable Reina de mi alma, como quisiera yo deshacerme de dolor, considerándote
en tan triste y penosa Soledad! ¿Quién me diera morirme por ti? Que feliz
muerte, que muerte tan dulce morir de dolor y de pena, de verte tan Dolorosa y
afligida Solitaria, pero ya que no tengo, ni merezco este tan grande dolor,
recibe ¡Oh Sagrada Madre de mi corazón y de mi alma! el deseo que tengo de
tenerlo y recibe este contrito obsequio, que tan tibiamente te ofrezco en
tierna memoria de los Dolores que padecisteis en tu Soledad amarguísima.
Confieso, que es indigno de tu aceptación, por mi tibieza y ruindad, pero
espero de ti, que, como Madre de la misericordia, lo recibas, aunque por ser
mío no lo merezca. Y para que a tus beneficios se deba todo, dame licencia para
pedirte las lágrimas de tus benditísimos ojos, quítalas de los tuyos, ¡Oh Solitaria
de mí alma! y ponlas en los míos, para que yo llore dignamente mis culpas y
pecados. Dame, ¡Oh afligidísima Reina de mi vida! la cruel espada que profetizó
el Sacerdote, y que atraviesa tan despiadadamente tu benditísima Alma. Pero que
digo una espada, no, sino más de mil las que partieron tu amantísimo y
amabilísimo Corazón, pues son tantas, cuantas espinas, azotes, golpes,
cordeles, Cruz, clavos, lanza y demás instrumentos que quitaron a tu Santísimo
Hijo Jesús la vida. Pues todas te las pido, Dolorosísima Señora, dadme todas
esas espadas, que solo con ellas, se podrá hacer pedazos mi corazón de dolor de
mis culpas. Muera yo de esta pena, Sagrado hechizo de mi alma, muera de dolor
de tus dolores, adorable imán de mi Corazón, muera yo de pesar de tu Soledad,
dulcísima Vida y esperanza dulcísima mía. Dadme otra y muchas veces tus
lágrimas, Dolorosísima Madre, no solo para que llore, sino también para que,
ahogándome en el mar de lágrimas de tus dolores, muera felizmente. Dadme una y
mil veces esas dagas que parten ese corazón afligido, tristísima Señora, para
que clavadas en mi corazón, sienta yo los tormentos de tu Soledad, y muera por ti
ese dolor. ¡Oh dagas, oh cuchillos! dejad de martirizar el Sagrado Corazón de
mi Santísima Señora, y pasad a herir mi corazón, que con vosotras será
defendida mi alma en aquel último lance de mi vida, pues amedrentado de veros,
huirá de mi el común enemigo, y así moriré por mi dulcísima Reina, y amparado
de los dolores de su Soledad, que será la muerte feliz. En ti y por ti la
espero, Sagrada Reina del Cielo, Soberana Emperatriz del mundo, dulce complacencia
de Dios, gloria de los Ángeles, Sagrado embeleso de los hombres, vida dulcísima
y esperanza de nuestras almas, adorable imán de nuestros corazones, por ti y en
ti espero. Dolorosa Solitaria de mi vida, la felicidad de mi muerte, a cuya
petición se dirige esta corta devoción que te ofrezco con humildad. Por estos
dolores que padecisteis, y de que he hecho tierna, aunque tibia memoria, te
pido me alcances una buena muerte, y para conseguirla, lávame, con tus lágrimas,
de mis culpas, parte mi corazón, de dolor de mis pecados con los cuchillos que
atraviesan el tuyo. Así moriré felizmente en ti y por ti, para ir a gozar de tu
dulcísima presencia, puesta mi alma a tus pies por toda la eternidad en la gloria.
Amén.
L/: Ave
María purísima
R/: Sin
pecado concebida
Viva
María en nuestros corazones y en nuestras almas
Un ave
María por las almas que están en pecado, y otra por las que están en el
Purgatorio