jueves, 29 de abril de 2021

DIECIOCHO DE MES A LA VIRGEN DE LA SOLEDAD


DEVOCIÓN PARA EL DÍA DIEZ Y OCHO DE CADA MES

EN HONOR, CULTO Y REVERENCIA DE LOS DOLORES, ANGUSTIAS Y SOLEDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, NUESTRA SEÑORA

Dispuesto por un religioso dominico, Hijo de la Provincia de la Ciudad de Puebla de los Ángeles

Reimpresa en dicha Ciudad, en la Oficina de D. Pedro de la Rosa.

Año de 1796


ADVERTENCIAS

Adviértase lo primero, que como la devoción de este Reino haya introducido tan loable y con conocido fruto en las costumbres, el celebrar cada mes al Patriarca San José, en los días diez y nueve, por ser este el que en el mes de marzo esta dedicado a sus cultos, así el fervoroso afecto de las señoras religiosas agustinas de la Ciudad de Antequera, desean establecer una especial devoción, para todos los días diez y ocho de cada mes, consagrado a la Santísima Reina de los Ángeles, en la prodigiosa Imagen de la Soledad, que felizmente tienen en su Iglesia, por ser este día el que en el mes de diciembre, celebran a la Señora en dicha Imagen, y este género de devoción, que dichas señoras religiosas procuran extender, es la que aquí se pone, la que podrá servir, aun fuera de aquella Ciudad, en otra cualquiera parte, para el mismo día, y especialmente para los viernes de cuaresma. Las personas que por sus muchas ocupaciones no pudieran practicar esta tierna devoción en un solo día, podrá hacerla viviéndola en tres, miércoles, jueves y viernes de cada mes, o de cada semana, como mejor hallare proporción.

Adviértase lo segundo, que como la devoción se perfecciona con la pureza del alma, será la primera disposición, para este ejercicio, los sacramentos de la penitencia y Eucaristía, habiendo primero la licencia del confesor.

Puesto de rodillas ante una Soberana Imagen de Nuestra Señora, y persignados, se dirá lo siguiente:

 

ACTO DE CONTRICIÓN

Dolorosísima y afligidísima María, Madre del Salvador del mundo, a quien visteis expirar en el Santo Madero de la Cruz para redimir al género humano. Yo, la más indigna de todas las criaturas, humildemente me postro a tus benditísimos pies, para pedirte perdón de mis culpas y excesos, con que he ofendido a tu Sacratísimo Hijo, mi Redentor Jesucristo. Conozco ¡tiernísima Señora! que, por mi indignidad, no tendría yo cara para ponerme en tu Santísima Presencia, pues mis pecados y delitos son los yerros que pusieron a tu Hijo en el Santo Madero, y consiguientemente, los que te causaron a ti las amarguras de tu tristísima Soledad. Pero sea bendita de todas las criaturas tu grande clemencia ¡Oh amabilísima Reina de mi alma! pues ella me alienta y llena de confianza para llegar al estrado de tus pies, a pedir el perdón que solicito, llorando mis pecados. Y si a vista de las corrientes de los ríos de Babilonia, fueran río se lágrimas los ojos de los israelitas, yo deseo y te pido, afligidísima Señora, me alcances, que, poniendo con verdadera y fervorosa consideración, los ojos de mi alma, no en los ríos, sino en los mares de lágrimas de tus tristísimos ojos, derrame todo mi corazón en amargo llanto de mis culpas por los míos. Yo sé, Dolorosísima Señora, Reina de mi vida, que, aunque caigan en las fimbrias de tus sagradas vestiduras mis lágrimas, no las despreciarás, si no que, recibirás con misericordioso aprecio la amarga mirra de mi dolorosa penitencia, y las gotas de mi llanto, como bordadura o recamado de tus vestidos. Con esta confianza, con este aliento que me da tu dulcísima clemencia, te digo: que me pesa, una y muchas veces de mis pecados. Yo, Señora, me arrepiento de mis culpas. Quisiera, tristísima solitaria de mi corazón, viendo que soy la causa de que tu veas muerto a tu Hijo, morir yo de este sentimiento. Quisiera no haberte causado tanto dolor, sino que aquel terrible cuchillo que atravesó tu Santísima Alma, partiera mi corazón y morir de pesar. Yo me arrepiento, Señora, de mis culpas, siento haberle hecho a tu Santísimo Hijo tantas ofensas, y me pesa de haberte causado tantas congojas, y siento que no me pese como quiero y debe pesarme, pero confío en tu piedad ¡Oh afligidísima Madre de misericordia! que me has de alcanzar el dolor de mis pecados, y con la misma confianza te prometo nunca más pecar. Sean tus lágrimas el baño en que yo me purifique y lave, para que ardiendo mi alma en la dulce llama de una perfecta contrición, consiga por tu beneficio una entera y perpetua enmienda de mi depravada vida, y amar y servir a tu Santísimo Hijo, y a ti, dulcísima y sacratísima esperanza mía hasta mi muerte. Amén.

 

 

PRIMER DOLOR

CONSIDERACIÓN

Considera, como habiendo muerto el Señor, se afligió sobremanera la Santísima Señora, porque no tenía quien bajara de la Cruz el cuerpo de su Hijo, ni un lienzo en que envolverlo, ni sepultura en que enterrarlo.

Se rezan tres credos, y se dice la siguiente:

 

ORACIÓN

Dolorosísima y afligidísima María, que, atravesada tu alma con el cuchillo de dolor, viendo muerto al Autor de la vida, tu benditísimo Hijo, fue nuevo dogal que hirió tu corazón, aquella necesidad y pobreza que padeciste, no teniendo quien de la Cruz te lo bajara, ni un lienzo en que envolver su sacratísimo cuerpo, ni un sepulcro en que enterrarlo. ¡Oh Madre de mi vida! ¡Oh dulzura de mi alma! ¿Pero como te llamo, dulzura mía, estando tan llena de amargura? Ni tu quieres que te llamen, sino con el triste nombre de amarga, por la amargura de que te llenó la mano el Omnipotente, dándote, no las amarguras que tu corazón podía recibir, sino las que como Omnipotente te podía dar ¡Oh gran Señora! si esta consideración me llenara de un grande dolor de mis culpas, que me partiera el corazón, yo te lo ofreciera para sepulcro de tu amantísimo Hijo, pues así logró la tierra ser su sepultura, previniéndose con hacerse pedazos el corazón de sus duras peñas. Si se rasgaran como el velo del Templo, las telas de mis ojos en amargo llanto de tu tristísima Soledad, ya tendría yo el consuelo, de que limpias mis culpas, con el baño de mis lágrimas, podría ofrecértelas para mortaja de tu Hijo, pues solo siendo limpio y puro, pudo servir aquel lienzo en que José lo envolvió. Si yo fuera fiel discípulo de tan sagrado Maestro, como lo fue José, yo me ofreciera ¡Oh afligidísima Señora! a bajártelo de la Cruz, pero no soy quien se opuso a los que le sentenciaban a muerte, sino antes el que, con mis pecados, soy uno de los que pedían le crucificasen. Más, aunque tan indigno de hacerte estos obsequios, y de darte en las congojas de tanta pobreza en tu Soledad este alivio. Recibe ¡Oh triste solitaria de mi vida! el dolor que tengo de no poderte servir, y dadme licencia para ponerme debajo de la Cruz, postrado a tus pies, para que, cayendo sobre mi los raudales de la Preciosísima Sangre que brota del Cuerpo de tu Hijo, mi Señor Jesucristo, con los movimientos de bajarlo, y descendiendo sobre los diluvios de lágrimas que se derraman por tus tiernísimos ojos, sea todo un mar bermejo en que se ahoguen las torpes escuadras de mis apetitos, y baño saludable con que se purifique mi alma, para llorar con la perfección que debo, viéndote en paso tan tierno y lastimoso. Haz, Dolorosísima Reina y afligida Señora, que contigo llore, que me duela tu amarga Soledad, y que así te acompañe hasta mi muerte, por tu preciosísimo Hijo, mi Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

SEGUNDO DOLOR

CONSIDERACIÓN

Considera, como habiendo bajado de la Cruz el cuerpo del Señor, lo pusieron y reclinaron en los brazos de María Santísima. Cuantas, y cuan grandes angustias atormentarían aquella alma benditísima, registrando de cerca las llagas de aquel Sacratísimo Cuerpo, y el reverente amor y terrible pena con que lo limpiaría y recogería en sus ropas aquella Sangre Preciosísima.

Se rezan tres Padres nuestros, Aves María y Glorias y se dice la siguiente:

 

ORACIÓN

Dolorosísima y afligidísima Señora, que recibiste en tus brazos el difunto Cuerpo del Hijo de tus entrañas y lumbre de tus ojos, como se conoce ¡Oh tristísima Madre! que con especial providencia mantuvo Dios tu vida, para que no acabara en la tempestuosa borrasca del mar de tantas congojas. Ea pues, amabilísimo y tiernísimo imán de nuestros afectos, ya tienes en tus brazos a aquel que tienes en tu corazón, y a el que para este trance lastimoso de su muerte fue profetizado, como señal, por el sacerdote Simeón, le tienes como señal lastimosa en tus brazos y en tu corazón. Mira ya esa cabeza que tu comparabas a el otro con la Sangre, que brotó de tantas llagas, que hicieron las espinas. Mira esos ojos, soles eclipsados, mira los labios, no ya cándidas azucenas, sino renegridos lirios que destilan tanta mirra amarga, cuanta sangre brotan. Mira ese Rostro, belleza que desean ver los Ángeles, que macilento está, que afeado, que denegrido con los cardenales que le hicieron tantos golpes. Mira ese Cuerpo del más hermoso entre los más nacidos, que, llagado desde la planta del pie hasta la cabeza, no hay parte que este sana, sino llena de mil llagas y heridas. Pues si ese Hijo de tus virginales entrañas es el espejo en que tú te miras, mírate en él, afligidísima Reina, que, estando hecho pedazos el espejo, verás en el tu corazón hecho pedazos ¡Oh Corazón de mi corazón! ¿Cómo vives ahogada en el mar de tantos dolores? ¡Oh María vida de mi alma! quien me diera las aguas de una contrición, más grande, para llorar todo el día de mi vida y la noche de mi muerte, y acompañarte en dolores tan terribles, pero pues, tienes a tu difunto Hijo en tus brazos, y ves las heridas, las llagas, los cardenales, los golpes que, por mí, vilísima criatura, padeció; conoce ¡Oh amabilísima Madre mía! conoce en esas señales, en esos golpes, en esas heridas que han quitado la Hermosura al Hijo de tus entrañas, la fealdad y deformidad de mis culpas, y compadecida de mi miseria, como Madre de misericordia, escóndeme en esas llagas. Soy negro abominable, cuervo por mis pecados, pero confío en tu clemencia, dulcísima esperanza de mi alma, que me harás cándida paloma, si me entras en las roturas de esa mística piedra, tu Hijo mi Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

 

TERCER DOLOR

CONSIDERACIÓN

Considera, como habiendo aquellos dos piadosos discípulos quitado el Sagrado Cuerpo de Jesús de los brazos de su Santísima Madre, le llevaron a enterrar. ¡Que entierro tan pobre, pero no lo ha visto, ni lo verá el mundo tan solemne! Pobre, sin pompa, sin aparato, sin ruido. Solemne porque el difunto era Cristo, la doliente María Santísima, el preste San Pedro, pues (como dicen algunos padres, como San Anselmo) fue San Pedro al Calvario, después que ya había muerto Cristo, y se halló presente a la solemnidad del entierro, los que cargaban el cuerpo eran San Juan, José y Nicodemo, las que lo acompañaban a la Dolorosa y afligida Madre, eran la Magdalena, María de Cleofás y María Salomé. El canto eran gemidos, suspiros, lágrimas y sollozos, así llegaron al sepulcro, en donde entraron el Sacrosanto Cuerpo, y tapándolo con una losa, se fueron todos ¡Oh! como iría aquella Madre Santísima, volviendo los ojos en cada paso que daba, a ver donde quedaba todo su corazón.

Se rezan tres Salves, y se dice la siguiente:

 

ORACIÓN

Dolorosísima y afligidísima María, tiernísimo imán de mi corazón, y tristísima solitaria de mi alma. Cómo derritiera yo mi alma y mi corazón en lágrimas para llorar, compadeciéndome de ti, al ver que te quitan de tus brazos y de tus ojos, al que es la luz de tus ojos y dulce reo de tus brazos, para darle Sepulcro. Ea Señora, acompaña a este difunto Hijo, y entristece más tu corazón con la tierna memoria de cuando consoló y mandó cesase de llorar aquella viuda, que, en la ciudad de Naín, seguía el entierro de su único Hijo, pues a ti no hay quien os consuele, no hay quien te previene Sagrado Vaticinio, que abras las compuertas de tus párpados, para que, como caudalosos torrentes, salgan las lágrimas de tus ojos y que no callen tus pupilas, sino que hablen con las lastimosas voces de tus lágrimas. Y así lloras ¡Oh Solitaria y tristísima Viuda!, cuando van a enterrar al Hijo de tus entrañas, que aun lo tiene a la vista, ¿que será después de enterrado? cubrieron con una losa el Sepulcro ¡Ay tiernísimo motivo de nuestras tristes memorias! ¡Ay, Sagrada afligida Reina! ¿Quién bastará a considerar la terrible amargura que sintió tu Corazón, viendo cubrir el sepulcro de tu Hijo con aquella loza? Oh piedra, por tu dureza y frialdad, verdadera imagen de mi corazón, pues no se hace mi corazón pedazos de dolor, al considerar el imponderable dolor que sintió aquel Afligidísimo y Sagrado Corazón de la tiernísima Solitaria de mi alma, en paso tan amargo y lastimoso ¡Oh Corazón de mi Señora! Corazón de mi alma, Corazón de mi vida, Corazón, que el sagrado imán de los corazones, y con cuanta verdad puedes decir, que pusieron sobre ti aquella dura pesada piedra, pues más cayó sobre ti, que sobre la sepultura. Pero ya Señora, que esta cubierto el sepulcro de tu Unigénito, ¿cuánto sería tu dolor aparte de él? Bellos fueron siempre tus pasos, pero los que anduvisteis apartándote del Sepulcro de tu Jesús amado, ¡Oh que pasos tan lastimosos! como andarían un paso y volverías los ojos a aquella sepultura en que dejabas tu Corazón y tu alma. Verdaderamente entonces se cumplió lo que estaba dicho de ti, que subisteis los aromas de la mirra, como varita de humo, pues te apartaste de la mirra y amargura de la sepultura de tu Hijo, como varita, por lo que te habían atenuado tu terrible congoja, como de humo, porque diga algo de tu pena y Soledad el color negro. Y últimamente, como vara de humo que sube, porque en lo tardo de su movimiento al subir, se exprese aquella lentitud con que tú, por ir volviendo los ojos al Sepulcro, ibas retardando los pasos. Yo, amabilísima y afligidísima Señora, como la más vil, inútil y la más ingrata criatura, no te puedo consolar ni hacerte compañía, pero por esas lágrimas que lloras, por esas amarguísimas congojas que sientes, te pido, no para obsequio tuyo, que soy incapaz de dártela, sino para bien mío, que me permitáis ir poniendo mi alma y mi corazón, por indigna alfombra de tus adorables plantas. No importa, tiernísima vida de mi corazón y de mi alma, que estén mi alma y mi corazón tan llenos de culpas. que saben tus benditísimos pies quebrar y pisar la cabeza del pecado. Pisa mi corazón, pisa mi alma, que, al dulce peso de tus plantas, brotarán copiosas lágrimas, aunque apuesten dureza con las piedras, pues ya hubo piedras que se deshicieron en aguas, solo al ligero golpe de una vara, que era la imagen tuya. Pisa sobre mi alma y sobre mi corazón, afligidísima Madre y gran Señora mía, para que, al dulce contacto de tus sagradas plantas, salgan huyendo de mi corazón y de mi alma las culpas. Camina así, para que contigo camine mi alma y mi corazón, sintiendo tu Soledad y haber ofendido a tu amado Jesús, mi Redentor Sagrado, que con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.

Después se ofrece esta devoción, pidiendo a la Santísima Señora una buena muerte, con la siguiente:

 

ORACIÓN

Dolorosísima y afligidísima Señora, que, sepultado ya el Sagrado Hijo de tus entrañas, mi Señor y Redentor Jesucristo, te entregaste a llorar triste, Solitaria, Viuda Tórtola. ¡Oh adorable Reina de mi alma, como quisiera yo deshacerme de dolor, considerándote en tan triste y penosa Soledad! ¿Quién me diera morirme por ti? Que feliz muerte, que muerte tan dulce morir de dolor y de pena, de verte tan Dolorosa y afligida Solitaria, pero ya que no tengo, ni merezco este tan grande dolor, recibe ¡Oh Sagrada Madre de mi corazón y de mi alma! el deseo que tengo de tenerlo y recibe este contrito obsequio, que tan tibiamente te ofrezco en tierna memoria de los Dolores que padecisteis en tu Soledad amarguísima. Confieso, que es indigno de tu aceptación, por mi tibieza y ruindad, pero espero de ti, que, como Madre de la misericordia, lo recibas, aunque por ser mío no lo merezca. Y para que a tus beneficios se deba todo, dame licencia para pedirte las lágrimas de tus benditísimos ojos, quítalas de los tuyos, ¡Oh Solitaria de mí alma! y ponlas en los míos, para que yo llore dignamente mis culpas y pecados. Dame, ¡Oh afligidísima Reina de mi vida! la cruel espada que profetizó el Sacerdote, y que atraviesa tan despiadadamente tu benditísima Alma. Pero que digo una espada, no, sino más de mil las que partieron tu amantísimo y amabilísimo Corazón, pues son tantas, cuantas espinas, azotes, golpes, cordeles, Cruz, clavos, lanza y demás instrumentos que quitaron a tu Santísimo Hijo Jesús la vida. Pues todas te las pido, Dolorosísima Señora, dadme todas esas espadas, que solo con ellas, se podrá hacer pedazos mi corazón de dolor de mis culpas. Muera yo de esta pena, Sagrado hechizo de mi alma, muera de dolor de tus dolores, adorable imán de mi Corazón, muera yo de pesar de tu Soledad, dulcísima Vida y esperanza dulcísima mía. Dadme otra y muchas veces tus lágrimas, Dolorosísima Madre, no solo para que llore, sino también para que, ahogándome en el mar de lágrimas de tus dolores, muera felizmente. Dadme una y mil veces esas dagas que parten ese corazón afligido, tristísima Señora, para que clavadas en mi corazón, sienta yo los tormentos de tu Soledad, y muera por ti ese dolor. ¡Oh dagas, oh cuchillos! dejad de martirizar el Sagrado Corazón de mi Santísima Señora, y pasad a herir mi corazón, que con vosotras será defendida mi alma en aquel último lance de mi vida, pues amedrentado de veros, huirá de mi el común enemigo, y así moriré por mi dulcísima Reina, y amparado de los dolores de su Soledad, que será la muerte feliz. En ti y por ti la espero, Sagrada Reina del Cielo, Soberana Emperatriz del mundo, dulce complacencia de Dios, gloria de los Ángeles, Sagrado embeleso de los hombres, vida dulcísima y esperanza de nuestras almas, adorable imán de nuestros corazones, por ti y en ti espero. Dolorosa Solitaria de mi vida, la felicidad de mi muerte, a cuya petición se dirige esta corta devoción que te ofrezco con humildad. Por estos dolores que padecisteis, y de que he hecho tierna, aunque tibia memoria, te pido me alcances una buena muerte, y para conseguirla, lávame, con tus lágrimas, de mis culpas, parte mi corazón, de dolor de mis pecados con los cuchillos que atraviesan el tuyo. Así moriré felizmente en ti y por ti, para ir a gozar de tu dulcísima presencia, puesta mi alma a tus pies por toda la eternidad en la gloria. Amén.

 

L/: Ave María purísima

R/: Sin pecado concebida

 

 

Viva María en nuestros corazones y en nuestras almas

 

 

Un ave María por las almas que están en pecado, y otra por las que están en el Purgatorio

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