DÍA
TERCERO
DIGNIDAD
DE SAN JOSÉ
Inútilmente
buscaríamos entre la multitud innumerable de los santos uno que haya sido
elevado a una dignidad comparable a la de San José, la cual consiste en haber
sido elegido por padre legal del Rijo de Dios humanado. He ahí un hombre, pues,
a quien ya a llamar Padre el Hijo de Dios; como a tal va a servirlo y
obedecerle; y a cuyos pies va a implorar, con sumisión filial, la bendición
paternal. El Padre celestial se ha despojado, por decirlo así, de sus derechos sobre
el Hijo de Dios, ha, abdicado ellos en las manos de San José; y si por eso
hubiera sido posible que el Padre mandase algo distinto de lo derrotado por el
Padre celestial, a aquel y no a Éste hubiera obedecido Nuestro Señor, puesto
que San José había recibido de Dios la autoridad sobre Jesucristo. Entraba,
pues, en los designios de Dios que Jesús cumpliese respecto de San José todos
los deberes de un hijo sumiso. ¡Ah! los Ángeles admiran, se asombran y no
alcanzan a comprender cómo este hombre da órdenes al Verbo que ellos adoran y
hace con toda sencillez lo que ellos no hubieran osado jamás. El Hijo de Dios
confía su divina Madre a San José. Él será guardián y tutor de esta Virgen
inmaculada, la criatura más santa y augusta que haya podido salir jamás de las manos
del Criador. Aún más, él será su verdadero y legítimo esposo: tendrá pleno
derecho a su sumisión y a su amor; y María le honrará y lo amará con el amor de
la esposa más fiel. ¡Qué honor para San José! ¡hallarse unido con vínculos tan
estrechos a aquella a quien el Verbo de Dios llama Madre, y que pronto ha de
ser declarada Reina de cielos y tierra y Soberana de los Ángeles y de los
hombres! Padre do Jesús, Esposo de María, tales son las dos fuentes de donde
surge la grandeza incomparable de San José; grandeza que lo coloca en un rango
particular, superior a todas las jerarquías celestes: él forma parte del misterio
de la Encarnación, hallándose muy próximo al Verbo de Dios hecho carne. Sólo en
el cielo comprenderemos la grandeza de San José, y las dignidades con que ha
sido honrado serán el objeto de nuestras eternas alegrías. Ya desde ahora en la
tierra podemos prever lo que será él en la gloria. En los días de Belén y
Nazaret existían dos cielos: en el cielo de la gloria el Padre se manifestaba a
los Ángeles en toda su hermosura: en Belén y en Nazaret se hallaba el segundo
cielo, donde el Hijo de Dios se manifestaba en toda la magnificencia de su
amor. Jesús tenía dos Padres a quienes prestaba obediencia. Y casi me atrevería
a decir que el cielo de la tierra era preferible al de la gloria, porque en
aquél el Hijo de Dios sufría por nosotros y nos manifestaba mayor amor;
abundando asimismo en mayores gracias, porque en él habitaba el Verbo como Dios
y como hombre: y San José era el jefe de esta Trinidad terrestre, en que se
hallaban reunidas todas las riquezas del paraíso.
Aspiración: Dadnos
hoy, ¡oh San José! el Pan supersubstancial del alma.
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