DIA
SEXTO
LA
SANTIDAD DE JOSÉ LO PREPARA
DIGNAMENTE
PARA EL DESEMPEÑO
DE
SUS SUBLIMES FUNCIONES
Los
honores y las dignidades no constituyen la santidad de San José. Las sublimas
funciones que desempeña no son su mayor título de gloria. Sin embargo, cuando
las dignidades vienen de Dios, suponen en aquel a quien Dios las dispensa una
santidad proporcionada. ¡Cuál no debió ser, pues, la santidad de José, para
merecer tantos favores, como jamás han sido ni serán otorgados a nadie sino a
él! Sin duda San José era el más santo de los hombres; convenía que Dios
eligiese al más perfecto y digno de los hombres para confiarle una misión tan
grande cerca de Jesús y María. La santidad de José correspondía perfectamente con
su dignidad. Él era esposo de la Inmaculada Virgen María, pero esposo virgen a
su vez, siempre virgen: esta virtud había de manifestarse en todo su brillo, a
la primera señal de la maternidad de María, cuyo divino misterio ignoraba. Él
era padre adoptivo de Jesús, su padre legal, su padre nutricio: ¡con qué
fidelidad, abnegación y amor cumplió esta misión, sirviendo y protegiendo a
Jesús en Belén, en Egipto y en Nazaret, hasta su muerte! Es que Jesús era su
único tesoro. San José poseía en el más alto grado todas las virtudes del más
fiel esposo, del más tierno y abnegado padre, y las practicaba con toda
perfección para con María y Jesús. ¡Con qué fidelidad tan discreta guardó José
el secreto que se le había confiado de Jesús y María! Él era el único hombre en
el mundo depositario y dueño en cierto modo de tan precioso tesoro: una palabra,
una sola palabra de su boca, lo hubiera colmado de gloria: mereciéndole ser
proclamado como el más feliz de los esposos y el más honorable de los padres. Pero
no fue así. San José gozo solo de su felicidad en la obscuridad de su
profesión, en la pobreza de su vida y en el olvido del mundo. ¡Qué hermoso
ejemplo de humildad para nosotros! ¡cómo nos enseña a no revelar los dones de
Dios, a ocultar nuestras pobres virtudes, a fin de preservarlas de la vanidad
humana! San José, el más grande de los santos, es el más humilde y oculto de
todos: y en esto participa excelentemente de los caracteres de la santidad de
Mana y de Jesús, de la cual puede decirse que lo que dejaron admirar no es nada
en comparación de los tesoros inmensos de gracias y de virtudes que nos serán
revelados solamente en el cielo.
Aspiración: San
José, que llamáis hijo vuestro al Dios que adoramos en m Eucaristía, ruega por nosotros.
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