DÍA
VIGÉSIMO SEGUNDO
SAN
JOSÉ PERFECTO MODELO DE POBREZA
El
Verbo de Dios, queriendo despojarse con nuestra pobre humanidad, se hizo pobre
por amor a nosotros. "Vosotros sabéis, dice San Pablo, que Jesucristo en
su gran misericordia se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos por su
indigencia”. Él quiso que esta pobreza afectiva y efectiva, fuese el estado y
la virtud predilecta de los suyos. San José, que debía revestir el glorioso título
y la potestad de padre de Jesús, hubo pues de agregar a todas sus glorias regias
y a todas sus cualidades la pobreza evangélica. En Nazaret, en efecto, en ese
primer convento, fueron enseñadas y practicadas las virtudes que constituyen el
estado religioso: los votos de pobreza, obediencia y castidad provienen de
Nazaret. San José practicó allí todas las virtudes de consejo; al mismo tiempo
que padre de Jesús, era su rendido discípulo. San José fue pobre de los bienes
de este mundo. No poseía nada, en un país donde habían reinado sus antepasados:
en Belén. Habitó la ciudad más pobre y menospreciada: Nazaret, y la pobre
vivienda donde fue concebido el Verbo encarnado, ¿a quién pertenecía? ¿á María
o a José?... no se sabe; más, a juzgar por lo que se ve en Loreto, ¡cuán pobre
y reducida era!
San
José no tenía recursos personales, viéndose obligado a vivir de su oficio, de un
oscuro oficio, cual es el de carpintero. Vestía pobre y toscamente, como lo prueba
el manto que se conserva aún, como su más santa reliquia. Pobres y toscas vestiduras,
semejantes a las que usaban las gentes de su condición. Su alimentación era
pobre también: el pan de cebada era su pan cotidiano. Verdaderamente casi causa
escándalo ver que el Padre Eterno envía su Hijo en medio de tan absoluta
pobreza. Él lo dispuso así, sin embargo, lo previo y con esta mira redujo a San
José a tan extremada pobreza; quería que su Hijo reparase, desde el primer
momento, nuestro apego a los bienes materiales y abuso de las riquezas. He ahí
por qué San José, que por su nacimiento hubiera podido escalar las gradas de un
trono, se vió reducido al pobre oficio de carpintero, con un exterior de tan
triste apariencia, que en Belén todo el mundo lo rechazó y se vio reducido al
último refugio del indigente, a un pesebre. Pero San José tenía el espíritu y
la gracia de la pobreza de Jesús: la compartía con felicidad y la prefería a
todos los bienes y glorias del mundo. La pobreza afectiva o efectiva ha de ser amada
también por el alma eucarística: es el lazo de amor que la liga al divino Tabernáculo,
a la adorable Hostia, a Jesús despojado de todo, por amor al hombre. La pobreza
es la gracia y la gloria del apostolado eucarístico; puesto que, según el
Evangelio, los pobres, lisiados, enfermos y mendigos, son aquellos o quienes se
ha de invitar con mayores instancias al banquete del padre de familia. Como San José, el alma eucarística debe estimar
pues, amar y practicar la santa pobreza, contentarse con lo necesario y encontrar
aún el medio de honrar con algún sacrificio la real pobreza del Dios de la
Eucaristía.
Aspiración: San
José, encargado de aliviar la pobreza del Niño Jesús, remedia la pobreza aún
más grande de Jesús Eucaristía.
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