PRÁCTICA
DE LOS EJERCICIOS PIADOSOS DE LOS TERCEROS DOMINGOS
DE CADA MES A SAN LUIS GONZAGA
Ejercicios
piadosos que la Congregación de San Luis Gonzaga practicará los domingos
terceros de cada mes en la Parroquia de Belén donde dicha Congregación se halla
erigida,
Por un
Sacerdote devoto del santo.
Con
licencia de la AUTORIDAD Eclesiástica.
Imprenta
Hispana, calle de Perecamps, número 1, cerca de la puerta de Santa Madrona.
Barcelona,
España. Año de 1848.
El
vocal Sacristán Sacerdote, o en su defecto cualquier Sacerdote de la Congregación,
puesto de rodillas en el altar mayor, o en el púlpito si ya estuviera de
manifiesto su Divina Majestad, empezará el santo Rosario con la Letanía
Lauretana, un Padre nuestro a San Luis, y tres Ave Marías a la pureza de María
santísima: finidas estas oraciones, hará la oración mental, que nunca excederá
el tiempo de media hora, meditando el punto señalado por el Presidente de la Congregación.
Concluida la meditación, empezará el ejercicio del tercer Domingo correspondiente
del modo que sigue:
Por la
señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro. En
el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DOMINGOS
Señor mío
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en quien creo y espero, a quien estimo y
amo sobre todas las cosas; postrado humildemente a vuestras plantas, digo a Vos
mi culpa, pues tantas veces os he desconocido, cuantas he mortalmente pecado;
mas ahora, Salvador mío, vengo a Vos contrito y humillado, y confiando en
vuestra misericordia me atrevo a esperar me perdonaréis mis muchos pecados,
diciéndoos del íntimo de mi corazón, que me pesa en el alma de haber pecado,
pésame de haberos ofendido, solo por ser quien sois Dios de bondad infinita,
proponiendo con vuestra gracia no pecar en adelante, amándoos con toda mi alma,
sentidos y potencias. Bendecidme pues, Padre amantísimo, para que en la
práctica de estos ejercicios de devoción, que pretendo hacer a mayor gloria
vuestra, y de la santidad de mi amable San Luis Gonzaga, merezca vuestra
gracia, y el amparo de tan grande protector. Confúndome, Redentor mío, viéndome
tan tibio a vuestra presencia; mas yo espero que por la confesión de mis
pecados, y la intercesión poderosa de San Luis, me concederéis un acto perfecto
de contrición, que me reconcilie con vuestra Divina Majestad, uniéndome a Vos
con el vínculo indisoluble de la caridad por siempre. Amen.
MEDITACION PARA EL DOMINGO TERCERO DE ENERO
INOCENCIA DE SAN LUIS
Considera,
Cristiano, como preguntándose el Profeta Rey (Salm. 23) ¿Quién subirá al monte
del Señor? ¿Quién estará en su lugar santo? responde el mismo Profeta: “El
inocente de manos, y de corazón limpio; el que no tomó en vano su alma, ni juró
con engaño a su prójimo. Este recibirá bendición del Señor, y misericordia de
Dios Salvador suyo”. Quién subirá? exclama
San Agustín: « el inocente en las obras, y el limpio en los pensamientos. No hay título como este para alcanzar la
bienaventuranza: ' porque el inocente está del todo adherido a Dios, por medio
de la fervorosa caridad. Esta es aquella preciosa joya, que en el Bautismo
sagrado se nos manda conservar pura y sin mancilla, para presentarla hermosa al
fin de nuestros días a la presencia del Señor. De aquí vemos, cuan grato fue al
Dios de la majestad el sacrificio de Abel, porque se presentó ante el Señor con
un corazón inocente y fervoroso. Miró Dios a sus dones, dice la Escritura sagrada
(Genes. 4), esto es, los aceptó con preferencia a los de su hermano Caín;
porque este no se presentó con la rectitud de intención e inocencia de su
hermano Abel. Grande es el aprecio que siempre ha hecho el Señor de esa sublime
virtud; por donde podrás venir en conocimiento de cuan allegado estuvo nuestro
amable Luis con su Divina Majestad, pues fue tan puro e inocente de corazón.
Ya
desde bien pequeñito; luego que su Madre le vio capaz de educación, tomó a su
cuenta el dársela la más cristiana y piadosa, y felizmente contribuyó no poco
el inocente Luis, pues su aire, sus inclinaciones y su natural propensión a la
virtud, le merecieron ya en tan tierna edad el renombre de Ángel. Hallándose
entre los soldados de su Padre, pronunció algunas palabras menos decentes; mas
como ignoró su significado, no llegaron a dañar su inocencia. Al paso que iba
creciendo en edad, crecía también en juicio y virtud: de cuyas prendas enamorado
el Marqués su padre, le llevó a la corte del gran Duque de Toscana, grande
amigo suyo; y aunque el aire de la corte, por lo común, es contagioso a la
juventud, en nada alteró la inocencia de nuestro Luis. Enviáronle después a la
corte de Felipe II, donde, desde luego, se hizo admirar su anticipada madurez y
su elevada santidad tanto, como en todas partes; pues no parece sino que el
Señor se complacía en irle mostrando a varias cortes de Europa, para convencer
con su ejemplo que la virtud no está reñida con alguna condición, y que la inocencia
puede y debe acompañarse con todas las edades. Si en medio de los peligros del
siglo supo conservar una inocencia tan asombrosa, ¿cómo era posible que la
perdiera en la Religión? Los rápidos y extraordinarios progresos que hizo en
esta escuela de virtud una vez entrado Jesuita, asombraron a los más perfectos,
y nada tuvieron que hacer sus superiores, sino moderar su fervor y poner
límites a los deseos de hacer ásperas penitencias, para asegurar su preciosa
inocencia. De ese corazón tan inocente nacía el estar continuamente a la
presencia de Dios, duró por todo el tiempo de su vida; de donde la Iglesia dice
en su oración, que Dios unió en nuestro Santo la penitencia con la inocencia.
Compara tú ahora, congregante y devoto de Luis, tus fealdades y extravíos de corazón,
con el candor de nuestro Ángel; no puedes preciarte, como él, de haber
conservado ese precioso tesoro; y así, tú mismo has obstruido el más derecho
camino que conduce a la salvación. Llora, llora con lágrimas de sangre tus
pasados crímenes, porque si te precias de ser devoto de Luis, no habiéndole
imitado en la inocencia, debes según tus fuerzas seguirle en la penitencia.
Pídele incesantemente que te alcance de Dios esta gracia, y no dudes que él lo
hará.
Rezaremos ahora seis veces la oración del
Padre nuestro, Ave María, y Gloria Patri, en memoria de los seis años que San
Luis vivió en la Compañía de Jesús; pidiendo a Dios en cada uno de ellos alguna
virtud por intercesión del Santo.
Oh!
castísimo San Luis, por aquella vigilancia que tuvisteis en la guarda de
vuestros sentidos, logrando así la virtud de la castidad, de tal manera, que
pudisteis presentar vuestra alma sin mancha alguna al Cordero inmaculado; os
suplico me alcancéis de mi amantísimo Redentor esta preciosa virtud, para
amarle y servirle con fidelidad, haciendo que conciba un odio implacable contra
todo lo que me pueda ser ocasión de faltar a ella. Padre nuestro etc.
Oh!
purísimo San Luis, por aquel horror que vos tuvisteis a todo lo que podía
deslumbrar vuestra angelical pureza, mereciendo así el renombre de Ángel en
carne humana; os suplico me alcancéis de mi amantísimo Redentor una perfecta
limpieza y candor, tanto de alma, como de cuerpo, huyendo toda ocasión de
perder tan excelente virtud. Padre nuestro etc.
Oh!
modestísimo San Luis, por aquella circunspección que vos tuvisteis, tanto en la
compostura exterior, como en el recogimiento del alma, alcanzando así una
perfecta unión con Dios; os suplico me alcancéis de mi amantísimo Redentor que
refrene los movimientos de mi cuerpo descompuestos, y las distracciones de mi
alma, considerándome siempre a la presencia de tan soberano Señor. Padre
nuestro etc.
Oh!
humildísimo San Luis, por aquella ansia con que buscasteis los desprecios,
deseando ser burlado por todas las criaturas, teniéndoos por el más grande
pecador, hasta pedir con instancia en la hora de vuestra muerte que os dejaran
morir en el duro suelo; Os suplico me alcancéis de mi amantísimo Redentor un
perfecto conocimiento de mis muchas miserias y pecados, para que me humille, y
en todo siga a mi Salvador, que fue manso y humilde de corazón. Padre nuestro
etc.
Oh!
penitentísimo San Luis, por aquella austeridad у continuo rigor que con vuestro
inocentísimo cuerpo usasteis, como si fuereis el mayor pecador del mundo; os suplico
me alcancéis de mi amantísimo Redentor la virtud de la penitencia, para mí tan
necesaria, atendidos mis muchos y enormes pecados, para llorarlos amargamente reconciliándome
así con mi Dios y Señor. Padre nuestro etc.
Y por
último. Oh! ardoroso San Luis, por el grande amor que profesasteis a nuestro
Dios, llegando a ser víctima de la caridad; os suplico me alcancéis de mi
amantísimo Redentor la mayor de todas las virtudes, un acto perfecto de amor de
Dios, para que uniéndome con su Divina Majestad, nunca jamás me separe,
poseyéndole en compañía vuestra en la gloria. Amen. Padre nuestro etc.
ORACION A SAN LUIS
Oh!
amabilísimo protector mío San Luis, cuan poderoso sois para con Dios, atendidas
las muchas virtudes que en este mundo practicasteis; desde ese trono de excelsa
gloria que en el Cielo disfrutáis, os suplico seáis servido dar una mirada de compasión
a este mi pobre corazón, encendiendo en él la llama del amor divino, hasta que
se consuma y derrita a la fuerza de ese sagrado incendio; para que empezando a
amar a mi Dios acá en la tierra, merezca un día continuar amándole y
bendiciéndole en compañía vuestra, con los demás escogidos en el Cielo, por los
siglos de los siglos. Amen.
Acabada esta oración dirá el Padre Ejercitante.
Rezaremos
un Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri etc., por las almas del Purgatorio.
Otro ídem por los que están en pecado mortal; para que Dios nuestro señor los
saque de tan miserable estado. Otro ídem para que Dios nuestro señor se digne
conceder el don de la perseverancia a los jóvenes convertidos por intercesión
de San Luis, y convertir a los que andan aun por las sendas de iniquidad, en la
corrupción del siglo.
Otro ídem
por las necesidades de la Iglesia y del Estado. Un Ave María por los
Congregantes presentes. Otra por los aumentos de la Congregación. Si hubiere
muerto algún congregante, dirá: Rezaremos un Padre nuestro etc. por el alma de
D. N. N. o almas si fueren muchos etc. En seguida, en cumplimiento del art. 3.
° del tít. 3. ° leerá los nombres de los congregantes fallecidos en el presente
mes.
Se concluirá diciendo:
Bendito y alabado sea el santísimo Sacramento del Altar; la purísima e inmaculada Concepción de María, madre y señora nuestra; y la santidad del Ángel de pureza San Luis Gonzaga. Amen.
Últimamente, hará las advertencias que se le hayan encargado para las funciones siguientes, y se empezará el sermón, concluido el cual se cantarán las alabanzas al Sacramento, y se reservará a su Divina Majestad.
DOMINGO TERCERO DE FEBRERO
DE LA MODESTIA DE SAN LUIS GONZAGA
En
primer lugar se dirá el acto de contrición como el tercer domingo de enero, y
en seguida esta meditación:
Considera, cristiano, que la modestia según San Ambrosio es aquella virtud que regula todas nuestras acciones, y aun las mismas palabras, prohibiendo que digamos o hagamos cosa que pueda ofender a nuestro prójimo. Esta virtud, no solamente compone el cuerpo, sí que también el espíritu, arreglando aquella perfección e íntima armonía que ha de mediar entre la parte interior y exterior. Virtud es ella de todos los tiempos y de todas las edades; mas, aunque a todos conviene, parece subir de punto en los jóvenes, brillando ellos por esa virtud de un modo más eminente y particular. De donde dice San Gerónimo, que la modestia es documento de virtud; porque las palabras, gestos, y los adornos mismos de aquellos que son modestos, son otros tantos dogmas que debemos observar, como que se pone a la vista de todos el modo y cordura con que se han de conducir. Enseñanza de Religión, la llamó San Ignacio mártir; porque ella nos conduce como por la mano, a la práctica de las verdades de nuestra creencia. Es también la guarda de la pureza, y castidad; por donde se nos avisa que, para ser castos, amemos la compañía de aquellas personas graves y modestas, para aprender de ellas el vivir con perfección. Mira tú ahora, en qué grado tan heroico poseyó nuestro Luis la virtud de la modestia, que es el más precioso esmalte de la juventud. El, como otro Job, había hecho un pacto con sus ojos de no mirar cosa que pudiese dañar su sencillo corazón. Nunca permitió que le vistiese ni desnudase su ayuda de cámara; y desde bien tierna edad, se impuso la ley de no mirar jamás la cara a mujer alguna; y fue tan exacto en eso, que habiendo tratado muchos años y servido a la emperatriz doña María de Austria, como page que era suyo, no la miró jamás a la cara, ni la Emperatriz pudo saber de qué color tenía Luis sus cándidos ojos. Esta compostura exterior, con la que arrebataba los corazones de todos los que le trataban, no se desmintió una vez entrado en la Compañía; pues la mayor falta que cometió, en los dos años de su noviciado, fue haber levantado los ojos a mirar a su hermano, que estaba comiendo junto a él en la misma mesa. Frecuentaba muchas veces alguna pieza o algún sitio, y no podía dar señas de él: tanta era la mortificación de todos sus sentidos. No poco padeció su modestia viéndose aplaudido y alabado por todo el Colegio romano, después de unos ejercicios literarios que tuvo que sostener. Esta virtud, en vida le granjeó el nombre de Santo; pues cuando fue a Castellón a componer las diferencias suscitadas entre su hermano y el duque de Mantua, se agrupaban las gentes a su alrededor, y cuando se retiraban decían, ya hemos visto al Santo. Esta fue su virtud favorita en todos los días de su vida, hasta verse unido con su Dios y Señor. Reflexiona ahora, congregante y devoto de Luis; mira si tu exterior es grave y modesto, si tus palabras son de edificación para tus prójimos; si tu vestir es únicamente para el aseo de tu cuerpo, cual conviene a un cristiano, o si es (como con frecuencia sucede en nuestros tiempos) para lazo del demonio. Ay! de ti, que necesitas mucho más que Luis velar sobre la guarda de tus sentidos, y especialmente los ojos, y los dejas vaguear con grandísimo daño de tu alma. Piénsalo bien, y pide fervorosamente a Dios, por intercesión de nuestro modestísimo Luis, esa virtud que adornará toda tu vida.
Ahora se rezan los seis Padre nuestros y demás
súplicas, como se hizo el Domingo tercero de enero.
DOMINGO TERCERO DE MARZO
CASTIDAD DE SAN LUIS.
Por la
señal de la santa Cruz etc. Acto de contrición como el tercer Domingo de enero.
Considera,
cristiano, que la castidad es aquella virtud que, en sentir de Tertuliano, nos
hace agradables a Dios, nos une con Jesucristo, siendo ella bienaventurada, y
haciendo dichosos a todos los que logran poseerla; ella nos asemeja a los Ángeles,
ella es la hermosura de nuestro cuerpo y alma. Esa heroica virtud nos levanta
sobre nuestra misma naturaleza; pues, como dice el Salmista (salm. 6), nos
aparta del lodo, que es el origen de donde derivamos, para asemejarnos a la condición
de aquellos que solo son puros espíritus: pues en cierta manera trasforma los
cuerpos en naturaleza de sustancias espirituales, haciéndonos aptos para
contemplar las verdades del Cielo, destituyéndonos de los viles sentimientos de
la tierra. Oh! si atentamente consideráramos la preciosidad de esa virtud, con
cuantas veras la pidiéramos al Señor! pues que, según nos dice el Sabio (Sabid.
8.9.), de solo Dios nos puede venir ese don tan precioso. De donde se ve, cuan
rara sea esa virtud sobre la tierra; pues lejos de pedirla nosotros al Señor,
damos entrada a las sugestiones del maligno espíritu, el que nos aconseja lo
contrario: y ved ahí el desorden que en nosotros mismos experimentamos; lo que
obligó a S. Pablo a que aconsejase a su discípulo Timoteo (1. 5.) que se
conservara casto. Este aviso del Apóstol tomó para sí nuestro Ángel de pureza
Luis Gonzaga; pues sin temeridad podemos afirmar que fue un raro prodigio de
castidad. Entregóse tan totalmente a su Dios desde la tierna edad de 7 años,
que asegura el cardenal Belarmino que su vida era ya del todo perfecta en esa
edad. A los 9 años hizo voto de perpetua castidad, y lo guardó tan
escrupulosamente, que jamás consintió el menor menoscabo de esa su resolución. Había
formado, cual otro Job, un pacto con sus ojos para nunca mirar cosa que pudiese
escandalizar, o rebajar en lo más mínimo su castidad. Aunque viajó, y habitó en
algunas cortes de los grandes de Europa, no por eso naufragó esa su predilecta
virtud; antes podemos decir que Dios se valió de Luis para mostrar al mundo,
que la virtud no está reñida con condición alguna. En todo fue admirado por los
mismos libertinos; pues, como dice el historiador de su vida, fueron pocos los
señores de las cortes que no se moviesen y reformasen con la conversación de
nuestro angélico Joven. Mira tú ahora, congregante y devoto de Luis, cuantas
veces habrás faltado a la guarda de ese precioso tesoro, por pensamiento,
palabra u obra. Mira que esa virtud tanto cuanto es más preciosa, otro tanto es
peligrosa, y difícil de conservar. Resuélvete ya a pedirla a Dios, por medio de
Luis, con todo el afecto de tu corazón. Huye con puntualidad los peligros de
tratar, conversar, visitar a personas que pueden serte ocasión de ruina.
Acuérdate siempre de lo que nos dice San Pablo; que los que de cualquier modo
pecaren contra esa virtud, no alcanzarán el reino de Dios. Oh! mi Dios, hacedme
casto por amor de Vos.
Se
rezarán seis Padre nuestros etc., oraciones y demás súplicas, como se hizo el
Domingo tercero de enero.
DOMINGO TERCERO DE ABRIL
HUMILDAD DE SAN LUIS
Por la
señal de la santa Cruz etc. Acto de contrición, como se hizo el Domingo tercero
de enero.
Considera,
cristiano, que la humildad es el fundamento de todas las virtudes, y el primer
paso en la vida espiritual; porque, como enseña el Padre San Agustín (Serm: 10.
de verbis Domini), la humildad es la virtud que más principalmente Jesucristo
nos enseñó: ella nos abate, para ensalzarnos un día; las mismas oscuridades en
que nos envuelve contienen alguna luz, y hallamos la verdadera gloria y
alabanza en el mismo desprecio que va unido con la humildad. Si damos una
mirada a nuestra propia miseria, hallaremos mil y mil motivos para humillarnos.
¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? de qué te ensoberbeces? Si alguna cosa
buena hay en tú, tuya no es, sino de Dios, que sin merecerlo te lo concede, según
la doctrina del Apóstol cuando te dice: ¿qué tienes que no hayas recibido? y si
lo has recibido, ¿de qué te glorias, como si recibido no lo hubieras? La Escritura
santa nos dice que el humilde será exaltado; y no en vano lo dice, porque si
atentamente meditas, hallarás cuan humildísimo fue nuestro amable Redentor, y
por lo mismo quién podrá medir su grande gloria? La misma Madre de Dios la
Virgen María no repara en decir que el Dios omnipotente ha obrado en ella maravillas,
llamándola bendita entre todas las generaciones, mirando a la humildad de su
esclava. A más de esto, esta virtud es necesaria para alcanzar la vida eterna, según
lo atestigua el Señor por San Mateo (18) diciendo que si no nos volviéremos
como los pequeñitos, no entraremos en el reino de los cielos. De donde notan
los teólogos que esta virtud no solo es de precepto, por cuanto con estas
palabras expresamente se nos manda que seamos humildes, sino que también es de
necesidad de medio, porque el mismo Salvador constituyó la humildad como medio
para conseguir el Cielo. Mira tú ahora con cuantas veras practicó Luis Gonzaga
esa doctrina del Salvador, dándose del todo a la humildad: el santo odio y
desprecio que de sí mismo tenía no podía ser mayor; de tal manera, que
cualquiera señal de distinción que con él se usara, le era una verdadera
pesadumbre. Jamás se excusó ni disculpó, aunque tuviera mil razones para
hacerlo; y hasta llegó a tener escrúpulo de que sentía demasiada complacencia
en ser reprehendido. Grande era el gusto que en los ejercicios más humildes experimentaba;
tanto, que juzgó se debía acusar de lo mucho que había contentado a su amor
propio, siguiendo las calles de Roma con un vestido vil у pidiendo limosna.
Obligado a sostener un acto literario al fin de sus estudios, le persuadía su
humildad a que de propósito se mostrara ignorante, y hubo menester toda su
docilidad y rendimiento para sujetarse en esto a su Director y Maestro. Los
Cardenales de la Ravena y Gonzaga, que le visitaban frecuentemente, le hallaban
ocupado en los quehaceres domésticos más humildes, y él los recibía con gusto
en aquella despreciable posición. Contempla tú ahora, congregante y devoto de
Luis, los procedimientos en nada humildes de tu corazón. Mira tu soberbia, como
no puedes sufrir una palabra siquiera de desprecio; en todo buscas tu propia
honra, y el satisfacer tu ambición y vanidad; no es ese el camino que te enseña
Luis; y si es cierto, como lo es, que la principal devoción a un Santo consiste
en imitar sus virtudes, proponte de veras ser humilde de corazón hasta poder
decir a tu Dios con el Profeta Rey (Salm. 30): Oh! mi Dios, no se ha engreído
mi corazón, ni se han ensoberbecido mis ojos.
Se rezarán seis Padre nuestros y demás
súplicas, como el Domingo tercero de enero.
DOMINGO TERCERO DE MAYO
PENITENCIA DE SAN LUIS GONZAGA
Por la
señal de la santa Cruz etc. Acto de contrición, como se hizo el Domingo tercero
de enero.
Considera,
cristiano, que la penitencia, según la definen los teólogos, es aquella virtud
por medio de la cual el pecador aborrece sus pecados, en cuanto ofenden a Dios,
y tiene firme resolución de satisfacer por ellos, y no volver en lo sucesivo a
cometerlos. Es una virtud particular mandada por Dios en las sagradas
Escrituras, que nos induce a vengar en nosotros mismos las ofensas contra un
justísimo Dios cometidas. Conviene, pues, que la penitencia sea un dolor armado
de la espada de venganza; de donde dice Sto. Tomas (p. 3. q. 85. a. 3.) que el
acto por el cual la penitencia se llama virtud particular para destruir el
pecado, en cuanto es ofensa de Dios, es una venganza que el pecador ejerce en
sí mismo para espiar el delito del cual se arrepienta. Según esto, la penitencia
nos es a todos necesaria, porque todos somos pecadores y deudores a la divina
justicia por nuestros criminales extravíos. Por lo cual, nos amonesta el Señor
por su Evangelista (Luc. 3.) a que hagamos frutos dignos de penitencia.
Considera ahora con asombro de tu alma, cuán grande fue la penitencia de Luis
Gonzaga por dos faltas que él llamaba culpas, y que solo en su imaginación lo
serian, las cuales lloró toda su vida. Mira como en el palacio de su Padre sabe
imitar a aquellos anacoretas de los desiertos de la Tebaida, dándose a todo
género de austeridades y privaciones, desde el momento en que su Ayo le
advirtió que no pronunciara algunas palabras demasiadamente libres, que del
trato con los soldados se le habían pegado; pues aunque las había dicho sin
entender su significado, fue la mayor culpa que cometió en toda su vida, cuya
falta, y el haber tomado un poco de pólvora sin pedir licencia a su padre, le
indujo a una rigurosa penitencia: se privó aun de las recreaciones lícitas y
honestas, cuidando así de fomentar el espíritu interior con el rigor de las
austeridades. El santo odio que a sí mismo tenía era grande; ayunaba tres días
en la semana, y muchos a pan y agua. Sus penitencias pudieran acobardar a los
Religiosos más austeros. Muchas veces se notaba salpicado de su inocente sangre
hasta el techo de su aposento; su cama era frecuentemente la desnuda tierra;
por no tener cilicios, se aplicaba a su delicada carne un cinto cuajado de estrellitas
de espuelas; nunca se arrimaba al fuego, ni aun en el mayor rigor del invierno,
y algunas veces se levantaba a media noche pasando así muchas horas en oración.
Pretendiendo entrar en la Compañía, según inspiración del Cielo, venció la obstinación
de su padre a fuerza de sangrientas disciplinas. Entrado ya Religioso, tenía
tan mortificados todos sus sentidos, que casi parecía haber perdido el uso de
ellos. Si reflexionaba lo que comía, solo era para escoger lo más ingrato al paladar,
y esto aun en tan poca cantidad, que solo del peso de una onza se alimentaba. Jamás
se entibió el fervor de su penitencia; pues aun estando para morir, pidió con
instancia que le pusieran en el duro suelo, como á grande pecador. ¿Cómo no te
confundes, congregante y devoto de Luis, al considerar tan rígido penitente?
Eres acaso más inocente que él? Ay de ti! que puedes decir con el Profeta Rey «que
se han multiplicado tus pecados sobre el número de los cabellos de tu cabeza.» ¿Y
no lloras aun? Mira que después de tus pecados, no te queda otro camino para subir
al Cielo que tu penitencia. Resuélvete de veras a abrazarla; pide el amparo de
Luis; él te ayudará, y no dudes que te alcanzará del Señor el espíritu de una
verdadera penitencia, y una perfecta contrición de todos tus pecados.
Ahora se rezarán seis Padre nuestros,
oraciones y demás súplicas, como se hizo el Domingo tercero de enero.
DOMINGO TERCERO DE JUNIO
DESPRECIO DEL MUNDO QUE HIZO LUIS
Por la
señal etc. Acto de contrición, como el Domingo tercero de enero.
Considera,
cristiano, que como dice San Juan (1. 5. 19.) todo el mundo está lleno de
iniquidad; de lo cual se ve que nada puede mandar o enseñar que no sea malo e injusto,
como una fuente que no puede dar otras aguas que las que contiene: así el mundo
no puede dar otra cosa que males, pues solo males contiene. Los placeres del
mundo son del todo opuestos a los mandamientos de Jesucristo; si Dios condena
el amor inmoderado de las riquezas, el mundo por el contrario lo admite y
aprueba. Dios nos manda la humildad, el mundo la soberbia; si nos dice que
debemos amar a los enemigos y olvidar las injurias, el mundo nos incita al odio,
y a la venganza: por cuyas razones se ve cuan contrarias son las obras del
mundo a los mandamientos del Señor. Por esto es, que todo cristiano está obligado
a despreciar al mundo, según el empeño que en el santo Bautismo contrajo, en
donde renunció las pompas y vanidades del siglo. Queriendo San Cipriano disponer
a su amigo Donato para el desprecio del mundo, le convidó a subir a la cumbre
de un monte, para mostrarle desde allí los pueblos, villas y ciudades, la
tierra y el lleno todo de iniquidades y pecados, a fin de que viendo con sus
propios ojos el mundo lleno de tantos desastres, se moviera a despreciarle.
Subamos también nosotros con los ojos de la consideración, siguiendo el aviso
de San Cipriano, a este monte, desde donde podremos registrar los males
perversísimos que en nuestro malhadado tiempo suceden en el mundo, y así no nos
será difícil despreciarle. Subamos como subió nuestro angélico joven Luis; pues
a pesar de su noble nacimiento, príncipe de la casa de Mantua, se distinguió al
momento por el desprecio grande que hizo de la nobleza y resplandores del
mundo. Destinado como a primogénito a ser heredero de los estados de su Padre,
costóle no poco alcanzar licencia para renunciar una corona que otros sin
derecho alguno con mil ansias apetecen. De la corte de Florencia pasó a la del
duque de Mantua, y en vez de deslumbrarle aquel nuevo teatro de esplendor y
grandeza de su casa, aquí fue donde resolvió dejar al mundo. Hallándose en
España, tomó la resolución de hacerse Religioso. Entra a la Compañía de Jesús,
y desde este momento, no solo olvidó al mundo, sino que también a su pueblo y a
la casa de sus padres. Fue un vasallo suyo a empeñarle en cierto negocio, y le
respondió que como hacía dos años que estaba muerto al mundo, ya no tenía en él
ni crédito ni poder. Cualquiera señal de distinción que con él se usase, le era
una verdadera pesadumbre. Exquisito era el gusto que experimentaba en los
ejercicios más humildes y repugnantes, y de aquí le nacía aquel perfecto
desasimiento de todas las cosas, y aquel espíritu de pobreza que le hizo verdadero
discípulo de Jesucristo. Un libro encuadernado con alguna curiosidad, un rosario
menos común y dos sillas en su aposento, eran alhajas que lastimaban su
delicadeza. Costó no poco trabajo reducirle a que recibiese dos estampas de
papel, una de Sto. Tomas de Aquino y otra de Sta. Catalina de Sena, por la devoción
que a esos Santos profesaba. Así cumplió por todo el tiempo de su vida con
aquel aviso: «huye del mundo si quieres ser limpio.» Mira tú ahora, congregante
y devoto de Luis, cuantas veces te has dejado arrastrar de los falsos y caducos
resplandores de ese mundo engañador. ¡Qué disonancia tan grande, querer el
patrocinio de un Santo que todo lo renunció por la esperanza de Jesucristo, y
no querer apartar el corazón de las cosas mundanas, las cuales según el Sabio
no son más que vanidad de vanidades, miseria у aflicción del ánimo! Pon tu mira
en el reino de los Cielos, y entonces conocerás cuan despreciables son las
cosas de la tierra. Si Dios te llama a una vida más perfecta, vence intrépido
los obstáculos que tal vez te pongan la carne y la sangre. Da de mano a las
cosas del siglo, anímate con el ejemplo de nuestro angélico Joven, no temas el qué
dirán, y así el Señor, por intercesión de Luis, coronará tus esfuerzos.
Ahora se rezarán seis Padre nuestros,
oraciones y demás súplicas, como se hizo en el domingo tercero de enero.
DOMINGO TERCERO DE JULIO
SAN LUIS MODELO DE AMOR DE DIOS
Por la
señal de la santa Cruz etc. Acto de contrición, como se hizo en el Domingo
tercero de enero.
Considera, cristiano, que la caridad para con Dios es aquel amor con el cual amamos a tan soberano dueño por causa de sí mismo; o como explica S. Agustín, es aquel movimiento del alma que nos arrebata para gozar de Dios por causa de sí mismo (Lib. de doct. christ .). Esta es aquella virtud que sin duda alguna merece el primer lugar entre todas las virtudes teologales, porque inmediatamente mira a Dios, у por sí misma nos conduce a él. Ella es llamada la forma y alma de todas las virtudes sobrenaturales; porque es su complemento, dándoles la fuerza y acción, puesto que ellas si no van acompañadas de la caridad, no tienen precio ni valor alguno delante de Dios: es también su vida, porque en donde faltare la caridad, las demás virtudes son muertas de tal manera, que aun la misma fe es amortiguada sin la caridad, según el testimonio del apóstol San Pablo cuando dice: «todas vuestras cosas sean hechas en caridad (1.4 Corinth. 16).» El precepto de la caridad es el fin de toda la ley; porque así como la reunión o amontonamiento de piedras, maderas y otras cosas necesarias para la construcción de un edificio, miran como a fin al mismo edificio, y este aunque solo, representa en sí mismo a todas aquellas cosas; la caridad así también, aunque sea un solo precepto, virtualmente abraza à todos los demás, y no hay alguno que de ella no reciba su perfección; de donde dice el Señor, por S. Juan (14), «el que guarda mis mandamientos y los observa, este es el que me ama.» De aquí Sto. Tomás de Aquino no ha dudado enseñar (2.2. quæ. 184 art. 3.) que el amor de Dios, mandado expresamente a los hombres, no era simplemente un consejo, sino un precepto que se extiende tanto, cuanto las mismas palabras de la ley: mas aunque se hace cargo (2.2. quæ . 24. art. 8.) de que este grande precepto no se puede cumplir en la tierra con aquella perfección con que se cumple en el Cielo, dice no obstante, que debemos hacerlo con todo nuestro corazón, para que de día en día crezca en nosotros el divino amor y se perfeccione. Mira tú ahora, cuan al pie de la letra cumplió el serafín abrasado Luis Gonzaga este mandamiento del Señor; en prueba de lo cual repárale con su rostro luciente é inflamado, cual otro Moisés al bajar del monte Sinaí, después de haber conferenciado con el Dios de Israel (Exod. 34. V. 29). En tanto grado tuvo Luis ese amor divino dentro de sí mismo, que sus superiores tu vieron que mandarle apartase el pensamiento continuo que tenía hacia el Señor, por cuanto su salud se debilitaba notablemente a la fuerza del grande amor que en su inocente corazón ardía; a lo que respondía el Santo con ingenuidad: «No sé qué hacer, mándenme que no piense en Dios porque no me haga daño la cabeza, y me le hace mucho mayor el trabajo que me cuesta el no pensar.) Así fue, que adelantando de día en día en la ciencia del amor de Dios, llegó Luis a ser mártir de la caridad, según expresión de la sagrada Roma. Confúndete tú ahora, y avergüénzate de la tibieza y negligencia que tienes en el servicio del Señor, de la frialdad con que te pones delante su divino acatamiento; y ya que te precies de congregante y devoto de Luis, pide al supremo Señor por intercesión de nuestro angélico Joven, se digne concederte un acto perfecto de su amor, diciéndole con el Padre San Agustín (in medita). “Oh! fuego que siempre ardes, y jamás te apagas !Oh! amor que siempre quemas y jamás te enfrías, quémame, y seré quemado; quémame te diré, para que del todo yo te ame.”
Ahora se rezarán seis Padre nuestros etc.,
oraciones y demás súplicas, como se hizo en el Domingo tercero de enero.
DOMINGO TERCERO DE AGOSTO
SAN LUIS EJEMPLAR DE AMOR A LA SANTA EUCARISTÍA.
Por la
señal de la santa Cruz etc. Acto de contrición, como se hizo en el Domingo tercero
de enero.
Considera,
cristiano, que aunque es verdad que todas las cosas del Señor son admirables,
no lo es menos que esta del santísimo Sacramento es el compendio de todas sus
maravillas. Aquí, como dice S. Agustín, depositó Dios su omnipotencia: siendo
omnipotente, no pudo dar más; siendo sapientísimo, no supo dar más; y siendo
riquísimo, no tuvo que dar más. Por eso quiso Dios que una obra tan grandiosa
fuese representada desde el principio del mundo por varias sombras y figuras, a
fin de que apreciáramos más la grandeza de ese misterio. O sino, ¿qué otra cosa
era el árbol de la vida, la fuente de cristalinas aguas, el pan y vino ofrecidos
por Melchisedech, los panes de Proposición, el pan ceniciento de Elías, el
cordero pascual, el mana y otras mu chas figuras, sino anticipadas
representaciones de ese Sacramento de Sacramentos? Pan de los Ángeles, manjar
divino, alimento eterno de los justos, viático o provisión para el camino de la
eternidad, que conduce las almas a Dios, según el sentimiento de san Agustín: he
aquí los nombres para dar una idea de lo que excede a toda comprensión. Ese
divino Sacramento es el manantial de todas las gracias celestiales, porque en
él no solamente se nos da la gracia como en los demás, sino también el Autor de
la misma gracia. Con él recibimos principalmente el don de temor filial, porque
el que dignamente comulga puede decir con el Apóstol, que recibió el espíritu de
adopción de los hijos de Dios; pudiendo por él llamar padre a ese Señor, pues
como dice Sto. Tomas (in seq .) « La Eucaristía es el pan de los hijos. De
donde exclama el mismo santo Doctor (Serm. in opus . 57). « ¡Oh convite precioso
y digno de toda admiración, saludable y lleno de toda dulzura!» ¿Pues qué cosa más
grande puede haber que ese celestial banquete, en el cual no se nos dan ni las
carnes de los corderos ni de las becerras, como en otro tiempo en la ley de Moisés,
si no al mismo Cristo que es el verdadero Dios? Mira tú ahora, cuan enamorado
estuvo nuestro angélico joven Luis, todo el tiempo de su vida, de ese augusto
Sacramento, pudiendo decir de él que su amor a la Eucaristía fue su favorita
virtud. Pasando por la casa de sus padres el santo cardenal Borromeo, descubrió
y admiró los tesoros de gracia y perfección que el santo Joven en cerraba en su
alma; exhortóle á que cuanto antes comulgase por primera vez, encargándole que después
lo repitiese con frecuencia. No es fácil explicar la tierna devoción ni los fervorosos
afectos con que aquella inocente alma recibió por la primera vez a su divino
hacedor Jesús sacramentado: inflamado el semblante y bañados sus tiernos ojos
en dulces lágrimas, daban testimonio del divino fuego que ardía en aquel
encendido y abrasado corazón. Durante el tiempo de su vida, la devoción al
santísimo Sacramento fue la más sobresaliente de todas sus devociones, pasando
horas enteras en su presencia al pie de los altares. Vivía continuamente en la
presencia de nuestro buen Dios, haciéndose tan tierno y encendido en su amor,
que solo con oírle nombrar, sensiblemente se alteraba y encendías su semblante.
Cualquier rasgo, cualquiera expresión afectuosa que oyese en la lectura del
refectorio, bastábale para interrumpir la comida. Los tres días primeros de la
semana los empleaba para disponerse a la sagrada Comunión, con aquellos actos
de ternura que solo un corazón tan puro como el suyo puede experimentar.
Llegaba el momento de comulgar, y su alma volcanizada de amor quedaba como
fuera de sí misma a la violencia del afecto sensible que en la santa Eucaristía
experimentaba, gastando los tres días siguientes en dar y rendir las gracias al
Señor que se había dignado visitarle. Ese sensible amor a Jesús sacramentado lo
conservó todo el tiempo de su vida; y en los últimos momentos de ella, fortalecido
con ese sagrado viático, voló su hermosa alma a unirse con su amable Criador.
Haz ahora reflexión, congregante y devoto de Luis comparando la frialdad de tu corazón
(aun en el mismo acto de recibir el Pan eucarístico) con el abrasado amor de
ese Serafín dichoso. Atiende bien y verás que la culpa está en tú, y no en Dios;
pues ese mismo es el Señor que es, era y será eternamente cuando lo recibía
Luis; y si tú no experimentas los mismos efectos, es porque tu corazón no está
puro y limpio de los afectos terrenos, estorbos todos de la gracia. Examina
bien tu conciencia, pruébate antes a ti mismo, según el consejo del Apóstol; y
no dudes que te santificarás con tus comuniones. Imita a Luis en la preparación
y acción de gracias para tan santa obra, y él te alcanzará el fervor y amor que
para comulgar bien necesitas.
Se rezarán seis Padre nuestros etc.,
oraciones y demás súplicas, como se hizo en el Domingo tercero de enero.
DOMINGO TERCERO DE SEPTIEMBRE
AMOR AL PRÓJIMO QUE TUVO SAN LUIS.
Por la
señal de la santa Cruz etc., Acto de contrición, como se hizo en el Domingo
tercero de enero.
Considera,
cristiano, que el amor al prójimo es aquel mandamiento nuevo que encargó el
Señor en la noche de la cena a sus amados Apóstoles, diciendo que por él serian
conocidos sus verdaderos discípulos y seguidores (S. Joan. 13 v. 34). Advierte
la necesidad que tenemos de amar a nuestros prójimos, no solo porque en ellos
reside la imagen de Dios, sino también porque fueron redimidos por la preciosa
sangre de Jesucristo, a la par que nosotros. Estamos obligados a amarles por la
semejanza de la naturaleza, y más particularmente por la de la gracia; pues destinados
son, como cada uno de nosotros, a un mismo fin; unidos con nosotros con los
vínculos de la fe y de la religión, según la común participación de unos mismos
Sacramentos. Por cuyas razones, expresamente nos lo manda el Señor por San Mateo
(22.v.39) diciendo “amarás a tu prójimo como a tú mismo.” De tal manera, que el que no ama a su hermano,
tampoco puede amar verdaderamente a Dios, porque el amor de Dios está fundado
en el amor del prójimo, y este recíprocamente en aquel, sin ser posible cumplir
con el uno faltando al otro. Este amor al prójimo ha de ser fundado en
Jesucristo, esto es, debemos amar a nuestros hermanos con amor santo y
verdadero, procurándoles la eterna felicidad, y ayudándoles ya con auxilios, ya
con consejos, para su santificación: ese amor ha de ser por Jesucristo, esto es,
considerando en ellos al mismo Salvador, haciéndoles todo el bien posible como
si a este mismo Señor lo hiciésemos, sabiendo por su boca que cuanto hiciéramos
a uno de sus pequeñitos, esto a él mismo lo hacemos. Contempla tú ahora a
nuestro angélico joven San Luis enardecido con el amor del prójimo, con todas
esas cualidades. Ya religioso, enviado por el Padre General a apaciguar los
ánimos fuertemente enconados de su hermano Rodolfo y del Duque de Mantua, sobre
el señorío de Solferino; vuela allá en alas de la caridad ese Ángel de paz, y
al momento de hablarles, quedaron reconciliados con perpetua amistad. Guiado de
ese mismo fervor, hizo una plática sobre la caridad, con la cual edificó a
todos cuantos tuvieron la dicha de oírle. Mas no fueron estos los únicos rasgos
de amor al prójimo: contémplale al servicio de todos sus hermanos en los
empleos más humildes de la Compañía; mírale también a la cabecera de los
enfermos, con que ansias, con que fervor los asiste, tanto en lo tocante al
cuerpo, como en lo perteneciente al alma. Dígalo la misma Roma, en aquel voraz
contagio que por momentos reducía toda la Italia a un vasto sepulcro: aquí fue
consumada esta víctima en holocausto precioso al Señor, a impulsos del amor al prójimo.
Avergüénzate tú en vista de ese ejemplar que se te pone hoy a la vista; pon la
mano en tu corazón, y fácil mente hallarás que no solo no amas al prójimo como
hizo Luis, sino que tal vez lo miras con desprecio, no sabiéndole sufrir por
amor de Dios, ayudarle en sus necesidades, visitarle cuando enfermo, consolarle
en sus aflicciones. Y ya que como congregante y devoto de Luis, te propones
imitar sus virtudes, imítale en la caridad al prójimo, socorriéndole en sus
necesidades, considerando que cuanto por él hicieres, lo haces por el mismo
Dios, quien te lo premiará; y confundido de tú mismo, di a Dios con San Lorenzo
Justiniano (Sermo. 10 de verbis Domini). ¡Oh clemencia grande de Dios! Oh
caridad! Oh que inefable premio se nos promete si nos amamos mutuamente! si nos
prestamos aquellos buenos oficios que uno de otro necesitamos! Haya entre
nosotros verdadera caridad; cumplamos con un precepto cuya observancia es un
beneficio común a todos. Oh mi Dios! dadme que ame al prójimo como a mí mismo,
por amor de Vos.
Ahora se rezarán seis Padre nuestro etc. oraciones
y demás súplicas, como se hizo en el Domingo tercero de enero.
DOMINGO TERCERO DE OCTUBRE
DEL GRANDE AMOR QUE TUVO SAN LUIS A LA INMACULADA VÍRGEN MARÍA
Por la
señal de la santa Cruz etc. Acto de contrición, como se hizo en el Domingo
tercero de enero.
Considera,
cristiano, que la virgen María, madre del Verbo encarnado, es como dice S. Juan
Crisóstomo (in liturgia) templo animado de Dios, morada amplísima de aquel que
por su naturaleza no puede ser comprendido, en quien el cielo y la tierra
descansan y tienen reposo. De aquí es, que todos los santos Padres han agotado
sus ingenios para elogiar esa Virgen escogida; pero al cabo, todos han confesado
su cortedad en el empeño; llegando un piadoso y sabio escritor a decir que para
alabar dignamente a María, no bastan ni la facundia de los retóricos, ni los sutiles
argumentos de los filósofos. Ella es aquella benditísima Madre que a todos nos
concibió espiritualmente al pie de la cruz: por eso es, que después de su
soberano Hijo, no hay criatura que más cuidado tenga del género humano. O sino,
¿quién sino ella nos defiende de todas nuestras aflicciones? ¿Quién tan presto
previene a librarnos de las tentaciones que nos amenazan? ¿Quién de los pecados
cometidos en que nos vemos enlazados, nos excusa para con Dios, y hace que nos
espere a penitencia? Verdaderamente es feliz aquel a quien tan soberana Reina
se digna poner sus cándidos ojos de misericordia; el cielo se llena de
predestinados, el infierno pierde su presa a cada momento: todo lo cual nos muestra
el grande poder de María, que en sentir de S. Pedro Damián, se acerca al trono
del Altísimo, no como a esclava que suplica, sino como a señora que manda;
llegando a decir, que sus súplicas tienen fuerza de decreto. Mira tú ahora,
cuan bien comprendió el poder de María nuestro angélico San Luis, corriendo
desde sus más tiernos años a guarecerse del manto precioso de tan soberana
Señora. Creció tanto en él la fervorosa devoción a María, que a los nueve años
se consagró totalmente a su celestial Reina con voto de perpetua castidad.
Entre los motivos que más le impulsaron para entrar a la Compañía, uno fue la devoción
particular que había observado se profesaba a la santísima Virgen en dicha Religión;
y esa amable Señora quiso recompensarle muy visiblemente el grande amor que la tenía,
cuando en el día de la Asunción, después de haber comulgado, le habló con clara
y distinta voz articulada por el hermoso simulacro que con el título del Buen
Consejo se venera en el Colegio Imperial de Madrid, intimándole que entrara a
la Compañía. Obtenido permiso de su Padre para ser religioso, se encaminó a
Loreto a rendir las gracias a su celestial Libertadora. En aquella santa
capilla corrió libremente su devoción y su ternura a la santísima Virgen,
desahogando su corazón en inflamados afectos y en lágrimas de amor. Allí renovó
el voto de castidad, después de haber comulgado; y de nuevo se consagró a la
Madre de Dios. Entrado ya religioso, llegó a ser tan tierno en esa devoción,
que ya se tenía gran cuidado en las conversaciones de evitar ciertas voces algo
más afectuosas y expresivas, por excusarle una alteración que podía perjudicar
gravemente su salud; pues no pudiendo caber ese volcán de amor en su pecho,
frecuentemente se expresaba en dulces lágrimas por los ojos. Con solo ver una
flor o una estrella crecían sus incendios. Ese amor no se desmintió ni bajó jamás
de punto en Luis en el tiempo de su vida, y en la hora de su muerte espiró
teniendo los ojos fijos a una imagen de María que delante tenía. Compara tú
ahora, congregante y devoto de Luis, la frialdad y tibieza de tu amor para con
María, con los fervorosos incendios de tu angélico Protector. ¿Cuantas veces
has puesto la mano al arado, y has mirado atrás? ¿Te parece bueno que María te
esté aguardando para abrazarte, y tú siempre irresoluto permanezcas en tus negligencias
y faltas? Ea, anímate ya a la vista de Luis, haz firme propósito de presentar
cada día algún obsequio a María, ayuna en los sábados, comulga en sus
festividades con todo fervor; y ella te guardara, y en la hora de tu muerte presentará
tu alma por intercesión de Luis al trono de su divino Hijo haciéndola feliz por
toda la eternidad.
Ahora se rezarán seis Padre nuestros etc.,
oraciones y demás súplicas, como se hizo en el Domingo tercero de enero.
DOMINGO TERCERO DE NOVIEMBRE
MUERTE DE SAN LUIS GONZAGA.
Por la señal de la santa Cruz etc. Acto de contrición, como se hizo en el Domingo tercero de enero.
Considera,
cristiano, que como dice el Real Profeta (Salm. 115.) “Preciosa es a la
presencia del Señor la muerte de sus Santos”. Como su vida ha sido una continua
preparación para la muerte, o por decirlo mejor, su vida ha sido una continua
muerte, resulta de aquí que ningún temor tienen a perder la vida. Llevaron
ellos, según consejo del Apóstol, una vida con temor y temblor para lograr su salvación;
mas con la muerte ven alejarse ese mismo temblor y temor, por cuanto Dios, les
convierte las amarguras de ese trance en esperanzas de suavidad. De donde dice
San Ambrosio (de bono mortis) que la muerte para el varón justo es un puerto el
más seguro; cuando al contrario es naufragio para el pecador. San Juan Crisóstomo
dice que la muerte solo tiene el nombre de tal para los justos; y que aun ese
mismo nombre se le quita (sup. Matth. 10). De aquí nacen aquellos piadosos
sentimientos de los hombres justos puestos en el trance de la muerte. Qué suspiros,
qué deseos más vehementes para ver la patria por la cual tantos años suspiraron!
¡Cuál es su alegría, cuando experimentan ya la entrada a la gloria del cielo! Jamás
hubiera pensado que al tiempo de espirar (dice un piadoso Varón) se pudiese experimentar
tanta dulzura. De aquí, aquella impaciencia santa para librarse del peso de
esta vida. El santo profeta David nada pedía con más fervor en sus oraciones,
que verse ya en la presencia de Dios. (Sal. 41). “Sedienta está mi alma del
Dios fuerte vivo: ¿cuándo vendré y pareceré delante la cara de Dios?” Anhelando
por esto mismo, repetía sin cesar el Apóstol, «deseo ser desatado, y estar ya
con Jesucristo.» Mira tú ahora, según estos antecedentes, cuan dulce había de
ser la muerte de nuestro angélico joven Luis. Toda su vida fue una continua preparación
para la muerte; más en el último año subió de punto su fervor. Obligado por el
P. General a que desde Milán se restituyera a Roma, obedeció con el mayor gusto;
habiéndosele dado a entender en la oración, con no sé qué seguridad, que se
acercaba el fin de su vida. Herido del contagio sirviendo con fervor cristiano
a los enfermos del Hospital en aquella enfermedad popular que afligía toda la
Italia, pidió con instancia que se le administrasen los santos Sacramentos, y
los recibió con tanta serenidad y devoción, que sacó lágrimas a todos los
circunstantes. Tenía siempre en la mano un Crucifijo, y una imagen de la santísima
Virgen delante de sus ojos. Habiendo recibido un expreso de la Marquesa su
madre, la escribió despidiéndose de ella con términos tan tiernos y afectuosos,
que se deshacían en lágrimas cuantos leyeron la carta. Dijéronle después que
los médicos le daban solo ocho días de vida; y fue tanto su gozo, que convidó a
los presentes à que le ayudaran a rezar el Te Deum en acción de gracias al Señor
por una noticia tan alegre. Fuéle á visitar un Padre, y luego que le vio, exclamó
como transportado: «marchamos padre mío, y marchamos con alegría.» Tres días
antes de morir se puso sobre el pecho un Crucifijo, y con semblante risueño repetía
sin cesar aquellas palabras del Apóstol, «deseo ser desatado, y estar con Jesucristo.»
Llegó por fin el jueves 21 de junio de 1591, en que aquel año cayó la octava de
Corpus; y aunque no se conocía novedad alguna en su enfermedad, dijo que
aquella noche moriría, como en efecto se cumplió, entregando dulcemente su
dichoso espíritu en manos de su Criador a los 23 años, 3 meses, 11 días de edad,
y a los seis de su entrada a la Compañía. Entra ya en cuentas contigo mismo,
congregante y devoto de Luis; discurre qué camino has seguido hasta aquí para
alcanzar (cual nuestro angélico Joven) una muerte dichosa en el ósculo del
Señor. Mira que tal es la muerte, cual ha sido la vida que se ha llevado: si
vives cristianamente, morirás en el abrazo del Señor; mas іау de ti! si tus
obras no son cual prometiste en el sagrado Bautismo, tiembla mil veces, tiembla,
corrige tus extravíos pasados con una verdadera penitencia; y no dudes que
tendrás a Luis en aquel riguroso trance en la cabecera de tu cama, para
ayudarte y llevarte al cielo, morada de los Santos, por toda una eternidad.
Ahora se rezarán seis Padre nuestro
etc. oraciones y demás súplicas, como se
hizo en el Domingo tercero de enero.
DOMINGO TERCERO DE DICIEMBRE.
GLORIA DE SAN LUIS GONZAGA.
Por la
señal de la santa Cruz etc. Acto de contrición, como se hizo en el Domingo
tercero de enero.
Considera,
cristiano, que la gloria del Cielo según dice San Agustín (lib . 3 Trin . 6) es
aquel estado eterno, cierto e inmutable, libre de todo género de males, lleno
de todos los bienes de naturaleza, gracia y gloria. Estado felicísimo, del cual
disfrutan ya las almas de aquellos varones que, mientras vivieron, triunfaron
del mundo, demonio y carne. Estado inefable, por cuanto dice el mismo santo
Padre, que del Cielo más fácilmente podemos decir lo que no es, que lo que es:
no hay allí, ni muerte, ni llanto, ni cansancio, ni enfermedad, ni frio, ni
calor, ni corrupción, ni tristeza alguna. Porque qué cosa más buena o que felicidad
más completa puede haber, que vivir con Dios y para Dios? De donde con razón
dice San Gregorio (Homil. in Evang.) que si se consideran aquellas cosas que se
nos prometen en el Cielo, quedan envilecidas todas las que tenemos en la
tierra; porque todo lo de este mundo, comparado con la felicidad eterna, carga
es, no alivio. Oh! reino bienaventurado, en el que la juventud jamás se
envejece, el esplendor no se deslumbra, la salud no se marchita, el gozo jamás
fenece, y una vida así feliz y dichosa no tiene término. Por eso es, que el
Real Profeta lleno de alborozo exclamaba (Salm. 83. v . 12): “¿Cuán amables son
tus tabernáculos, Señor de los poderíos? Mi alma desfallece у codicia por los
atrios del Señor. Mi corazón y mi carne se regocijaron en el Dios vivo.” Mas
¿qué podremos decir de esa bienaventuranza eterna, cuando el Apóstol después de
haber sido arrebatado hasta el tercer cielo, testifica haber oído cosas que no
es lícito al hombre hablarlas? Y a la verdad, excede todo discurso y toda razón
humana, aquella honra, aquella hermosura, aquella magnificencia y majestad que
Dios ha preparado para aquellos que le aman. Mira tú ahora, cuanta haya de ser
la gloria que disfrute en el Cielo nuestro angélico joven Luis; pues la fe nos
enseña que la gloria de los Santos en el Cielo es proporcionada al número y excelencia
de las virtudes que han practicado sobre la tierra. Grandes fueron sus virtudes,
y así también grande es su gloria. Consultemos sino a Sta. María Magdalena de
Pazis, la cual en el día 4 de abril de 1600, estando en uno de sus
acostumbrados éxtasis, comenzó a exclamar de repente, con uno como especie de
entusiasmo: « ¡O que gloria es la de Luis, hijo de Ignacio! Nunca la hubiera creído,
si no me la hubiera mostrado el Señor. Paréceme que no he visto en el Cielo
gloria igual a la de Luis; digo que Luis es un gran santo; tenemos muchos
santos en la Iglesia, que no creo estén tan elevados. Quisiera poder ir por
todo el mundo para decir que Luis es un gran santo, y quisiera mostrar la
gloria de que goza, para que fuese glorificado el mismo Dios; fue elevado a
grado tan sublime, porque trajo una vida interior. ¡O cuanto amó Luis en el
mundo! Por eso goza ahora de Dios en el Cielo, con una gran de plenitud de
amor.» Calló la Santa después de habernos dado un testimonio tan ilustre de la
gloria de Luis. ¡Qué confianza pues no debemos tener en la intercesión de un
Santo tan allegado al trono del Señor! Ea pues, congregante y devoto de Luis,
anímate con la consideración de lo muy válido que es para con Dios nuestro angélico
Tutelar. Si el mundo te persigue, si los pensamientos menos puros te molestan,
si la carne levantare sus rebeliones contra el espíritu, si la ambición y
orgullo, si en suma, todos los vicios quisieran hacer presa de tu corazón, mira
a Luis, busca a Luis, invoca a Luis, que en él hallarás remedio para todas tus
necesidades. No dudes de su poder para con Dios. Pregúntalo sino a Ersilia
Altisimi, y ella te dirá que le vio muy resplandeciente ante el trono del
Altísimo, y que al ofrecer las súplicas de sus devotos, las admitía Su Divina
Majestad de un modo apacible, y le decía una y más veces, pide y otorga. Sé
pues constante en su devoción, practica con fervor los piadosos ejercicios de
la Congregación; pues esta no tiene otro fin, que presentándote a Luis como a
ejemplar de todas las virtudes, procures en lo posible imitarle, para que merezcas
un día gozar en su compañía de la gloria del Cielo por toda una eternidad. Amen.
Ahora se rezarán seis Padre nuestros etc.,
oraciones y demás súplicas, como se hizo en el Domingo tercero de enero.
FIN DE LOS EJERCICIOS.
HIMNO AL INCLITO
PATRON DE LOS JÓVENES SAN LUIS GONZAGA
Con laureles
juventud avanza,
Tierno canto
difunde de honor,
Å Gonzaga tributa alabanza,
A Gonzaga tu fiel bienhechor.
1.
Cielo santo,
serena mi mente,
Rayo excelso de
luz peregrina,
Dulces sones a mi
pecho inclina,
Melodías, sublime cantar;
Pues un Ángel
empeña mi pluma,
Del Olimpo en el
suelo humanado,
Sea santo también
mi cuidado,
Sea fuego mi tosco
loar.
2.
Entre espinas
agudas nacido,
Castellón admiró
tu frescura,
Azucena cual cándida,
pura,
Dó brotaras só
regio dosel:
De tu madre querer
sorprendente
Le robaste con
dulce sonrisa,
Desatando tus
labios aprisa
Por Jesús, у María
en pos d ' él
3.
De la cuna no bien
has salido,
En las armas
buscan tu recreo;
Lo que dicen los
tuyos ser juego,
Es amago del rey infernal:
Te respeta la
rueda sangrienta
De cañón disparado
sin arte,
No naciste por
bélico Marte,
Sí naciste por
Dios inmortal.
4.
Advertido de
culpas ligeras,
Noche y día tus
ojos abiertos
Dulces perlas
destilan expertos,
Roja sangre
salpica el ajuar;
En la corte
desierto formaste
Macerando tu
cuerpo inocente,
Juntas libres de
fiel penitente
Con candor que
profesas sin par.
5.
Entre grandes del mundo,
afanosa
Sin mancilla
pulula tu vida,
Nunca nunca se vio
desmentida
Por dó quier tu
probada virtud.
Mas de carne
placeres nefandos
Fascinar no
pudiendo tu encanto,
De María prendido
en el manto,
En el claustro
buscas la salud.
6.
Con Ignacio seis
años cumplidos
Rozagante bandera agitaste,
Bello joven al
orbe mostraste
Cuanto puede de
Dios el amor.
Mártir mueres
oculto y bien mío!
De la Iglesia
brillante lucero,
Jesuita siempre placentero,
De Jacob
consagrado al Señor.
7.
Pues Luis cual
Cherub en el Cielo
Loor cantas al
Dios sacrosanto,
Remontando tu
vuelo ya a tanto,
Que celeste
tremolas pendón:
Triunfa triunfa
por siempre afamado
En los pechos que
por ti respiran,
Y de aquellos que a
tú solo miran
Guarda siempre la CONGREGACION.
CORO.
Con laureles
juventud avanza,
Tierno canto
difunde de honor,
A Gonzaga tributa alabanza,
Á Gonzaga tu fiel bienhechor.
FIN.
Colaboración de Carlos Villaman
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