DÍA XXIII
MEDITACIÓN. — LA MADRE DE LA GRACIA
Qui me invenerit inveniet vitam. (Prov. VII 1-35.)
El que me hallare hallará la vida.
La piedad para con la gran Madre de
Dios ha sido siempre en los Santos notabilísima, principal. Parece que, la
divina Providencia se complace en manifestar que. así como el Santo de los
santos nació, creció y se desarrolló en ciencia y en virtud bajo la tutela
maternal de su madre santísima la Virgen María, todos los elegidos han de nacer
y crecer y desarrollarse, bajo la protección de esta graciosísima Madre. Que no
en vano la dio al hombre por madre verdadera en el árbol sangriento. Pero, así
como en el firmamento de la santidad resplandecen los santos con distintos
resplandores, porque al decir del apóstol, unos brillarán como el sol, otros
como la luna y otros como las estrellas, así se distinguen por su devoción
piadosa y confiada para con la excelsa madre de los hombres.
Es tal la relación que hay entre el
progreso del alma en los caminos de la santidad con la devoción a la Madre del
Santo de los santos, que podemos afirmar que la base de la santidad es la
devoción a la Virgen Santísima.
Las palabras de los Santos Padres y
Doctores de la Iglesia son elocuentísimamente arrobadoras cuando hablan de la
Virgen Santísima en su actuación corno Madre de la divina gracia. Unos llámarola
'Tesorera de las gracias. (S. Metodio y S. Juan Damasceno), otros «único puente
de Dios a los hombres. (S. Proclo), éstos «Llave y puerta del cielo. (S.
'Efrén), y aquéllos. Fuente y canal de las gracias (S. Antonio y S. Bernardo).
en fin, por resumirlos todos en uno recordaremos las frases devotísimas de S.
Efrén. «Por Ti, ¡oh María! se ha derivado y se derivará toda la gloria, honor y
santidad, desde el mismo Adán hasta la consumación de los siglos, a los
apóstoles, profetas, justos y humildes de corazón, ¡Oh sola Inmaculadísima! y
en Ti se goza llena de gracia toda criatura.» La sagrada Liturgia, en
conformidad con la tradición constante, acomoda a cada paso y en este sentido
palabras infalibles de la Sagrada Escritura. Que, si Jesucristo, dice de sí
mismo que es «El camino, la verdad y la vida, la Iglesia predica, y enseña y
cree que en María se encuentra la gracia necesaria para caminar por ese camino,
para poseer esa verdad y gozar de esa vida, cuando pone en los labios de esta
celestial Señora estas palabras. 'En ml se encuentra toda la gracia del camino
y la verdad, en mi toda esperanza de vida y virtud.»
La santidad, es. pues, fruto
riquísimo del árbol de la devoción a María. Y ella a sus predilectos les ofrece
este sabrosísimo manjar desde los albores de la vida espiritual. En los escasos
momentos de tregua que me concedía el dolor, era mi mayor goce tejer coronas de
margaritas y miosotas para la Virgen María. Estábamos a la sazón en el hermoso
mes de mayo, y la naturaleza toda se engalanaba con flores primaverales; sólo
la florecita languidecía brillaba a su lado un sol bienhechor, la imagen
milagrosa de la Reina de los Cielos, y a menudo, muy a menudo, volvía la
florecita su corola hacia ese astro bendito.
De ese astro bendito esperaba la luz
que disipase las tinieblas del espíritu y el calor que le devolviese la salud perdida.
No encontrando auxilio alguno en la tierra, y casi a punto de morir de dolor, volvimos
también hacia mi Madre del cielo, pidiéndole con toda mi alma que tuviera
compasión de mí.
De repente se animó la imagen; la
Virgen Santísima tornóse hermosa, pero de una hermosura tan divina, que jamás
encontraré palabras para describirla. Su rostro respiraba inefable dulzura,
bondad, ternura, pero lo que me penetró hasta el fondo del alma su hechicera
sonrisa. En aquel mismo instante se desvanecieron todas mis penas, y dos
gruesas lágrimas brotaron de mis ojos, deslizándose silenciosamente...
Ah, eran lágrimas de purísimo gozo celestial.
La Santísima Virgen se ha acercado a mí; me ha sonreído. Que feliz soy, pensé
yo. Mas no lo diré a nadie porque esto haría desvanecer mi felicidad. Si, la
florecita iba a renacer a la vida; un rayo luminoso de su dulce sol la había
recalentado y librado para siempre de su cruel enemigo: Pasó el sombrío
invierno, cesaron las lluvias, y en honor de la Virgen María se fortaleció de tal
manera que, cinco años después, se desarrollaba en la fértil montaña del
Carmelo.
En el Carmelo, asiento de la
devoción a la Virgen aprendió a amar a la Virgen María de tal modo, que se la Oía
a menudo exclamar: ¡cuánto amo a la Virgen María! Si hubiera sido sacerdote, con
cuánto encomio hubiera yo hablado de ella: Nos la presentan inaccesible;
debieran presentárnosla imitable. [Tiene más de madre que de reina! Se ha dicho
que su brillo eclipsa el de todos los santos, así como el sol, al aparecer la aurora,
ahuyenta las estrellas. Dios mío, cuán extraño es esto: Una madre que ofusca la
gloria de sus hijos: Yo pienso todo lo contrario; creo que aumentará, pero en
mucho, el esplendor de los elegidos... ¡La Virgen María! ¡Cuán sencilla parece
que debió ser su vida!
EJEMPLO
CONVERSION Y GRACIAS DE PIEDAD
Génova (Italia), 8-12-1913.
Durante 25 años he permanecido
esclava de inclinaciones perversas y todas mis tentativas de regeneración daban
por resultado una nueva caída. En todo este tramo de iniquidades se encontraba
un hilo de Oro quo no desapareció jamás por completo; era devoción por la Santísima
Virgen.
Al comenzar este año he leído
algunas páginas de la Florecilla de Jesús y de su Lluvia de Rosas. Sentí nacer
entonces en mi corazón una gran esperanza, y recogiendo todas fuerzas esparcidas,
conjuré a esta alma tan pura a que tuviese piedad de mí y me retirase del
cenagal de los vicios.
Al instante abominé el pecado,
abominación seguida bien pronto de grande y sincero arrepentimiento y de una
confianza infantil en la bondad de Dios. Esta confianza me ha llevado a la
Sagrada Mesa; ahora comulgo todos los días, cosa que me parecía imposible hace
algunos meses. En fin. he llegado a temer el pecado mortal más que la muerte.
Jaculatoria: ¡Oh Madre adorada: en los momentos angustiosos de la
tribulación... Mírame con compasión... No me dejes... Madre mía...
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Oh florecilla de Jesús! que por tu singular devoción para con la Madre de Dios mereciste ser regalada con la hechicera sonrisa de sus purísimos labios en los momentos de mortales y desconsoladoras angustias, yo te ruego, queridísima Santita, que infundas en mi alma y acrecientes sin cesar la devoción a la Virgen Santísima, mi madre adorada, para que imitando sus virtudes merezca en la vida y en la muerte la mirada de compasión de sus ojos maternales; y para más obligarte te recordamos tus inefables promesas en favor de tus devotos con las siguientes:
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