NOVENA ANGÉLICA DOLOROSA DE LOS MIL ANGELES MARIANOS Y EL ARCÁNGEL SAN MIGUEL, QUE ASISTIERON DE GUARDA A MARÍA SANTÍSIMA
Dispuesta
en meditaciones por el Dr. D. Juan Ignacio de Castorena, Capellán y Predicador
de su Majestad, Teólogo de la Nunciatura, Catedrático de Prima, Calificador,
Vicario General y Tesorero Dignidad de esta Santa Iglesia Metropolitana de
México.
Sacada
a la luz por el Pbro. Julián Gutiérrez Dávila, Presbítero de la Sagrada
Congregación de San Felipe Neri de México.
Con
licencia eclesiástica
Año
de 1720
ACTO
DE CONTRICIÓN
Señor
mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criado y redentor mío, pésame de
haberos ofendido por ser Vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas,
con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis potencias, con todos mis
sentidos, con todo mi se. ¡Oh! Y quien os amará con aquel ardentísimo amor con
que os aman todos los justos de la tierra y Santos del cielo, y arde en el
glorioso Arcángel San Miguel y los mil Ángeles, testigos de vuestros dolores,
con aquel amor con que os adoran eternamente los más amantes serafines, con San
José, y todo el resto de vuestra Cote Celestial. ¡Oh! Quien os amará con aquel
purísimo amor con que os ama vuestra Madre Santísima, con aquel amor inmenso
con que me amasteis a mí, miserable pecador, por una eternidad. ¡Oh! Quien
tuviera los corazones de todos para amaros, un mar de lágrimas para llorar mis
culpas, y las voluntades de todos para amaros sin termino y alabaros sin fin.
Pésame, Señor, no morir de pesar de haber cometido tantas ofensas conta tu
infinita bondad. Merezca participar de aquella penetrante espada de Dolor, que
atravesó el castísimo Corazón de vuestra Virginal Madre en vuestra Pasión, en
que siendo la más cruel herida mi soberbia y obstinación, llore con su
Majestad, lo que lloró por mi y por Vos. Pésame Señora, una y mil veces todo o
que os he ofendido: ofrezcos en satisfacción de mis pecados, todos vuestros
dolores, afrentas e ignominias, ofrezcos todos los dolores de María Santísima,
y todas sus lágrimas, con todos los reverentes obsequios de sus mil Ángeles,
ofrezcos cooperar, procurando imitaros con toda resignación, ofrezcos la
enmienda de mi mala vida, dadme Señor, una negación a todo lo mundano, para no
emplear mi amor más que en Vos solo, en quien espero, que me habéis de perdonar
y dar gracia, para que no volviendo a reincidir en vuestras ofensa, os goce
eternamente en la Gloria. Amén.
DÍA
PRIMERO
CONFORTA
SAN MIGUEL A CRISTO EN LAS AGONÍAS DEL HUERTO, Y LOS OTROS MIL ÁNGELES ASISTEN
A MARÍA SANTÍSIMA ANGUSTIADA EN EL CENÁCULO
(Mist.
Ciu. P. 2, núm. 1216)
Considera
a Cristo Jesús, nuestro Bien, en el Huerto, y a María Señora,
en el cenáculo. Mira a Cristo, lleno de aflicciones, cubierto de agonías,
cercado de angustias, y oprimido de mortales tristezas que el mismo Señor
explicó a sus discípulos, diciendo: “Mi alma está triste hasta la muerte”
siendo la causa la perdición lamentable de tantos, que por su culpa habían de
malograr el fruto inestimable de su Sangre, la cual, como sentida en sudor
copioso, corría hasta la tierra. ¡Oh que Cáliz para Cristo, tan amago el
malogro de su Sangre! Rehusábase a beber, por el deseo tan grande de la salud
de todos. Vuelve con la consideración al Cenáculo, atiende a la angustiada
Reina, quien, viendo desde allí las agonías del Hijo, tiene el corazón cercado
de imponderables penas, eco lastimoso de las de Jesús, que en triste
consonancia declaró la Señora, a imitación de su Hijo, a las tres Marías,
diciendo: “Mi alma está triste, porque ha de padecer y morir mi amado Hijo y Señor,
y no he de morir con el” ¿Y no se te enternece, alma piadosa, el corazón? ¿No
darás de mano a los placeres del mundo, para compungirte y entristecerte con
Cristo, llorando tus culpas, ocasión de las tristezas de Hijo y Madre? Imita a
los Ángeles de esta Señora, en consolarla, y a su Hijo Santísimo. San Miguel
confortó a Cristo en sus agonías, y San Gabriel a la Divina Reina, la cual
envió algunos de sus Ángeles, para que con una toalla enjuagasen y limpiasen el
venerable rostro del Hijo, bañado en Sangre. Aprende pues, de estos Soberanos
Espíritus, a dar a Cristo y a su Madre algún consuelo en sus tristezas, y
alivio en sus congojas, y di afectuoso con corazón compasivo:
ORACIÓN
Oh,
Jesús dulcísimo, tan lleno de amarguras, que, siendo la alegría de los Ángeles,
y el recreo de los bienaventurados, quisiste recibir tanta tristeza, y ser
confortado de tus criaturas, siendo la misma fortaleza, haciendo eco lastimoso
y tierno tus penas en el triste y afligido corazón de tu Purísima Madre,
asistida también y confortada de sus mil Ángeles. Concédenos, que, imitando su
fineza, hagan eco en nuestros corazones tus penas, y seamos asistimos y
confortados de los Santos Ángeles, para apartar nuestros corazones de todos los
placeres vanos del mundo, que ocasionaron tus tristezas. Y sean solo nuestro
contento, entristecernos contigo, y solo nuestra tristeza verte a ti, que te
ofreces a padecer y morir, y nosotros contigo no morir ni padecer.
-Rezaras
la estación mayor al Santísimo Sacramento, en memoria de las Cinco Llagas y los
Dolores de María Santísima, y al final esta:
Miguel,
en forma visible
Bajó
del cielo, glorioso,
Y
embozando lo gozoso
Explicaba
lo sensible.
Por
imitar lo pasible,
Con
suave cáliz de amor
Este
Ángel consolador,
Admirando
el sentimiento
Envidiara
el sufrimiento,
A
ser capaz del dolor.
DÍA
SEGUNDO
CAMINANDO
EL REDENTOR DE LA CASA DE HERODES A LA DE PILATOS, ES POR ORDEN DE LA SEÑORA,
ASISTIDO DE LOS SANTOS ÁNGELES MARIANOS, PARA QUE NO FUESE HOLLADO Y PISADO DE
LOS MINISTROS
(Mist.
Ciu. P. 2, núm. 1320)
Considera,
como caminando nuestro amoroso Jesús y Redentor del mundo, de la casa de
Herodes a la de Pilatos, por ser mucho el Pueblo, y los crueles ministros,
queriendo caminar con el Señor a gran prisa, deseosos de acabar de darle
sacrílegos la muerte, le llevaban a todo tropel, arrojándole muchas veces en el
suelo, y tirándole inhumanos de los cordeles, hasta hacerle brotar la sangre, y
como llevase el mansísimo Cordero atadas las manos, no pudiendo tan presto
levantarse, con despiadada fiereza, le hollaban, pisaban y herían con
puntillazos y golpes. ¡Oh mansedumbre de Jesús! Oh, Jesús, cuan grande es tu
amor para con los hombres, que tales tormentos te hace sufrir por ellos.
Pondera que traspasado estaría el corazón de la Señora, como crecería su
compasión y se le aumentaría el sentimiento a vista de tormentos tales, la
cual, porque no fuese hollada aquella preciosa Sangre, mandó a sus Santos
Ángeles la recogiesen, y no dejasen fuese otra vez el Redentor hollado, ni
pisado, aunque volviese a caer en la tierra, ordenándoles se lo propusiesen así
a su Hijo amado, para que tuviese por bien su Majestad dispensar en desacato
semejante, conmutándolo en el mérito de obedecerla como a Madre, dándole aquel
consuelo, pues la atendía tan atribulada y afligida. Imita a los Santos
Ángeles, que cumplen todo lo que su Reina les manda, recogen reverentes la
preciosa Sangre, proponen a Cristo (aunque bien lo sabía el Señor) el deseo de
su Madre, a que, rendido el Hijo, es asistido de sus Marianos Ángeles, para no
volver a padecer (aunque sufrió otras infinitas) semejante irreverencia. ¡Oh
alma! No seas parcial a los ministros sacrílegos, tan cruel, que te atrevas a
hollar y pisa la Sangre de Cristo y al mismo Cristo. ¡Oh, Jesús mío! ¿Lo
creerás alma? Todo esto haces cada vez que le ofendes, atravesando así el
Corazón de María, duélete de ello, ve con los Ángeles, acompáñales o pídeles
que te ayuden para asistir a Cristo en tales tormentos, dando a su Madre
Purísima algún consuelo en tales angustias, y lleno de compasión di: Espíritus
Soberanos, alumbrad mi entendimiento, elevad mis afectos para bendecir al Señor
y a nuestra Señora.
ORACIÓN
Oh,
Jesús mío, bien conozco que yo, con mis culpas te he ultrajado, injuriado y
sacrílegamente despreciado la misma Sangre que derramaste por mi remedio. Oh,
Jesús, Jesús, como lo digo, y al pronunciarlo no se me parte de sentimiento el
corazón. Oh, Jesús, Jesús, como cuando lo hice no acabaste conmigo, y me
sepultaste en el infierno. ¡Oh bondad, oh mansedumbre tuya! Por ella, Señor, te
pido, por tu dolorosa Madre y sus Ángeles que en este paso te asistieron, a mí
y a todos nos concedas, que, detestadas nuestras culpas, no solo no volvamos a
cometer semejantes desprecios y ultrajes con que atormentamos también a tu
afligida Madre, sino que, con la asistencia de sus Ángeles, compadeciéndonos de
tus afrentas, evitemos, aun en otros, que, con sus pecados, te aflijan,
ultrajen y desprecien, para que logremos todos el precio de tu Sangre. Amén.
Los
Ángeles con desvelo
Por
impedir el desaire,
Sostenían
en el aire
Al
Mantenedor del Cielo.
Su
rostro no tocó el suelo
Bellos,
a Luzbel hacen guerra,
Y
es el misterio que encierra
El
que el mundo se acabara,
Pues
entonces se juntará
El
cielo con la tierra.
DÍA
TERCERO
DESPUÉS
DE AZOTADO, A CRISTO LE PRESENTAN LOS ÁNGELES, POR ODEN DE LA REINA, LA TÚNICA
QUE LE HABÍAN ESCONDIDO PARA SU MAYOR ESCARNIO.
(Mist.
Ciu. P. 2, núm. 1342)
Considera
alma cristiana, como después de haber con inhumana fiereza de los ministros de
satanás, ejecutando aquel tan sangriento castigo, descargando sobre el virginal
y delicado cuerpo del mas hermoso de los hijos de los hombres, nuestro amoroso
bien y Divino Jesús, tanta lluvia de oprobios y diluvios de azotes crueles, que
llegaron a cinco mil ciento quince, desatando a el Señor de la Columna, le
mandan se devuelva a vestir la túnica que uno de aquellos ministros, instigado
del demonio, le había escondido, para que fuese mayor su afrenta y confusión al
verse así en presencia de tantos, desnudo más tiempo y con mayor escarnio. Pondera
el Corazón de la angustiada Madre, traspasado de indecible tormento, el ver
así, tan lleno de dolores y afrentas a su Hijo, entre tantos, que tan
tiranamente le aborrecían, la cual mandó a sus Santos Ángeles, restituyesen la
Túnica a donde Jesús la pudiese tomar para vestírsela. Oh que paso tan tierno,
si lo meditaras despacio. ¿Para cuando son, alma, los afectos? ¿Para cuándo las
ternuras de un corazón amante? Imita a los santos Ángeles, que obedientes a su
Soberana Reina, ofrecen la Túnica Sagrada a Cristo, poniéndola en el lugar
donde le hallase el Señor para vestírsela: preséntale a esta Purísima Reina y
Dolorosa Madre tu corazón, desnudo de terrenos afectos y afectos tiernos, y
amoroso vestido, para que por medio de sus Ángeles, se lo ofrezca a su desnudo
y escarnecido Hijo, como preciosa Túnica, para cubrir su desnudez y evitar tan
despiadado escarnio, y de lo íntimo de tu corazón, dile a Jesús: Ofrezcote mi
corazón y resigno mi voluntad en tus manos, dame conformidad en todo.
ORACIÓN
¡Oh,
Jesús Divino, tan lleno de dolores por mi amor, y cercado de escarnios! ¡Oh
bien mío, como siente herido mi corazón tus afrentas! ¡Oh si para sentirlas,
fuese mi compasión tan fina, como lo fue la de tu afligida Madre! Ves aquí, Oh
Jesús mío, te presento mi corazón. ¡Oh! Si fuese tan limpio, que, vestido solo
de tu amor, y ocupado de amorosos y tiernos afectos, pudiese como la Túnica más
pura, abrigar tu atormentado cuerpo, y cubrir tu afrentosa desnudez. Concédeme,
Señor, a mi y a todos, que sea tan limpio, que no se dedigne mandar la que es
Madre de la pureza a sus Ángeles, que te lo ofrezcan: dígnate de recibirlo,
pues es lo principal, que me puedes pedir y lo mejor, que tengo que ofrecerte.
El
presidente, no duda
El
que azoten severo,
Al
que era Dios verdadero,
Y
era la verdad desnuda.
La
Sacra Túnica, muda
Un
sayón la escondía,
Pero
un Ángel la traía
Por
persuadir con desvelo,
Que
era la capa del cielo
Pues
se la tejió María.
DÍA
CUARTO
MUESTRA
PILATOS A CRISTO, NUESTRA VIDA, AL PUEBLO, DE QUIEN ES DESPRECIADO, Y LE ADORA
LA PURÍSIMA REINA, Y DE ORDEN SUYO Y SUS MIL ÁNGELES.
(Mist.
Ciu. P. 2, núm. 1347)
Considera
a la Majestad de Cristo, bien nuestro, que, quedando a la crueldad y
muchedumbre de azotes, hecho un Varón de dolores, lleno de llagas, sin lugar
sano desde los pies a la cabeza, todo desfigurado, perdido su aspecto hermoso y
robada su natural belleza, que casi no parecía ser hombre, sino un gusano de la
tierra, oprobio de los hombre y desprecio de la plebe, y que a no se la que
era, apenas le conocía su misma Madre. Juzgando el presidente que, a vista de
tan lastimoso espectáculo, compasivo el pueblo, dejaría de pedirle y
solicitarle la muerte, se lo presenta diciendo: Ecce Homo, pero despiadado el
pueblo, lo desprecia, piden se lo quiten de sus ojos, y que sea Crucificado.
Pondera, como atravesaría el Alma de su afligida Madre, tan tierna y lastimosa
vista de su desfigurado Hijo y Dueño Jesús, por una parte y por otra tan cruel
y fiera tenacidad de la plebe ingrata, tan despreciado, él, que tan digno era
de la mayor honra, culto y veneración. ¿Qué hicieras, alma, si viera a Jesús en
este paso? ¿lo despreciarías, le pedirías la muerte? ¡Oh, Jesús, y bien de mi
alma, cuantas veces lo han ejecutado así mi ingratitud con tan repetidas
ofensas! Vuelve con la consideración a su angustiada Madre, mira como se postra
humilde, adora reverente a Jesús, y manda a sus Santos Ángeles que también lo
adoren. Haz cuenta te lo manda a ti ¿Qué dices? ¿No le adorarás en desagravio
de los que allí le ultrajan? Imita y acompaña a los Santos mil Ángeles, que, al
instante, siguiendo el ejemplo y rendidos al mandato de su Reina, le adoran con
humilde y profunda reverencia. Hazlo así tú, y si hasta ahora le has ultrajado,
le has desconocido, le has pedido con tus pecados la muerte, duélete de ellos,
conócelo, aunque en tan lastimosa figura, por verdadero Hombre y Dios, y uniendo
tu espíritu con el de María Señora y sus mil y un Ángeles, póstrate humilde y
reverente, adórale, diciendo:
ORACIÓN
Oh,
benignísimo Jesús, confieso, reconózcote, adorote y reverencio con los Ángeles
y su Reina, tu angustiadísima Madre, porque sufriste ser así desconocido,
ultrajado y despreciado de los hombres. ¡Oh humildad profundísima de Jesús! ¡Oh
inefable dignación de un Hombre Dios! ¡Oh ingratitud imponderable de los
hombres! Concédenos, Señor, dolor de las ofensas con que tantas veces te hemos
desconocido, injuriado y despreciado tu muerte, y siguiendo el ejemplo y
mandato de tu Madre, en compañía de sus reverentes Ángeles, nos ocupemos en tus
alabanzas, culto y veneración. ¡Oh! ¡Quien tuviera los encendidos afectos de
estos Soberanos Espíritus, el inflamado y fino corazón de tu misma Madre, para
darte la reverencia y adoración que debemos! ¡Oh! ¡Quien te adorara y
reverenciara como mereces tu ser adorado y reverenciado!
La
pérfida obstinación
Desprecia
a Jesús, y atento
De
María el miramiento,
Le
adora en su corazón.
De
Ángeles la adoración
Desagravia
con recato,
A
Jesús, del Pueblo ingrato,
Y
en tan execrable ofensa
Le
permitió el desacato.
DÍA
QUINTO
EN
CONTRAPOSICIÓN DE LA INJUSTA SENTENCIA CONTRA CRISTO, COMPONE MARÍA SANTÍSIMA
UN CÁNTICO, QUE REPITE EN COMPAÑÍA DE SUS SANTOS MIL ÁNGELES
(Mist.
Ciu. P. 2, núm. 1362)
Considera
compasiva, alma católica, como dada contra el inocentísimo Jesús la injusta
sentencia, se iba repitiendo a voz de un pregonero. ¡Oh sentencia inicua! Donde
es tratado por revoltoso y tumultuario, aquel que vino a pone paz entre Dios y
el hombre con su misma vida, por rey y Dios fingido el Dios verdadero y Rey de
la gloria, por reo de muerte el inculpable por naturaleza, entre ladrones quien
no supo robar sino las almas, cargando con la Cruz ignominiosa, llevando en
ella nuestras iniquidades, por librarnos de las afrentas eternas. Y por
malhechor el que es la misma bondad, y de quien proceden todos los bienes del
mundo. ¡Oh mundo ingrato! Pero, oh, Jesús dulcísimo, que tanto sufres por amor
del mundo. ¡Oh, amor de mi Jesús, que así te apropias de mis culpas, siendo en
mis culpas tus mayores penas! Yo debía, Señor, padecer, que soy el reo. ¡Oh, si
llorase mis culpas para que tuviesen en mi logro tus penas! Pésame, Señor, o
fealdad del pecado, que amargos son sus dejos y consecuencias. Pondera, como
cada voz del pregonero y silaba de tan indigna sentencia, hería como una flecha
y traspasaba el tiernísimo corazón de la Madre, que tan conocida tenía la
inocencia suma de su Hijo. Como dulce filomena, aunque convertida en llanto, en
contraposición de tan tristes ecos, compuso un dulce cántico, en loores y
alabanzas de la impecable inocencia, convidando a sus piadosos ángeles, que, en
recompensa de las desentonadas voces de tan amarga sentencia, le acompañasen.
¡Oh, Alma! ¿Sigues con tus culpas las voces desconcertadas de la plebe, que
aplaude la impía sentencia, o las de la dulce Madre, en alabanzas y loores del
inocentísimo Jesús? Advierte lo que debes hacer, pero ¡Ay dolor! Mira como
vives y sabrás lo que haces. Imita a los Santos Ángeles que acompañan y
consuelan a la afligida Reina, entona dulces cánticos en gloria de Jesús,
confesándolo y publicando su inocencia, justicia y santidad, tu bienhechor, tu
Rey, tu Padre, tu Señor, tu esposo y tu Dios, que quiso hacerse Hombre para ser
tratado tan indignamente por tu amor, y agradecida a tales y tantas finezas,
dile de lo íntimo de tu corazón:
ORACIÓN
Oh,
Jesús benignísimo, que, siendo la suma Inocencia, sufriste oír aquella injusta
sentencia, y que fuese en público oída por todos para tu mayor afrenta, que es
la de mis delitos, y que por ellos padeces tales penas. ¡Oh, Jesús mío! Como me
pesa que sean la causa de tus afrentas. Concédenos, Señor, que en adelante sea
solo nuestro empleo en acompañar a tu Purísima Madre, imitando a sus Santos
Ángeles, publicar tus alabanzas, confesar nuestras culpas, manifestar tu
inocencia y santifica tu nombre, para que, libres de toda mancha, nos lleves al
cielo a alabarte y glorificarte entre los abrazados serafines, diciendo: Santo,
Santo, Santo, por toda la eternidad. Amén.
De
los jueces, la insolencia
Es
reprobada malicia:
Quien
condena la Justicia,
Así
mismo se sentencia.
Los
Ángeles, su inocencia
Pregonan,
y que era Dios
Cada
Espíritu veloz,
Viviente
clarín aclama
Y
era la voz de la fama,
Por
ser María la voz.
DÍA
SEXTO
CAMINANDO
NUESTRO REDENTOR CON LA CRUZ AL CALVARIO, ES MAÍA PURÍSIMA CONDUCIDA DE SUS
FIDELÍSIMOS ÁNGLES PARA VERSE CON EL SEÑOR, DESEOSA DE ESTAR CERCANA A SU CRUZ.
(Mist.
Ciu. P. 2, núm. 1368.)
Considera
como camina el pacientísimo Jesús al Calvario con la Cruz tan pesada,
tratándole despiadadamente aquellas fieras más que hombres, cargándole de
oprobios y execrables contumelias, arrojándole a su venerable Rostro asquerosas
salivas y polvo inmundo, tirándole de la soga, y haciendo que con los vaivenes
topase la Cruz con la cabeza, y se renovaban las heridas, cayó en tierra,
abriéndose otras de nuevo. Atiende a la que el pesado madero le abrió en el
hombro. Llevan al Señor a gran prisa, deseosos de acabar con su vida y tan sin
aliento, que parecía desfallecer. ¡Oh, alma penitente, mira lo que a Dios le
pesan tus culpas, que carga en la Cruz! ¡Oh, Cruz, quien se abrazará contigo en
compañía de Jesús! ¡Oh, Jesús mío, dame a sentir cuantos bienes encierra la
ignominia gloriosa de tu Cruz! Crucifica Señor, mis
carnes con tu temor, hazme participante de tus dolores. Pondera, que
atormentada estaría la afligida Señora, ¡que llena de congojas y de angustias!
Como quisiera llevar su amor a la Cruz, para aliviar a su Hijo, y la
muchedumbre de gente le impedía ir tan cerca, como quisiera, pidió al Eterno
Padre estar al pie de la Cruz, de suerte que le pudiese ver corporalmente, que,
con los ojos del alma, nunca le perdió de vista y ordenó a sus Santos Ángeles,
dispusiese se excusase. Esto es, alma, seguir a Jesús de veras, no apartar de
nuestros corazones sus tormentos, ni perder de vista su Cruz: Hazlo así, porque
estos misterios son tan altos, que no pueden menos que hacer grandes efectos el
que atento los considera. Acompaña a la gran Reina, toda verdaderamente
crucificada con Cristo. Imita también a sus Ángeles, que prontos a obedecer, la
encaminaron por el atajo de una calle, donde salió al encuentro a su fatigado y
doloroso Hijo, y con profunda reverencia se postró ante su Real Persona, y le
adoró con la misma alta y fervorosa veneración. Levantose luego, y con
incomparable ternura, se miraron Hijo y Madre, hablando con los interiores
traspasados de inefable dolor. ¡Oh, Alma! Pon a esta gran Reina ante los benignos
ojos de tu atormentado Jesús para que lo vea y te vea a ti en él, y le pida por
ti, acude a sus caritativos Ángeles, para que, encaminándote por el seguro
atajo de la virtud, te pongan a vista de tu Redentor, por la senda de la Cruz,
que es el camino al cielo, y puesta en presencia de su Majestad, adórale,
bendícele y pide misericordia.
ORACIÓN
¡Oh,
Jesús mío, y Redentor del mundo! Bien conozco que el grave peso de mis culpas
es la Cruz tan pesada, como llevas, y mis enormes delitos los tormentos,
injurias y agravios que padeces en tan amargo camino. ¡Oh! Quien con lagrimas
de sangre llorase sus culpas, para aliviarte el peso de la Cruz, y recompensar
tantos tormentos. ¡Oh, mi Jesús! No permitas Señor que huya de tu cruz, antes
si, concédenos a todos, que no gloriándonos sino en tu Cruz, te sigamos con la
que nos dieres y gustares que llevemos: haz que, imitando a tu crucificada
Madre, no te perdamos ni un punto de vista, acompañándote y siguiéndote lo más
de cerca que podamos, para lo cual, ponemos de medianeros a los mil Ángeles
Marianos, que nos encaminen por el seguro atajo de tu Cruz, senda cierta de la
gloria. Amén.
Los
Ángeles de María
Preguntan:
¿Cuál el rigor?
Será
el tormento mayor
¿La
ausencia o la cercanía?
Los
Espíritus son guía
Para
alcanzar a Jesús,
Cuando
iba Aurora a la luz
Del
Sol, en su seguimiento:
Que
mas la acerca al tormento
Quien
la aparta de la Cruz.
DÍA
SÉPTIMO
CLAVADO
CRISTO EN LA CRUZ, AL REDOBLAR LOS CLAVOS, VUELVEN AL SEÑOR EL DIVINO ROSTRO
HACIA LA TIERRA, Y POR ORDEN DE MARÍA SANTÍSIMA, SUS ÁNGELES LE MANTIENEN, SIN
QUE TOCASE EN EL SUELO.
(Mist.
Ciu. P. 2, núm. 1386)
Considera,
como tendido nuestro Salvador sobre la Cruz, aquellos ministros de la maldad
fijaron con duros clavos las sacrosantas manos, que tanto bien habían hecho, y
aquellos soberanos pies, que para su bien tantos pasos habían dado y querido
redobla los clavos, tratan de volver la Cruz y con ella al Mansísimo Cordero
que había de quedar debajo, contra el duro e inmundo suelo. ¡Oh crueldad
inaudita! ¡Oh desmesurada impiedad! ¡Oh la mas inhumana fiereza! Y que es la
tuya, cuando después de crucificar al Señor con tus pecados, lo abate tu soberbia
hasta lo más profundo de la tierra, confúndete, Alma, y cesa ya de inventa
nuevos ultrajes contra tu Dios. Pondera, como aquellos clavos traspasan
juntamente con Cristo el Corazón tiernísimo de María, quedando en la Cruz por
compasión, Crucificada con él, y viendo su amor, crueldad tan extraña, como
intentaba la malicia, pidió al Eterno Padre, no lo permitiese. Y mandando a sus
amantísimos Ángeles, acudiesen y sirviesen a su Criador con semejante obsequio.
¡Oh! Si supieses, alma, impedir a Jesús los ultrajes, pero ¡Oh dolor! Que
clamando al cielo tus culpas, irritas más a la Divina Justicia que contra el
Salvador se excusa, y aumenta sus penas, cuanto más las multiplicas, como no se
te parte el corazón de sentimiento. Imita a los Santos Ángeles que acudieron
luego obsequiosos, sustentando el Sagrado Cuerpo en el aire, para que no tocase
tu Rostro a la tierra, que tan llena estaba de piedras e inmundicia. Haz, Alma
piadosa, semejante obsequio a Jesús Crucificado, y da este consuelo a su
atormentada y desconsolada Madre, coge al Señor en
tus brazos y quede como un sello estampado en ellos, y en tu corazón, para que
todas tus obras y tus deseos no exhalen otro olor que el de Cristo Crucificado
por tu amor, a quien lleno de ternura y compasión dirás:
ORACIÓN
¡Oh,
mi Jesús crucificado, amor mío, como siento tus penas y me llegan al corazón
tus ignominias! ¡Oh, si yo quedase crucificado contigo, para no extender pie ni
mano a ofensa alguna! ¡Oh, amor de mi Jesús, si me crucificases contigo,
traspasando mi corazón con los dulces clavos de tu amor y huyese la cara a todo
lo que es pecado! ¡Oh, si pudiese yo Señor, impedir tus ultrajes o pasarlos por
ti! Concédenos, que, a imitación de tu amante y dolorosa Madre y sus Santos Ángeles,
te mantengamos Crucificado fuera de las inmundicias de la tierra y sus rigores,
en lo más puro y limpio de nuestros corazones, donde como hazezico de mirra,
siempre mores y nunca se aparte de ti nuestros corazones.
Los
Ángeles miran rojos
Por
la Sangre de María,
Cada
gota una sangría
En
las niñas de sus ojos.
Por
estorbar los arrojos,
Sostenían
el firmamento
De
la Cruz, y en su tormento,
Para
copiar su Pasión
Se
hace en cada reflexión
Espejos
su miramiento.
DÍA
OCTAVO
MUERTO
CRISTO, ACUDE MARÍA SANTÍSIMA A SUS ÁNGELES, DESEOSA DE DAR SEPULTURA AL
SACROSANTO CUERPO, PROCURAN CONSOLARLA, LE PREVIENEN CUAL SEA LA VOLUNTAD DE
DIOS.
(Mist.
Ciu. P. 2, núm. 1437)
Considera,
como habiendo la perfidia y malicia logrado el intento de crucificar al Inocentísimo
Jesús, encomendó su Espíritu en manos del Eterno Padre, y expiró, y quedó su cuerpo
pendiente del Sagrado Madero de la Cruz. Advierte, alma, atentamente el
paradero de tus culpas, que son la causa de quita la vida al Autor de ella. ¡Oh,
Jesús mío, qué así supiste dar la vida, porque yo eternamente no muriese! ¿Con
que te pagaré Señor, tan fino amor? Pondera a María Purísima, fijos los ojos en
el cuerpo difunto del Hijo, a quien dio vida en sus purísimas entrañas: Que
traspasado estaría de dolor su corazón, entre tantas angustias, no era el menor
cuidado de quien se lo bajaría de la Cruz, y como le daría honorífica sepultura
y así, vuelta a sus Ángeles, les dijo: Ministros del Altísimo y amigos míos, en
la tribulación, vosotros conocéis que no hay dolor como mi dolor, decidme pues,
¿Cómo bajaré de la Cruz al que ama mi alma? ¿Cómo y donde le daré honorífica
sepultura, que como a Madre me toca este cuidado? Decidme ¿Qué haré? Ayudadme
con esta diligencia. ¡Oh, Madre afligida! ¡Oh, Angustiada Reina limpiad más y
más mi corazón para que sea digno de recibir a tu Hijo! ¡Oh, quien tuviera la
pureza de los Ángeles y la tuya, para que descansase en el cómo honorífico
sepulcro! ¡Oh, si para serlo, fuera como los Ángeles, puro! Imita a los Ángeles,
que, consolando a la Divina Reina, le responden: Reina y Señora nuestra,
dilataste nuestro afligido corazón por lo que le resta padecer. Prestos y
poderosos fuéramos en obedeceros y en descender a nuestro verdadero Dios y
Criador, pero su diestra nos detiene, porque su voluntad es justificar en toda
su causa, y derramar la parte de sangre que resta en beneficio de los hombres,
para obligaros más al retorno de su amor, que tan copiosamente los redimió, y
si de este beneficio no se aprovecharen como debe, será lamentable su castigo y
su severidad será la recompensa de haber caminado Dios con pasos lentos a su
venganza. Oh, Alma, sabe lograr el fruto de la Pasión de Cristo nuestro bien, y
compadécete de su Madre, llena de tanta pena por tu culpa.
ORACIÓN
Oh,
Jesús mío, ¿en quien y por quien vive cuanto tiene ser, como así os sujetáis a los
rigores de una muerte? Mas ya veo, que esto lo hace vuestro amor por liberarme
a mi de la eterna que me amenaza, y darme la gloria. ¡Oh si muriese yo de amor
por ti! ¡Oh si me permitieses que os bajase de la Cruz y diese honorífica
sepultura en mi corazón! Más, si queréis permanecer aún pendiente del leño, para
que en vuestro Cuerpo no quede Sangre, que no derraméis por mí, y acrecentar a
vuestra afligida Madre el tormento, hágase tu voluntad. Haced también, Señor,
que todos aprendamos de tal Maestra, entera resignación en cualquier trabajo
por vuestro amor, concediéndonos la asistencia de sus Ángeles. Amén.
El
Ángel, esta piedad
Excusa,
y si se examina
Siendo
la voluntad Divina,
Fue
en María voluntad.
De
esta fiel conformidad
Es
la razón, porque asombre,
Que
José fuese en el nombre
Quien
de la Cruz le bajase,
Que
un San José satisface
Ya
por Ángel, ya por hombre.
DÍA
NOVENO
BAJAN
A CRISTO DE LA CRUZ, CONVOCA MARÍA SANTÍSMA, DERRAMANDO LÁGRIMAS DE SANGRE, LA
COMPAÑÍA DE SUS MIL ÁNGELES PARA EL ENTIERRO, Y ESTOS PURÍSIMOS ESPÍRITUS
ADORAN A CRISTO DIFUNTO, QUE TENÍA EN SUS BRAZOS, Y SACRAMENTADO EN EL SAGRARIO
DE SU CORAZÓN, VERIFICANDO LA PROFECÍA DEL PROFETA JONÁS.
(Mist.
Ciu. P. 2, núm. 1448)
Considera
el amor y espíritu esforzado con que los Santos José de Arimatea y Nicodemo
pidieron a Pilatos el difunto cuerpo del Divino Maestro para bajarle de la Cruz,
y darle sepultura, la cual obtenida, sintiendo en el secreto de sus corazones la
dulce y suave fuerza del Divino Espíritu, que los movió con afectos tan
amorosos, que confesaron no poderlos merecer ni saberlos explicar: Bajaron al
Salvador del mundo del Madero de la Cruz, y lo pusieron en los brazos de su
afligidísima Madre. ¡Oh, Alma! Nada teme quien bien ama, esfuércese tu
espíritu, ama de vera y nada temerás del mundo. Si hasta ahora con tus culpas
has crucificado a Cristo, con llorarlas arrepentido le bajarás de la Cruz.
Pondera como a María Santísima se le renovarían los dolores, al ver en sus
brazos, tan desfigurado el Cuerpo de su Hijo, como viéndole muerto y reclinado
en sus brazos, fue tal la fuerza de su dolor, que lloró en vez de lágrimas, sangre,
según lo reveló la misma Reina a su fidelísima amante. Advierte como estropeada,
de rodillas le adoraría, como le llegaría a su pecho y a su rostro, bañándolo de
tiernas y sangrientas lágrimas, moviendo a compasión a todos los circundantes,
y aun a los mismos Ángeles, adorándole todos en compañía de su Reina, la cual,
advertidísima en todo, convocó del cielo muchos coros de Ángeles, que, junto
con los mil de su guarda, asisten al entierro de su difunto Hijo. Mira, Alma,
con los ojos del espíritu, aquel cuerpo difunto de tu Jesús, adórale humilde,
mira el estrago que hicieron tus culpas, y llena de sentimiento, únete con tan
ilustre comitiva, para caminar afectuosa hasta el Sepulcro. Imita a los Santos
Ángeles, que descendieron de los cielos, de estos, y los mil marianos, se
ordenó una devota Procesión, y otra de los hombres y piadosas mujeres con la
Divina Madre y con silencio y lágrimas llevaron al difunto cuerpo al sepulcro,
que le ofreció el Justo José, donde después de haberle adorado, le sepultaron.
Quedaron muchos Ángeles para custodia del Sepulcro, por mandato de su Reina, y
con los demás se devolvió, dejando con su Hijo su corazón sepultado. ¡Oh, si
con Cristo supieses también sepultar allí tu corazón! Y, o si como José
dispusiese un nuevo Sepulcro para Cristo, a quien dirá:
ORACIÓN
Oh,
benignísimo Jesús, que, así como te dignaste morir en una Cruz por nuestro
amor, así aceptaste el afectuoso obsequio de tus Santos y Fieles amigos José y
Nicodemo, de que te descendiesen de la Cruz, y diesen honrosa sepultura. Oh, si
yo, ya que con mis cupas te he crucificado ingrato, supiese lloradolas
contrito, bajarte de la Cruz y ofrecerte un corazón purificado y limpio, para
depositarte y tenerte conmigo, y lograr el abundante fruto de tu Sangre y
precioso tesoro de tu Pasión y Muerte. Así sea, oh, Jesús mío, y Redentor de mi
alma. No permita tu bondad que yo me olvide de tu Pasión, sino que permanezca
en mi corazón, para tierno recuerdo y fervoroso estimulo de una correspondencia
amorosa. Válgame el Patrocinio de tu Purísima Madre, que tan de cerca participó
de tus tormentos y el de sus amantísimos Ángeles, que rendidos y obsequiosos, como
a su Reina le asistieron. Por sus penas todas y por el sentimiento y dolor que
tuvo al dejar en el sepulcro tu Divino Cuerpo, te pido nos concedas el fruto de
esta Novena, que es el logro feliz de tu Pasión y Muerte, alcance, o Jesús
Divino, a el mundo todo, pues por todo el mundo diste la vida: pidote en
especial, por la Santa Iglesia, fundada con tu Sangre, por su cabeza, el Romano
Pontífice, y los demás miembros, sus fieles hijos. Por todo aquellos,
especialmente, los que en esta novena se han empleado en considerar, atentos, y
ponderar afectuosos vuestras penas y los dolores de vuestra Madre, y en
obsequio e imitación de sus Ángeles. Acordaos también de las Almas puras,
esposas vuestras, que, en sus prisiones de fuego, detenidas, esperan seguras ir
a gozar el fruto de vuestra muerte, a los descansos de la Eterna Vida, donde os
gocemos todos. Amén.
De
María, la hermosura
Tuvo
en su pecho encerrado,
A
Cristo Sacramentado
Como
viva sepultura.
Traspasada
con ternura
Abrazado
lo tenía,
Y
cada Ángel le diría
(estando
al pie de la Cruz)
María
muere en Jesús
Y
en Jesús vive María.
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