jueves, 30 de enero de 2025

TRIDUO DEL ENFERMO A NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO

 

TRIDUO DEL ENFERMO A NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO


Con la debida licencia

PP. Gerardo Duque

Manuel García Blanco


Tercera Edición

Tirada: 50,000 ejemplares


Librería Gerardo Mayela

Emiliano Zapata 60-B

06060-México, D.F.

Tel. 522-55-56


MONCION 

SENTIDO DEL DOLOR

"Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis" Luc. 6,21. Cristo es nuestro Salvador. El nos libra no sólo del pecado y de los males morales, sino también de todo otro tipo de mal: su salvación es integral y se extiende a todo lo negativo que pudiera haber en el hombre. Y sin embargo también El ha dicho: Bienaventurados los que sufren, los que lloran, los pobres.. Y es que el sufrimiento tiene una misión en nuestra vida, lo mismo que en la de Cristo; por él glorificamos al Padre, dejamos caer la gotita de nuestra cooperación en el torrente de la Redención y, unido al de Cristo, expiamos y merecemos por nosotros y por los demás. Jesús nos librará del dolor siempre que esa liberación, en el plan de su Providencia, contribuya a nuestro mayor bien. Por eso quiere medicamentos para curarnos; por que usemos de la ciencia y de los eso quiere que acudamos a El para sanarnos; por eso sobre todo ha puesto a la vera de nuestro camino a la Enfermera Celestial, a su Santísima Madre y Madre de toda la Iglesia, para que nos dé la salud del cuerpo, si nos conviene y si no, consuelo en nuestra enfermedad y fortaleza cristiana para sobrellevarla.



Por la señal, etc.

Acto de contrición


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS 

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro, celestial Enfermera y Médica divina de los que sufren! tú conoces las miserias y enfermedades de la Humanidad doliente y los dolores de mi existencia. A ti acudo lleno de confianza: soy un enfermo apenado por el sufrimiento de la dolencia que me aqueja, y humilde me postro ante tus maternales plantas. La mano del Señor me prueba con esta enfermedad; las sombras del dolor me envuelven por todas partes, y no sé a qué puertas llamar en mi desconsuelo. Porque los hombres son impotentes para remediar mi mal; no me entienden, me olvidan y abandonan. Los elementos y las medicinas no me sanan, no alivian mis sufrimientos. Tu Hijo Jesús, que llevas en los brazos, al mirarme me dice que a ti me llegue con la esperanza de tu consuelo. El puso en tu Corazón los tesoros de su bondad, y en tus manos las riquezas de su poder. Por eso, Jesús aprieta tus manos, para hacerte Madre del Perpetuo Socorro nuestro, depositando en ellas su poder y su misericordia. Eres, pues, oh María, mi Socorro y mi segura protectora, porque eres Madre de Dios y Madre compasiva y buena, que quiere mi salvación. Descienda de tus manos bondadosas el bálsamo del alivio y de la curación sobre mi cuerpo dolorido, o el consuelo espiritual sobre mi alma, si el dolor sigue purificando mi vida. ¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, porque eres la salud de los enfermos, socórreme; porque eres la Dispensadora de todas las gracias, ayúdame; porque eres el Consuelo de los afligidos, consuélame en mi tribulación. Amén.


DÍA PRIMERO

CONSIDERACIÓN 

Eres Madre, ¡oh Virgen del Perpetuo Socorro! Madre de Jesús, Madre de la Iglesia y Madre mía. Que eres Madre de Dios, me lo dicen esas letras misteriosas que están al lado de las mejillas del precioso Niño que descansa en tus brazos, y que es Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, que murió en la Cruz para salvarnos. Que eres Madre de la Iglesia y Madre mía, me lo dice esa tu mirada bondadosa que diriges hacia todos y hacia mí en particular. Y porque eres Madre de Dios y lo puedes todo, a ti acudo en demanda de protección. Sin más títulos que mis miserias, me atrevo a presentarme ante tu solio poderoso. Aquí te traigo escrito con lágrimas y con sangre el memorial de todas mis amarguras espirituales y temporales. Si se desvanecieron todas las esperanzas humanas, sólo me quedas tú. Ten, pues, piedad de mí, Señora y Madre de Jesús. Y porque eres la Madre de la Iglesia deja experimentar tu poder sobre ella y en particular sobre este miembro dolorido que a ti se acerca. Al tiempo de la Encarnación del Hijo de Dios, fuimos por Ti engendrados, y en el dolor y el amor nacimos al pie de la Cruz. Ahora, Madre, me miras compasiva; y si no tienes brazos donde puedas llevarme, déjame que arrime mi frente a tu Corazón maternal y te cuente mis penas y te diga mis terribles males. Pero los hijos no necesitan emplear muchas palabras para que las madres se den cuenta de los dolores que los agobian y de las penas que los ahogan. Mira, pues, Madre mía, a este hijo tuyo, a quien las lágrimas han arrastrado hasta Ti. Mírame y verás en mis ojos la honda tristeza que tengo por los males y sufrimientos que me da esta enfermedad. Nunca con más razón que hoy te digo: Madre mía, Tú sola después de Jesús eres quien me puede curar. ¡Oyeme y cúrame! En tus manos y en las manos de tu divino Hijo pongo mi salud y mi enfermedad.

(Tres Avemarías).


CURADO INSTANTÁNEAMENTE DE LA GARGANTA

Eran las nueve de la noche cuando siente mi yerno que se le obstruía la garganta y cada vez se ponía peor. La angustia del enfermo al ver que a cada momento tenía más dificultad para respirar se juntaba con la nuestra. Era una muerte lenta, pero al mismo tiempo una de las más dolorosas. Las horas iban pasando y a medida que pasa- ban se iba agravando el enfermo y todos comprendimos que se moría sin remedio. Todo era llanto en la casa y era de ver a sus hijos cuya pena traspasaba el alma. Llamamos al doctor, pero con su visita lejos de aliviarse se empeoró. Nada nos dijo, pero comprendimos que en lo humano nada había que esperar. En aquel momento mi pensamiento voló hasta mi Madre del Perpetuo Socorro. ¡Le debo tantos favores! ¿Por qué no me iba a hacer también aquél? Caí entonces de rodillas ante su Cuadro y con gemidos del alma le pedí no dejara a mis nietos sin papá, que tanto lo necesitaban. Sentir la asfixia del enfermo me partía el alma de dolor; y el imaginar a aquellas pobres criaturas sin padre, duplicaba mi confianza en el socorro de mi Madre del cielo. Y pedía yo y seguía pidiendo con una confianza, que bien sabía no podía dejar de ser atendida por la más cariñosa de las madres. Y así fue. Al punto fueron escuchadas mis plegarias y el enfermo desde aquel momento pudo hablar y se alivió completamente. Y no hubo más medicina. Todo lo había hecho Ella, mi Virgen del Perpetuo Socorro. 

Gracias amorosa Madre.


INVOCACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS 

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Eres la Abogada de todos los que sufren; Reina y Madre de los enfermos. En estas horas de mí dolor vuelvo hacia ti mis ojos suplicantes para depositar en tus manos misericordiosas mi cuerpo dolorido y mi alma atribulada. Eres mi Esperanza en la enfermedad que me aqueja, ¡mi dulce Socorro! Aquí me tienes, cargado con el dolor; te llamo en mi desconsuelo. Tú sabes lo que son penas y cómo punzan las espinas del sufrir. ¡Si eres tú la Madre de los Dolores! Contemplando tu santa imagen, me veo en tus ojos tristes de tanto penar: porque tienes delante la Cruz y los instrumentos de la Pasión de tu santísimo Hijo, y porque ves los sufrimientos de tus hijos, los pobres enfermos, y te compadeces de sus dolores. Lloras tú, Madre mía, cuando oyes el ¡ay! de mis labios por los sufrimientos de mi dolorido cuerpo. Lloras, cuando ves cómo asoman a mis ojos las lágrimas, que suben de mi corazón convertido en mar de profundas tristezas. Lloras, cuando mis miembros se estremecen entre las garras del dolor, cuando la muerte me amenaza con su fría presencia. Por eso, a ti acudo y te llamo en estas horas de mi dolor. Oye mis súplicas, que salen de un corazón que te ama y en ti confía. ¿No eres tú la que va por el mundo derramando las maravillas de tus milagros y el consuelo de tus misericordias? ¿No eres tú la madre en quien Jesús encontró consuelo cuando los ángeles le recordaban los tristes días de la Pasión? A ti Madre buena, Médica divina, Enfermera celestial, levanto mi voz y te digo. Ayúdame.


PRECES LITÁNICAS

¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, en las largas horas de mi dolor y en las noches interminables de mi tribulación.


R/: ¡Madre del Perpetuo Socorro, ayúdame!


En los momentos amargos en que la ciencia duda y el dolor aprieta.


En las horas inquietantes de operaciones graves.


¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, cuando la fiebre consuma mi cuerpo y lo deje extenuado, sin fuerzas y tiemble ante la muerte.


¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, para que la enfermedad con sus dolores desaparezca ante tu presencia y sienta pronto el bálsamo de la salud.


¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, para que sienta el consuelo de tu mirada y la dulzura de tus besos de Madre buena.


¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, para que en la salud y en la enfermedad te llame Madre y me acuerde siempre de ti.


¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, para que por todos los que sufren: seas proclamada Madre y Consuelo de los enfermos.


SÚPLICA FINAL

¡Oh María, Virgen del Perpetuo Socorro! Por tu bondad maternal, escucha y consuela a tus enfermos, que son tuyos por el dolor. 


¡Madre del Salvador! Ruega por nosotros.


¡Dulce Corazón de María! Ayúdame a salvarme.


¡Salud de los enfermos! Ruega por nosotros.


Por los triunfos gloriosos de tu Inmaculada Concepción, protégenos, ayúdanos, sálvanos.


¡Oh María!, Consoladora de los afligidos, ten misericordia de nosotros.


¡Madre del dolor, Madre del amor! Muestra que eres mi Madre.


¡Santa María! Líbranos de las penas de la enfermedad y del dolor.



DÍA SEGUNDO

CONSIDERACIÓN 

Eres Socorro, ¡oh Virgen Santísima!, como tú misma te dignaste llamarte al revelar tu nombre a aquella niña en Roma, cuando te apareciste para pedir expusieran tu imagen santa a la veneración de los fieles. Socorro del mundo, porque por disposición divina eres Dueña de todos los bienes y Dispensadora de todas las gracias. Con tu gran siervo San Alfonso María de Ligorio exclamaré: "Todo lo bueno que de Dios recibimos, lo recibimos por la intercesión de María"; y con el santo Pontífice Pío X: "Confesemos que es María Madre de misericordia, porque todos los bienes y todas las gracias que Dios concede a los hijos de Adán, dispuso la divina Providencia que pasaran por las manos de la Virgen Santísima". Por eso, vengo a tus plantas a suplicarte, ¡oh Virgen compasiva!, que me concedas el milagro que te pido con las lágrimas de mi corazón; cura, ¡oh Señora!, mis dolores, remedia mis penas. Mira que el cáliz de mi corazón rebosa de amargura por los sufimientos de la enfermedad que me aqueja noche y día. ¡Socórreme! ¡Oh, si yo pudiera decir: Por la Virgen del Perpetuo Socorro me vinieron todos los bienes de la gracia y la salud y la vida. Si todas las puertas se me cierran, la puerta de tu Socorro se me abre para introducirme en los infinitos tesoros de tu poder y misericordia. Es verdad que tengo momentos en que la tristeza y la desesperación me ahogan; pero confío en tu Socorro ¡ Madre buena! Descienda sobre mí el rayo de tu poder y el bálsamo de tu misericordia; que se acaben los amargos dolores de mi enfermedad. ¡Socórreme, Virgen mía!

(Tres Avemarías).


CURA EL CUERPO Y SANA EL ALMA

Una vez más la Virgen había mostrado con hechos que Ella es Perpetuo Socorro del cuerpo y del alma. Aquel niño de seis años se moría en la ciudad de Puebla. Una calentura de 40° le estaba llevando al sepulcro. El niño deliraba en el ardor de la fiebre y el doctor no conseguía de ninguna manera que se le retirara. Yo, como socia del Perpetuo Socorro, en Ella tengo puestos siempre mis amores y mis esperanzas. Comprendí que Ella o nadie le salvaba la vida y su mamá estaba de acuerdo conmigo. Entonces caí ante su bendito Cuadro y poniendo en mis plegarias toda la fe de que fui capaz, pedía a mi bendita Madre, que hiciese ese milagro. Y lo hizo. Al amanecer del día siguiente el niño a quien dábamos como perdido, estaba bueno. El milagro era manifiesto y tanto que su mamá, alejada como vivía de Dios, se convirtió al verlo y volvió al buen camino. También esto fue obra de la Reina del cielo que todo lo puede. Sólo me resta decirte, oh Madre, una palabra de lo íntimo del corazón: Gracias.



DÍA TERCERO

CONSIDERACIÓN 

Eres Perpetuo Socorro de la Humanidad, porque eres Madre de Dios y Madre de los hombres. Todos, al nacer, levantan los ojos y ven en ti a la Madre querida, que aplastó la cabeza de la infernal serpiente; y triunfadora, eres causa de bendición para todas las generaciones. Eres Perpetuo Socorro en todos los tiempos desde que, predestinada para ser Madre nuestra, todos los días y en todos los instantes tus manos benditas van dejando caer sobre el mundo la lluvia de gracias divinas y favores celestiales, hasta que, terminado este mundo, tu nombre sea alabado y bendecido por los bienaventurados del Cielo. Eres Perpetuo Socorro en todas las edades de la vida, porque niños y ancianos, hombres y mujeres, en sus afanes y en sus luchas, en sus inquietudes y trabajos, sienten tu protección segura al invocarte. Eres Perpetuo Socorro en las penas de la vida, cuando el cuerpo siente las mordeduras del dolor en la enfermedad, o de la tribulación el espíritu débil y atemorizado. Por eso, acudo a ti, oh Madre del Perpetuo Socorro, para que me socorráis presto en la enfermedad que me acongoja. Una y mil veces clamaré por tu Socorro hasta que al fin oigas compasiva mi angustiosa voz. Tres días he venido a reclamar Socorro, ¿quedaré desconsolado? Sólo tú me puedes consolar. Si es voluntad de Dios, cúrame, sáname. Que no se diga que tu Perpetuo Socorro no se ha compadecido de mis sufrimientos. ¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Para gloria de tu nombre, que llena el mundo y ha consolado a tantos desgraciados y a tantos enfermos curado, mírame y sálvame. Soy un enfermo que en ti confía.

(Tres Avemarías).


LA VIRGEN LIBRA DE LA CEGUERA A UNA RELIGIOSA

Es una religiosa la que lo cuenta.

Gracias doy a la Virgen del Perpetuo Socorro porque Ella fue la médica celestial que me curó en mis dolencias. Un peligro grave me amenazaba y era de lo más triste que podía pasarme en la vida, ya que de un momento a otro podía quedarme ciega. Si es verdad que todas las dolencias son penosas, ninguna como la ceguera. Yo me imaginaba en mi convento sin poder dar un paso por mí misma, siendo molesta a todas las que me rodeaban, aunque la caridad sin duda ninguna dulcificaría mi situación. ¿Qué había sucedido? Me habían operado de cataratas y después de la operación me vino un fuerte derrame. Los médicos me comunicaron el triste presentimiento y comprendiendo yo que pocas esperanzas me quedaban en lo humano y pensando en el triste porvenir que me aguardaba, puse toda mi confianza en mi Madre del Perpetuo Socorro. La llamé con la plena seguridad de que Ella no me abandonaría. ¡Madre mía! le repetía en mi angustia, aunque poco, pero que no deje de ver; Tú lo puedes remediar. Sentí que la Virgen me oía. En efecto, ha pasado el peligro. No fue obra de la ciencia fue milagro del cielo. Fue mi Madre la que una vez más se mostró espléndida en sus bondades con su hija, que cada día quiere amarla más en prueba de agradecimiento eterno.



ORACIÓN DEL ENFERMO

(Expresión tradicional)

Tú que del triste mortal

eres salud y esperanza,

de tu Hijo, Virgen, alcanza

la curación de mi mal;

y si este bien temporal

no conviene al alma mía,

dame paciencia, oh María,

hasta que llegue el momento

en que de males exento

goce de eterna alegría.


Colaboración de Leo Olguín Calderón 

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