NOVENA EN HONOR
DEL
SEÑOR DE LAS MISERICORDIAS DE TLALNEPANTLA
Que
se venera en la Catedral del Corpus Cristi de Tlalnepantla, México
Señor
mío Jesucristo crucificado, que pendiente en la cruz nos dais una prueba
auténtica de tus grandes misericordias; porque esos brazos divinos, abiertos,
¿qué otra cosa manifiesta, sino que cual Padre misericordioso abrazarás al hijo
Pródigo, siempre que reconozca sus yerros y miserias? Los cuatro extremos de
esa cruz, única esperanza del pecador, ¿no manifiestan que tu Sangre preciosa
se ha derramado, por tu grande misericordia, a favor de todos los hombres que
habitan los cuatro puntos del mundo? Toda tu vida divina y celestial, es un conjunto
de misericordias; pues no por otra cosa bajaste al mundo, naciste del purísimo vientre
de tu Santísima Madre, fuiste cargado de oprobios, y, por último, crucificado
entre dos ladrones, sufriendo una muerte afrentosa y cruel, si no es por tu
grande misericordia. La reconozco, Dios mío, y me mueve más tu mucha bondad, que
tu eterna justicia. ¡Ojalá que la reconociera dignamente! pero ya que este vaso
de barro detestable se ha deshecho en el lago inmundo de los vicios, quiero
lavarme y purificarme en tu preciosa Sangre. ¡Qué confianza tengo Dios mío, en tus
grandes misericordias! Aún este primer impulso de mi corazón reconozco que no lo
puedo tener, si no es por tu grande misericordia; y para manifestarte que yo ya
soy otro, y no el mismo, (como decía S. Agustín) detesto todos mis pecados, y las
ocasiones de ofenderte, y me pesa Jesús mío, que tan tarde conozca tus grandes misericordias;
pero eres tan sumamente bueno, que recibiste al buen Ladrón, que en las últimas
te pidió misericordia. Me anima, Dios mío, ver a la Magdalena y a la
Samaritana, que al instante que te pidieron misericordia, las diste el
consuelo. Pues aquí tienes, Dios mío, al hijo Pródigo, que, reconociendo sus
miserias, vuelve a la casa de su padre amoroso. Aquí tienes al Publicano, que
no osando levantar sus ojos, hiriendo su pecho te pide humildemente el perdón
de sus culpas. Misericordia, Jesús mío, que yo prometo en lo de adelante no
volver a ofenderte. ¿No es esto lo que tú quieres? ¿No es lo único que me
pides? Pues he cumplido, Dios mío, y por tanto espero de tu grande misericordia
me perdones mis pecados, y me des gracia, para que caminando arreglado a tu
santa y divina Ley, persevere hasta el último instante de mi vida. Amén.
¡Oh
mi Jesús, fuente inagotable de misericordias! cuando yo levanto mi vista, y
miro tu adorable cuerpo despidiendo sangre por todas partes; cuando advierto
las injurias, blasfemias é irrisiones que te dirigen los infames verdugos que
tuvieron el horrendo crimen de crucificarte, quisiera pedirte, como Pedro, que
bajases fuego del cielo, que redujeras a cenizas a los hombres barbaros que
cometieron semejante iniquidad, pero me acuerdo de tus grandes misericordias
que no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. ¡Ah Jesús
mío! Cuando te veo levantar tus divinos ojos, y que recogiendo los últimos que
te dejo la crueldad de tus verdugos, no haciendo aprecio de sus iniquidades,
abres tu divina boca, y le dices a tu Padre Celestial: Padre, perdónalos porque
no saben lo que hacen; quedo absorto y enajenado de tus grandes misericordias.
A esta me acojo, Jesús mío, perdóname, porque no supe lo que hace, yo fui un
loco insensato en ofenderte, pero procurare en adelante enmendar mis desvaríos,
y confío en tu grande misericordia me alumbres y muevas mi voluntad para
agradarte y servirte. Amen.
ORACION PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
Jesús, Redentor del género humano: cuánta misericordia necesitas tener con el hombre
ingrato y delincuente! Desde el primero hasta el último de los siglos te ha ofendido,
y tanto, que, si no fuera inmensa tu misericordia, sin duda alguna se agotaría.
¡Oh pecado de Adán, cuánto has costado! ¡Qué funestos efectos has producido! Recorro
rápidamente la historia pública del universo, y no encuentro más que maldades en
el mayor número de los hombres. Veo las más abominables supersticiones: ensalzados
á divinidades los más infames delitos. Veo entre los cristianos las disensiones
que rompen la unidad de la Iglesia. Veo las más crueles guerras, pues parece
que los hombres han degenerado de su dignidad, y han llegado a ser más crueles
que las fieras. Veo infinidad de crímenes de todas clases, y me asombro de tanta
iniquidad. Contemplo la historia particular mía, y de los que se parecen á mí,
y me confundo con el cuadro espantoso de mis delitos; pues cada instante de mi
abominable vida, está sellado con un nuevo crimen. ¡Ah! ¿qué haría el mundo si
no fuera por tus grandes misericordias? Por grandes que sean sus iniquidades, mayor
es tu misericordia: por incurables que sean sus llagas, es más ensalzado el
soberano Médico que las cura, con el bálsamo saludable de su preciosa Sangre,
que por su misericordia ha derramado. No, no desconfío de tí, sino de mí mismo,
que, olvidado de tus grandes misericordias, llegue a ser infame triunfo del
demonio, dame tu gracia, Dios mío, para no llegarlo a ser; porque sin tí nada valgo.
Acuérdate de tu Iglesia santa, y dale la paz que tanto necesita: al sucesor de
Pedro paciencia y sufrimiento en sus angustias, paz y concordia entre los gobiernos
cristianos; y a nuestra República libértala, Dios mío, de las herejías y disensiones
que le despedazan, y que ya se estrecha el corazón al ver derramar la sangre de
nuestros hermanos: envíanos aquellas aguas saludables, para que fertilizando la
tierra nos dé su fruto, que es el pan cuotidiano que tanto necesitamos: ten,
Jesús mío, misericordia, y remedia nuestros males. Amén.
Aquí se hace la
petición.
ORACION A MARIA SANTISIMA
¡Oh María Santísima Corredentora del linaje humano!
¿A quién ha de ocurrir el miserable pecador, sino a la Madre de misericordias?
Intercede con tu divino Hijo, fuente inagotable de todo bien, que alcance yo la
misericordia que tanto necesito. Vuelve tus ojos misericordiosos, y acuérdate
de mí pobrecita alma. Me anima, Virgen Santísima, que es tanta la misericordia que
tienes con los hombres, que, en sentir de los santos Padres, si no hubiera habido
quien clavase a tu divino Hijo, tú misma hubieras puesto los clavos, par a que
no quedase sin redención el género humano. Esto solo me alienta, Virgen purísima,
para implorar tu socorro. Eres mi Madre amorosa: ¿qué no puedo esperar de tu
misericordia? Tú, que padeciste en tu espíritu todos los tormentos de tu divino
Hijo, tú que presenciaste su muerte afrentosa y cruel, tú que veías sus grandes
misericordias para con el hombre: á tí me acojo, Madre mía, en este valle de
lágrimas, rodeado de tantas miserias y aflicciones, y, lo que, es más, el
mundo, demonio y carne, que a cada instante nos atacan. Intercede con tu divino
Hijo, para que, dándome fuerzas para resistir a mis enemigos, consiga yo
alcanzar la grande misericordia, que es la gloria eterna. Amén.
DIA SEGUNDO
ORACION
¡Oh Salvador mío! por muchos que sean tus oprobios
y tormentos; aunque te halla degradado el cruel Pilatos, tratándote de solo
hombre; por despreciable que seas, hasta parecer un vil gusano de la tierra,
siempre manifiestas en ese ignominioso patíbulo, magnificencia, y tus grandes
misericordias. Nada le movió tanto al Buen Ladrón, sino tu mansedumbre y
sufrimiento, en medio de tantas irrisiones y burlas. Conoció que sin duda alguna
era más de lo que parecía, pues sufrías con tanta humildad. Tu grande
misericordia le toca al corazón, y al instante corresponde con docilidad, y te
dice: Acuérdate, Señor, de mí cuando te veas en tu reino. Hoy serás conmigo en
el paraíso; le responde tu grande misericordia. ¡Qué consuelo me dan estas
dulcísimas palabras, ¡Dios mío! Tu mano poderosa y divina no está encogida; y
es tan grande tu misericordia, que premias a los operarios de tu viña, ya vengan
a la hora sesta, ya a la hora nona del día; porque escudriñas sus corazones.
Pues yo, Padre mío misericordioso, he ocurrido tarde a tus grandes misericordias;
pero siempre has tenido la bondad de esperarme. Óyeme, como al Buen Ladrón:
Acuérdate de mí
cuando te veas en tu reino. Dame, Jesús mío, la
misma respuesta.... ¿Cómo no me la haz de dar, cuando estas lleno de
misericordia? En esta confío para alcanzar el reino celestial. Amen.
DIA TERCERO
ORACION
¡Oh Padre eterno y amoroso! ¿Qué viste en el hombre,
para que lo amaras tanto?
¿No era suficiente haberle criado y puesto en un Paraíso
de delicias, llenándole
de dones, para que pudiera alcanzar la gloria
eterna? Pues ¿qué te movió, Dios mío, para que, después que te ofendió,
vinieras al mundo vestido de carne humana, ¿para poder morir por el hombre y
librarle del pecado? ¿Qué es lo que
te pudo haber movido en el hombre? Nada, sino tus
grandes misericordias. De esto es lo único que te acuerdas clavado en la cruz.
No te puedes abstener de tu
bondad, sino que abres tu moribunda boca, y le
dices a tu Madre Santísima, designando al Discípulo amado San Juan, y en él al linaje
humano: Ved aquí a tu Hijo; y luego a San Juan: Ved aquí a tu Madre. ¡Qué dulce
complacencia siento, ¡Dios mío, al oír tus amorosas palabras! ¡María Santísima
mi Madre! ¿Qué no puedo esperar de su poderosa intercesión? Por donde quiera
que extiendo la vista, no encuentro sino tus grandes misericordias. No tan solo
me criaste, sino que me redimiste con tu preciosa Sangre: y estando para
espirar, me diste a tu propia Madre para que me adoptara por hijo. ¿Qué te daré
Dios mío, por tantas misericordias? Un corazón contrito y humillado, que tú no
desprecias. Esto es lo que te ofrezco: recíbelo por tu grande misericordia. Amén.
DIA CUARTO
ORACION
¡Oh Salvador mío! son tantos mis delitos y
miserias, que me espanto yo mismo de la memoria de ellas. Exigen, yo lo confieso,
Dios mío, que me desampares ya en adelante, cuando tantas veces he renunciado
la ciencia de tus caminos. Para expiar esta culpa, ¡oh Padre de las misericordias!
haces esfuerzo, y te quejas al Padre celestial: Dios mío, Dios mie, ¿por qué me
has desamparado? Yo soy ese pecador que merece ser desamparado; pero á tí, mi
Jesús, que eres la misma inocencia ¿por qué te ha desamparado tu Padre
celestial, cuando eres su Hijo muy amado, en quien ha puesto todas sus
delicias? Pero, ¡ah! que te hayas cargado, por tu grande misericordia, de todas
nuestras miserias é iniquidades.... y el Padre celestial no te conoce. ¡Oh
Salvador mío! ¡qué grande es tu misericordia, pues todas las penas que
merecieron nuestros pecados, cargaste con ellas porque el hombre quedase libre
y seguro de la justicia eterna! Pues, no me desampares, Jesús mío, en esta vida
miserable y caduca, para que, teniéndote de mi parte, nada pueda temer. Aunque
el mundo, el demonio y la carne constantemente me ataquen, tú, Señor, resguardas
mi alma, y eres mi muro impenetrable a sus asechanzas: así lo espero de tu
grande misericordia. Amén.
DIA QUINTO
ORACION
¡Oh mi Jesús! ¡Yo me lleno de asombro al considerar
vuestras grandes misericordias! Las indecibles penas que padeciste desde la
oración del Huerto hasta verte clavado en esa cruz, que cargaste en tus divinos
hombros, te causaron una sed tan molesta y cruel, que te llegaste a quejar,
diciendo las misteriosas palabras: Sed tengo. Yo advierto, Dios mío, que la sed
que tienes es de padecer por el hombre. Pues qué ¿era preciso padecer tanto
para redimirlo? ¿No era más que suficiente un solo suspiro? Pues, ¿por qué
padeciste tanto? ¡Ah! si con lo mucho que padeciste aun todavía el hombre es
ingrato y obcecado, ¿qué sería si con solo un suspiro nos hubieras redimido? Te
despreciarían mucho más; y ninguno se salvaría. En todo resplandece tu misericordia.
Dame, Dios mío, aquella agua pura y refrigerante que diste a la Samaritana, para
que, tomando de esta agua celestial, que es tu santa y divina gracia, jamás
tenga yo sed. Amén.
DIA SEXTO
ORACION
¡Oh Padre celestial! ¿Tienes todavía que pedirle a
nuestro Redentor y tu divino Hijo cuando está perfectamente satisfecha tu
justicia? Crueles verdugos, ¿todavía tenéis tormentos para mi Jesús, cuando ya
está consumada vuestra malicia? tú, Redentor mío, ¿no has consumado ya tus
grandes misericordias? Pues, basta de padecer: prefiere ya el Consumatum est,
de nuestra Redención. ¿Qué tienes más que hacer por tu viña, que no has hecho?
¿Y yo he consumado lo que tengo que hacer, para desagraviar a mi Dios? ¿En qué
se me han ido los
años, los talentos, los bienes naturales y sobrenaturales
que Dios me ha dado para servirle? ¡Ah! todo, todo lo he consumido en mis
placeres inicuos. Y qué,
¿algún día no he de llorar tanto tiempo perdido, y
buscar a mi Dios? ¿He de ser
tan insensato que nunca ocurra a sus misericordias?
¿Qué es esto? ¿En qué delirio tan profundo he vivido? El negocio más
importante, que es mi salvación, lo he abandonado. ¡Oh que loco es el hombre, cuando
no piensa en su salvación!
Yo quiero, Dios mío, volver del sueño en que he
vivido. Levántame del sepulcro de miserias, como a Lázaro. Has que consuma mi
corta vida en agradarte y servirte. Amén.
DIA SEPTIMO
ORACION
Dios y Redentor mío: el Padre celestial te dió un
espíritu, para que unido a tu divino Cuerpo te hicieras hombre, y pudieras morir
por los hombres, y librarlos
del pecado, y enseñarles con tu vida y ejemplo el
camino del cielo. Has cumplido tu carrera penosa, llena de angustias y dolores,
y no teniendo ya que hacer, quieres entregar tu espíritu, lleno de gracia y de
verdad, a tu Padre celestial, de donde dimana todo espíritu, y todas
misericordias. Padre, Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu; le dices por
última vez, é inclinando la cabeza, te ofreces víctima sangrienta para expiar
nuestras iniquidades. ¡Oh fuente inagotable de misericordias! ¿Cómo podrá el
hombre corresponder a tanto beneficio? Mi alma desfallece al considerar, que
nada puede hacer digno de tu Majestad inmensa; pero, con tu divina gracia todo
te es agradable. Ves en el hombre, en cualquier acción que haga buena, esa
preciosa cualidad, y la recibes gustoso como si dimanara de él, cuando no es
otra cosa sino un efecto de tus grandes misericordias. ¡Qué bueno eres, Dios
mío, cuando coronas en el hombre los mismos efectos de tu divina gracia! Has,
Redentor mío, que yo entregue mi espíritu a mi Criador, con aquella misma
gracia con que salió de sus divinas manos, para que yo goce de la gracia
consumada, que es la eterna gloria. Amén.
DIA OCTAVO
ORACION
¡Oh mi Jesús amabilísimo! Yo me lleno de terror y
espanto, al ver el trastorno
de la naturaleza cuando mueres y entregas tu
espíritu al Padre celestial. El sol que se eclipsa milagrosamente: las piedras
que se hacen pedazos unas con otras: la tierra toda que se conmueve en continuos
temblores: los sepulcros que se abren, y resucitan los muertos: y, sobre todo,
tus misteriosas palabras: Ya está todo acabado.... Todo este terrible aparato ya
me parece que es el día del Juicio final, y que el deicidio que se acaba de
cometer en tu divina Persona, no se podía expiar sino con la ruina total del
universo. Pero me consuela tu infalible palabra que nos asegura: que cuando
llegue el terrible día de tus venganzas, no vendrás como un corderito que
inclina su humilde cerviz a la cuchilla; sino como soberano Juez, lleno de
gloria y Majestad, protestando la venganza a los transgresores de tu santa y
divina Ley; y, por consiguiente, solo manifiestas en estos terribles aparatos, que
tú solo eres el Omnipotente; y que el miserable hombre no tiene otro recurso sino
acogerse a tus grandes misericordias. ¿Qué otra cosa manifiesta esa Sangre y
Agua que salió de tu divino Costado, cuando el tirano hebreo lo abrió con una
cruel lanza, sino acabarme de abrir la puerta, para gozar de tus grandes misericordias?
De ese Costado divino, nace tu santa Iglesia, y franquea los siete Sacramentos,
por cuyos canales se nos da tu preciosa Sangre, que lava nuestras iniquidades,
y la agua pura y cristalina de tu divina gracia. Ahora sí que podemos decir en
diverso sentido, del burlador hebreo: La sangre del Justo venga sobre nosotros,
y sobre nuestros hijos; porque es el único bálsamo que cura nuestras llagas, y
la única esperanza que nos puede salvar. Amén.
DIA NOVENO
ORACION
Bendita sea para siempre la misericordia de Dios,
que en medio de tantas aflicciones como padece María, el Discípulo amado y las
santas mujeres, viendo a mi Redentor muerto en la cruz, sin tener en lo humano
quien les ayude en tantas amarguras, se le presentan a esta Santa Madre dos
ilustres hombres, José y Nicodemus, más ricos en virtudes que en bienes temporales,
y le dicen: Aquí están nuestras personas y criados: aquí está nuestro oro y
plata: aquí están estos lienzos: aquí está este bálsamo; y aquí está todo lo
que necesitas para desenclavar el adorable Cuerpo de nuestro Redentor, y
ponerle en este sepulcro que tenía destinado para mi cadáver... ¡Ah! qué
conjunto de misericordias advierto en esta tragedia lamentable! En estos dos
esclarecidos Varones conozco, que, aunque tu Iglesia santa esté cercada de
enemigos, no faltan hombres virtuosos y sabios, que con sus plumas y heroicas
virtudes la defiendan de los ataques de sus enemigos. ¿Qué dirán los ricos del
mundo, al ver a estos tres Varones que franquean sus haberes para el culto del
Señor? ¡Con qué respeto desenclavan el adorable Cuerpo de Jesucristo! ¡Con qué
veneración lo embalsaman y lo ponen en el santo sepulcro! Dame, Dios mío,
aquella gracia que necesito para tratar dignamente tu sagrado Cuerpo en el
adorable Sacramento de la Eucaristía. Dame el buen olor de las virtudes, que es
el bálsamo inseparable de la gracia. Dame el lienzo blanco de la pureza. Entierra
mis vicios en un sepulcro. Desata los estrechos lazos que me unen al mundo,
para que pueda resucitar a la vida preciosa de la gracia, por tu grande misericordia.
Amén.
LAUS DEO
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