sábado, 10 de marzo de 2018

NOVENA A SAN BARTOLOMÉ APÓSTOL


NOVENA AL BIENAVENTURADO APÓSTOL SAN BARTOLOMÉ


ACTO DE CONTRICIÓN

Jesús, mi señor y redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy, y me pesa de todo corazón porque con ellos he ofendido a un Dios tan bueno. Propongo firmemente no volver a pecar y confío en que, por tu infinita misericordia, me has de conceder el perdón de mis culpas, y me has de llevar a la vida eterna. Amen.  

PRIMER DÍA

¡Oh humildísimo Bartolomé! Vos sois sin duda aquella alma dichosa, con quien (según nos avisa el Espíritu Santo) tiene el Altísimo sus complacencias y familiares conversaciones. Vuestra humildad profunda confunde mi orgullo; y al ver con esta preciosa virtud os hicisteis tan amante y tan amado de Jesucristo, concibo un ardiente deseo de imitaros. ¡Ah Santo mío! ¡quién tuviera esta dicha! No me faltan motivos para humillarme; pero soy tan orgulloso, que quizá llego a envanecerme de aquello mismo que debería llenarme de confusión y vergüenza. Ahora empero que Vos me dais de esta virtud tan sublimes ejemplos, quiero desvanecer mis pensamientos vanos, corregir mis palabras ruidosas, reformar mis obras estériles y secas del viento de la vanidad. ¡Amado Patrón mío! Alcanzadme que sea humilde de corazón; os lo pido con toda efusión de mi alma, a fin de que, imitándoos en tan sublime virtud, me asemeje también en todo y por todo a aquel divino ejemplar Jesucristo, mi amabilísimo Señor. ¡Amén!

SEGUNDO DÍA
¡Oh Bartolomé escogido! Vuestra humildad os elevó a tanta grandeza, vuestra rectitud os condujo a tan alta dignidad, vuestra sencillez os alcanzó tan santa familiaridad con Dios. Al contemplaros acompañando al Salvador, y designado como a uno de los maestros del mundo, se me representa decidido empeño en haceros un fiel retrato de vuestro divino Maestro.  ¡Oh!, ¡qué atención sería la vuestra para aprender sus doctrinas! ¡qué empeño en imitar aquella modestia, aquella mansedumbre sin cobardía, aquel celo sin indiscreción, que continuamente veíais en Jesucristo!, ¡qué deseo tan ardiente concebirás de procurar en todo y por toda la gloria de Dios, al ver que este mismo deseo traía absorto al divino Maestro! Sí; Santo mío, así lo acreditaron las innumerables conversaciones que obrasteis en vuestro glorioso y memorable apostolado. ¡Oh! ¡Apóstol dichoso! Ya que tan bien supisteis aprovecharos con el trato del celestial Maestro, interceded por mí, y alcanzadme que se agradecido a la divina misericordia, por haberme elegido entre mil, y haberme hermoseado, sin ningún mérito mío, con el sello de su preciosa sangre, a fin de que acordándome de mi dignidad de cristiano, imite a mi divino Maestro, procurando practicar las virtudes para gloria de Dios, bien mío y de mis hermanos. ¡Amén!


TERCER DÍA
¡Oh generoso Bartolomé! Al mismo tiempo que me admira vuestra heroica y pronta generosidad no puedo menos de confundirme, de avergonzarme al considerar mi flojedad y tibieza. ¡Qué resolución la vuestra en dejarlo todo al primer llamado del Salvador! No os contentasteis con dejar cuando poseíais, y hasta el deseo mismo de poseer, sino que renunciasteis a vuestra misma voluntad, vuestro propio querer; en una palabra, os entregasteis todo, sin reserva, en manos de Jesucristo. 'Oh qué felicidad la vuestra! ¡Oh cuán bueno y cuán dulce os sería descansar en la providencia del amabilísimo Jesús! ¡Oh Santo mío! ¡Cuán lejos estoy de tan inapreciable felicidad! Cuando pienso que después de tantos llamados, no solo no he abierto mi corazón ingrato al dulce Huésped que me llamaba, sino que, por un sórdido placer, por un vil interés, por un puntillo de honor mal entendido, por una pura bagatela he dejado a mi Dios, haciéndome su enemigo, me confundo, me avergüenzo; veo que no debería hacer más que cubrir de polvo mi boca altanera, y regar la tierra con lágrimas de contrición. Penetrado, pues, del más vivo dolor, y animado por la confianza en la divina misericordia, mientras propongo desde ahora no solo practicar la pobreza de espíritu, corrigiendo mi sobrada afición a lo terreno; sino también escuchar dócilmente mis firmes deseos en vuestra poderosa protección, desde ahora digo a Dios: "Señor, hablad, que vuestro siervo escucha". ¡Amén!


CUARTO DÍA
¡Oh fiel y agradecido Bartolomé! ¡Cuán fina fue vuestra correspondencia! Así como para Vos es de suma gloria el aprecio que hicisteis de ser apóstol del Señor. ¡Oh, cómo debería cubrirse de rubor mi semblante al considerar, que después de tanto tiempo de haber sido llamado por pura misericordia de Dios a la comunidad eclesial, no solo no me he aprovechado de los dones y augustos misterios que se me han dado, sino que he llegado en cierto modo a abandonar la misa fe! ¡Oh, qué dolor el mío, cuando pienso que aquellos respetos humanos que me apartan de mis piadosos ejercicios, y tal vez del cumplimiento de mis deberes, me hacen reo en cierto modo de una vergonzosa falta de fe! ¡Oh venerado Patrón mío! ¿Cómo podré esperar que Jesucristo me reconozca como a discípulo suyo delante del Padre celestial, si desde ahora no me siento más decidido en confesar su santo nombre delante de los hombres; en volver por su gloria a cumplir religiosamente sus divinos preceptos, y los de su santa Iglesia? ¡Oh Dios mío! No; no será en adelante mi conducta tan descuidada; os lo prometo con todo mi corazón. Entretanto me acojo humildemente a la protección poderosa de vuestro amado Apóstol. Sí, santo mío, imploro vuestra intercesión, y os pido me alcancéis de mi Señor un rayo de luz vivísima, para poder conocer toda la gravedad de mis culpas, y una centella de su amor ardientísimo, para que, despierte, acrisole y purifique mi corazón, y logre poseer un corazón nuevo, tierno, fervoroso, lleno del mismo amor, y solícito de mi eterna salvación. ¡Amén!


QUINTO DÍA
¡Dulce y enamorado Bartolomé! Vos aprendisteis del mejor de los maestros las leyes del más fino amor. Vos oísteis de la misma Sabiduría eterna el primero y máximo de todos los preceptos, que es: Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Mirando a vuestro Maestro como a verdadero Dios, y estando en su compañía, ¿qué recelo podíais tener de excederos en amar a un Ser tal, que reunía las circunstancias perfectísimas de Maestro, de Señor y de Creador? Como a Maestro os atraía su preciosa doctrina, su amable conversación, y demás bellas prendas: como a Dios y Creados os veíais obligado a amarle por ser todo vuestro bien. ¡Qué fervores, pues, serían los de vuestro corazón enamorado! Rodeando siempre, cual sencilla mariposa, en torno de aquella luz divina, no podríais menos de caer víctima de su amor. ¡Oh amantísimo Patrono mío! ¡Cuánto necesito yo una centella de aquel fuego que comunicó a vuestro corazón el amor divino! ¡Ah Santo mío! Miradme cuán lleno estoy de miserias, cuán frío, cuán entorpecido para amar a mi dulcísimo Jesús. Este amoroso Huésped ha llamado con muchas instancias, con palabras sumamente tiernas, a las puertas de mi corazón, me ha pedido mis afectos, ofreciéndome en cambio su amor; y yo no he abierto, no he hecho caso de sus dones, me he hecho el sordo a sus cautivadoras palabras: en fin, Dios me ha querido amar; me ha amado como Dios, y yo nunca he correspondido. ¡Infelicidad la mía! Al pensar en esto debería estremecerme de pies a cabeza, mayormente debiendo temer que ese Dios esté cansado de tanto llamar, y obligado por mi resistencia a retirarse. Ahora su algún incendio experimento en mí, es el que excitan las viles pasiones, que quisieran borrar de mi corazón todo vestigio de respeto y amor a mi Dios. Miradme pues, ¡oh amado Patrón mío! con ojos de compasión. No prevalezcan sobre mí la ingratitud, caigan las tinieblas que me esconden la belleza de mi Jesús y me ocultan la gravísima obligación que tengo de amarle, ábrase mi reservado corazón a las divinas bondades; a fin de que, imitándoos, ame tanto a Dios ya en este mundo, nada busque sin Dios, nada me satisfaga sino Dios. ¡Amén!


SEXTO DÍA
¡Oh Bartolomé celoso! ¡Cómo prendió en vuestro corazón la llama de la caridad que os comunicó el divino Maestro! Interesado como estabais en extender la amorosa doctrina que habías aprendido de aquellos labios suavísimos, nunca os olvidasteis que Jesucristo había venido a traer fuego a la tierra, y que su vivo deseo era que se difundiera. ¡Oh cuán perfectamente correspondisteis a sus deseos, donde el Espíritu Santo había perfeccionado vuestro corazón ardiente, superasteis todos los obstáculos, salvasteis la fragosidad de los caminos, la distancia de los lugares, despreciasteis los peligros, vencisteis contradicciones, disipasteis temores, logrando comunicar extensas regiones el fuego santo que ardía en vuestro pecho heroico! Desplegasteis vuestro celo apostólico, logrando humillar al infierno, dominar los elementos, y hacer deponer cetros y coronas al pie de la cruz de Jesucristo. ¡Oh amado Patrón mío! ¡Cuánto me enardecen estos sublimes rasgos de vuestro celo inflamado! Al considerar que yo no sólo no he sido de ningún provecho para mis prójimos, sino que tal vez he sido positivamente causa de su ruina espiritual con mis obras poco cristianas, con mis conversaciones nada piadosas, y sí llenas de la sala mordaz de la crítica, de la vanidad, del orgullo, quisiera sepultarme en un perpetuo olvido, para no servir jamás a nadie de tropiezo. Veo al divino Maestro deseoso de que mis hermanos sean testigos de mis buenas obras, para que glorifiquen por ellas al Padre celestial. Pero ¿qué? Si alguna buena obra practico, es a escondidas, para que el mundo no me tilde de devoto. ¡Ah Santo Mío! aún envuelto en las tinieblas del gentilismo. Ayudadme pues, oh Patrón amado; comunicadme vuestro celo; a fin de que, encendido mi corazón en el amor divino, procure con obras y palabras comunicar esta llama celestial a cuantos tratare, y logre también en el cielo una corona de apóstol de Jesús. ¡Amén!


SÉPTIMO DÍA
Poderosísimo Bartolomé: al considerar vuestros insignes triunfos sobre el infierno, no puedo menos que tributar al Altísimo las más afectuosas alabanzas, por haberos dotados de un poder tan absoluto. Este poder aumenta mucho más mi confianza en vuestro amorosísimo patrocinio. A pensar en las potestades infernales os temieron tanto, que ni vuestra presencia podían sufrir, mi alma no puede menos que concebir con fundamento la esperanza de poder vencer todas las tentaciones, apoyado en vuestra protección ahora que os encontráis en la posesión de vuestro Dios, y gozáis de un poder plenísimo. Socorredme pues, oh amado Patrón mío. No ignoráis cuanto el infierno envidia mi suerte; por esto me tiende innumerables tentaciones, se vale de sus infames aliados, el mundo y la carne, para hacerme tropezar y caer miserablemente, adormecerme en el vicio, y hacer finalmente que sea inútil para mí el fruto copiosísimo de la pasión y muerte de mi adorable Redentor. ¡Oh, cuánto trabaja el demonio en mi perdición! ¡Cuánto se afana! ¡Oh; si hiciera yo tanto para salvarme, como hace él para perderme; a estas horas sería un gran santo! Más si hasta ahora le ha bastado al infernal tentador un leve tropiezo, un vil interés para hacerme caer, espero no ha de ser así en adelante; porque imploraré con viva confianza los auxilios de lo alto; creeré con una firme fe que todo lo puede con la gracia de Dios, y animado de una invencible fortaleza que Vos me alcanzaréis, venceré todos los peligros, despreciaré todos los obstáculos, venceré todas las dificultades y demás diabólicos artificios con que el infierno intenta impedir en mí el fruto de la sangre de mi amoroso Jesús. Concededme Vos, oh Santo Mío, esta gracia, a fin de que jamás pueda el enemigo gloriarse de haber prevalecido contra mí; antes bien sea yo el vencedor, para poder vencer una brillante corona en el cielo. ¡Amén!


OCTAVO DÍA
¡Oh Bartolomé invicto! Yo os contemplo cual varón fortísimo, cuya constancia no pudieron rendir la multitud de trabajos, ni apagar vuestras caridades las muchas aguas de la tribulación. En medio de los mayores tormentos no cejasteis en el empeño de enseñar la doctrina celestial, reportando de vuestra heroica constancia los más abundantes frutos, obrando innumerables conversiones hasta el último momento de vuestra vida. El fuego divino que abrasaba vuestra vida. El fuego divino que abrasaba vuestro pecho heroico, os hizo exclamar entre los vivos tormentos como a otro Pablo: ¿Quién podrá separarme del amor de mi Dios? ni las cadenas, ni las cárceles, ni los tormentos, ni la muerte misma son capaces de distraer mi corazón del amor de Jesucristo. Animado con vuestro ejemplo, a Vos acudo, oh amado Patrón mío, para que me alcancéis, tal firmeza en la fe, que ni trabajos, ni tentaciones, ni persecuciones, ni la imagen de una muerte horrorosa me hagan vacilar un solo momento: antes bien, fijo mis ojos en las celestiales delicias que me prometen, sea constante hasta la muerte, y lo logre con Vos el premio de la gloria. ¡Amén! 


NOVENO DÍA
¡Oh glorioso y feliz Bartolomé! Mil parabienes os doy en este día de vuestro triunfo. Quisiera que mi lengua se multiplicase a proporción de los honores que merecéis, para felicitaros dignamente por la gloria de que os veis colmado. ¡Oh, cuánto os enaltecen vuestros méritos delante de Dios! ¡Oh, cómo se han convertido en alegrías vuestras penas, vuestros tormentos, vuestros sacrificios! Vos habéis ya probado, oh glorioso Patrón mío, que una leve y momentánea tribulación produce una gloria imponderable. Animado yo con vuestros heroicos ejemplos, confiado en aquella caridad perfectísima, que abrasaba vuestro corazón sobre la tierra, y os hacía olvidar de vuestras propias necesidades para socorrer el prójimo, imploro en este día vuestro poderoso patrocinio. Vuestra caridad no solo ha llegado a su mayor perfección. Desplegadla, ahora a favor de esta humildad profunda, un perfecto agradecimiento a los divinos beneficios, una fe viva cual Vos la tuvisteis, una firme esperanza que excite nuestra apatía e indiferencia por los bienes eternos, una caridad ardiente que nos disponga a sufrir penas, tribulaciones y la muerte misma, con tal que podamos amar a Jesucristo. Pero con lo que todo interés os pedimos, debiendo vivir en medio de un mundo corrupto, es que nunca olvidemos el fin por el cual fuimos criados, redimidos y favorecidos con tantas gracias sobrenaturales, que es para conseguir una corona de gloria inmarcesible. En cambio, nosotros nos ofrecemos en cuerpo y alma a vuestro servicio, y os rogamos nos recibáis, aunque indignos, bajo vuestra amable y poderosa protección. Recibid entre tanto nuestros homenajes, que no dudamos aceptaréis como testimonio de nuestros corazones agradecidos a tantos beneficios que nos habéis dado. Proseguid, compasiva y generosa; y si alguna vez nos desviamos solicitamos tu intercesión del verdadero camino, y después la corona de la gloria. ¡Amén!


GOZOS
Pues por senda de dolor
Va avanzando nuestro pie:
Sea San Bartolomé
Nuestro Santo protector

Era humilde su tarea
El bogar hora tras hora
Sobre barca pescadora
En el mar de Galilea,
Pero le eligió el Señor
Para Apóstol de la fe.

En aquel colegio, encanto
De la religión naciente
Alumbro su noble frente
Luz del Espíritu Santo
Desde entonces su fervor
De los elegidos fue.

En Naim al penetrar
A Jesús acompañando
Vio un entierro lamentando
Y al muerto resucitar
Del poder del Salvador
Testigo dichoso fue.

A su voz siempre inspirada
Y de mística dulzura
La idolátrica escultura
Cayo en India quebrantada
Como catequizador
El pueblo gentil le ve.

En la arménica región
Por su excelsa caridad
Sana de su enfermedad
La hija de Palemón
El rey por tanto favor
Reconocido fue.

Astiages, tirano fuerte
Sin mirar tan gran portento
Tras crudísimo tormento
Viene a decretar su muerte
Lo que para otros dolor
Dicha para el mártir fue.

Da la paz a los corazones
Librándolos del pecado
Y acompaña al buen soldado
Por incógnitas regiones
Danos caridad y amor,
Danos esperanza y fe.




L/: Ruega por nosotros ¡Oh Bartolomé bendito!
R/: Para que seamos dignos de las promesas de Cristo

ORACION: Oh, Dios omnipotente y eterno, que hiciste este día tan venerable día con la festividad de tu Apóstol San Bartolomé, concede a tu Iglesia amar lo que el creyó, y predicar lo que él enseñó. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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