NOVENA
AL BIENAVENTURADO APÓSTOL SAN BARTOLOMÉ
ACTO DE CONTRICIÓN
Jesús, mi señor y
redentor, yo me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy, y me
pesa de todo corazón porque con ellos he ofendido a un Dios tan bueno. Propongo
firmemente no volver a pecar y confío en que, por tu infinita misericordia, me
has de conceder el perdón de mis culpas, y me has de llevar a la vida
eterna. Amen.
PRIMER DÍA
¡Oh humildísimo Bartolomé! Vos sois sin duda aquella alma
dichosa, con quien (según nos avisa el Espíritu Santo) tiene el Altísimo sus
complacencias y familiares conversaciones. Vuestra humildad profunda confunde
mi orgullo; y al ver con esta preciosa virtud os hicisteis tan amante y tan
amado de Jesucristo, concibo un ardiente deseo de imitaros. ¡Ah Santo mío!
¡quién tuviera esta dicha! No me faltan motivos para humillarme; pero soy tan
orgulloso, que quizá llego a envanecerme de aquello mismo que debería llenarme
de confusión y vergüenza. Ahora empero que Vos me dais de esta virtud tan
sublimes ejemplos, quiero desvanecer mis pensamientos vanos, corregir mis palabras
ruidosas, reformar mis obras estériles y secas del viento de la vanidad. ¡Amado
Patrón mío! Alcanzadme que sea humilde de corazón; os lo pido con toda efusión
de mi alma, a fin de que, imitándoos en tan sublime virtud, me asemeje también
en todo y por todo a aquel divino ejemplar Jesucristo, mi amabilísimo Señor.
¡Amén!
SEGUNDO DÍA
¡Oh Bartolomé escogido! Vuestra humildad os elevó a tanta
grandeza, vuestra rectitud os condujo a tan alta dignidad, vuestra sencillez os
alcanzó tan santa familiaridad con Dios. Al contemplaros acompañando al
Salvador, y designado como a uno de los maestros del mundo, se me representa
decidido empeño en haceros un fiel retrato de vuestro divino Maestro. ¡Oh!,
¡qué atención sería la vuestra para aprender sus doctrinas! ¡qué empeño en
imitar aquella modestia, aquella mansedumbre sin cobardía, aquel celo sin
indiscreción, que continuamente veíais en Jesucristo!, ¡qué deseo tan ardiente
concebirás de procurar en todo y por toda la gloria de Dios, al ver que este
mismo deseo traía absorto al divino Maestro! Sí; Santo mío, así lo acreditaron
las innumerables conversaciones que obrasteis en vuestro glorioso y memorable
apostolado. ¡Oh! ¡Apóstol dichoso! Ya que tan bien supisteis aprovecharos con
el trato del celestial Maestro, interceded por mí, y alcanzadme que se
agradecido a la divina misericordia, por haberme elegido entre mil, y haberme
hermoseado, sin ningún mérito mío, con el sello de su preciosa sangre, a fin de
que acordándome de mi dignidad de cristiano, imite a mi divino Maestro,
procurando practicar las virtudes para gloria de Dios, bien mío y de mis
hermanos. ¡Amén!
TERCER DÍA
¡Oh generoso Bartolomé! Al mismo tiempo que me admira
vuestra heroica y pronta generosidad no puedo menos de confundirme, de
avergonzarme al considerar mi flojedad y tibieza. ¡Qué resolución la vuestra en
dejarlo todo al primer llamado del Salvador! No os contentasteis con dejar
cuando poseíais, y hasta el deseo mismo de poseer, sino que
renunciasteis a vuestra misma voluntad, vuestro propio querer; en una
palabra, os entregasteis todo, sin reserva, en manos de Jesucristo. 'Oh qué
felicidad la vuestra! ¡Oh cuán bueno y cuán dulce os sería descansar en la
providencia del amabilísimo Jesús! ¡Oh Santo mío! ¡Cuán lejos estoy de tan
inapreciable felicidad! Cuando pienso que después de tantos llamados, no solo
no he abierto mi corazón ingrato al dulce Huésped que me llamaba, sino que, por
un sórdido placer, por un vil interés, por un puntillo de honor mal entendido,
por una pura bagatela he dejado a mi Dios, haciéndome su enemigo, me confundo,
me avergüenzo; veo que no debería hacer más que cubrir de polvo mi boca
altanera, y regar la tierra con lágrimas de contrición. Penetrado, pues, del
más vivo dolor, y animado por la confianza en la divina misericordia, mientras
propongo desde ahora no solo practicar la pobreza de espíritu, corrigiendo mi
sobrada afición a lo terreno; sino también escuchar dócilmente mis firmes
deseos en vuestra poderosa protección, desde ahora digo a Dios: "Señor,
hablad, que vuestro siervo escucha". ¡Amén!
CUARTO DÍA
¡Oh fiel y agradecido Bartolomé! ¡Cuán fina fue vuestra
correspondencia! Así como para Vos es de suma gloria el aprecio que hicisteis
de ser apóstol del Señor. ¡Oh, cómo debería cubrirse de rubor mi semblante al
considerar, que después de tanto tiempo de haber sido llamado por pura
misericordia de Dios a la comunidad eclesial, no solo no me he aprovechado de
los dones y augustos misterios que se me han dado, sino que he llegado en
cierto modo a abandonar la misa fe! ¡Oh, qué dolor el mío, cuando pienso que
aquellos respetos humanos que me apartan de mis piadosos ejercicios, y tal vez
del cumplimiento de mis deberes, me hacen reo en cierto modo de una vergonzosa
falta de fe! ¡Oh venerado Patrón mío! ¿Cómo podré esperar que Jesucristo me
reconozca como a discípulo suyo delante del Padre celestial, si desde ahora no
me siento más decidido en confesar su santo nombre delante de los hombres; en
volver por su gloria a cumplir religiosamente sus divinos preceptos, y los de
su santa Iglesia? ¡Oh Dios mío! No; no será en adelante mi conducta tan
descuidada; os lo prometo con todo mi corazón. Entretanto me acojo humildemente
a la protección poderosa de vuestro amado Apóstol. Sí, santo mío, imploro
vuestra intercesión, y os pido me alcancéis de mi Señor un rayo de luz
vivísima, para poder conocer toda la gravedad de mis culpas, y una centella de
su amor ardientísimo, para que, despierte, acrisole y purifique mi corazón, y
logre poseer un corazón nuevo, tierno, fervoroso, lleno del mismo amor, y
solícito de mi eterna salvación. ¡Amén!
QUINTO DÍA
¡Dulce y enamorado Bartolomé! Vos aprendisteis del mejor
de los maestros las leyes del más fino amor. Vos oísteis de la misma Sabiduría
eterna el primero y máximo de todos los preceptos, que es: Amar a Dios con todo
el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Mirando a vuestro Maestro
como a verdadero Dios, y estando en su compañía, ¿qué recelo podíais tener de
excederos en amar a un Ser tal, que reunía las circunstancias perfectísimas de
Maestro, de Señor y de Creador? Como a Maestro os atraía su preciosa doctrina,
su amable conversación, y demás bellas prendas: como a Dios y Creados os veíais
obligado a amarle por ser todo vuestro bien. ¡Qué fervores, pues, serían los de
vuestro corazón enamorado! Rodeando siempre, cual sencilla mariposa, en torno
de aquella luz divina, no podríais menos de caer víctima de su amor. ¡Oh
amantísimo Patrono mío! ¡Cuánto necesito yo una centella de aquel fuego que
comunicó a vuestro corazón el amor divino! ¡Ah Santo mío! Miradme cuán lleno
estoy de miserias, cuán frío, cuán entorpecido para amar a mi dulcísimo Jesús.
Este amoroso Huésped ha llamado con muchas instancias, con palabras sumamente
tiernas, a las puertas de mi corazón, me ha pedido mis afectos, ofreciéndome en
cambio su amor; y yo no he abierto, no he hecho caso de sus dones, me he hecho
el sordo a sus cautivadoras palabras: en fin, Dios me ha querido amar; me ha
amado como Dios, y yo nunca he correspondido. ¡Infelicidad la mía! Al pensar en
esto debería estremecerme de pies a cabeza, mayormente debiendo temer que ese
Dios esté cansado de tanto llamar, y obligado por mi resistencia a retirarse.
Ahora su algún incendio experimento en mí, es el que excitan las viles
pasiones, que quisieran borrar de mi corazón todo vestigio de respeto y amor a
mi Dios. Miradme pues, ¡oh amado Patrón mío! con ojos de compasión. No
prevalezcan sobre mí la ingratitud, caigan las tinieblas que me esconden la
belleza de mi Jesús y me ocultan la gravísima obligación que tengo de amarle,
ábrase mi reservado corazón a las divinas bondades; a fin de que, imitándoos,
ame tanto a Dios ya en este mundo, nada busque sin Dios, nada me satisfaga sino
Dios. ¡Amén!
SEXTO DÍA
¡Oh Bartolomé celoso! ¡Cómo prendió en vuestro corazón la
llama de la caridad que os comunicó el divino Maestro! Interesado como estabais
en extender la amorosa doctrina que habías aprendido de aquellos labios
suavísimos, nunca os olvidasteis que Jesucristo había venido a traer fuego a la
tierra, y que su vivo deseo era que se difundiera. ¡Oh cuán perfectamente
correspondisteis a sus deseos, donde el Espíritu Santo había perfeccionado
vuestro corazón ardiente, superasteis todos los obstáculos, salvasteis la
fragosidad de los caminos, la distancia de los lugares, despreciasteis los
peligros, vencisteis contradicciones, disipasteis temores, logrando comunicar
extensas regiones el fuego santo que ardía en vuestro pecho heroico!
Desplegasteis vuestro celo apostólico, logrando humillar al infierno, dominar
los elementos, y hacer deponer cetros y coronas al pie de la cruz de
Jesucristo. ¡Oh amado Patrón mío! ¡Cuánto me enardecen estos sublimes rasgos de
vuestro celo inflamado! Al considerar que yo no sólo no he sido de ningún
provecho para mis prójimos, sino que tal vez he sido positivamente causa de su
ruina espiritual con mis obras poco cristianas, con mis conversaciones nada
piadosas, y sí llenas de la sala mordaz de la crítica, de la vanidad, del
orgullo, quisiera sepultarme en un perpetuo olvido, para no servir jamás a nadie
de tropiezo. Veo al divino Maestro deseoso de que mis hermanos sean testigos de
mis buenas obras, para que glorifiquen por ellas al Padre celestial. Pero ¿qué?
Si alguna buena obra practico, es a escondidas, para que el mundo no me tilde
de devoto. ¡Ah Santo Mío! aún envuelto en las tinieblas del gentilismo.
Ayudadme pues, oh Patrón amado; comunicadme vuestro celo; a fin de que,
encendido mi corazón en el amor divino, procure con obras y palabras comunicar
esta llama celestial a cuantos tratare, y logre también en el cielo una corona
de apóstol de Jesús. ¡Amén!
SÉPTIMO DÍA
Poderosísimo Bartolomé: al considerar vuestros insignes
triunfos sobre el infierno, no puedo menos que tributar al Altísimo las más
afectuosas alabanzas, por haberos dotados de un poder tan absoluto. Este poder
aumenta mucho más mi confianza en vuestro amorosísimo patrocinio. A pensar en
las potestades infernales os temieron tanto, que ni vuestra presencia podían
sufrir, mi alma no puede menos que concebir con fundamento la esperanza de
poder vencer todas las tentaciones, apoyado en vuestra protección ahora que os
encontráis en la posesión de vuestro Dios, y gozáis de un poder plenísimo.
Socorredme pues, oh amado Patrón mío. No ignoráis cuanto el infierno envidia mi
suerte; por esto me tiende innumerables tentaciones, se vale de sus infames
aliados, el mundo y la carne, para hacerme tropezar y caer miserablemente,
adormecerme en el vicio, y hacer finalmente que sea inútil para mí el fruto
copiosísimo de la pasión y muerte de mi adorable Redentor. ¡Oh, cuánto trabaja
el demonio en mi perdición! ¡Cuánto se afana! ¡Oh; si hiciera yo tanto para
salvarme, como hace él para perderme; a estas horas sería un gran santo! Más si
hasta ahora le ha bastado al infernal tentador un leve tropiezo, un vil interés
para hacerme caer, espero no ha de ser así en adelante; porque imploraré con
viva confianza los auxilios de lo alto; creeré con una firme fe que todo lo
puede con la gracia de Dios, y animado de una invencible fortaleza que Vos me
alcanzaréis, venceré todos los peligros, despreciaré todos los obstáculos,
venceré todas las dificultades y demás diabólicos artificios con que el
infierno intenta impedir en mí el fruto de la sangre de mi amoroso Jesús.
Concededme Vos, oh Santo Mío, esta gracia, a fin de que jamás pueda el enemigo
gloriarse de haber prevalecido contra mí; antes bien sea yo el vencedor, para
poder vencer una brillante corona en el cielo. ¡Amén!
OCTAVO DÍA
¡Oh Bartolomé invicto! Yo os contemplo cual varón
fortísimo, cuya constancia no pudieron rendir la multitud de trabajos, ni
apagar vuestras caridades las muchas aguas de la tribulación. En medio de los
mayores tormentos no cejasteis en el empeño de enseñar la doctrina celestial,
reportando de vuestra heroica constancia los más abundantes frutos,
obrando innumerables conversiones hasta el último momento de vuestra vida.
El fuego divino que abrasaba vuestra vida. El fuego divino que abrasaba vuestro
pecho heroico, os hizo exclamar entre los vivos tormentos como a otro Pablo:
¿Quién podrá separarme del amor de mi Dios? ni las cadenas, ni las cárceles, ni
los tormentos, ni la muerte misma son capaces de distraer mi corazón del amor
de Jesucristo. Animado con vuestro ejemplo, a Vos acudo, oh amado Patrón mío,
para que me alcancéis, tal firmeza en la fe, que ni trabajos, ni tentaciones,
ni persecuciones, ni la imagen de una muerte horrorosa me hagan vacilar un solo
momento: antes bien, fijo mis ojos en las celestiales delicias que me prometen,
sea constante hasta la muerte, y lo logre con Vos el premio de la gloria.
¡Amén!
NOVENO DÍA
¡Oh glorioso y feliz Bartolomé! Mil parabienes os doy en
este día de vuestro triunfo. Quisiera que mi lengua se multiplicase a proporción
de los honores que merecéis, para felicitaros dignamente por la gloria de que
os veis colmado. ¡Oh, cuánto os enaltecen vuestros méritos delante de Dios!
¡Oh, cómo se han convertido en alegrías vuestras penas, vuestros tormentos,
vuestros sacrificios! Vos habéis ya probado, oh glorioso Patrón mío, que una
leve y momentánea tribulación produce una gloria imponderable. Animado yo con
vuestros heroicos ejemplos, confiado en aquella caridad perfectísima, que
abrasaba vuestro corazón sobre la tierra, y os hacía olvidar de vuestras
propias necesidades para socorrer el prójimo, imploro en este día vuestro
poderoso patrocinio. Vuestra caridad no solo ha llegado a su mayor perfección.
Desplegadla, ahora a favor de esta humildad profunda, un perfecto agradecimiento
a los divinos beneficios, una fe viva cual Vos la tuvisteis, una firme
esperanza que excite nuestra apatía e indiferencia por los bienes eternos, una
caridad ardiente que nos disponga a sufrir penas, tribulaciones y la muerte
misma, con tal que podamos amar a Jesucristo. Pero con lo que todo interés os
pedimos, debiendo vivir en medio de un mundo corrupto, es que nunca olvidemos
el fin por el cual fuimos criados, redimidos y favorecidos con tantas gracias
sobrenaturales, que es para conseguir una corona de gloria inmarcesible. En
cambio, nosotros nos ofrecemos en cuerpo y alma a vuestro servicio, y os
rogamos nos recibáis, aunque indignos, bajo vuestra amable y poderosa
protección. Recibid entre tanto nuestros homenajes, que no dudamos aceptaréis
como testimonio de nuestros corazones agradecidos a tantos beneficios que nos
habéis dado. Proseguid, compasiva y generosa; y si alguna vez nos desviamos
solicitamos tu intercesión del verdadero camino, y después la corona de la
gloria. ¡Amén!
GOZOS
Pues por
senda de dolor
Va
avanzando nuestro pie:
Sea San Bartolomé
Nuestro Santo protector
Era humilde su tarea
El bogar hora tras hora
Sobre barca pescadora
En el mar de Galilea,
Pero le eligió el Señor
Para Apóstol de la fe.
En aquel colegio, encanto
De la religión naciente
Alumbro su noble frente
Luz del Espíritu Santo
Desde entonces su fervor
De los elegidos fue.
En Naim al penetrar
A Jesús acompañando
Vio un entierro lamentando
Y al muerto resucitar
Del poder del Salvador
Testigo dichoso fue.
A su voz siempre inspirada
Y de mística dulzura
La idolátrica escultura
Cayo en India quebrantada
Como catequizador
El pueblo gentil le ve.
En la arménica región
Por su excelsa caridad
Sana de su enfermedad
La hija de Palemón
El rey por tanto favor
Reconocido fue.
Astiages, tirano fuerte
Sin mirar tan gran portento
Tras crudísimo tormento
Viene a decretar su muerte
Lo que para otros dolor
Dicha para el mártir fue.
Da la paz a los corazones
Librándolos del pecado
Y acompaña al buen soldado
Por incógnitas regiones
Danos caridad y amor,
Danos esperanza y fe.
L/: Ruega por nosotros
¡Oh Bartolomé bendito!
R/: Para que seamos
dignos de las promesas de Cristo
ORACION: Oh, Dios omnipotente y eterno,
que hiciste este día tan venerable día con la festividad de tu Apóstol San
Bartolomé, concede a tu Iglesia amar lo que el creyó, y predicar lo que él
enseñó. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario