NOVENA
AL
CRISTO POBRE
IMAGEN
venerada en el convento de las
OBLATAS EXPIADORAS
DEL
SANTISIMO SACRAMENTO
MATUCANA 540
-::-
Santiago de Chile
Imp.
“La Nueva República”
Av. Matta 930
1925
Por la señal de la Santa Cruz, etc,
Jesucristo, Dios y hombre, vive, reina e
impera, ayer, hoy y en todos los siglos.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor
mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, mi Creador y mi Redentor, que estás
aquí presente, mirándome y escuchándome. Creo en Ti porque eres la Verdad
Infalible; espero en Ti porque eres la Palabra Eterna; Te amo con todo mi
corazón porque eres la Bondad Suma. Me pesa en el alma el haberte ofendido, y
propongo sinceramente la enmienda de mi vida. Dígnate, Dios mío, bendecir mis
resoluciones, y hacer que las cumpla hasta la muerte. Amén.
ORACIÓN PREPARATORIA
Divino
Jesús mío, que, bajo el humilde título de Pobre, te ofreces a nuestra
contemplación, con el objeto de inspirarnos amor a la pobreza, a la humildad y
a la paciencia, virtudes todas retratadas en tu Santísimo Rostro que vengo a
contemplar postrado aquí a tus pies, quiero rendirte los homenajes de amor y de
tierna devoción que tu Sagrada Imagen me sugiere. ¡Oh Bendito Jesús! Después
que estás sujeto a la veneración de tus hijos, a cuantos pobres has socorrido,
a cuantos necesitados has dispensado gracias a todas clases. Yo también imploro
tus misericordias, pobre, necesitado y pecador como soy. No me rechaces, Padre
Amoroso; no me dejes ir desconsolado. Tú conoces mis miserias, y sabes cuánto
deseo la enmienda; pero me falta la fuerza. Nadie puede dármela sino Tú, que
eres la fortaleza de mi alma. Concédemela, Señor Pobre, y, sin tener en cuenta
mi indignidad, otórgame también las gracias temporales que te pido en esta
novena y que deseo alcanzar para alabarte y engrandecer tu nombre toda mi vida.
María, mi madre y mi esperanza, intercede a favor mío. Amén.
DÍA PRIMERO
MEDITACIÓN
“Bienaventurados
los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” Estas son las
primeras palabras que pronuncia el Divino Salvador en su Sermón del Monte. ¡Qué
enseñanza tan nueva! Los pobres mirados con desdén por el mundo y por él
humillados y despreciados, son proclamados bienaventurados
por el Hijo de Dios, es decir por la Sabiduría misma. ¡Qué grandeza de
parte de Dios! ¡Qué consuelo, que resignación, que alegría para los pobres! Mas,
se entiende por pobres, no solamente los que están privados de los bienes
materiales de este mundo, sino aquellos que aun poseyéndolos, tienen su corazón
desprendido de ellos, aquellos que, aunque no hayan hecho renuncia absoluta de
los mismos han dejado de amarlos como a su último fin. Les será permitido
poseerlos; pero, estar poseídos por ellos, he aquí el mal.
Finalmente,
si pertenecemos a esa porción escogida llamada a seguirle de más cerca,
mediante la más consumada pobreza, sepamos apreciar las prerrogativas de
nuestra condición humilde; y pidamos al Señor Pobre la realización de sus
divinas palabras:
“Bienaventurados los
pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”.
Se
medita y se pide lo que se desea conseguir.
Jaculatoria: Dulcísimo
Jesús, dame la pobreza de espíritu para que merezca tus bendiciones en esta
vida y la gloria en la otra.
ORACIÓN
¡Oh
Jesús mío, tu que, siendo Rey desde toda la eternidad, infinitamente rico y
poderoso, quisiste venir al mundo para enseñarnos la práctica de la pobreza,
naciendo pobre en un pesebre, viviendo pobre en Nazareth y muriendo desnudo en
una cruz, compadécete de nosotros! Despierta, Señor nuestro corazón adormecido,
hazle comprender que la verdadera dicha consiste en amar tus máximas y ponerlas
en práctica. A tus pies, Señor Pobre, renunciamos a nuestros gustos de hombre
viejo, nos despojamos de todo, con verdadero deseo de imitarte en tu santa
pobreza. Bendice nuestras resoluciones, y danos tu gracia para seguirte en el
camino que nos has trazado, concediéndonos además la gracia que en esta novena
pedimos. María, Madre amorosa, intercede con tu Divino Hijo en favor nuestro, y
pídele que escuche benignamente nuestra petición. Amén.
Práctica: Hacer
una limosna al Señor Pobre para la propagación de su culto.
Se concluye rezando un Credo pidiéndole el
verdadero espíritu de pobreza.
DÍA SEGUNDO
MEDITACIÓN
“Bienaventurados
los mansos, porque ellos poseerán la tierra”. Con estas palabras afirma Jesús
que el hombre puede triunfar de todo por medio de la mansedumbre. No fue a los
poderosos ni a los sabios, ni a los ricos a quiénes se dirigió Jesucristo para
fundar su religión; sus apóstoles, sus discípulos fueron los pobres, los
humildes. ¿Con qué arma salieron a la conquista de la tierra? Con la dulzura y
la mansedumbre que aprendieron de su Divino Maestro. Las mansedumbres
cristianas son lo primero que Jesucristo nos ha enseñado viniendo a este mundo.
“Aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón”. ¡Oh mansedumbre, virtud admirable que atrae las bendiciones de
Dios! ¡Virtud amable que hace las delicias de la sociedad sobre la tierra! Esforcémonos
para adquirirla, para hacernos dueños, después de esta vida, del reino que le
es prometido.
Se medita y se pide…
Jaculatoria:
Repetir
varias veces al día: “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón
semejante al tuyo”.
ORACIÓN
¡Oh
Dios mío, comprendo que, sin un socorro especial de tu gracia, jamás podré
adquirir esa mansedumbre inefable que me recomiendas con tus palabras y que
inspira tu piadosa imagen, bajo el título del Señor Pobre! ¡Cuánto tengo de que
avergonzarme en esta materia: impaciencias, movimiento de cólera, ¡palabras
hirientes, agitaciones interiores, propósitos quebrantados! Pero, por muchas
que sean mis faltas, vuelvo hoy a Ti haciendo una firme resolución de
corregirme en lo sucesivo. María, dulcísima Madre mía, has que tenga la
victoria, para que tú misma con Jesús seas mi recompensa. Amén.
Práctica. Rezar
el Rosario pidiendo la gracia de la mansedumbre cristiana.
Conclusión. Un
Credo al Señor Pobre, modelo de paciencia y mansedumbre.
DÍA TERCERO
MEDITACIÓN
“Bienaventurados
los que lloran, porque ellos serán consolados”. Este mundo es para los justos
un valle de lágrimas, un lugar de destierros, una morada de penas y aflicción.
De todas partes nos vienen los sufrimientos: de parte de Dios que nos prueba;
de parte del demonio que nos tienta; del mundo que nos seduce de nosotros
mismos que vivimos bajo la influencia de una imaginación desordenada de un
corazón voluble y sensible en demasía. Así lo habéis dispuesto ¡oh mi Dios!
para desprendernos de este mundo, y de los bienes perecederos que nos presenta.
Puesto que es menester sufrir y gemir, benditos los que sufren y gimen con
paciencia y sumisión, pues ellos serán consolados. Nuestro Señor consolaba a
sus apóstoles la víspera de su Pasión, con estas tiernas palabras: “Hijos míos,
las cruces serán vuestra herencia en este mundo: lloraréis, gemiréis mientras
los demás gozarán. Pero, consolaos, vuestras lagrimas se convertirán en pura
alegría, y esta nadie os la podrá arrebatar”. El Salvador nos dirige las mismas
palabras. Bienaventurados por mil títulos los que lloráis durante la vida,
seréis consolados a la hora de la muerte; ¡habréis sembrado en lágrimas y
cosecharéis en la alegría!
Se medita y se pide…
Jaculatoria.
Lloraré
día y noche, jamás me consolaré de haber ofendido a mi Dios.
ORACIÓN
Concédeme,
oh Dios mío, el don de lágrimas. Da a los demás la ciencia, el poder, la
riqueza, la prosperidad; para mí lo que te pido es poder llorar, sino con
lágrimas de los ojos, con lágrimas del corazón, mis innumerables pecados. Me
uno a ti mismo, adorable Salvador, cuando abrumado de pena y de amargura,
decías que tu alma estaba triste hasta la muerte. La expresión misma de tu
Sagrado Rostro ante el cual estoy postrado, ¿qué es sino el reflejo de la
tristeza que inunda su espíritu? Abre mis ojos, abre mi corazón a las lágrimas
que dan la salvación, y que ellas corran abundantes hasta la muerte. María,
consuelo y esperanza mía, ruega a Jesús por mí. – Amén.
Práctica. Consolar
a algún pobre con una pequeña limosna, o en su defecto con una palabra
caritativa. Si no se presenta la ocasión, rezar tres Padrenuestros y tres
Avemarías por las almas afligidas.
Conclusión. Rezar
un Credo pidiendo al Señor Pobre las lágrimas de una verdadera Contrición.
DÍA CUARTO
MEDITACIÓN
“Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. El amor
a la virtud, el deseo de la perfección, la voluntad de unirse más y más a Dios,
en esto consiste el hambre y sed de justicia. Debemos desear el bien de
nuestras almas como el hambriento desea saciar su hambre, como el sediento
desea apagar su sed, como el avaro anhela las riquezas de este mundo: las
ambiciona, las busca, y aun cuando llega a poseerlas, jamás dice “basta”, sino
que desea siempre más. Así debemos ser nosotros respecto de los bienes
sobrenaturales y divinos. Pidamos a Jesús que, lejos de que se apague en
nosotros esa sed sobrenatural la aumente y la vivifique, para que merezcamos
ser refrigerados por Él con esa agua misteriosa y divina que, al pie del pozo
de Jacob, ofrecía a la Samaritana cuando dijo “Yo te daré a beber el agua viva
que salta hasta la vida eterna”.
Se medita y se pide…
Jaculatoria.
Dadme, oh Dios, esa hambre y sed de justicia que me haga buscarte sobre todas
las criaturas.
ORACIÓN
Amantísimo
Jesús, principio y fin de todas las cosas, ¡cómo es posible que mi alma
destinada para amarte y servirte, se haya dejado arrastrar indignamente hacia
los bienes perecederos de este mundo, deseando y buscando lo que tan lejos está
de satisfacerla! Hoy, iluminado con tan divina gracia, vengo, ante tu Santa
imagen, a pedirte perdón y a rogarte que cambies mi corazón, haciéndolo
insensible a las cosas exteriores que no dejan sino inquietud y vacío. Llénalo
en cambio, de deseos sobrenaturales y de esa hambre y sed de justicia que solo
Tú puedes saciar. Virgen Santísima, ayúdame con tu maternal protección. Amén.
Práctica. Oír
una misa, meditando en la palabra de Nuestro Señor en la cruz: “Sed tengo”.
Conclusión.
Un Credo al Señor Pobre pidiéndole que sea conocido y venerado.
DÍA QUINTO
MEDITACIÓN
“Bienaventurados los
misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia.” De
todas las predicciones de Dios, aquella que brilla más en todas sus obras es la
misericordia. La ejerce siempre y en beneficio de todos. El hace salir el sol
sobre los justos y sobre los pecadores, colma de favores a sus amigos y a sus
enemigos. Se llama el Padre de las misericordias. Cuando pienso en tu misericordia, oh Dios mío, me siento penetrado
de gratitud y de compasión. ¡Cuántos pecados nos ha perdonado! ¡Cuántas gracias
nos ha dispensado! He aquí la conducta del Señor para con nosotros. No nos
pide, en cambio, sino que hagamos lo mismo con nuestro prójimo. Que cosa más natural que compadecerse
de los sufrimientos de nuestros semejantes. Un corazón noble, bien puesto, no
puede ser indiferente a las penas de los demás, se conduele de ellas y trata de
aliviarlas. ¡Cuánto más sensible deberá ser el alma verdaderamente cristiana,
que obedece a los impulsos de la gracia santificante con que Dios la ha
adornado! Tengamos caridad
universal. No cerremos a nadie la puerta de nuestro corazón. Dios abre el suyo
a todos, pues todos los hombres son su imagen y el precio de su sangre. Un gran santo nos dice: “De todos
aquellos que vienen a vos, no rechacéis a ninguno, no sea que aquel que
rechazáis sea Jesucristo en persona.”
Se medita y se pide…
Jaculatoria. Señor,
perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
ORACIÓN
Dios
infinitamente bueno y Padre de la misericordia por excelencia, que no te cansas
de perdonar, sino que con los brazos abiertos recibes a tus hijos ingratos,
heme aquí a tus pies, implorando tu piedad. Yo me propongo perdonar a mis
hermanos sus injurias, y darles cuando estén necesitados, para que Tú también
me des y me perdones. Tu advocación de Señor Pobre me alienta sobre manera,
pues si lo fuiste en los bienes materiales, en cambio eres rico e infinito en
todas tus perfecciones, especialmente en la misericordia con que tratas a los
pecadores. Úsala también conmigo para que en el gran día del Juicio pueda yo
gustar sus efectos y alabarte por ellas eternamente. María, Madre de
misericordia, pide por mí a tu Divino Hijo. Amén.
Práctica. Ofrecer
a Dios durante el día tres actos de mortificación.
Conclusión. Un
Credo pidiendo al Señor Pobre por nuestros enemigos.
DÍA SEXTO
MEDITACIÓN
“Bienaventurados los
limpios de corazón porque ellos verán a Dios.” La
pureza de corazón es una virtud infinitamente agradable a Dios, porque el
Corazón del hombre es el trono de Dios, y en un corazón puro reina. La pureza de corazón hace las delicias
del corazón de Jesucristo, que es el Cordero sin mancha. Es el adorno de todas
las demás virtudes; les da a los ojos de Dios un mayor lustre, un nuevo brillo. Jesucristo, queriendo tener una madre
en este mundo, escogió una Virgen libre de toda mancha. Queriendo escoger un favorito sobre la tierra, eligió a San Juan,
y sólo a él le permitió que reclinara la cabeza sobre su pecho en la Última
Cena. Más aún: nuestro Salvador que
consintió que lo calumniaran y lo acusaran de blasfemo, seductor, amigo de los
pecadores, jamás permitió que el brillo de su pureza fuese empañado por el más
leve ataque de parte de sus enemigos. Tener
el corazón puro es no dejar reinar en él afecto alguno desordenado. En este
sentido, la pureza no solamente es una virtud moral, es una virtud necesaria
para la vida humana y la vida social. Allí donde no existe, “no hay sino barro
y podredumbre”. El tesoro de un corazón puro es tan precioso como frágil: en
todo momento estamos en peligro de perderlo. Para defenderlo debemos vigilar
sobre nosotros con las armas de la oración, de la mortificación, de la
frecuencia de los sacramentos, y con una devoción a la Santísima Virgen,
protectora de las almas puras. “¿Quién
subirá al monte del Señor? Aquél que tiene sus manos y su corazón puro”; pues
“nada manchado entrará en la Jerusalén celestial”. La recompensa que
Jesucristo promete a esta virtud, es la mayor que puede ofrecernos: verle,
contemplarle por toda una eternidad. Ya desde este mundo, el alma pura ve a
Dios mediante la contemplación la posesión de la gracia, la recepción de su
cuerpo y de su Sangre y la pureza de intención.
Se medita y se pide…
Jaculatoria. Formad
en mí, oh Dios mío, un corazón puro.
ORACIÓN
¡Bendito
y adorado seas para siempre, oh Jesús mío, por haber querido servirnos de
ejemplo vivo de la virtud de las virtudes, de esa virtud que nos asemeja a los
Ángeles, y que se llama la pureza! ¡Cuántos encantos tiene para los que te aman
y desean agradarte! Pero también cuántos peligros de empañarla, y hasta de
perderla, nos rodean sin cesar. ¡El mundo, las pasiones, las tentaciones, todo
conspira contra nosotros; tu gracia solamente combate con nosotros! Hoy vengo a
encomendarte, Señor Pobre y Dios de toda Santidad, la pureza de mi alma y de mi
cuerpo. No permitas que lo que es templo del Espíritu Santo, se convierta jamás
en morada del enemigo de mi salvación. Yo me propongo luchar sin descanso,
huyendo de las ocasiones, mortificando mis sentidos y frecuentando los
Sacramentos para no perder esta joya inestimable. María Inmaculada y reina
purísima, yo te pido de una manera especial ser tu imitador en esta virtud, que
fue para ti la predilecta, pues por conservarla, lo habrías sacrificado todo.
Conserva mi corazón puro, para que después de esta vida merezca yo el premio de
la visión beatífica. Amén.
Práctica. Rezar
cinco Ave Marías a la Virgen encomendándole la pureza de alma y cuerpo.
Se concluye rezando un Credo al Señor
Pobre para que nos libre de las tentaciones contra la pureza.
DÍA SÉPTIMO
MEDITACIÓN
“Bienaventurados
los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Recién nacido nuestro Divino Salvador hacía oír por medio del
cántico de los Ángeles, estas palabras: “Paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad”. Y después de su Resurrección, cada vez que se aparecía a sus
Apóstoles, les saludaba diciendo: “Pax vobis; la paz sea con vosotros”. La paz es, en efecto, un bien inmenso,
y por lo mismo digno de nuestros deseos. Después de la gracia de Dios, nada nos
debe interesar tanto como su adquisición. Ella hace las delicias de esta vida;
no vive quien no tiene paz. ¡Dichosos
los pacíficos! hijos de Dios serán llamados. ¡Qué gloria para nosotros! Que
otros se gloríen en ser hijos de los príncipes, de los reyes de la tierra,
¡para nosotros nuestra gloria estribará siempre en ser llamados hijos de Dios!
Se medita y se pide…
Jaculatoria. – Señor,
danos la paz que el mundo no puede quitar.
ORACIÓN
Aquí
me tienes ¡Oh Señor Pobre! Hoy vengo a pedirte un don inestimable, y que mi
alma anhela poseer: la paz del corazón. Mucho tiempo la he buscado vanamente en
las criaturas; pero, reconozco que me he equivocado. Es a ti, oh Dios de paz, a
quién he debido dirigirme. Tú eres el único que puedes dar la tranquilidad y el
sosiego que apetece mi espíritu. Tú viniste a dar la paz al mundo agitado por
el infierno y las pasiones; y la dejaste como herencia, antes de volver a tu
Padre. Yo quiero adquirirla y conservarla, cueste lo que cueste, pues no hay
dicha comparable a la de ser llamado hijo tuyo. María mansísima paloma,
mensajera de la paz, infúndela en mi corazón como prenda segura de mi
predestinación. Amén.
Práctica. Una
visita al Santísimo Sacramento, pidiendo a Jesús que con su bendita paz calme
las tempestades de nuestro corazón.
Un Credo al Señor Pobre, pidiendo que
reine la paz entre los hombres.
DÍA OCTAVO
MEDITACIÓN
“Bienaventurados
los que padecen persecución por la justicia porque de ellos es el reino de los
cielos”. La sabiduría de la doctrina de Jesucristo llega hasta lo sublime
cuando aclama benditos a los que son perseguidos por su amor. Vemos, en efecto,
con frecuencia, que aquel que trabaja por la gloria de Dios, se expone a las
persecuciones de los hombres. Basta algunas veces querer el bien y procurarlo,
para que el mundo se revuelva, y el infierno se desate contra nosotros. Este es
el distintivo de las obras de Dios. Jesucristo nos lo previno cuando dijo: “El
mundo me ha perseguido a mí, y os lo perseguiré a vosotros. El discípulo no
puede ser más que el maestro”. Dios permite estas persecuciones para probar a
los justos, para purificarlos, y para darles ocasión de merecer. Y ellos a la
vista de la lucha y del peligro, adquieren vigor y no sucumbirán. La cruz misma,
por grande y pesada que la hagan nuestros enemigos, parecerá ligera y hasta
agradable, llevada sobre nuestros hombres por amor a Jesucristo. Recordemos el
oráculo sagrado de Jesucristo: “Cuando los hombres os injurien y os persigan
por causa de mí, alegraos y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que
os aguarda en los cielos”.
Se medita y se pide…
Jaculatoria. Señor,
yo quiero llevar mi cruz, para tener un día parte contigo en tu Reino.
ORACIÓN
¡Cuán
dulce, Jesús mío, es tenerte por Maestro y Señor! Las mismas espinas, las
mismas cruces de las tribulaciones y de los sufrimientos, ni me punzan, ni me
pesan, antes bien se convierten en amables instrumentos para probarte mi
adhesión y mi amor. Tú, oh Señor Pobre, que llevaste con tanta injusticia como
generosidad el enorme peso de la cruz, ¿qué menos puedo hacer yo que cargar
gustosísimo la que me tienes destinada? Aquí me presento, pues, para decirte
que quiero ser desde hoy tu verdadero discípulo, tomar mi cruz y seguirte. María,
sed mi fortaleza y mi socorro, para que yo lleve con alegría las cruces de esta
vida. Amén.
Práctica. Hacer
una fervorosa confesión. Rezar un Credo al Señor Pobre, prometiéndole no
dejarnos vencer del respeto humano.
DÍA NOVENO
MEDITACIÓN
“Pedid y recibiréis. Llamad y se os abrirá. El
que pide, recibe.” ¿Quién es el que nos dirige estas
alentadoras palabras? Es el mismo Jesucristo nuestro Padre y nuestro Dios.
Aquel que todo lo quiere y todo lo puede para nuestro bien. Levantémonos:
toquemos a las puertas de su Corazón amoroso, seguros de que Él nos abrirá. Sin
embargo, no basta el llamar para ser escuchados; es preciso, según las
enseñanzas de los doctores de la Iglesia, y del mismo Jesús, que nuestra
oración tenga sus requisitos. Conviene recordar las palabras de San Agustín:
“Señor, enséñame a pedir y dame enseguida lo que te pido”. En efecto, para que nuestra oración sea aceptable a los ojos de
Dios, debe ser humilde, virtud indispensable para nuestra salvación, que fue
ensalzada por el mismo Jesucristo cuando propuso la parábola del fariseo y del
publicano. “La oración del humilde
penetra los cielos”. La perseverancia debe coronar nuestra oración. A la
perseverancia está prometido el cielo. “El
que perseverare hasta el fin, será salvo”.
Se medita y se pide…
Jaculatoria. Jesús
mío, en ti espero, en ti confío. Nunca seré confundido.
ORACIÓN
Jesús
y Dios mío, que has dicho: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis”, aquí me
tienes, apoyado en tus divinas palabras pidiendo y buscando lo que tanto
necesito para la vida espiritual y la temporal. Tú sabes, oh Padre amoroso,
mejor que yo, lo que me falta; conoces mis necesidades y mis deseos, te suplico
que los remedies y satisfagas. Si en mis peticiones hay algo torcido, dígnate,
oh mi Dios, enderezarlas. Tú todo lo puedes. Si me falta la fe, la confianza,
la perseverancia, suple tú a ellas. María, mi Madre y mi Perpetuo Socorro,
ayúdame con tus poderosos ruegos a alcanzar de Dios el logro de mis deseos.
Práctica. Como
complemento de esta novena, hacer una fervorosa comunión, pidiendo al Señor
Pobre despache favorablemente nuestras súplicas.
Conclusión. Rezar
un Credo para que el Señor Pobre se digne otorgarnos la gracia pedida en esta
novena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario