DÍA
VEINTIDÓS
MEDITACIÓN
El
sufragar a las almas del Purgatorio, es una de las más excelentes oirás de la
fe
El
pensamiento de sufragar a los difuntos es santo por el santísimo principio de
fe de donde proceden. Los sentidos acompañan al hombre hasta la tumba; más allá
de la tumba se oscurece la razón, y poco ve. La fe es la antorcha luminosa que
disipa las tinieblas del otro mundo, y nos obliga a no abandonar las almas de
los difuntos. Deshágase en buena hora el cuerpo, y redúzcase a cenizas, el alma
no perece con la muerte corporal, sino que incorruptible é inmortal, entra en
las regiones de la eternidad para recibir su recompensa. ¡Oh cómo se aviva la
fe de la inmortalidad de los espíritus y del premio de las obras, cuando
presentamos abundantes sufragios por las almas del Purgatorio! Así como el
esforzado Judas Macabeo, dio una prueba irrefragable de su religiosa creencia
en la otra vida, cuando ofreció en el templo de Jerusalén, las doce mil dracmas
de plata por la expiación de sus difuntos hermanos, así, cuando nosotros ofrecemos
sufragios por los muertos, demostramos muy bien que creemos que no han sido
ellos reducidos a la nada, sino que viven y viven en comunicación con nosotros:
que vendrá
día
en que iremos a reunimos con ellos, y que enviamos por delante provisiones de
obras piadosas, las cuales al presente serán de provecho para ellos; pero que
mucho más aprovecharán a nosotros cuando vayamos a unirnos con ellos en el otro
mundo. No seamos, pues, avaros con ellos; porque cuando más liberales seamos
con ellos en vida, tantas mayores ventajas reportaremos para nosotros mismos, después
de la muerte. Los reyes de la tierra, no son reyes sino de los que viven. La
muerte sustrae a los hombres de su imperio, y Dios sólo es el soberano de los
vivos y de los muertos, delante del cual hasta los muertos viven. Cuya verdad
confesamos de hecho, cuando rendidos ofrecemos a Dios sufragios por los
difuntos: reconocemos entonces su absoluto dominio sobre todo el universo: reconocemos
la dependencia que tienen de él todos los mortales, bien sea los que viven ahora
en el mundo, o bien sean del número de los que han pasado al otro; damos
satisfacción a la divina justicia, por los deméritos que estos cometieron en
vida: damos satisfacción a la divina misericordia con librarlos del Purgatorio:
nos ejercitamos, en suma, en los actos más meritorios de fe para con el Ser
Supremo. y si la nobleza y el mérito de las obras, es uno de los más poderosos
estímulos para practicarlas, ¿cómo podremos dispensarnos, ¡oh cristianos! de
sufragar a las almas del Purgatorio, ¿en que se ejercita con tanto mérito una
excelente obra de fe? Mas ofreciéndose piadosos sufragios, ¿a dónde se envían
las almas? Se envían al cielo, para ser eternamente felices con Dios. He aquí otro
sublime objeto de la fe, que ejercitamos con los sufragios. No es un fin
terreno y caduco el que mueve la piedad de los fieles para con los difuntos; la
fe no tiene miras mezquinas y bajas. Ella despliega un vuelo de la tierra al
cielo, descorre el velo de la divinidad, y en el seno de aquel Ser inmenso, que
es todo felicidad por esencia, nos muestra el término a que llegan las almas
socorridas por nuestra piedad. Ya se considere, por tanto, el principio de donde
procede, o los atributos divinos que engrandece, o el dichosísimo fin a que
conduce el sufragar a los difuntos, es uno de los pensamientos más santos, uno
de los actos más heróicos de la fe. Sea, pues, este, el más frecuente ejercicio
de nuestra vida, y sea tanto fecundo en obras, cuanto más vivificado esté del
espíritu de fe.
ORACIÓN
¡Oh
Dios! Autor, objeto y premio de la santa fe, nosotros no os conocemos en la
tierra, más que bajo la sombra de los enigmas, bajo el velo de los misterios:
más para las almas del Purgatorio, el velo de la fe está en parte rasgado, y ya
os experimentaron como juez, no resta, pues, más que os consigan como premio.
Completad, ¡oh Señor! para ellas, este último rasgo de vuestra justicia y
bondad. Entregaos a ellas como premio y corona de la vivísima fe que
alimentaron en la tierra, de la firmísima confianza de que se alimentan en el
Purgatorio, y entones desaparecerá toda la solicitud de su fe y de su
esperanza, y sólo triunfará con la feliz posesión de vos, la perfección de
aquella caridad, de aquel amor, que, en la tierra, en el Purgatorio y en el
cielo, las abrasó v las consumirá eternamente. Amén.
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