DÍA
DUODÉCIMO
LUCES
DE LA ADORACION DE SAN JOSÉ
Nuestro
Señor Jesucristo es la perfección misma, perfección sin Infinita como la misma
divinidad, no se le puede asignar ningún término, pues en sí misma es infinita.
Tan luego como descubrimos un rayo de estas perfecciones, nos sentimos
impulsados a seguir descubriendo siempre más; y jamás uno puede saciarse,
porque jamás habrá agotado nuestro objeto. A medida que Nuestro Señor se
manifestaba a San José con más amor, el hambre y sed místicas de mejor
conocerle aumentaban en su alma. Cuanto más viva era la luz que recibía, más
grande era su amor y sus virtudes más puras: San José se inspiraba en las
virtudes más puras, y en el amor más perfecto para servir a Nuestro Señor; y
cuanto más penetraba en el conocimiento de sus perfecciones, crecía su amor aún
más: ésta es una consecuencia necesaria. “Si alguno rae ama, dice Jesucristo,
mi Padre lo amará, y me manifestaré a él”. San José experimentaba la inmensa,
la imperiosa necesidad de amar siempre y cada día más a Nuestro Señor. Variaba los
actos de sus virtudes siguiendo la luz que recibía de la contemplación del
amor: no vivía en sí mismo, sino en Nuestro Señor, que le hacía penetrar cada
día más en los secretos de su Corazón. San José mantenía una unión íntima con
la Santísima Virgen; pero no vivía en ella, y del mismo modo María, aunque respetaba
y honraba profundamente a su casto esposo, tampoco vivía en él. Nuestro Señor
era el centro de la vida de entrambos, su fin soberano e inmediato. San José es
el modelo perfecto de la pureza en nuestro servicio eucarístico. Nuestro Señor
debe ser el fin de todas las gracias que recibimos; toda nuestra vida debe
tender hacia Él como hacia su fin; debe desarrollarse toda en Él como en su centro.
No perdáis jamás de vista el servicio de su adorable persona, todas vuestras gracias,
todas vuestras virtudes no tienen otro objeto que el de comunicar a vuestras
facultades la habilidad que reclama semejante servicio; a vuestra alma, la
belleza que en ella quiere ver Jesús. Honrad pues, a Nuestro Señor, pero que
este servicio sea interior, debéis cumplirlo en Nuestro Señor, ocultaros y vivir
en Él. Él es luz y calor; el amor parte de su Corazón cual llama devoradora. ¡Muy
desgraciado es aquel que, viviendo junto a Él, no lo ve, ni lo siente!
Aspiración: San
José, que llevasteis en vuestros brazos al que recibimos en nuestros corazones
bajo la forma de la Hostia, ruega por nosotros.
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