viernes, 15 de octubre de 2021

MES DE SANTA TERESITA - DIA QUINCE


DÍA XV

MEDITACIÓN. — LA VIDA

Qui manducat meam carnem et bibit meum sanguinem in me manet et ego in eo. (S. Joan. \'1-5-57.)

Quien come mi carne y bebe mi sangre, mora en mí y YO en él.

 

Yo soy la vida. He venido para daros la vida, para que la tengáis en abundancia.  A cualquiera se le ocurre, dada la impresión emocionante que producen en el ánimo estas palabras, pensar que quien habla es Jesucristo, el Hijo de Dios. el regenerador del género humano, el salvador del mundo. Pues nadie que no sea Él, puede asegurar tales cosas. Yo soy la vida. Aquella vida de la que procede toda vida: En Él estaba la vida. Aquella vida. fuerza soberana que vivificó las entrañas de la nada e hizo brotar de los abismos del no ser los ríos exuberantes de corrientes vitales que iluminan el firmamento, embellecen la tierra agitan los mares y conmueven al hombre. Aquella vida por quien todo fue Jesucristo, la palabra de vida principio y fin de todas las cosas, era el único que al venir al mundo podía hablar de esta manera. 'Yo soy la vida. Pero no sólo hay en Él es la vida que admirarnos en los esplendores de la creación, sino que posee otra Vida, vida sobrenatural, vida divina, la gracia. Y esa es la vida, vida exuberante, que, dice viene a dar al hombre. • Yo he venido para darles la vida y una vida exuberante.

Así como al principio creó seres vivientes fuera de Él, ahora viene a crear seres vivientes unidos a Él. Ya no es la vida que nace y fenece, que tiene principio y reconoce fin, que se desarrolla disgregándose, multiplicándose, no, es la vida que no nace ni fenece, que no principia ni termina, que se desarrolla en su unidad y se perfecciona en la unidad. Es la vida. que viene a recoger todas las energías vítales y centrarlas en un punto. Es los que viene por el Verbo encarnado a atraer todas las criaturas a sí mismo, realizando de modo no presentido ni prevenido por el hombre la unión intima entre Dios y el hombre. Vida íntima, substancial, cual el mismo Jesucristo nos lo enseña valiéndose de parábolas tan hermosas como significativas, corno la de la vid y los sarmientos. Yo soy la verdadera viña, mi Padre el cultivador. Permaneced en Mí y Yo en vosotros. Como la rama no puede dar fruto por si misma si no está adherida a la vid, tampoco vosotros podréis fructificar si no permanecéis en MI. Yo soy la vid, vosotros sois las ramas; aquel que permanece en MI y Yo en él producirá abundantes frutos, porque sin Mi nada absolutamente podéis.

No nos podía hablar ni más tiernamente ni más profundamente. El divino Jesús bajo formas concisas, limpias y expresivas nos enseña lo que es la vida que quiere comunicarnos. «Es necesario que el hombre se una íntimamente con Cristo como la rama se adhiere al tronco de la vid; al divino hortelano toca ingerirnos, injertarnos en el Hombre-Dios. Tronco y ramas deben ser de la misma especie. Por esta razón llevó a cabo la obra de la Encarnación a fin de que siendo Él Dios y hombre pudiera ingerirnos en si haciéndonos partícipes de su vida divina.

Estas verdades altamente consoladoras han excitado la confianza de las almas y las han llevado a la mesa del altar con tales ardimientos amorosos que no les era posible ocultarlos. La Santita sintió en su corazón estos fuegos divinos con tal fuerza, que llegó a decir en los albores de su infancia a su hermana Paulina, cuando ésta se llegaba a comulgar: Déjame ir contigo... hay mucha gente... nadie se fijará...»  por fin llegó para ella el día dichoso y la unión eucarística fue para ella verdadera fusión. ¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma! ¡Sí, fue un beso de amor! Sentirme amada y repetía a mi vez: «Os amo, me entrego a Vos para siempre mi Jesús no me pidió nada, no exigió de mi ningún sacrificio. Hacía ya mucho tiempo que El y Teresita se hablan mirado y comprendido; aquel día no pudo llamarse nuestro encuentro simple mirada sino verdadera fusión. Ya no éramos dos: Teresita había desaparecido, como la gota de agua se pierde en el Océano; Jesús quedaba sólo como Dueño y como Rey. ¿No le babia suplicado Teresita que le arrebatase su libertad? Aquella libertad la aterraba; se sentía tan débil, tan frágil, que quería unirse para siempre a la Fortaleza divina.

Y llegó a ser su gozo tan grande, y tan profundo, que se desbordó de pronto en lágrimas deliciosas, con gran extrañeza de sus compañeritas que luego se preguntaban unas a otras: ¿Por qué lloraba? ¿Tendría algún escrúpulo de conciencia? ¿O seria tal vez por la ausencia de su madre o de su hermana la carmelita a quien tanto ama? 

Nadie comprendía que este corazón desterrado, débil y mortal, no podía sobrellevar, sin deshacerse en lágrimas, la inmensa alegría que le vino del cielo... ¿Cómo iba a causarme pena la ausencia de mi madre querida el día de mi primera Comunión, si al recibir la visita de Jesús recibía también la suya, puesto que todo el cielo habitaba en mi alma? No lloraba tampoco la ausencia de Paulina; testábamos más unidas que nunca. No, lo repito, tan sólo una alegría inmensa y profunda llenaba mi corazón.

 

 

EJEMPLO

CURACIÓN DE UN ALMA

Burdeos (Gironde), 20-12-1913

Entama de cuerpo y alma pedí oraciones obtener de la Santita protección.  Estas oraciones me obtenido grandes gracias. El último día de la novena, un suave y penetrante olor de incienso me por la mañana y embalsamó mi habitación por espacio de un cuarto de bota.

No he recobrado la salud del cuerpo, pero si la del alma, mucho más preciada.

Una fe inquebrantable me hace ahora no sólo aceptar, sino amar mi sufrimiento, y salvo algunos momentos en que el cuerpo abrumado no puede más (sufro hace más de 20 años y a menudo de un modo terrible), soy completamente dichosa. No cambiaría por todas las grandezas y placeres de la tierra la vida de mártir que Dios misericordioso se digna concederme. Le doy gracias a menudo y la acepto como expiación de mis pecados y por la redención de las almas.

 

Jaculatoria: ¡Oh Bienaventurada Santita! haz e mi vida sea una verdadera unión con Jesús Eucaristía!

 

ORACIÓN PARA ESTE DÍA

¡Oh virgen prudente! que sintiendo tu alma la necesidad de vivir la vida de Dios, todo tu anhelo consistía en recibirle, viéndose siempre inundada tu alma de grandes deseos de asemejarte en un todo a Cristo. y excitada por el amor exclamabas: ¡Oh Jesús! dulzura inefable, tomad para ml en amargura todos los consuelos de la tierra. Haz que sienta en mi alma la vehemencia de tan divinos deseos, a de merecer ser transformada con Cristo en Dios; y para más obligarte te recordamos tus inefables promesas en favor de tus devotos con las siguientes:


 

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