DÍA XV
MEDITACIÓN. — LA VIDA
Qui manducat meam carnem et bibit meum sanguinem in me
manet et ego in eo. (S. Joan. \'1-5-57.)
Quien come mi carne y bebe mi sangre, mora en mí y YO
en él.
Yo soy la vida. He venido para daros
la vida, para que la tengáis en abundancia.
A cualquiera se le ocurre, dada la impresión emocionante que producen en
el ánimo estas palabras, pensar que quien habla es Jesucristo, el Hijo de Dios.
el regenerador del género humano, el salvador del mundo. Pues nadie que no sea
Él, puede asegurar tales cosas. Yo soy la vida. Aquella vida de la que procede
toda vida: En Él estaba la vida. Aquella vida. fuerza soberana que vivificó las
entrañas de la nada e hizo brotar de los abismos del no ser los ríos
exuberantes de corrientes vitales que iluminan el firmamento, embellecen la
tierra agitan los mares y conmueven al hombre. Aquella vida por quien todo fue
Jesucristo, la palabra de vida principio y fin de todas las cosas, era el único
que al venir al mundo podía hablar de esta manera. 'Yo soy la vida. Pero no
sólo hay en Él es la vida que admirarnos en los esplendores de la creación,
sino que posee otra Vida, vida sobrenatural, vida divina, la gracia. Y esa es
la vida, vida exuberante, que, dice viene a dar al hombre. • Yo he venido para
darles la vida y una vida exuberante.
Así como al principio creó seres
vivientes fuera de Él, ahora viene a crear seres vivientes unidos a Él. Ya no
es la vida que nace y fenece, que tiene principio y reconoce fin, que se
desarrolla disgregándose, multiplicándose, no, es la vida que no nace ni
fenece, que no principia ni termina, que se desarrolla en su unidad y se
perfecciona en la unidad. Es la vida. que viene a recoger todas las energías
vítales y centrarlas en un punto. Es los que viene por el Verbo encarnado a
atraer todas las criaturas a sí mismo, realizando de modo no presentido ni
prevenido por el hombre la unión intima entre Dios y el hombre. Vida íntima,
substancial, cual el mismo Jesucristo nos lo enseña valiéndose de parábolas tan
hermosas como significativas, corno la de la vid y los sarmientos. Yo soy la
verdadera viña, mi Padre el cultivador. Permaneced en Mí y Yo en vosotros. Como
la rama no puede dar fruto por si misma si no está adherida a la vid, tampoco
vosotros podréis fructificar si no permanecéis en MI. Yo soy la vid, vosotros
sois las ramas; aquel que permanece en MI y Yo en él producirá abundantes
frutos, porque sin Mi nada absolutamente podéis.
No nos podía hablar ni más
tiernamente ni más profundamente. El divino Jesús bajo formas concisas, limpias
y expresivas nos enseña lo que es la vida que quiere comunicarnos. «Es
necesario que el hombre se una íntimamente con Cristo como la rama se adhiere
al tronco de la vid; al divino hortelano toca ingerirnos, injertarnos en el
Hombre-Dios. Tronco y ramas deben ser de la misma especie. Por esta razón llevó
a cabo la obra de la Encarnación a fin de que siendo Él Dios y hombre pudiera
ingerirnos en si haciéndonos partícipes de su vida divina.
Estas verdades altamente
consoladoras han excitado la confianza de las almas y las han llevado a la mesa
del altar con tales ardimientos amorosos que no les era posible ocultarlos. La
Santita sintió en su corazón estos fuegos divinos con tal fuerza, que llegó a
decir en los albores de su infancia a su hermana Paulina, cuando ésta se
llegaba a comulgar: Déjame ir contigo... hay mucha gente... nadie se fijará...» por fin llegó para ella el día dichoso y la
unión eucarística fue para ella verdadera fusión. ¡Qué dulce fue el primer beso
de Jesús a mi alma! ¡Sí, fue un beso de amor! Sentirme amada y repetía a mi
vez: «Os amo, me entrego a Vos para siempre mi Jesús no me pidió nada, no
exigió de mi ningún sacrificio. Hacía ya mucho tiempo que El y Teresita se
hablan mirado y comprendido; aquel día no pudo llamarse nuestro encuentro
simple mirada sino verdadera fusión. Ya no éramos dos: Teresita había
desaparecido, como la gota de agua se pierde en el Océano; Jesús quedaba sólo
como Dueño y como Rey. ¿No le babia suplicado Teresita que le arrebatase su
libertad? Aquella libertad la aterraba; se sentía tan débil, tan frágil, que quería
unirse para siempre a la Fortaleza divina.
Y llegó a ser su gozo tan grande, y
tan profundo, que se desbordó de pronto en lágrimas deliciosas, con gran
extrañeza de sus compañeritas que luego se preguntaban unas a otras: ¿Por qué
lloraba? ¿Tendría algún escrúpulo de conciencia? ¿O seria tal vez por la
ausencia de su madre o de su hermana la carmelita a quien tanto ama?
Nadie comprendía que este corazón
desterrado, débil y mortal, no podía sobrellevar, sin deshacerse en lágrimas,
la inmensa alegría que le vino del cielo... ¿Cómo iba a causarme pena la
ausencia de mi madre querida el día de mi primera Comunión, si al recibir la
visita de Jesús recibía también la suya, puesto que todo el cielo habitaba en
mi alma? No lloraba tampoco la ausencia de Paulina; testábamos más unidas que
nunca. No, lo repito, tan sólo una alegría inmensa y profunda llenaba mi
corazón.
EJEMPLO
CURACIÓN DE UN ALMA
Burdeos (Gironde), 20-12-1913
Entama de cuerpo y alma pedí
oraciones obtener de la Santita protección.
Estas oraciones me obtenido grandes gracias. El último día de la novena,
un suave y penetrante olor de incienso me por la mañana y embalsamó mi
habitación por espacio de un cuarto de bota.
No he recobrado la salud del cuerpo,
pero si la del alma, mucho más preciada.
Una fe inquebrantable me hace ahora
no sólo aceptar, sino amar mi sufrimiento, y salvo algunos momentos en que el
cuerpo abrumado no puede más (sufro hace más de 20 años y a menudo de un modo
terrible), soy completamente dichosa. No cambiaría por todas las grandezas y
placeres de la tierra la vida de mártir que Dios misericordioso se digna
concederme. Le doy gracias a menudo y la acepto como expiación de mis pecados y
por la redención de las almas.
Jaculatoria: ¡Oh Bienaventurada Santita! haz e mi vida sea una
verdadera unión con Jesús Eucaristía!
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Oh virgen prudente! que sintiendo
tu alma la necesidad de vivir la vida de Dios, todo tu anhelo consistía en
recibirle, viéndose siempre inundada tu alma de grandes deseos de asemejarte en
un todo a Cristo. y excitada por el amor exclamabas: ¡Oh Jesús! dulzura
inefable, tomad para ml en amargura todos los consuelos de la tierra. Haz que
sienta en mi alma la vehemencia de tan divinos deseos, a de merecer ser transformada
con Cristo en Dios; y para más obligarte te recordamos tus inefables promesas
en favor de tus devotos con las siguientes:
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