NOVENA A NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CRUCIFICADO, CUYA IMAGEN MILAGROSAMENTE RENOVADA SE VENERA BAJO EL TÍTULO DE
SEÑOR DE LOS MILAGROS
Venerado en el poblado de Buga, Valle del Cauca, del Reino de la Nueva Granada
Compuesta
por el R. P. Fr. Francisco Gruesso y Rodríguez, misionero apostólico y Guardián
del Colegio de Misiones de Popayán.
Año
de 1819
Convencidos
de los piadosos deseos que animan a mis conciudadanos de aumentar no solamente
en la ciudad de Buga, sino en todas las demás del Reino la devoción y culto a
la Sagrada Imagen de Jesús Crucificado, que en dicha ciudad se venera con la
advocación del Señor de los Milagros; he creído, además de cumplir con los
efectos que arrastran a la devoción de esta Santa Imagen, contribuir también
con los afectos de todos los fieles de la ciudad de Buga, y de casi todo el
reino, en que es muy conocida y estimada
esta piadosa devoción, dando a la prensa esta novena, que a ruegos míos compuso
el R.P.Fr. Francisco Gruesso y Rodríguez, misionero apostólico y Guardián que
fue el Colegio de misiones de esta ciudad. Pero debiendo apoyar mis piadosos
designios en los cuidados y diligencias de un sujeto capaz de llevar los a su
debido cumplimiento, no conozco otro en quien pueda demostrar mejor mis deseos
que en U. S cuyo mérito, cuya piedad y devoción unidas al amor que desde mucho
antes he tenido a su persona. me excitan a dedicársela. Dios guarde a U. S.
muchos años.
Popayán
25 de mayo de 1819.
Joaquín
de la Peña y Montecer
Dr.
D, José María Griesso
-Hecha la señal de
la Cruz se dirá el acto de contrición:
ACTO
DE CONTRICIÓN
Señor
y Dios Eterno infinito en todas las perfecciones y atributos, yo la más pobre
la más vil y despreciable de todas las criaturas, postrado con el más humilde
rendimiento ante vuestra Soberana Majestad te confieso con todo mi corazón como
a mi Dios y Señor, principio y fin de todas las cosas, tanto en el cielo como
en la tierra y en todo el Universo. Y penetrado íntimamente del conocimiento de
mi miseria, y mi bajeza, me abato y me confundo en tu divino acatamiento,
considerando me la criatura más indigna de tu infinita dignación por la que
habéis querido poner en mí los ojos, conservándome en la vida, y en el ser que
he recibido únicamente de vos, Para que me empleara solo en el servicio de tu
amor y voluntad. Pero ingrato y desconocido a los grandes y especiales
beneficios de tu dignación. ¡Yo Dios mío! me he olvidado enteramente de vos y poniendo
mi corazón y mi amor en las criaturas me he apartado con la mayor torpeza e
ingratitud de tu divino servicio y voluntad. ¡Lo conozco, y lo confieso, Señor
y Dios mío! Conozco que no te he amado, que no te he servido como debiera, y
añadiendo a esta monstruosa ingratitud el desprecio más abominable, y más vil,
también conozco y lo confieso amargamente, que os he ofendido que he
quebrantado una y mil veces tu divina voluntad y Mandamientos. ¡Cuánto me arrepiento
Señor y Dios altísimo ¡Oh! Cuánto me duele el delito, y la traición que contra
vuestra Majestad Soberana he cometido. Quisiera haber muerto primero que
ofenderos, y quisiera morir mil veces, antes que volveros a ofender. Con esta
resolución con todo el amor de mi corazón, me atrevo a levantar mis ojos hacia
vos, implorando humildemente tus misericordias, y bondades para conservarme
siempre en esta mi resolución y propósito, Y convencido en la infinita piedad,
con que miras a los hombres a quienes has querido salvar empleando en su
redención los tesoros infinitos de tu amor, yo el primero me acojo a tu
presencia soberana a implorar los méritos de esa misma redención. para con
ellos cubrir la muchedumbre de mis delitos, y obtener perdón y misericordia
ahora y por toda una eternidad. Amén.
ORACIÓN AL ETERNO PADRE
Padre Eterno y
Clementísimo Dios, que por un exceso. de compasión y de caridad con los
hombres, quisiste que bajase vuestro Unigénito Hijo desde el seno de vuestra
gloria, a tomar carne humana y hacer hombre encargándole la más importante obra
de la redención. y libertad del linaje humano; sujetándolo a ese fin, a todos
los castigos que debiera sufrir el hombre por el delito de haberse revelado
contra vuestra Majestad Soberana, y haciéndolo participante de todos los
abatimientos y humillaciones que le han venido después de su delito. Yo os
adoro, y os reverencio, con toda mi alma, por esta tan singular misericordia,
con la que habéis querido salvarnos de nuestros pecados, a causa de los
tormentos, y de la sangre que derramó vuestro preciosísimo hijo sobre una cruz.
Y en retorno y agradecimiento, a tan soberano beneficio, os ofrezco esta misma
sangre los tormentos y muerte de nuestro divino Hijo y en cuyos méritos confío,
para la remisión y gracia de mis culpas, consagrando estos nueve días, en
memoria de esta muerte que con tanto amor sufrió por nosotros en la Cruz. Dignaos
Señor y Padre Misericordioso, desterrar de mi corazón todos los afectos del
pecado, ilustrar con tu luz divina mi entendimiento, encender mi alma, y la de
todos los devotos de tu Hijo crucificado, en un perfecto amor hacia vos,
consagrándonos en estos días, con la pureza debida, a la contemplación y
memoria de los tormentos de tu hijo Jesús, en los que confiamos, para ser
admitidos a vuestra Santísima gracia, y conseguir después vuestra eterna
victoria. Amén.
DÍA
PRIMERO
CONSIDERACIÓN
SOBRE EL AMOR QUE JESUCRISTO A LOS HOMBRES, EL QUE LE OBLIGÓ A ADMITIR LA
MUERTE EN LA CRUZ
¡Oh!
Alma mía, ven al calvario, allí es el lugar del sacrificio de Jesús, allí lo ha
llevado su amor hecho víctima de los delitos de los hombres. ¡Ah! ¿quién dijera
que después de conducido de tribunal en tribunal, en donde ha tolerado unas
tras otras, las mayores afrentas en ignominias, ansioso todavía de tormentos,
no había de quedar satisfecho, hasta no haber agotado las heces del más amargo
cáliz de dolor? Pues así es: míralo, alma mía, mira bien en ese cuadro
espantoso, dibujado con sangre, los inmensos deseos de Jesucristo han tenido de
padecer, y de morir solamente por tu bien. Registra y lee atentamente en este
sagrado libro, que se muestra en el Calvario, hasta donde a podido llegar, la insaciable
sed de tu amor; sin darse por contento, dc tener traspasada de espinas su
cabeza, despedazadas con azotes sus espaldas, abofeteadas sus mejillas y mallugado
con terribles golpes todo su cuerpo, ahora se deja en el Calvario al arbitrio
de sus bárbaros asesinos, los que añadieron dolor a dolor, han llevado hasta el
colmo su indignación, taladrando con formidables clavos sus pies y manos
sacrosantas. ¡Oh Jesús mío! Dios de amor y de misericordia, ¿no era bastante
haber derramado una sola gota dc vuestra purísima sangre, para dejar comprobado
tu inmenso amor hacia los hombres, y has querido sobreabundar a la misma
redención, para adquirir más y más título de amor sobre los mismos hombres? ¿No
quedaba el hombre redimido enteramente de su penosa esclavitud, con uno solo de
vuestros tormentos, padecidos por su libertad? ¡Ay Dios mío! ¡quién tuviera un
amor infinito, para corresponder infinitamente a tu divino amor! Encended,
Jesús mío, nuestros corazones en esas llamas de vuestro amor. Avivad entre
nosotros el fuego de esa inmensa caridad, con que habéis querido abrazar a
todos los hombres. Ahora mismo nuestros corazones endurecidos como el hielo de
los vicios, ni siente ni hacen el debido aprecio de tu amor. ¡Dios mío! Alentad
nuestros corazones. Avivad en nosotros la caridad, haced que este pueblo, que desde
muy a los principios se ha esmerado en los afectos de tu sagrada imagen, en
clavada en la Cruz, se penetra ardientemente con los incendios de tu amor, para
que aborreciendo de veras el pecado. nos consagramos por toda la vida en tu divino
servicio y voluntad. Amén.
ADORACIÓN
A LAS CINCO LLAGAS DE JESUCRISTO
¡Te
adoro! oh santísima llaga de la mano
derecha de mi Señor Jesucristo, y os suplico por el dolor que entonces sintió
vuestra alma purísima, que mi alma sea penetrada del dolor y sentimiento de
haber empleado mis acciones en las ofensas contra vuestra Divina Majestad. Amén.
-Padre
Nuestro, Ave María, Gloria Patri.
Te
adoro santísima llaga de la mano izquierda de mi Señor Jesucristo; y os suplico
por el dolor que sintió vuestra alma purísima, que mi espíritu sea penetrado
del más firme propósito y resolución de nunca jamás desviarme del camino derecho
que me conduce a la gracia. Amén.
-Padre
Nuestro, Ave María, Gloria Patri.
Te
adoro santísima llaga del pie derecho de mí Señor Jesucristo, y os suplico por
el dolor que entonces sintió vuestra alma purísima, que mi corazón conciba los
deseos más eficaces de mantenerse siempre firme y estable en la observancia de
vuestros divinos mandamientos. Amén.
-Padre
Nuestro, Ave María, Gloria Patri.
Te
adoro, santísima llaga del costado de mí Señor Jesucristo; y os suplico por el
dolor entonces sintió vuestra alma purísima, que mi corazón sea traspasado con
el dolor de las culpas, consagrándose enteramente en obsequio de vuestro 9,1ino
amor. Amén.
-Padre
Nuestro, Ave María, Gloria Patri.
ORACIÓN
IMPLORANDO EL AUXILIO DE MARÍA SANTÍSIMA
Jesús
amantísimo, recibid mis súplicas y mis ruegos, con los que me dirijo a vos,
como a verdadero refugio en nuestras necesidades. Volved los ojos a esta pobre
alma vacía de vuestra divina gracia. y colmada de vicios y de pasiones groseras,
el único fruto que he sacado de haber seguido, tan ciegamente, sus deseos. Por
vuestra pasión santísima, os pido que me hagáis sentir el dolor verdadero de todas
mis ofensas; y si mis súplicas no son bastantes por su tibieza, o por no estar
acompañadas de la pureza debida, me dirijo hacia vos, uniendo mis oraciones con
las de vuestra Santísima Madre María. ¡Oh Madre de Dios, y Madre de los
hombres! por nuestros santísimos dolores, por las penas y sentimiento que
dividió vuestro corazón amante al pie de la cruz, ayudadme a clamar a
Jesucristo, tu hijo verdadero: encaminad hacia él mis ruegos y mis súplicas, en
especial para que mi alma no se pierda, para que desde ahora y siempre viva
sujeto en la guarda de su ley y de sus mandamientos, y si fuere de su divino
beneplácito, y del vuestro, madre purísima, que me conceda también lo que pido
en esta novena; como así mismo la salud de mi cuerpo, y el remedio de todas mis
necesidades, y de todos mis prójimos. Todo esto lo apoyo, Jesús mío, en los méritos
y en las súplicas de María, interponiendo también el patrocinio de vuestro
amado discípulo el Apóstol San Juan por cuyo medio espero que no dejareis desahuciados
mis deseos, sujetándome en todo a vuestra divina Voluntad. Amén.
-Dios te Salve Reina y
Madre, etc. Padre Nuestro y Ave María a San Juan Apóstol. (Aquí alentando la
confianza pedirá cada uno lo que desea alcanzar)
AFECTOS
A JESÚS CRUCIFICADO
Si un exceso de bondad
os hizo bajar del cielo
R/:
Dadnos alivio y consuelo
en
toda necesidad.
¿Y quién pudiera decir:
oh! Mi dulce Redentor,
el ansia con que el amor
del Cielo os hizo venir,
tan solo porque vivir
el hombre pueda en verdad?
Desde entonces los tormentos
unos tras otros te oprimen,
las penas juntas se siguen,
y tu dolor va en aumento
porque el hombre tome aliento
y te goce en libertad.
Con indecible furor
los verdugos y sayones,
ultrajaron con baldones
tu Majestad, ¡oh Señor!
pero allí tu grande amor
para olvidar su maldad.
Entonces tu pena crece
cuando con tanto furor
el Ministro muy atroz
en saña cruel se enardece:
con tal que el hombre se diese
su perfecta santidad.
Azotes, clavos y espinas
lo atormenta en la Cruz
allí agoniza Jesús
cuando a morir ya se inclina:
que vea el hombre en cuanto estima
de su crimen la fealdad.
En fres horas de agonía
que en la Cruz sufrió enclavado
¿a quién decir será dado
Lo que allí padecería?
¡oh Dios, y cual sería
del verdugo la crueldad!
Cuando con aguda lanza
tu costado traspasaron
tus penas no se aumentaron,
pero aumento mi esperanza;
¡oh hombre! ven sin tardanza
A ofrecer tu piedad.
Un esqueleto no, es más
en esa hora en que espiró,
la muerte ya no le dio,
ni el hielo, ni la frialdad
pues muy antes ejerció
en sus miembros la crueldad.
Si un exceso de bondad
os hizo bajar del Cielo:
R/:
Dadnos alivio y consuelo
en
toda necesidad.
ANTIFONA
¡Oh!
Cruz santísima, árbol el más precioso entre los árboles del Líbano, en cuyos
brazos estuvo pendiente la vida del mundo, en los que triunfó Jesús, y venció
para siempre con su muerte a la Misma muerte.
L/:
Te adoramos y te bendecimos oh! Señor Jesucristo.
R/:
Porque redimiste al mundo con tu Cruz.
ORACION
¡Oh
Dios! que renovaste los milagros de tu pasión,
en la invención gloriosa de tu Cruz: concedednos que con el precio de este leño
de vida consigamos los medios de alcanzar la vida eterna. Amén.
(Hoy
se da principio a la confesión general si debiese hacerse; si no se hará la
confesión actual, empleando los nueve días de la novena en cierta distribución
de lección y oración, y demás piadosas ocupaciones)
DÍA
SEGUNDO
CONSIDERACIÓN
SOBRE LOS DESEOS DE JESUCRISTO DE QUE LOS HOMBRES SE APROVECHEN DE SU AMOR
¿Quién
le diera a Jesús, que todos los hombres de todos los tiempos, y de todas las
edades, reunidos en este día bajo las banderas de su Cruz vinieron a participar
de los frutos preciosos de su sacrificio? ¡Qué ansias las suyas tan ardientes! ¡Qué
deseos tan eficaces los suyos de salvar a todos, de redimirlos a costa de todos
sus tesoros, con el precio infinito de su misma sangre! Levanta sus ojos; ¡oh
alma mía! míralo en el Calvario, y escucha atentamente su voz divina, con la que,
dirigiéndose al Padre, le ruega con las súplicas más encarecidas, aun por los
mismos verdugos que lo atormentan. Padre Eterno, le dice: verdad es que mis
enemigos me atormentan, que ahora mismo me persiguen, que se enfurece ahora
contra mi sangre; pero ellos no saben lo que hacen, son rudos ignorantes,
perdónalos Padre mío. Así habla Jesús, ¡oh alma mía! y no es tan solo de ahora, sus deseos
ardientes de salvar a todos, de sacarlos del poderío del dominio, y del pecado.
¿A quién no son constantes en todo Jerusalén, en toda Judea, y en los lugares
todos por donde ha ido esparciendo los saludables frutos de su apostolado, y de
su misión? ¿Quién no le ha visto al lado de una samaritana junto al pozo de
agua, imagen de la vida, en la compañía de una Magdalena, levantando
blandamente sus manos sobre ella para quitarle todos sus delitos, todas sus
maldades, en la casa de un publicano? ¿Quién no le ha visto devorado de la sed
de saciar a los hombres, buscando de aquí y de allí a los pecadores, además de
haber regado por todas partes la doctrina de la salvación, la que hubiera
bastado para que los hombres todos viniesen a reunirse bajos sus banderas? Pero
ahora sobre la Cruz. ¿Quién podrá explicar dignamente lo que es su amor, y la
eficacia de sus deseos para que uno solo de los hombres no se pierda? Míralo en
tí misma ¡oh alma mía! Mira cuantas veces ha enviado sobre tí sus luces, sus
desengaños, sus aviesos; mira cuantos otros quizá vuestros conocidos, vuestros
parientes, vuestros amigos tocados de su luz divina han venido a su santo
Templo a implorar sus auxilios de conversión, y la han conseguido. Cuantas
mudanzas, cuantos arrepentimientos se han concebido a sus divinos pies, y se
han ejecutado con su influjo. ¡Dios mío! ¡Jesús mío! ¡Redentor de mi alma! volved a mí tus divinos ojos; yo soy uno de
aquellos ministros de furor, que, atormentándonos desde el calvario, y en todos
los lugares, ha concurrido a desperdiciar tu sangre, a causar en voz la muerte más
inhumana. Levantad, señor, por mí el prime ro tu voz divina, pidiéndole al
Padre que me perdone. ¡Ay Dios mío! yo
me olvidé que os ofendía, que ultrajaba a mí mismo Padre, a mi Dios, cuando tan
osadamente pecaba contra vuestra Santísima Ley. No permitas que yo malogre los
frutos de vuestra redención; haced que verdaderamente contrito, me resuelva en
estos nueve días, a la reforma de mi vida para que sirviéndoos desde ahora os
goce después para siempre. Amén.
DÍA
TERCERO
CONSIDERACIÓN
SOBRE LAS SEÑALES DE AMOR QUE MANIFESTO JESUCRISTO EN LA CRUZ
Bien
puede el hombre animarse por miserable, por pecador que sea en los ojos de
Dios. A pesar de los tormentos, que despedazan cruelmente el corazón de Jesús,
cercado como se halla en un inmenso mar de dolores, y de angustias: el amor del
hombre, el deseo de su salvación, sus ansias porque no se pierda, todo esto
crece a medida de lo que crecen sus tormentos, Considera, oh alma mía! que
cuanto ha practicado hasta ahora por los hombres, y en el momento en que
debiera rehusar su amor por los desprecios que ha recibido, en ese mismo se
emplea todo en comunicarse amoroso, olvidando las ofensas, y las pasadas
ingratitudes, Si, alma mía, ese mismo hombre, a quien Jesucristo ofrece en este
día abrir las puertas del Paraíso, conducirlo a una mansión de gloria, y darle
millares de tesoros que lo hagan feliz y bienaventurado, ese mismo es aquel
pecador que poco antes le ha ofendido, que ha quebrantado indignamente sus
preceptos, y que convencido de sus delitos se prepara para expiarlos en
suplicio. Más volviendo ahora los ojos a Jesucristo que está a su lado, le dice
penetrado dolor: Acuérdate de mí cuando vengas a tu reino. Nada más se
necesita, basta este dolor, este arrepentimiento para que, aunque sea el mayor
y el más abominable de los pecadores le reciba Jesús amorosamente, Y en efecto
lo recibe, oh alma mía, y con esto manifiesta Jesús las señales más
convincentes de salvar al pecador por grande que sea. ¡Oh Dios mío! que fuera yo ese dichoso ladrón para que se
diera a conocer en mí vuestro especial amor! Aliéntate oh alma y apresúrate a
ponerte delante de Jesús en el día de sus grandes misericordias. Tú eres
semejante a ese ladrón, por el hurto que has hecho a Dios del tiempo, por el
desprecio bien culpable con que has manejado los caudales de su amor, con los
que habrías ya comprado una dicha verdadera. ¿Cuántas voces ha dado
continuamente a vuestro corazón? ¿Cuántas veces te ha llamado, y convidado a
penitencia, ofreciéndoos también el Paraíso? ¡Ah! Ingrata y desconocida, vuelve
ya sobre ti, y considera atentamente lo mucho que ha hecho por tu amor. ¡Qué de
tesoros te ofrece para la vida eterna! Y aún desde ahora, qué de bendiciones,
qué de auxilios, qué de medios de salvación en tantas indulgencias, en tantas
gracias, que te ha dado por medio de su Vicario en la tierra, y todo sin otro
objeto que llamarte, suavizarte el camino de venir a su Reino. No pierdas
tiempo, apresúrate alma mía a recibir a manos llenas las muestras visibles del
grande amor de tu amor. Amén
DÍA
CUARTO
CONSIDERACIÓN
SOBRE EL GRANDE INTERES DE JESUS PARA QUE LOS HOMBRES NO MALOGREN SU AMOR
¿En
dónde hallarán ¡oh alma mía! un Padre más
bondadoso, una Madre más compasiva y más tierna, un amigo más fiel, consolador,
un patrono más aplicado a tu interés, y a tu propio descanso, sino solamente en
Jesucristo? ¡Ah! Sumergido en tantas angustias oprimido de dolores, a cuál más
agudo y más cruel, no por eso ha desviado de ti sus compasivas miradas; y antes
bien de momento en momento, quiero mostrarte, que solo el cuidado da tu
salvación es el mayor, y el grande de todos sus cuidados. ¡qué interés el suyo!
mientras los verdugos sedientos de su sangre, no quieren sino multiplicar unos
sobre otros sus tormentos, Jesús con más fuertes ansias también quiere
aumentar, unos sobre otros sus cuidados, animado del único interés de tu propio
bien. ¿Quieres conocer hasta donde llegan, ese vivo interés, esos cuidados
amorosos que por ti lo animan? Míralo pues, oh alma mía sobre el Calvario
haciendo depósitos continuos de su sangre los que ha aplicado a sus
Sacramentos, aplicándole también una virtud infinita y Soberana para salvarte.
Míralo cubriendo con esa sangre, como un muro inexpugnable, el valor y el
mérito de sus Sacramentos, para que, si el hombre nace, para que, si vive, para
que, si muera, siempre halle prontos los recursos a su misericordia, todo el
interés de su corazón, en su provecho y en su bien. Pero en esta hora terrible
de su agonía, sacando fuerzas de su misma flaqueza, ha querido que el hombre
vea hasta donde llegan sus cuidados, pues
lo único que ha podido salvarse de entre los hombres, en el naufragio
espantoso de la naturaleza humana, ese único bien que ha quedado a Jesucristo
entre los mismos hombres, ese bien precioso que siempre se ha mostrado
agradable y dulce a sus ojos, también se reúne sobre la Cruz al cúmulo inmenso
de sus beneficios, para salvar, para hacer más y más dichosos a los hombres. ¡Alma
mía! ¿Por qué es que ahora no tiemblas de espanto, y de horror a ti misma, a tu
ingratitud y tu maldad, cuando oyes a Jesús dándote por Madre, haciéndote hijo
afortunado de la que es su Madre, la consoladora única en el mar inmenso de
angustias que le atormentan? ¡A Jesús dulcísimo! que yo no pueda aplicar los
grandes motivos que debieran arrebatar fuertemente a los hombres en vuestro
amor! ¡Cuántos beneficios en este beneficio! ¡Cuántos intereses de nuestro
bien, en solo intereses de que María es su Madre! Templo santo que me escuchas,
tú lo dirás algún día, si cuando ha venido el pecador dentro de tus muros,
María, la primera entre sus Ángeles tutelares, no ha corrido a recibir sus
oraciones, y llevarla a la cruz, cumpliendo exactamente con los oficios de la
Madre más amorosa de los hombres. Tú has visto portentos sobre portentos,
obrados por la mano del milagroso Señor de Buga, siendo su Madre María el
conductor por donde los pecadores han llegado a obtener sus piedades. Tú viste renovarse
a esfuerzo de un copioso sudor que cubría a esta santa imagen su rostro, y
todos sus miembros, para que el pecador se anime, y el angustiado no desaliente
en sus peticiones, viendo que Jesucristo comienza por su imagen a abrir las
puertas de sus bondades: viste salir unos tras otros los pobres de tu recinto,
los enfermos, los necesitados a bendecir una, y mil veces las aguas de tu
piscina saludable, y todo esto, todos los prodigios de Jesús, lo ha obrado por
medio de su Madre, que dio a los hombres, en cuyo pecho a descansado de los
grandes cuidados a beneficio de esos mismos hombres. Conocerlo desde luego, oh
alma mía Conoce ya a tu Jesús, a tu Salvador, conoce su amor y llores con
lágrimas verdaderas tus ofensas. Amén.
DÍA
QUINTO
CONSIDERACIÓN
SOBRE LAS PENAS Y SENTIMIENTOS DE JESUCRISTO, AL VER QUE LOS HOMBRES NO HACEN
APRECIO DE SU AMOR
No
hay alivio, no hay consuelo para Jesús, Acércate, Oh alma mía al calvario: oye
a Jesucristo hablar con su Eterno Padre quejándose amargamente de su desamparo.
La sangre que ha derramado, todos sus tormentos, la misma muerte que va a
sufrir, no le afligen y desconsuelan tanto, como el verso desamparado, Pero no
creas alma mía, que el Eterno Padre lo ha abandonado, o se niegue a recibir su
sacrificio: lo que ahora atormenta a Jesucristo es el ver, que tú la primera te
separes de la Cruz, por el pecado: que perdiendo infelizmente el fruto
saludable de su sangre le vuelvas las espaldas, y lo desampares. Esta es la
gran pena, el mayor sentimiento de Jesús en esta hora, considera pues, que con
qué espada tan agudas se verá traspasado por todas partes su corazón santísimo,
al ver el ningún aprecio que los pecadores hacen de su muerte. Tantos millones
de infieles, tan millones de herejes, y multitud innumerable de pecadores y de
impíos se presenta ahora a su sagrada vista, desnudos de sus méritos, vacíos dé
su gracia, desamparados de sus auxilios; llenos únicamente de vicios, ligados
de pasiones groseras y vestidos de acciones groseras, y vestidos con la librea
del mundo, esclavos infelices de sus anteojos y de sus deseos. Todo lo ve, y
todo lo siente con la mayor pena en esa Cruz. Al paso que crece su martirio y
su dolor, también crece su pena de verse desamparado de los pecadores. ¡Ah! y quien pudiera! ¡Dios mío! quitarle su
infamia al pecado, y que no angustiase sobre manera vuestro corazón: pero no,
no quiere Jesús más consuelo, más alivio, sino que los pecadores se conviertan:
que bañados todos en su sangre sacrosanta, se reúna a su Cruz y se salve.
Resuélvete pues, alma mía, a dejar ya los caminos del vicio, y entrar por las
sendas de la virtud. Acuérdate que a pesar de la ingratitud con que te muestras
jamás ha separados sus auxilios, y siempre ha estado muy cerca de ti;
llamándote con sus inspiraciones para que te vuelvas a su misericordia, y le
pierdas de vista. ¡De cuántos peligros no te ha librado, aguardando la ocasión más
oportuna, para hacerte dueño de tu corazón! Cuántas veces habrá separado el
rayo de tu cabeza, habrá domado el imperio de las aguas, habrá impedido la
frialdad y destemplanza de los aires, para que no parezcas, y te pierdas, como
infelizmente habrían parecido en estos, o semejantes peligros, tantas almas, a
quienes ha protegido visiblemente por su devoción a su sagrada imagen, y entre
ellas quizá tú la más favorecida, con el fin de que no se malogre su redención.
¡Oh Jesús mío! haced que yo estime de veras vuestros beneficios: que sienta muy
de veras el desamparo de vuestra gracia en que me han dejado mis vicios,
obligad, forzad si posible es, esta mi alma, a que siempre os ame y sirva: que
aborrezca en estos nueve días todos sus delitos, y que permanezca siempre firme
en los propósitos de amores eternamente. Amén.
DÍA
SEXTO
CONSIDERACIÓN
SOBRE LAS ANSIAS QUE TUVO JESUCRISTO DE PADECER MÁS TORMENTO POR AMOR A LOS
HOMBRES
Ahora
es tiempo, ¡oh alma mía! de que vuelvas un momento sobre ti misma, y que veas
hasta donde ha podido llegar tu ingratitud y tu perfidia para con Jesús.
Todavía suspira ardientemente por su salvación. Todavía sigue sus pisadas, se
te pone por delante, te llama, y te ruega a que vengas a recibir los frutos de
su misericordia y de su piedad. Con este fin es que te dice dulcemente, oh alma
mía: la sed me atormenta en esta Cruz, la sed me acaba, yo muero de sed de tu
salvación. Si, la sed de salvar a los pecadores, de padecer por ellos hasta la
muerte con tal que no se condenen, este es uno de sus mayores tormentos, Que lo
insulten los verdugos, que lo blasfemen como cl hombre maldito de Dios, y
dejado de su gracia, le den la hiel y el vinagre en vez de refrigerio, que
despedacen su costado, dividan cruelmente su corazón, nada importa que le
aumenten sus padecimientos, con tal que tú, oh alma mía, no parezcas. Que se
pierdan todos sus tesoros, toda su fortuna. Su misma vida, nada importa con tal
que se le reserven para sí todas las almas. ¿Se dará por ventura, otro amor que
pueda igualarse con este amor? ¡En qué piensas, oh alma mía! si desde ahora no das principio a pagar la
deuda infinita que han contraído de día con Jesucristo? Cada lágrima de sus
ojos es un beneficio inmenso, que no tienes como correspondérsela. ¿Y que será
cada clavo de sus manos, cada espina de su cabeza, cada azote de sus espaldas,
y cada llaga de su cuerpo? ¿Y alcanzada como te hayas de una deuda tan antigua
a Jesucristo? quieres una debía aumentar
el precio de esta deuda? ¿Jesús suspira por más tormentos, y tu has de suspirar
por más ofensas? Jesús se aflige con la sed de tu salvación y de tu dicha, y tú
has de consumirte en el ardor y sed de las riquezas, de las grandezas, y de los
placeres? ¡no es dable, a vista de tanto amor rehusar más tiempo tus ojos al
llanto, tus oídos a sus llamamientos, tu corazón a los continuos golpes con que
quiere despertarte del funesto letargo de los vicios en que vives’, no es
dable, oh alma mía! Dile ya a Jesús: Dios mío, basta ya de tormentos, bastantes
son los que hasta aquí os han hecho padecer mis delitos. Razón es que no te
ofenda, aunque jamás hubieras parecido por mí: justo es que te ame, que te
sirva y te adore con todo mi amor, con todo mi corazón, ahora y por toda una
eternidad. Amén.
DÍA
SÉPTIMO
CONSIDERACIÓN
SOBRE EL GRANDE GOZO DE JESÚS, AL VER LO QUE HA SUFRIDO Y PADECIDO PÒR AMOR A
LOS HOMBRES
Mira
alma mía, hasta donde han podido llegar las amarguras y los tormentos de Jesús,
que ya no hay parte de su cabeza que no tenga su espina, que no hay lado en
todos sus miembros que también no tenga su llaga y dolor. Acaso ha quedado vena
de su cuerpo que no se haya roto, o coyuntura, o hueso que no esté dislocado.
¿Acaso puede recibir ya más tormentos? Atiende
¡Oh alma mía! A las quejas que da Jesús por la boca de Isaías, piensas tú que
pudieras haber hecho más por tí, ¿que no lo haya hecho? ¿Hay acaso tormentos,
que no los haya padecido? ¿Hay dolores, y tribulaciones que no hayan venido
sobre mis espaldas? Así le habla Jesús ¡oh alma mía!? Pero lleno de amor, lleno
de gozo al ver que por él no ha faltado que, si no te salvas, que, si te rehúsas
a sus llamamientos, y a sus voces, no es por defecto de su redención, la que
abundantemente hubiera desatado las duras prisiones, que de tanto tiempo te
aprisionan con la culpa. Tu misma has rehusado tus oídos, has endurecido
torpemente tu corazón; y cuando Jesús ha corrido lleno de gloria a tomar sobre
si la Cruz de los padecimientos, tú le has vuelto las espaldas, has mostrado
tus ojos, y tu rostro, a sus enemigos, a quienes has dado tú mismo corazón. ¿Podrías
tú haber hecho más por ofender a Jesús? hay acaso algún delito, algún crimen, nuevo
que no lo hayas cometido? ¡Qué más podría hacer, oh alma mía! en ofensas de Jesús, que no lo hayas hecho? ¿Pero
hasta dónde quieres extender tú perfidia? Vuelve ya las espaldas al enemigo,
eleva ya tus ojos a Jesucristo, fíjalos en el calvario, aprende allí lo que es
amor, lo que es pagar beneficios por ingratitudes, Acuérdate ¡Oh alma mía! que
a pesar de tu maldad jamás has venido a la presencia de Jesús, a pedirle sus
beneficios en este su Santo Templo que no lo hayas conseguido, ¿No ha sido
Siempre el paño de tus lágrimas, el Médico de tus enfermedades? ¿No has
conseguido más de una vez la salud con el aceite de su lámpara, con los paños,
con los algodones con que se ha limpiado cl sudor de su santísimo Cuerpo? Qué
señales son estas sino de un deseo de aficionarte a su devoción y a su culto. y
ganar entonces tu corazón, mostrándose a tus ojos cubiertos de llagas, oprimido
de angustias y de dolores, para que te animes a venir, y no te deslumbres con
cl esplendor de su Majestad, o te retraigas con el temor de los castigos que
debes temer de su vergüenza ¡Jesús mío! por tus Santísimas llagas, acabad en mí
la obra de misericordia que habéis comenzado. Conozco mis delitos, conozco que
al paso que habéis padecido más y más por mi felicidad, yo ingrato he cometido más
y más ofensas para mi propia ruina e infelicidad Ya me encamino a tus brazos,
ya vuelvo mis ojos a vos, y espero lleno de confianza, que no te rehusaréis,
sino que me perdonaréis y daréis tu Santísima gracia, para siempre amaros, y
serviros. Amén.
DÍA
OCTAVO
CONSIDERACIÓN
SOBRE EL SACRIFICIO QUE JESÚS HA HECHO DE SI MISMO POR AMOR A LOS HOMBRES
No
quiere Jesús, ¡oh alma mía! traspasar de
si El cáliz de su pasión y de su muerte, sino que, resignado a la voluntad de
su Eterno Padre, se ha Sometido voluntariamente, hasta agotar sus más amargas
heces ¡Qué conformidad la suya! Y cuando ya siente sin sangre sus venas, sin
vigor ni aliento sus espíritus, qué aliento tan nuevo, a que recibe su alma
purísima para hacer completo el sacrificio de su amor. Nada ha faltado en su
pasión, Todo lo más triste, lo más amargo, lo más sombrío, ha concurrido sobre
el Calvario, para hacer más cruel más intolerable su suplicio. Todo está
acabado, todo está perfeccionado: sus deseos de redimir a los hombres, el ansia
de dar por ellos su sangre, el grade anhelo de morir por ellos en una Cruz,
todo se ha reunido a perfeccionar enteramente su sacrificio. ¡Cuando ve que no
le separa de la muerte sino un momento muy corto, oh alma mía! si pudieras conocer toda la extensión, todo el
valor de su infinito gozo en dejar perfectamente satisfechos sus deseos. ¡Éntrate,
alma, en este corazón abierto de Jesús! Mira allí y observa con atención, todo
lo que ha podido el ansia y el deseo de sacrificarse por tu amor. ¡Dios mío!
¿es posible que nada le quede al hombre, que agotes, vos solo ese mar de
sentimientos, en que debiera ser hundido, y que se haga dueño enteramente de
tus sacrificios, habiendo sido tan costosos a tu santa persona? Cuando el
hombre todo entero, ahora y para siempre debiera ser tuyo: Cuando debiera
agotar justísimamente todo el cáliz de vuestra ira tremenda: ¡El alma mía! ya no es posible manteneros más tiempo en tu
indolencia, en tu endurecimiento. El sacrificio de Jesús por vuestro amor está
ya incompleto. Tiempo es ya muy de sobra tu sacrificio. Ni espíritu, ni aliento,
ni sangre, ni su misma vida le queda ya es Cruz; pues que todo, todo lo
entrega, todo lo sacrifica por amor tuyo. Tiempo es ya que te apresures con
pasos de compunción y de dolor, a ofrecerle todo entero el sacrificio de ti
mismo. Para qué sirve tu vida, tus pasiones, tus deseos, tú mismo corazón: ¿para
qué sirve si no ha de entrar en el sacrificio, que por tantos títulos le debes
a tu Dios? ¡Dios mío! dueño verdadero de
mí mismo, vedme aquí, tuyo soy, y tuyo soy para siempre. ¡Ah! ¿Qué me fuera
posible entregarme a vos, y que me pudiera arrebatar el mundo, a las pasiones,
y a los vicios, la parte desventurada, que de mucho tiempo les ha dado sobre
mí, sin caer en cuenta del huerto espantoso que os hacías? pero esto no es posible: conozco que perdí infelizmente
aquella parte de mi vida, que sacrifiqué al mundo y a los vicios. No me queda
ya otro recurso que ofrecerte los restos de mi vida. ¡Ay de mí! Las sobras miserables
del mundo y de las pasiones, los amos y señores a quienes me consagré
ciegamente. ¡Acabad en mí Jesús mío! estos mis deseos: que, comenzando a amarte de
veras con tus auxilios, continúe y acabe en tu servicio. Amén.
DÍA
NOVENO
CONSIDERACIÓN
SOBRE LA MUERTE DE JESÚS, EFECTO DE UN INFINITO AMOR A LOS HOMBRES
¡Oh
alma mía! Llegará a tanto tu desventura que no tiembles y te estremezcas al considerar
que Jesús ha muerto por tu amor, ¿Cuánto es que has oído, que otro padece, que
algún otro haya muerto por ti? ¡Ay Dios mío! ¡Dios de amor! ¿En dónde hallaré
palabras con que expresar el profundo sentimiento que debe apoderarse de
nuestros corazones, al ver tal extremo de amor, tal exceso de misericordia y de
bondad? Mira y considera con suma atención, oh alma mía, el estrago espantoso que
la pasión ha causado en Jesús antes que muera, No es más que un vivo esqueleto,
y apenas encuentra la muerte como cebarse en todos sus miembros, Después que ha
padecido los más crueles tormentos, que ha derramado toda su sangre, que ha quedado
por tres horas con las más terribles agonías pendiente de una Cruz, le da por
último licencia a la muerte, habiendo encomendado su espíritu al Eterno Padre.
De este modo acaba Jesús, no al influjo del dolor, sino al impulso de su
ardiente amor. Observa con cuidado, oh, alma mía, el funesto estrago de la
pasión ha causado en Jesús, Ojos marchitos, semblante pálido, mejillas enjutas,
labios denegridos, miembros estirados, en fin, la muerte ha sido el
complemento, y ella no ha hecho otra cosa, que poner fin a su martirio:
Considera alma, qué esfuerzos de amor en sus últimos instantes, cuando ya se
ausenta de los hombres, de estos mortales desgraciados autores de su muerte,
Pero al mismo tiempo ¡qué regocijo! qué júbilo el suyo porque asegura para
siempre sus conquistas, en los hombres. Ya manda abrirles las puertas de su
gloria, ya confunde el pecado, ya aterra al Demonio, ya establece y hace
fecundar su Iglesia, poniéndole la marca de su redención, en la que reúne como
miembros suyos a los redimidos, de quienes será perpetuamente el Jefe y su
cabeza. Todo esto es la obra de su muerte, la obra de su redención, la obra de
su amor. Enjuga tus lágrimas, ¡oh alma mía! razón es que sientas con un dolor infinito la
muerte de tu Dios; pero también es razón que te regocijes en vista de su amor y
de los bienes inmensos que te ha ganado con él. Ya tienes un Padre verdadero,
un consolador seguro; un guía que te conduzca dichosamente al descanso. ¡Salvador
mío! bendita sea para siempre tu pasión:
bendito sea tu amor, Mírame ahora con tu especial misericordia. Jesús mío! que
yo me consagre para siempre en tu servicio y en tu amor. Que se logren en mí, los
preciosos frutos de tu sangre, Recibid mis súplicas y mis ruegos: haced, Redentor
mío, que mi corazón se encienda de día, más y más en tu obsequio y en tu culto.
Volved tus ojos misericordiosos hacia tu Iglesia santa, protegiéndola con tus
especiales auxilios. Amparad a sus Ministros: defended a todos sus fieles.
Extended tu brazo sobre este pueblo afortunado en tu amor, que desde mucho
tiempo ha fundado su dicha en amarte. Haced, Dios mío, que sean mis deseos, que
saque los frutos de esta Novena, para nunca ofenderte, y amarte para siempre.
Amén.
LAUS DEO
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