Foto perteneciente al Lic. Luis Alberto De Ruiz |
SEPTENARIO A NUESTRA SEÑORA DEL
CONSUELO
Hecha la señal de la cruz, se dirá
el siguiente:
ACTO DE CONTRICIÓN
Dios mío, Bien sumo, mi primer
principio y mi último fin, digno de amor infinito, os amo sobre todas las
cosas, y me duele sobre todo dolor haberos ofendido, Propongo, con el auxilio
de vuestra gracia, antes morir que volveros más a ofender. Amén.
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS
LOS DÍAS
¡Oh Madre dolorosísima,
gemebunda y solitaria tortolilla del desierto! A tus plantas me postro lleno de
confusión por las inmensas amarguras que á tu Corazón han causado mis pecados;
pero arrepentido de veras, ¡oh Virgen! Vengo á consolarte, Madre mía, quiero
llorar contigo tus dolores, y para que me lo concedas. te suplico ilumines mi
entendimiento con tu gracia e inflames mi corazón con tu amor, para que sepa
prudentemente pensar en ellos, sabiamente meditarlos y profundamente
comprenderlos, á fin de que, asociándome á tus dolores en la tierra, me asocies
a tus gozos en la gloria. Amén.
DIA PRIMERO
PROFECÍA DE SIMEÓN
PRELUDIO
Cumplido el tiempo de la
purificación de la Madre, según la ley de Moisés, llevaron al Niño a Jerusalén,
y al entrar sus padres con el Niño Jesús en el templo, Simeón bendijo á
entrambos, y dijo a María su Madre: Mira, este Niño que ves está destinado para
ruina y resurrección de muchos en Israel, y para ser el blanco de la
contradicción de los hombres: lo que será para ti misma una espada que
traspasará tu alma, á fin de que sean descubiertos los pensamientos ocultos en
los corazones de muchos (Luc. II, 22, 27, 34, 35).
CONSIDERACIONES
I. Considera cómo el anciano
Simeón, después
de elevar al Señor un afectuoso cántico por haber tenido el suspirado consuelo
de estrechar en sus brazos al Salvador del mundo, vuelto á María le dice
conmovido: Mira, este Niño que ves está destinado para ruina y resurrección de
muchos en Israel, y para ser el blanco de la contradicción de los hombres: lo
que será para ti misma una espada que traspasará tu alma. ¡Cruel vaticinio que,
a la vez que eclipsaba las alegrías de la Madre, lanzaba rayos de vivísima luz
sobre los futuros destinos del Hijo de su amor! Y en efecto, pues como desde su
niñez se había entregado María al estudio y constante meditación de las
escrituras Santas, e ilustrada como estaba por el Espíritu Santo, en aquel
instante vio agolparse a su mente todo cuanto los Profetas habían predicho
acerca del Mesías prometido. Comprendía por Isaías que sería abofeteado,
escupido, desgarradas Sus carnes con crueles azotes, hasta no quedar en su
cuerpo parte sana (LIII); veía por Jeremías sería saturado de oprobios (Thren.
III); por Zacarías entendía que estaría pendiente de un madero (XI); sabía por
David que en su sed abrasadora le darían vinagre; que serían traspasados sus
pies y sus manos, y que se podrían contar los huesos de su cuerpo (Ps. XXI), y,
en suma, veía ya delante de sí la pasión de Jesús en todas sus circunstancias y
con todos sus pormenores. Pobre Madre, cuya alma quedó desde aquel instante
traspasada por la espada del dolor, ¡sin hallar consuelo en su aflicción ni fin
á su quebranto! Porque, qué consuelo podría tener, ¿si la vista de Jesús le había de
recordar los tormentos que de Él tenían vaticinados los Profetas? ¿Qué contento le cabría, sabiendo que su mismo
Hijo era la Víctima que ella alimentaba y debía guardar á tanta costa para el
día de su sacrificio?
II. Considera los
amaestramientos de obediencia
y de resignación que aquí te da la Madre de Jesús. De obediencia, porque
siendo ella purísima como el pensamiento de aquel Dios que, al entrar en ella
como en su templo, en virtud de la encarnación, la haya sin mancha alguna que
la sujetase al rito de la purificación, no obstante, con un acto de
profundísima humildad que ocultaba á los ojos del mundo sus altas prerrogativas
y la hacía pasar por mujer manchada, subió obediente al templo de Jerusalén, á
cumplir una ley, que á la vez que no le obligaba, le causaba desdoro, á fin de
que tú, hollando juntamente con tu orgullo todo respeto humano, cumplieses
fielmente la ley santa del Señor. De resignación, porque, ¿qué hace María bajo
el cúmulo de tormentos que le revelan las palabras del justo Simeón? Inclina la
cabeza, como se doblega la delicada flor al empuje de furioso vendaval; sus
labios palidecen, y su sensible Corazón experimenta un efecto semejante al de
un hierro candente introducido lentamente en la carne viva y más delicada; y
aun cuando su alma queda herida por el más fiero de los dolores, ella no se
lamenta, sino que ahoga en silencio sus gemidos, contiene sus lágrimas, y
estrechándose las manos sobre el pecho, exclama: ¡Señor, hágase tu voluntad!
III. Considera á la afligida
Madre de Jesús, que te dice: Hijo de mis dolores, tu salvación hasta aquí
frustrada por tus continuas caídas en la culpa ha hundido esta espada en mi
Corazón: pero desde ahora resuelve ser fiel a tus promesas, y no te olvides del
llanto de tu Madre. (Ecl.,
VII, 29).
ORACIÓN
Oh Madre dolorosa, á la vez que
refugio seguro del pobre pecador! Conozco. Señora, que mi inconstancia en el
bien obrar ha sido la causa de tus injustos dolores; pero consuélate, Madre
mía, que sinceramente resuelvo ahora cambiar de vida y trabajar no más que por
mi eterna salvación. Y para resarcir mis yerros pasados, esta gracia te pido
por todas tus bondades, y muy principalmente por la espada de dolor que
traspasó tú amante Corazón con la profecía de Simeón, que me alcances del Señor
una tierna devoción ả tus dolores y una resignación grande en los trabajos que
digne enviarme, á fin de que con formándome en todas las cosas con su voluntad
aquí, vaya después contigo á cantar sus misericordias en el cielo. Amén.
OBSEQUIO
Por amor á la Madre del
Consuelo, si no
te hayas en estado de gracia, procura ponerte en él mediante el sacramento de
la Penitencia, y graba en tu corazón el recuerdo continuo de sus dolores.
JACULATORIA.
Yo herí Madre amorosa,
Tu pecho sacrosanto,
Broten los ojos míos
Un mar de triste llanto.
DIA SEGUNDO
HUIDA A EGIPTO
PRELUDIO
El Ángel del Señor apareció en
sueños a José diciéndole: Levántate, toma al Niño y a su Madre, y huye á Egipto
porque Herodes ha buscado al Niño para matarle (Mat. II, 13).
CONSIDERACIONES.
I. Considera que estando la
Virgen de Nazaret
entregada á un plácido sueño, y cuando el divino Infante dormía entre sus brazos
más confiado que si estuviera sentado sobre el coro de alados Querubes, el Ángel
del Señor apareció en sueños á José diciendo: Levántate, toma al Niño y á su
Madre y huye a Egipto, porque Herodes ha de buscar al a matarle. ¡Pobre Madre!
Una nueva y penetrante espada vino herir profundamente su tierno Corazón, al
oír de boca de José la orden intimada por el Ángel de huir de Nazaret, por
peligrar allí la vida de aquel Hijo, amor único de su Corazón, alma de su alma
y supremo Creador de su ser. Por lo pronto ella se conturba y tiembla; siente
allá en el fondo de su alma una angustia infinita que embarga sus potencias;
pero reanimada un tanto, se levanta y estrecha al divino Niño contra su pecho,
lo despierta con sus besos, y en el acto emprende con su afligido esposo el
camino de su destierro. ¡Qué compasión ver aquella delicada Virgen, de quince
años de edad, caminar entre las sombras de la noche, llevando culto bajo su
manto á Aquel que en un puño contiene á los espacios! ¿Quién podrá comprender
su dolor y contar las lágrimas que le hizo verter tan inesperado como penoso
viaje? Los sollozos del Niño le partían el alma y le hacían temer que llegasen
á los oídos de los emisarios de Herodes, y que descubierto, sus verdugos se lo
despedazaran entre sus brazos. Hasta el soplo de los vientos, el ruido de las
hojas y cualquier rumor por lejano y ligero que fuese, hacía estremecer sus
entrañas y acrecentaba su aflicción. Con tales zozobras caminaron por los
senderos más ásperos y solitarios, hasta traspasar los confines de Jerusalén
para internarse en las arenas del desierto, bajo los abrasadores rayos del sol
de Egipto. Pero ¡ay! que hasta en aquellas apartadas regiones el alma de María fue
presa del dolor, al saber la noticia de la extinción de los inocentes de Belén
y sus contornos, cuyas madres, cual otra Raquel, lloraban inconsolables á sus
hijos, impíamente degollados por el intento de dar muerte á aquel divino
Infante, á quien María y José salvan en su fuga, bien que abrumados de pesares
y agobiados por el cansancio y las privaciones.
II. Considera que María y José,
peregrinando con Jesús por este mundo, te enseñan á tener confianza en Dios y
paciencia en los trabajos que te envíe, a tener confianza en Dios, porque
ellos, al aviso del Ángel, no repararon en lo oscuro y avanzado de la noche, ni
en lo delicado del Niño, apenas de dos meses de nacido, ni en lo largo y
peligroso del camino, que para ellos sería de dos meses; sino solamente en ser
aquella, una orden del Señor, lo que bastó para que la ejecutaran sin tardanza,
confiados en que el mismo Señor los guardaría, de los peligros y los proveería
en sus necesidades. Te enseñan á tener paciencia en los trabajos, porque siendo
María en extremo delicada y de muy sensible Corazón, y José sumamente pobre, es
de suponerse que nadie tuvo ni tendrá los trabajos que ellos tuvieron entonces,
tanto por no haber habido quien los consolase cuando acosados por el hambre, la
sed y el cansancio yacían perdidos en las abrasadas arenas del desierto, como
por no haber tenido siquiera donde poder pasar la noche; cuanto porque después
en el Egipto, como pobres y peregrinos, la misma Virgen santa se vio estrechada
a hilar, tejer y coser telas ajenas para procurar con San José el sustento de
su amado Jesús. A tantos trabajos y humillaciones se sometió la Reina de los
Ángeles, para enseñarte á practicar la paciencia en los trabajos y prevenirte
en ellos el consuelo mediante sus merecimientos.
III. Considera a María, que,
consumida de penas y desde su destierro, te dice: «Hijo mío, si quieres
consolarme, y si quieres tenerme propicia, ama á mi Hijo. El alimento de este
mi Hijo es el amor dile
que lo amas y lo colmara de gozo» (La B. V. María a sus siervas Sta. Brígida a
Sor Dominica del Paraíso).
ORACIÓN
¡Oh Madre santa del Consuelo,
vuelve a mí benigna esos tus ojos! Soy peregrino en este mundo, y mi alma,
acechada por formidables enemigos, á Tí dirige sus clamores. ¡Oh Madre amable!
por la espada de dolor que traspasó tu Corazón en la huida á Egipto, líbrame
del pecado y de las ocasiones de pecar. Enséñame a amar y á tener plena
confianza en Dios, y paciencia en los trabajos por mis culpas merecidas. Sé,
dulce Madre, mi bienhechora estrella, el faro de mi esperanza y el puerto
seguro de mi salvación. Cúbreme con tu manto; condúceme de la mano por el
tortuoso destierro de la vida, y no me dejes hasta no verme contigo eternamente
consolado en los brazos de tu Hijo y mi Dios, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
OBSEQUIO
Para honrar la memoria del dolor
que la
Santísima Virgen experimentó en la huida á Egipto, haz con las debidas
disposiciones una fervorosa Comunión, ofreciendo a Jesús tu pecho por morada, y
por alimento el amor absoluto de tu corazón.
JACULATORIA.
Enséñame, Madre fiel,
Amar á tu Hijo divino
Y á estar con Él unido,
Y vivir sólo por Él.
DIA TERCERO
PÉRDIDA DEL NIÑO JESÚS
PRELUDIO.
Siendo ei Niño Jesús de doce
años cumplidos, y habiendo subido á Jerusalén por la fiesta solemne de la
Pascua, como sus padres solían todos los años, acabados aquellos días, cuando
se volvían, se quedó el Niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo
advirtieron; antes bien, persuadidos de que venía con alguno de los de su
comitiva, anduvieron la jornada entera buscándolo entre los parientes y
conocidos. Mas como no le hallaron, retornaron a Jerusalén en su busca, y al
cabo de tres días de haberlo perdido, lo encontraron en el templo, sentado en
medio de los doctores, que ora los escuchaba, ora les preguntaba (Luc., II, 41
al 46).
CONSIDERACIONES.
I. Considera que después de
andada la primera
jornada de regreso de la celebración de la Pascua, advirtió María que Jesús no
venía con su santo Esposo, y habiéndolo buscado con diligencia entre parientes
y conocidos, ambos comprendieron al fin que Jesús se había perdido. Su pérdida
fué la más aguda y penetrante espada de cuantas traspasaron el alma de María. Y
en verdad, porque en todos sus dolores tuvo María consigo á Jesús, padeció con
Jesús; pero en éste, Jesús se ocultó á sus miradas: de ella se alejó el
consolador de su alma (Thren., I, 16). ¡Pobre Madre! Está sin su Amado: ¡ha
perdido al Hijo que el Eterno Padre confiara a su cuidado! ¿Quién podrá
describir siquiera la inmensidad de su dolor? Sin embargo, la desolada Hija de
Sión no dió tregua a su quebranto; sino que con la ligereza de la cierva herida
volvió á recorrer el camino de Jerusalén, haciendo resonar por doquiera los
amargos acentos de su dolor. En su cuita volvióse los cielos y á sus ángeles, y
á todos cuantos pasaban por el camino preguntaba si por ventura habían visto a
que animaba su alma (Cant., III, 3); pero ¡ay! ninguno le había visto; nadie sabía dar
consuelo á su dolor, y furiosos oleajes de amargura agitaban su corazón. Creía
en su humildad, ó que si no sería ya digna de estar al lado de Jesús, o que si
por su descuido tal vez hubiese ascendido ya á la diestra de su Eterno Padre,
sin haber recibido ella su bendición, como igualmente temía que hubiese sido
descubierto y muerto por sus enemigos. Así revolviendo en su mente tan sombríos
pensamientos entró en Jerusalén, recorrió sus calles y plazas, sin que sus ojos
logran ver la Luz del cielo. ¡Oh inocente y afligida Madre, digna de toda
compasión! ¡Tres días en que sus lágrimas han sido su pan y su reposo! (Ps.
XLI, 4). ¡Tres días ha que no ha hecho sino llorar y gemir! Hasta que por fin
el cielo se apiadó de su dolor, haciendo que encontrase á Jesús en el templo,
sentado en medio de los doctores, que ora los escuchaba, ora les preguntaba.
II. Considera la soberana
instrucción que aquí te da María, de cómo debes buscar y dónde debes hallar a
Jesús, cuando por desgracia llegases á perderlo por la culpa, ó El, para probar
tu fidelidad, te dejase gemir en la aridez y desolación de espíritu. ¿Cómo lo
buscó María? Ella que sin culpa lo había perdido, lo buscó diligentísima, llena
de aflicción y deshecha en llanto. ¿Dónde lo halló? No entre el bullicio y
placeres del mundo, ni entre parientes y conocidos, sino en el templo: así lo
hallarás también tú cuando Él se aleje de ti, ó cuando desgraciadamente lo
perdieses por tu culpa.
III. Considera que cuantas veces
has incurrido en la culpa, vuelta hacía ti María, tu amorosa Madre, te ha dicho llena de amargura: Hijo, ¿por
qué te has portado así con nosotros? ¿No sabes que a Jesús causa mis dolores?
ORACIÓN
¡Oh Madre del Consuelo! Tu solo
nombre embelesa mi alma, disipa mis temores y endulza mis amarguras. Si en tus
manos está mi salvación, ¿qué, pues, sería de mí sin tu amparo? Señora, ya que
eres omnipotente rogando, por el dolor que sintió tu corazón con la pérdida de
tu Hijo Jesús, alcánzame del Señor la gracia de no más ofenderle. Envía á tus
ángeles que me arrebaten cuando esté a punto de caer en el abismo del pecado; y
si por desgracia cayere, hiere al instante mi corazón con el dardo del dolor,
para que luego recupere la gracia con mis lágrimas y penitencia. ¡Óyeme, oh
Madre de la reconciliación y de la santa perseverancia! ¡Bendíceme, oh Virgen
del Consuelo! ¡Oh amor mío, sálvame! Amén.
OBSEQUIO.
Guárdate de todo aquello que en
lo pasado
te fué ocasión de pecar.
JACULATORIA
Dulce Madre querida,
Dame ahora el consuelo
Y después de esta vida
Amarte allá en el cielo.
DIA CUARTO.
ENCUENTRA MARÍA Á JESÚS CON LA
CRUZ A CUESTAS
PRELUDIO.
Apoderaronse, pues, los judíos
de Jesús y le sacaron fuera, y llevando el mismo su Cruz, fué caminando hacia
el sitio llamado Calvario. Seguía una gran muchedumbre de pueblo y de mujeres,
las cuales se deshacía en llantos y le plañía. (Ioan., XXIX, 16, 17 Luc. XXIII, 27)
CONSIDERACIONES
I. Considera que entregado Jesús
en manos de sus enemigos para padecer, lo azotaron y coronaron de espinas con
gran escarnio, y sentenciado á muerte, lo sacaron fuera, y llevando El mismo su
cruz, fué caminando hacia el sitio llamado Calvario, donde debía consumar su
sacrificio por la redención de los hombres. Pero como nada de cuanto pasaba con
Jesús ignoraba su afligidísima Madre, apenas supo por S. Juan que era conducido
al suplicio, cuando con el alma despedazada por el dolor corrió en su busca por
las calles de la ingrata Jerusalén, hasta encontrarlo en la de la Amargura,
encorvado bajo el peso de la Cruz, trémulo y vacilante á cada paso, con su
frente cubierta de sangre, lívidos sus labios, despedazada su boca, hundidos
sus ojos, y que a fuerza de golpes execrables vituperios era arrastrado al
monte del dolor y de la ignominia. En aquel tan triste encuentro, lleno de
mansedumbre levantó Jesús su frente agobiada por el sufrimiento, y reconoció a
su afligida Madre; María reconoció en aquel desfigurado rostro el fruto de sus
entrañas; sus miradas se cruzaron….
¡Ah! Sólo á quien sea dado
penetrar en el santuario del Corazón de Madre tan piadosa, podrá alcanzar á
comprender el dolor tan formidable que penetró hasta lo más íntimo de Su alma,
cuando tuvo delante de sí trocado en Varón de dolores al Autor de la vida, y
que quiso hablarle y no pudo por la vehemencia de sus sollozos; quiso darle un
abrazo, y sacrílegas manos se lo impidieron; quiso ayudarle á levantar cuando
ante sus ojos caía segunda y tercera vez bajo el enorme peso de la cruz, y fué
repelida con brutal fiereza; quiso, en suma, imprimir su último beso en sus
acardenaladas mejillas, sin poder siquiera tener semejante consuelo. ¡Pobre
Madre! ¡Oh, quién la hubiera dado haber podido ser ella la víctima de tan
inhumanas crueldades! ¡Quién le hubiera dado haber podido morir por Jesús! Pero
como Mar había entrado con plena voluntad en las intenciones de Dios en favor
del humano linaje, y como su amor no podía estar fuera de su centro que era
Jesús, prosiguieron ambos el camino del Gólgota, identificados en un solo
sentimiento, llevando la angustiada Madre tantas heridas en el alma cuántos
eran los dolores y las llagas de Jesús,
II. Considera que María,
subiendo con Jesús el monte Calvario, te enseña a amar el sufrimiento y á que
abrazado con la cruz de tu estado sigas a Jesús si quieres llegar al término de
los sufrimientos. Te enseña a amar el sufrimiento, porque siendo este
inevitable y condición necesaria de esta vida, en la que de grado ó por fuerza
tienes que padecer, sufriendo ella, te enseña que nadie recibe gracias si no
padece; que el sufrimiento es el camino del cielo, y que la gloria es su
corona. Te enseña a
abrazar la cruz de tu estado y seguir a Jesús, si con Jesús y con Ella deseas subir al monte de la redención
eterna; porque
siendo la cruz la señal de los predestinados, bajo ella gimieron primero Jesús
y María para enseñarte a llevar la tuya, á fin de que, imitándolos en el
sufrimiento, los acompañes después en su gloria.
III. Considera á la benigna
Madre del Consuelo,
que después de haberte mostrado en la cruz y sufrimientos de Jesús unidos á sus
dolores, la enormidad y malicia de tus pecados y de los de todos los hombres,
aun te dice: « Por mucho que el hombre peque, si con verdadera enmienda á Mi se
vuelve, preparada estoy para recibirlo al momento. No miro los pecados que
trae, sino solamente si son de buena voluntad, porque entonces no me desdeño de
remediar y curar sus llagas, pues soy llamada, y realmente Yo soy, la Madre de
la misericordia» (La B. V. Maria a Sta. Brígida).
ORACIÓN
¡Oh dulce Madre de la clemencia
y del Consuelo! las lágrimas de tus ojos son la esperanza de los pecadores, y
su aliento tu misma vida. Por el cruel dolor que á tu Corazón causó el horrendo
espectáculo de la calle de la Amargura, te suplico me alcances del Señor el don
de lágrimas para llorar mis pecados, causa de tus dolores, juntamente con
gracia de llevar con paciencia y con fruto cuántas cruces se digne enviarme
porque conozco muy bien que solamente con la cruz y por las cruces mereceré ir
á verte algún día, no ya dolorosa, sino sonriente y apacible, consolando con
Jesús a los que aquí se mortificaron por tu amor. Amén.
OBSEQUIO
Rezar la Salve por la conversión
de los pecadores.
JACULATORIA
Dulce Madre del Consuelo,
Por tus acerbos dolores,
Perdona á los pecadores
Y condúcelos al cielo.
DIA QUINTO
MUERTE DE JESÚS
PRELUDIO
Estaba junto a la Cruz de Jesús,
su Madre; é inclinando Jesús la cabeza, entregó su espíritu (Ioan., XIX, 25,
30)
CONSIDERACIONES
I. Considérate. sobre el Gólgota
en la hora
tremenda de la redención del mundo, y penetrado de los más grandes sentimientos
de compasión y gratitud, ve á Jesús que padece infinitamente, enclavado en la
cruz, y á su piadosa Madre que, no menos dolorosa, lo contempla: á Jesús, que
padece sed, afrentas y universal abandono, y á su angustiada Madre que está
junto la cruz de Jesús también menospreciada de todos, abandonada y sola (Is.,
XLIX, 21); á Jesús, que ora por los que le han crucificado y escarnecen, y á
María, que con sus lágrimas sella su oración; á Jesús, que entra en agonía,
siendo su agonía la agonía de María, y sin serle dado a ésta morir con Jesús.
¡Oh qué dolor! Como Madre, tiene moribundo en un patíbulo al mejor y más
hermoso entre los hijos de los hombres (Ps. XLIV); como Hija, está desamparada
hasta del Eterno Padre ante el fiero espectáculo de su Hijo; Esposa sin esposo,
sola y viuda está privada de todo consuelo. Sus ojos son dos fuentes de
lágrimas; su Corazón, un verdadero océano de dolor y amarguras. Bien quisiera
estrechar a Jesús contra su pecho y prolongar la vida con el calor de sus
labios; pero ¡ay! que el dolor se lo arrebata; ¡Jesús expira! ¡Pobre Madre,
para quien el verdadero, más cruel e inmenso dolor comienza ahora con su
soledad! ¿Quién podrá sondear el abismo de su pena? No sin razón Jeremías la
halló sólo comparable al mar, por tener éste las tres cualidades de su dolor, a
saber: extensión casi infinita, insondable profundidad y Suma ¿Quién, pues, la
remediará en su quebranto? ¿Cuáles son para con Ella los sentimientos de la
humanidad? Al expirar Jesús, el sol se oscurece, la tierra se conmueve desde
sus cimientos, y hasta las rocas se parten por la congoja: solamente los
hombres, por quienes Jesús muere y María llora, huyen del Calvario, dejando
muerto á su Redentor, ¡y al pie de la cruz abandonada y sola á su Corredentora!
¡Oh qué amor y qué heroísmo el de María! ¡Y qué crueldad y qué horrenda
ingratitud la de los hombres!
II. Considera que es voluntad de
Jesús el que ames é invoques por Madre tuya á su santísima Madre. Próximo á
espirar, desde la cruz te dijo en persona de S. Juan: ¡He aquí a tu Madre! Que fue
como decirte: recíbela como tal, y seamos hermanos desde ahora. Amala con
afecto de hijo, como yo la he amado: agradécele los muchos dolores que le cuestas; imítala en sus virtudes
é invócala siempre, y Ella te consolará y no te abandonará jamás, hasta no
recibir en sus manos tu alma para conducirla al cielo, como ahora va á recibir
mi cuerpo para colocarlo en un sepulcro.
III. Considera á la Santísima
Virgen, que fiel á la voluntad de Jesús, te dice: «Tengo de manifestarme Madre
tierna y compasiva de todo aquel que me invocare» en vida, y sobre todo en la
hora de su muerte, porque no es digno de mí, ni lo puede sufrir mi Corazón, el
que yo abandone á mis devotos en la hora de la muerte, sin prodigarles el
consuelo de mi piedad maternal» (La B. V. María al neófito Juan Diego a San
Juan de la Cruz).
ORACIÓN
¡Heme al pie de la Cruz contigo,
¡oh Virgen
llena de angustias! ¡Ah! no preguntes la causa del dolor que tan cruel ha
encarnado en tu Corazón; sino reconoce en mí los derechos a tu amor y piedad,
transferidos por Jesús. Soy tu hijo, muestra ahora que eres mi Madre,
haciéndome partícipe de tu quebranto e imitador de tus virtudes. Y ya que
ninguno de cuantos se han acogido á tu piedad ha sido jamás desoído, yo te
suplico por la agonía y por la muerte de tu amado Jesús, me guardes como
posesión tuya y me defiendas como á heredad de tu Corazón; y que cuando llegue
la hora de mi muerte, y mis moribundos labios te invoquen por vez postrera con
el tierno nombre de Madre, ¡Oh Virgen del Consuelo! me hagas sentir entonces tu
dulce voz, llamándome con el título de hijo: esta será, Madre mía, la prenda más
segura de amor y de mi salvación, la que espero obtener por los méritos de tu
santísimo Hijo y los de tus dolores. Amén.
OBSEQUIO
para obtener el Consuelo y
asegurarte el patrocinio de María Santísima en la hora de tu muerte. Reza la
salve
JACULATORIA
Madre llena de dolor,
Haz que cuando expiremos,
Nuestras almas entreguemos
Por tus manos al Señor.
DIA SEXTO
EL CORAZÓN DE JESÚS TRASPASADO
CON LA LANZA
PRELUDIO
Estaba junto a la cruz de Jesús
su Madre. Uno de los soldados con la langa le abrió el costado de Jesús, y al
instante salió sangre y agua (loan., XIX, 25, 34)
CONSIDERACIONES
I. Considera que, creada la
mujer para las ternuras del corazón, siendo hija, necesita del amor del padre;
siendo esposa, amor del esposo; siendo madre, del amor del hijo; y cuando de un solo golpe pierde todos estos
amores, truécase entonces su ser en la personificación viva del dolor. No de
otro modo María, viendo expirar á Jesús sobre la cruz, de un solo golpe perdió
á su Hijo, á la vez que á su Padre y á su todo, sin haber de consiguiente dolor
que igualase à su dolor, por haber sido este grande como la grandeza de su
maternidad, y extensivo cual la excelencia infinita de Jesús. Una hora hacía
que Jesús había expirado anegado en un mar de inmensos tormentos; pero ni sus
dolores, ni su muerte habían saciado todavía la crueldad de aquel pueblo
deicida que, sediento de ultrajes, se volvía contra su sacratísimo cuerpo, al
que en presencia de su angustiada Madre, que aún estaba junto à la Cruz de
Jesús, sola y desamparada, uno de los soldados con la lanza le abrió el
costado, y al instante salió sangre y agua, ¡Oh cruel lanzada, que hizo
retemblar la cruz al penetra en el corazón del Hijo y sobrecogedor que espanto
á la Madre al sentir suyo su dolor! Porque en verdad, Jesús no sintió el dolor
por ser ya frío cadáver; él recibió la injuria de la lanza y María la
intensidad del dolor. Después de horas de tanta angustia llegaron José de
Arimatea y Nicodemo, quienes bajaron de la cruz el cuerpo de Jesús y lo
reposaron en los brazos de su santísima Madre. ¡Pobre Madre! Al fin se le
concedió abrazar á su Hijo, besar sus llagas, contar sus heridas y entregarse
al llanto, viendo de cerca los estragos que en aquel cuerpo inocentísimo
causaron los pecados de los hombres. ¿Quién no se compadecerá de su dolor?
¿Quién no llorará con la Madre de Jesús?
II. Considera que la soberana
Reina del amor y del dolor te da hoy dos saludables lección es de fidelidad al
amor de Jesús y de la utilidad que debes sacar de su santísima pasión. Pues
María creada en gracia y constituida Madre de Jesús, lo amó con un amor
imponderable é infinito, sin jamás separar un instante su Corazón del Corazón
de Jesús, de cuyo amor vivía, siendo toda su vida un perfectísimo acto del más
puro amor; y siendo tú por quien Jesús padeció y murió ¿cómo lo has amado?
María tuvo tanta piedad de tí al verte esclavo del pecado, que Ella misma
hubiera crucificado á su Santísimo Hijo á falta de verdugos, á fin de merecerte
con su pasión la vida de la gracia, y de que tú supieses corresponder amor con
amor a Jesús; y en cambio, qué aprecio has hecho de la pasión y qué utilidad
has sacado de la sangre de tu Redentor?
III. Considera que María
Santísima teniendo muerto a Jesús en sus brazos, reclama de ti un consuelo
diciéndome: ¡Atended y ved si hay dolor como mi dolor! (Thren., I. 12). Para
consolarla, llégate á Ella, abrázate de Jesús y júrale tu amor.
ORACIÓN
¡Oh soberana Reina de los
mártires! Yo te compadezco en el dolor que sentiste al ver traspasar con la
lanza el Corazón amantísimo de Jesús. Solo Tú, ¡oh Señora!, conoces cuánto ama
Jesús a los hombres, y lo mucho que con su Corazón quiso que sufriese el tuyo
para el establecimiento de la Iglesia, preciada emanación de su santísimo
costado. Conmuévante, pues, las lágrimas que a la Iglesia vierte, perseguida
por tan formidables enemigos, y no desoigas sus clamores en días de tanta
tribulación; antes bien, ya que tu Corazón todo lo puede ante el trono del
Altísimo porque eres Hija: ya que nada se le niega porque eres Madre: ya que
todo se le concede porque eres Esposa, y pronto se le escucha porque eres
Reina, por tus dolores y por amor de Ti misma, enjuga el llanto del Soberano
Pontífice; consuela, ¡oh Consoladora de afligidos! e intercede por la paz, por
el triunfo y exaltación de nuestra Madre la Santa Iglesia, á fin de que destruida
toda adversidad y disipado todo error, pueda servir al Señor con perfecta libertad.
Amén.
OBSEQUIO
Reza la Salve por las
necesidades espirituales y temporales de la Santa Iglesia.
JACULATORIA
Permite, Madre afligida,
Refugio de pecadores,
Que llore yo tus dolores
Mientras me dure la vida,
DÍA SÉPTIMO
ENTIERRO DE JESÚS
PRELUDIO
José, varón virtuoso y justo,
oriundo de Arimatea, se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús; y
habiéndolo descolgado de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un
sepulcro abierto en peña viva, en donde ninguno hasta entonces había sido
sepultado (Luc., XXIII, 50, 52, 53).
CONSIDERACIONES
I. Considera que después de la
fiera borrasca
de la pasión de Jesús, su sacratísimo cuerpo, depuesto de la Cruz por José y
Nicodemo, vino al fin á tomar puesto en el seno de su afligidísima Madre. No
cabe en lo posible comprender el dolor que entonces experimentó María, cuando
tuvo y registró entre sus brazos aquellos exánimes despojos, ni con qué
lágrimas tan amargas bañó su sacratísimas heridas. Bien hubiera querido teneros
en su regazo mucho tiempo, si aquellos piadosos varones no se hubiesen
apresurado á darles sepultura, por temor de que muriese Ella de dolor. Asi
ques, se acercaron á María, y con Suma reverencia tomaron el cuerpo de Jesús,
lo lavaron con aguas aromáticas, lo ungieron con preciosos aromas y
envolviéndolo en una sábana limpia lo transportaron al vecino huerto de José de
Arimatea, donde lo colocaron en un Sepulcro abierto en la peña, y arrimando una
gran piedra, cerraron la puerta del sepulcro (Mat. XXVII, 60). ¡Oh que desgarrador
espectáculo presentó entonces la desolada Madre de Jesús! Postróse ante el
sepulcro; abrazóse de la piedra que lo cerraba, y regándola con su llanto y
besándola mil veces, se ausentó inconsolable de aquel lugar, dejando con el
cuerpo de Jesús sepultado su Corazón traspasado por mil espadas de dolor. Sólo
Dios, que para sí se reservó con un derecho el sondear la aflicción de su
Santísima Madre, sabe el dolor que Ella experimentó al dejar encerrado en el
sepulcro aquel tesoro, y quedar sola y desamparada sobre la tierra. ¡Pobre
Madre! «Náufraga en el mar insondable de la pasión de Jesús, el Cenáculo es la
playa adonde ha sido arrojada por las gigantes olas del dolor». Allí recordó
las alegrías de Belén, las caricias de Jesús Niño, sus sonrisas y abrazos; allí
se le pusieron delante de los ojos las conversaciones de Jesús, su doctrina y
milagros, sus persecuciones, la traición de Judas, el abandono de sus
discípulos y, en una palabra, los pasos todos de su dolorosísima pasión. ¡Oh
qué tormento! ¡oh qué martirio! ¡Oh qué muerte más dura que la misma muerte!
II. Considera que María
Santísima te enseña hoy a vivir sepultado con Cristo, y a suspirar no más que
por el cielo. A vivir sepultado con Cristo, porque amando a Jesús con la
fidelidad con que Ella amó, no tendrás ya vida para el mundo, sino que Jesús vivirá
en tị cómo vivió María, y como María tu corazón estará sepultado en el de
Jesús, ya que donde está tu tesoro, ahí estará también tu corazón (Luc, XII,
34). A Suspirar más que por el cielo; porque como la piedra separada de su
centro naturalmente tiende á volver á él, así María, resignada á vivir separada
de Jesús después de su muerte y gloriosa ascensión á los cielos, todos sus
pensamientos y deseos eran dirigidos á Aquel que era el centro de su amor, la
vida de su alma y el colmo de su inmensa felicidad. ¿Acaso tuvo María otros
deseos que éstos durante los días que le restaron sobre la tierra?
III. Considera á la tierna Madre
de Jesús, que para consuelo de los que la honran con la memoria de sus dolores y aman y hacen amar bajo el
título dulcísimo de Consuelo de afligidos, dice: Yo soy la Madre del amor
hermoso, y amo a los que me aman. Venid, pues a mi todos los que os hayáis
presos de mi amor, venid, que en Mí está toda esperanza de vida y de virtud.
Quien me hallare hallará la vida y obtendrá del Señor la salvación: los que me
dan a conocer a los demás, obtendrán la vida eterna (Prov., VIII, Eccli.,
XXIV).
ORACIÓN
¡Oh Madre amorosísima del
Consuelo! por el grande dolor que desgarró tu Corazón al sepultar á tu
santísimo Hijo y quedar sola y desamparada en este valle de miserias y
quebrantos, te suplico me concedas el que con una devoción ferviente unja
también yo el cuerpo sacratísimo de mi Jesús, que lave sus llagas con lágrimas
de un sincero arrepentimiento; que lo envuelva con la sábana de una conciencia
pura, y que con la continua memoria de sus beneficios lo sepulte en mi corazón,
á fin de que no viva sino con Jesús y para Jesús. ¡Oh Madre felicísima! ahora
que estás con Jesús sin angustia ni tribulación, escucha el suspiro del que
gime aquí donde Tú lloraste. No te pido riquezas ni salud, sino que me hagas
amar el dolor; que grabes en mi mente y en mi corazón la pasión de Jesús y tus
dolores; que le invoque siempre con afecto hasta el último instante de mi vida,
para merecer el premio ir á verte gloriosa con Jesús, con Él amarte, y en
vuestro amor descansar eternamente. Amén.
OBSEQUIO
Pertenecer o procurar de alguna
manera la propagación de la Archicofradía de Nuestra Señora del Consuelo.
JACULATORIA
Madre llena de dolor,
Haz que el nombre de tu Hijo
Con el tuyo siempre fijo
Lo lleve en el corazón.
-Tomado del Manual de la Archicofradía de Nuestra Señora del Consuelo
Colaboración de Iván Arellano
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