martes, 11 de julio de 2023

SEPTENARIO A NUESTRA SEÑORA DEL CONSUELO

Foto perteneciente al Lic. Luis Alberto De Ruiz

SEPTENARIO A NUESTRA SEÑORA DEL CONSUELO

 

Hecha la señal de la cruz, se dirá el siguiente:

 

ACTO DE CONTRICIÓN

Dios mío, Bien sumo, mi primer principio y mi último fin, digno de amor infinito, os amo sobre todas las cosas, y me duele sobre todo dolor haberos ofendido, Propongo, con el auxilio de vuestra gracia, antes morir que volveros más a ofender. Amén.

 

ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS

¡Oh Madre dolorosísima, gemebunda y solitaria tortolilla del desierto! A tus plantas me postro lleno de confusión por las inmensas amarguras que á tu Corazón han causado mis pecados; pero arrepentido de veras, ¡oh Virgen! Vengo á consolarte, Madre mía, quiero llorar contigo tus dolores, y para que me lo concedas. te suplico ilumines mi entendimiento con tu gracia e inflames mi corazón con tu amor, para que sepa prudentemente pensar en ellos, sabiamente meditarlos y profundamente comprenderlos, á fin de que, asociándome á tus dolores en la tierra, me asocies a tus gozos en la gloria. Amén.

 

 

DIA PRIMERO

PROFECÍA DE SIMEÓN

 

PRELUDIO

Cumplido el tiempo de la purificación de la Madre, según la ley de Moisés, llevaron al Niño a Jerusalén, y al entrar sus padres con el Niño Jesús en el templo, Simeón bendijo á entrambos, y dijo a María su Madre: Mira, este Niño que ves está destinado para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para ser el blanco de la contradicción de los hombres: lo que será para ti misma una espada que traspasará tu alma, á fin de que sean descubiertos los pensamientos ocultos en los corazones de muchos (Luc. II, 22, 27, 34, 35).

 

CONSIDERACIONES

I. Considera cómo el anciano Simeón, después de elevar al Señor un afectuoso cántico por haber tenido el suspirado consuelo de estrechar en sus brazos al Salvador del mundo, vuelto á María le dice conmovido: Mira, este Niño que ves está destinado para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para ser el blanco de la contradicción de los hombres: lo que será para ti misma una espada que traspasará tu alma. ¡Cruel vaticinio que, a la vez que eclipsaba las alegrías de la Madre, lanzaba rayos de vivísima luz sobre los futuros destinos del Hijo de su amor! Y en efecto, pues como desde su niñez se había entregado María al estudio y constante meditación de las escrituras Santas, e ilustrada como estaba por el Espíritu Santo, en aquel instante vio agolparse a su mente todo cuanto los Profetas habían predicho acerca del Mesías prometido. Comprendía por Isaías que sería abofeteado, escupido, desgarradas Sus carnes con crueles azotes, hasta no quedar en su cuerpo parte sana (LIII); veía por Jeremías sería saturado de oprobios (Thren. III); por Zacarías entendía que estaría pendiente de un madero (XI); sabía por David que en su sed abrasadora le darían vinagre; que serían traspasados sus pies y sus manos, y que se podrían contar los huesos de su cuerpo (Ps. XXI), y, en suma, veía ya delante de sí la pasión de Jesús en todas sus circunstancias y con todos sus pormenores. Pobre Madre, cuya alma quedó desde aquel instante traspasada por la espada del dolor, ¡sin hallar consuelo en su aflicción ni fin á su quebranto! Porque, qué consuelo podría tener, ¿si la vista de Jesús le había de recordar los tormentos que de Él tenían vaticinados los Profetas?  ¿Qué contento le cabría, sabiendo que su mismo Hijo era la Víctima que ella alimentaba y debía guardar á tanta costa para el día de su sacrificio?

 

II. Considera los amaestramientos de obediencia y de resignación que aquí te da la Madre de Jesús.  De obediencia, porque siendo ella purísima como el pensamiento de aquel Dios que, al entrar en ella como en su templo, en virtud de la encarnación, la haya sin mancha alguna que la sujetase al rito de la purificación, no obstante, con un acto de profundísima humildad que ocultaba á los ojos del mundo sus altas prerrogativas y la hacía pasar por mujer manchada, subió obediente al templo de Jerusalén, á cumplir una ley, que á la vez que no le obligaba, le causaba desdoro, á fin de que tú, hollando juntamente con tu orgullo todo respeto humano, cumplieses fielmente la ley santa del Señor. De resignación, porque, ¿qué hace María bajo el cúmulo de tormentos que le revelan las palabras del justo Simeón? Inclina la cabeza, como se doblega la delicada flor al empuje de furioso vendaval; sus labios palidecen, y su sensible Corazón experimenta un efecto semejante al de un hierro candente introducido lentamente en la carne viva y más delicada; y aun cuando su alma queda herida por el más fiero de los dolores, ella no se lamenta, sino que ahoga en silencio sus gemidos, contiene sus lágrimas, y estrechándose las manos sobre el pecho, exclama: ¡Señor, hágase tu voluntad!

 

III. Considera á la afligida Madre de Jesús, que te dice: Hijo de mis dolores, tu salvación hasta aquí frustrada por tus continuas caídas en la culpa ha hundido esta espada en mi Corazón: pero desde ahora resuelve ser fiel a tus promesas, y no te olvides del llanto de tu Madre. (Ecl., VII, 29).

 

ORACIÓN

Oh Madre dolorosa, á la vez que refugio seguro del pobre pecador! Conozco. Señora, que mi inconstancia en el bien obrar ha sido la causa de tus injustos dolores; pero consuélate, Madre mía, que sinceramente resuelvo ahora cambiar de vida y trabajar no más que por mi eterna salvación. Y para resarcir mis yerros pasados, esta gracia te pido por todas tus bondades, y muy principalmente por la espada de dolor que traspasó tú amante Corazón con la profecía de Simeón, que me alcances del Señor una tierna devoción ả tus dolores y una resignación grande en los trabajos que digne enviarme, á fin de que con formándome en todas las cosas con su voluntad aquí, vaya después contigo á cantar sus misericordias en el cielo. Amén.

 

OBSEQUIO

Por amor á la Madre del Consuelo, si no te hayas en estado de gracia, procura ponerte en él mediante el sacramento de la Penitencia, y graba en tu corazón el recuerdo continuo de sus dolores.

 

JACULATORIA.

Yo herí Madre amorosa,

Tu pecho sacrosanto,

Broten los ojos míos

Un mar de triste llanto.

 

 

 

DIA SEGUNDO

HUIDA A EGIPTO

 

PRELUDIO

El Ángel del Señor apareció en sueños a José diciéndole: Levántate, toma al Niño y a su Madre, y huye á Egipto porque Herodes ha buscado al Niño para matarle (Mat. II, 13).

 

CONSIDERACIONES.

I. Considera que estando la Virgen de Nazaret entregada á un plácido sueño, y cuando el divino Infante dormía entre sus brazos más confiado que si estuviera sentado sobre el coro de alados Querubes, el Ángel del Señor apareció en sueños á José diciendo: Levántate, toma al Niño y á su Madre y huye a Egipto, porque Herodes ha de buscar al a matarle. ¡Pobre Madre! Una nueva y penetrante espada vino herir profundamente su tierno Corazón, al oír de boca de José la orden intimada por el Ángel de huir de Nazaret, por peligrar allí la vida de aquel Hijo, amor único de su Corazón, alma de su alma y supremo Creador de su ser. Por lo pronto ella se conturba y tiembla; siente allá en el fondo de su alma una angustia infinita que embarga sus potencias; pero reanimada un tanto, se levanta y estrecha al divino Niño contra su pecho, lo despierta con sus besos, y en el acto emprende con su afligido esposo el camino de su destierro. ¡Qué compasión ver aquella delicada Virgen, de quince años de edad, caminar entre las sombras de la noche, llevando culto bajo su manto á Aquel que en un puño contiene á los espacios! ¿Quién podrá comprender su dolor y contar las lágrimas que le hizo verter tan inesperado como penoso viaje? Los sollozos del Niño le partían el alma y le hacían temer que llegasen á los oídos de los emisarios de Herodes, y que descubierto, sus verdugos se lo despedazaran entre sus brazos. Hasta el soplo de los vientos, el ruido de las hojas y cualquier rumor por lejano y ligero que fuese, hacía estremecer sus entrañas y acrecentaba su aflicción. Con tales zozobras caminaron por los senderos más ásperos y solitarios, hasta traspasar los confines de Jerusalén para internarse en las arenas del desierto, bajo los abrasadores rayos del sol de Egipto. Pero ¡ay! que hasta en aquellas apartadas regiones el alma de María fue presa del dolor, al saber la noticia de la extinción de los inocentes de Belén y sus contornos, cuyas madres, cual otra Raquel, lloraban inconsolables á sus hijos, impíamente degollados por el intento de dar muerte á aquel divino Infante, á quien María y José salvan en su fuga, bien que abrumados de pesares y agobiados por el cansancio y las privaciones.

 

II. Considera que María y José, peregrinando con Jesús por este mundo, te enseñan á tener confianza en Dios y paciencia en los trabajos que te envíe, a tener confianza en Dios, porque ellos, al aviso del Ángel, no repararon en lo oscuro y avanzado de la noche, ni en lo delicado del Niño, apenas de dos meses de nacido, ni en lo largo y peligroso del camino, que para ellos sería de dos meses; sino solamente en ser aquella, una orden del Señor, lo que bastó para que la ejecutaran sin tardanza, confiados en que el mismo Señor los guardaría, de los peligros y los proveería en sus necesidades. Te enseñan á tener paciencia en los trabajos, porque siendo María en extremo delicada y de muy sensible Corazón, y José sumamente pobre, es de suponerse que nadie tuvo ni tendrá los trabajos que ellos tuvieron entonces, tanto por no haber habido quien los consolase cuando acosados por el hambre, la sed y el cansancio yacían perdidos en las abrasadas arenas del desierto, como por no haber tenido siquiera donde poder pasar la noche; cuanto porque después en el Egipto, como pobres y peregrinos, la misma Virgen santa se vio estrechada a hilar, tejer y coser telas ajenas para procurar con San José el sustento de su amado Jesús. A tantos trabajos y humillaciones se sometió la Reina de los Ángeles, para enseñarte á practicar la paciencia en los trabajos y prevenirte en ellos el consuelo mediante sus merecimientos.

 

III. Considera a María, que, consumida de penas y desde su destierro, te dice: «Hijo mío, si quieres consolarme, y si quieres tenerme propicia, ama á mi Hijo. El alimento de este mi Hijo es el amor dile que lo amas y lo colmara de gozo» (La B. V. María a sus siervas Sta. Brígida a Sor Dominica del Paraíso).

 

ORACIÓN

¡Oh Madre santa del Consuelo, vuelve a mí benigna esos tus ojos! Soy peregrino en este mundo, y mi alma, acechada por formidables enemigos, á Tí dirige sus clamores. ¡Oh Madre amable! por la espada de dolor que traspasó tu Corazón en la huida á Egipto, líbrame del pecado y de las ocasiones de pecar. Enséñame a amar y á tener plena confianza en Dios, y paciencia en los trabajos por mis culpas merecidas. Sé, dulce Madre, mi bienhechora estrella, el faro de mi esperanza y el puerto seguro de mi salvación. Cúbreme con tu manto; condúceme de la mano por el tortuoso destierro de la vida, y no me dejes hasta no verme contigo eternamente consolado en los brazos de tu Hijo y mi Dios, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

OBSEQUIO

Para honrar la memoria del dolor que la Santísima Virgen experimentó en la huida á Egipto, haz con las debidas disposiciones una fervorosa Comunión, ofreciendo a Jesús tu pecho por morada, y por alimento el amor absoluto de tu corazón.

 

JACULATORIA.

Enséñame, Madre fiel,

Amar á tu Hijo divino

Y á estar con Él unido,

Y vivir sólo por Él.

 

 

 

DIA TERCERO

PÉRDIDA DEL NIÑO JESÚS

 

PRELUDIO.

Siendo ei Niño Jesús de doce años cumplidos, y habiendo subido á Jerusalén por la fiesta solemne de la Pascua, como sus padres solían todos los años, acabados aquellos días, cuando se volvían, se quedó el Niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtieron; antes bien, persuadidos de que venía con alguno de los de su comitiva, anduvieron la jornada entera buscándolo entre los parientes y conocidos. Mas como no le hallaron, retornaron a Jerusalén en su busca, y al cabo de tres días de haberlo perdido, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, que ora los escuchaba, ora les preguntaba (Luc., II, 41 al 46).

 

CONSIDERACIONES.

I. Considera que después de andada la primera jornada de regreso de la celebración de la Pascua, advirtió María que Jesús no venía con su santo Esposo, y habiéndolo buscado con diligencia entre parientes y conocidos, ambos comprendieron al fin que Jesús se había perdido. Su pérdida fué la más aguda y penetrante espada de cuantas traspasaron el alma de María. Y en verdad, porque en todos sus dolores tuvo María consigo á Jesús, padeció con Jesús; pero en éste, Jesús se ocultó á sus miradas: de ella se alejó el consolador de su alma (Thren., I, 16). ¡Pobre Madre! Está sin su Amado: ¡ha perdido al Hijo que el Eterno Padre confiara a su cuidado! ¿Quién podrá describir siquiera la inmensidad de su dolor? Sin embargo, la desolada Hija de Sión no dió tregua a su quebranto; sino que con la ligereza de la cierva herida volvió á recorrer el camino de Jerusalén, haciendo resonar por doquiera los amargos acentos de su dolor. En su cuita volvióse los cielos y á sus ángeles, y á todos cuantos pasaban por el camino preguntaba si por ventura habían visto a que animaba su alma (Cant., III, 3); pero ¡ay! ninguno le había visto; nadie sabía dar consuelo á su dolor, y furiosos oleajes de amargura agitaban su corazón. Creía en su humildad, ó que si no sería ya digna de estar al lado de Jesús, o que si por su descuido tal vez hubiese ascendido ya á la diestra de su Eterno Padre, sin haber recibido ella su bendición, como igualmente temía que hubiese sido descubierto y muerto por sus enemigos. Así revolviendo en su mente tan sombríos pensamientos entró en Jerusalén, recorrió sus calles y plazas, sin que sus ojos logran ver la Luz del cielo. ¡Oh inocente y afligida Madre, digna de toda compasión! ¡Tres días en que sus lágrimas han sido su pan y su reposo! (Ps. XLI, 4). ¡Tres días ha que no ha hecho sino llorar y gemir! Hasta que por fin el cielo se apiadó de su dolor, haciendo que encontrase á Jesús en el templo, sentado en medio de los doctores, que ora los escuchaba, ora les preguntaba.

 

II. Considera la soberana instrucción que aquí te da María, de cómo debes buscar y dónde debes hallar a Jesús, cuando por desgracia llegases á perderlo por la culpa, ó El, para probar tu fidelidad, te dejase gemir en la aridez y desolación de espíritu. ¿Cómo lo buscó María? Ella que sin culpa lo había perdido, lo buscó diligentísima, llena de aflicción y deshecha en llanto. ¿Dónde lo halló? No entre el bullicio y placeres del mundo, ni entre parientes y conocidos, sino en el templo: así lo hallarás también tú cuando Él se aleje de ti, ó cuando desgraciadamente lo perdieses por tu culpa.

 

III. Considera que cuantas veces has incurrido en la culpa, vuelta hacía ti María, tu amorosa Madre, te ha dicho llena de amargura: Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¿No sabes que a Jesús causa mis dolores?

 

ORACIÓN

¡Oh Madre del Consuelo! Tu solo nombre embelesa mi alma, disipa mis temores y endulza mis amarguras. Si en tus manos está mi salvación, ¿qué, pues, sería de mí sin tu amparo? Señora, ya que eres omnipotente rogando, por el dolor que sintió tu corazón con la pérdida de tu Hijo Jesús, alcánzame del Señor la gracia de no más ofenderle. Envía á tus ángeles que me arrebaten cuando esté a punto de caer en el abismo del pecado; y si por desgracia cayere, hiere al instante mi corazón con el dardo del dolor, para que luego recupere la gracia con mis lágrimas y penitencia. ¡Óyeme, oh Madre de la reconciliación y de la santa perseverancia! ¡Bendíceme, oh Virgen del Consuelo! ¡Oh amor mío, sálvame! Amén.

 

OBSEQUIO.

Guárdate de todo aquello que en lo pasado te fué ocasión de pecar.

 

JACULATORIA

Dulce Madre querida,

Dame ahora el consuelo

Y después de esta vida

Amarte allá en el cielo.

 

 

DIA CUARTO.

ENCUENTRA MARÍA Á JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS

 

PRELUDIO.

Apoderaronse, pues, los judíos de Jesús y le sacaron fuera, y llevando el mismo su Cruz, fué caminando hacia el sitio llamado Calvario. Seguía una gran muchedumbre de pueblo y de mujeres, las cuales se deshacía en llantos y le plañía. (Ioan., XXIX, 16, 17 Luc. XXIII, 27)

 

CONSIDERACIONES

I. Considera que entregado Jesús en manos de sus enemigos para padecer, lo azotaron y coronaron de espinas con gran escarnio, y sentenciado á muerte, lo sacaron fuera, y llevando El mismo su cruz, fué caminando hacia el sitio llamado Calvario, donde debía consumar su sacrificio por la redención de los hombres. Pero como nada de cuanto pasaba con Jesús ignoraba su afligidísima Madre, apenas supo por S. Juan que era conducido al suplicio, cuando con el alma despedazada por el dolor corrió en su busca por las calles de la ingrata Jerusalén, hasta encontrarlo en la de la Amargura, encorvado bajo el peso de la Cruz, trémulo y vacilante á cada paso, con su frente cubierta de sangre, lívidos sus labios, despedazada su boca, hundidos sus ojos, y que a fuerza de golpes execrables vituperios era arrastrado al monte del dolor y de la ignominia. En aquel tan triste encuentro, lleno de mansedumbre levantó Jesús su frente agobiada por el sufrimiento, y reconoció a su afligida Madre; María reconoció en aquel desfigurado rostro el fruto de sus entrañas; sus miradas se cruzaron….

¡Ah! Sólo á quien sea dado penetrar en el santuario del Corazón de Madre tan piadosa, podrá alcanzar á comprender el dolor tan formidable que penetró hasta lo más íntimo de Su alma, cuando tuvo delante de sí trocado en Varón de dolores al Autor de la vida, y que quiso hablarle y no pudo por la vehemencia de sus sollozos; quiso darle un abrazo, y sacrílegas manos se lo impidieron; quiso ayudarle á levantar cuando ante sus ojos caía segunda y tercera vez bajo el enorme peso de la cruz, y fué repelida con brutal fiereza; quiso, en suma, imprimir su último beso en sus acardenaladas mejillas, sin poder siquiera tener semejante consuelo. ¡Pobre Madre! ¡Oh, quién la hubiera dado haber podido ser ella la víctima de tan inhumanas crueldades! ¡Quién le hubiera dado haber podido morir por Jesús! Pero como Mar había entrado con plena voluntad en las intenciones de Dios en favor del humano linaje, y como su amor no podía estar fuera de su centro que era Jesús, prosiguieron ambos el camino del Gólgota, identificados en un solo sentimiento, llevando la angustiada Madre tantas heridas en el alma cuántos eran los dolores y las llagas de Jesús,

 

II. Considera que María, subiendo con Jesús el monte Calvario, te enseña a amar el sufrimiento y á que abrazado con la cruz de tu estado sigas a Jesús si quieres llegar al término de los sufrimientos. Te enseña a amar el sufrimiento, porque siendo este inevitable y condición necesaria de esta vida, en la que de grado ó por fuerza tienes que padecer, sufriendo ella, te enseña que nadie recibe gracias si no padece; que el sufrimiento es el camino del cielo, y que la gloria es su corona. Te enseña a abrazar la cruz de tu estado y seguir a Jesús, si con Jesús y con Ella deseas subir al monte de la redención eterna; porque siendo la cruz la señal de los predestinados, bajo ella gimieron primero Jesús y María para enseñarte a llevar la tuya, á fin de que, imitándolos en el sufrimiento, los acompañes después en su gloria.

 

III. Considera á la benigna Madre del Consuelo, que después de haberte mostrado en la cruz y sufrimientos de Jesús unidos á sus dolores, la enormidad y malicia de tus pecados y de los de todos los hombres, aun te dice: « Por mucho que el hombre peque, si con verdadera enmienda á Mi se vuelve, preparada estoy para recibirlo al momento. No miro los pecados que trae, sino solamente si son de buena voluntad, porque entonces no me desdeño de remediar y curar sus llagas, pues soy llamada, y realmente Yo soy, la Madre de la misericordia» (La B. V. Maria a Sta. Brígida).

 

ORACIÓN

¡Oh dulce Madre de la clemencia y del Consuelo! las lágrimas de tus ojos son la esperanza de los pecadores, y su aliento tu misma vida. Por el cruel dolor que á tu Corazón causó el horrendo espectáculo de la calle de la Amargura, te suplico me alcances del Señor el don de lágrimas para llorar mis pecados, causa de tus dolores, juntamente con gracia de llevar con paciencia y con fruto cuántas cruces se digne enviarme porque conozco muy bien que solamente con la cruz y por las cruces mereceré ir á verte algún día, no ya dolorosa, sino sonriente y apacible, consolando con Jesús a los que aquí se mortificaron por tu amor. Amén.

 

OBSEQUIO

Rezar la Salve por la conversión de los pecadores.

 

JACULATORIA

Dulce Madre del Consuelo,

Por tus acerbos dolores,

Perdona á los pecadores

Y condúcelos al cielo.

 

 

 

DIA QUINTO

MUERTE DE JESÚS

 

PRELUDIO

Estaba junto a la Cruz de Jesús, su Madre; é inclinando Jesús la cabeza, entregó su espíritu (Ioan., XIX, 25, 30)

 

CONSIDERACIONES

I. Considérate. sobre el Gólgota en la hora tremenda de la redención del mundo, y penetrado de los más grandes sentimientos de compasión y gratitud, ve á Jesús que padece infinitamente, enclavado en la cruz, y á su piadosa Madre que, no menos dolorosa, lo contempla: á Jesús, que padece sed, afrentas y universal abandono, y á su angustiada Madre que está junto la cruz de Jesús también menospreciada de todos, abandonada y sola (Is., XLIX, 21); á Jesús, que ora por los que le han crucificado y escarnecen, y á María, que con sus lágrimas sella su oración; á Jesús, que entra en agonía, siendo su agonía la agonía de María, y sin serle dado a ésta morir con Jesús. ¡Oh qué dolor! Como Madre, tiene moribundo en un patíbulo al mejor y más hermoso entre los hijos de los hombres (Ps. XLIV); como Hija, está desamparada hasta del Eterno Padre ante el fiero espectáculo de su Hijo; Esposa sin esposo, sola y viuda está privada de todo consuelo. Sus ojos son dos fuentes de lágrimas; su Corazón, un verdadero océano de dolor y amarguras. Bien quisiera estrechar a Jesús contra su pecho y prolongar la vida con el calor de sus labios; pero ¡ay! que el dolor se lo arrebata; ¡Jesús expira! ¡Pobre Madre, para quien el verdadero, más cruel e inmenso dolor comienza ahora con su soledad! ¿Quién podrá sondear el abismo de su pena? No sin razón Jeremías la halló sólo comparable al mar, por tener éste las tres cualidades de su dolor, a saber: extensión casi infinita, insondable profundidad y Suma ¿Quién, pues, la remediará en su quebranto? ¿Cuáles son para con Ella los sentimientos de la humanidad? Al expirar Jesús, el sol se oscurece, la tierra se conmueve desde sus cimientos, y hasta las rocas se parten por la congoja: solamente los hombres, por quienes Jesús muere y María llora, huyen del Calvario, dejando muerto á su Redentor, ¡y al pie de la cruz abandonada y sola á su Corredentora! ¡Oh qué amor y qué heroísmo el de María! ¡Y qué crueldad y qué horrenda ingratitud la de los hombres!

 

II. Considera que es voluntad de Jesús el que ames é invoques por Madre tuya á su santísima Madre. Próximo á espirar, desde la cruz te dijo en persona de S. Juan: ¡He aquí a tu Madre! Que fue como decirte: recíbela como tal, y seamos hermanos desde ahora. Amala con afecto de hijo, como yo la he amado: agradécele los muchos dolores que le cuestas; imítala en sus virtudes é invócala siempre, y Ella te consolará y no te abandonará jamás, hasta no recibir en sus manos tu alma para conducirla al cielo, como ahora va á recibir mi cuerpo para colocarlo en un sepulcro.

 

III. Considera á la Santísima Virgen, que fiel á la voluntad de Jesús, te dice: «Tengo de manifestarme Madre tierna y compasiva de todo aquel que me invocare» en vida, y sobre todo en la hora de su muerte, porque no es digno de mí, ni lo puede sufrir mi Corazón, el que yo abandone á mis devotos en la hora de la muerte, sin prodigarles el consuelo de mi piedad maternal» (La B. V. María al neófito Juan Diego a San Juan de la Cruz).

 

ORACIÓN

¡Heme al pie de la Cruz contigo, ¡oh Virgen llena de angustias! ¡Ah! no preguntes la causa del dolor que tan cruel ha encarnado en tu Corazón; sino reconoce en mí los derechos a tu amor y piedad, transferidos por Jesús. Soy tu hijo, muestra ahora que eres mi Madre, haciéndome partícipe de tu quebranto e imitador de tus virtudes. Y ya que ninguno de cuantos se han acogido á tu piedad ha sido jamás desoído, yo te suplico por la agonía y por la muerte de tu amado Jesús, me guardes como posesión tuya y me defiendas como á heredad de tu Corazón; y que cuando llegue la hora de mi muerte, y mis moribundos labios te invoquen por vez postrera con el tierno nombre de Madre, ¡Oh Virgen del Consuelo! me hagas sentir entonces tu dulce voz, llamándome con el título de hijo: esta será, Madre mía, la prenda más segura de amor y de mi salvación, la que espero obtener por los méritos de tu santísimo Hijo y los de tus dolores. Amén.

 

OBSEQUIO

para obtener el Consuelo y asegurarte el patrocinio de María Santísima en la hora de tu muerte. Reza la salve

 

JACULATORIA

Madre llena de dolor,

Haz que cuando expiremos,

Nuestras almas entreguemos

Por tus manos al Señor.

 

 

DIA SEXTO

EL CORAZÓN DE JESÚS TRASPASADO CON LA LANZA

 

PRELUDIO

Estaba junto a la cruz de Jesús su Madre. Uno de los soldados con la langa le abrió el costado de Jesús, y al instante salió sangre y agua (loan., XIX, 25, 34)

 

CONSIDERACIONES

I. Considera que, creada la mujer para las ternuras del corazón, siendo hija, necesita del amor del padre; siendo esposa, amor del esposo; siendo madre, del amor del hijo; y cuando de un solo golpe pierde todos estos amores, truécase entonces su ser en la personificación viva del dolor. No de otro modo María, viendo expirar á Jesús sobre la cruz, de un solo golpe perdió á su Hijo, á la vez que á su Padre y á su todo, sin haber de consiguiente dolor que igualase à su dolor, por haber sido este grande como la grandeza de su maternidad, y extensivo cual la excelencia infinita de Jesús. Una hora hacía que Jesús había expirado anegado en un mar de inmensos tormentos; pero ni sus dolores, ni su muerte habían saciado todavía la crueldad de aquel pueblo deicida que, sediento de ultrajes, se volvía contra su sacratísimo cuerpo, al que en presencia de su angustiada Madre, que aún estaba junto à la Cruz de Jesús, sola y desamparada, uno de los soldados con la lanza le abrió el costado, y al instante salió sangre y agua, ¡Oh cruel lanzada, que hizo retemblar la cruz al penetra en el corazón del Hijo y sobrecogedor que espanto á la Madre al sentir suyo su dolor! Porque en verdad, Jesús no sintió el dolor por ser ya frío cadáver; él recibió la injuria de la lanza y María la intensidad del dolor. Después de horas de tanta angustia llegaron José de Arimatea y Nicodemo, quienes bajaron de la cruz el cuerpo de Jesús y lo reposaron en los brazos de su santísima Madre. ¡Pobre Madre! Al fin se le concedió abrazar á su Hijo, besar sus llagas, contar sus heridas y entregarse al llanto, viendo de cerca los estragos que en aquel cuerpo inocentísimo causaron los pecados de los hombres. ¿Quién no se compadecerá de su dolor? ¿Quién no llorará con la Madre de Jesús?

 

II. Considera que la soberana Reina del amor y del dolor te da hoy dos saludables lección es de fidelidad al amor de Jesús y de la utilidad que debes sacar de su santísima pasión. Pues María creada en gracia y constituida Madre de Jesús, lo amó con un amor imponderable é infinito, sin jamás separar un instante su Corazón del Corazón de Jesús, de cuyo amor vivía, siendo toda su vida un perfectísimo acto del más puro amor; y siendo tú por quien Jesús padeció y murió ¿cómo lo has amado? María tuvo tanta piedad de tí al verte esclavo del pecado, que Ella misma hubiera crucificado á su Santísimo Hijo á falta de verdugos, á fin de merecerte con su pasión la vida de la gracia, y de que tú supieses corresponder amor con amor a Jesús; y en cambio, qué aprecio has hecho de la pasión y qué utilidad has sacado de la sangre de tu Redentor?

 

III. Considera que María Santísima teniendo muerto a Jesús en sus brazos, reclama de ti un consuelo diciéndome: ¡Atended y ved si hay dolor como mi dolor! (Thren., I. 12). Para consolarla, llégate á Ella, abrázate de Jesús y júrale tu amor.

 

ORACIÓN

¡Oh soberana Reina de los mártires! Yo te compadezco en el dolor que sentiste al ver traspasar con la lanza el Corazón amantísimo de Jesús. Solo Tú, ¡oh Señora!, conoces cuánto ama Jesús a los hombres, y lo mucho que con su Corazón quiso que sufriese el tuyo para el establecimiento de la Iglesia, preciada emanación de su santísimo costado. Conmuévante, pues, las lágrimas que a la Iglesia vierte, perseguida por tan formidables enemigos, y no desoigas sus clamores en días de tanta tribulación; antes bien, ya que tu Corazón todo lo puede ante el trono del Altísimo porque eres Hija: ya que nada se le niega porque eres Madre: ya que todo se le concede porque eres Esposa, y pronto se le escucha porque eres Reina, por tus dolores y por amor de Ti misma, enjuga el llanto del Soberano Pontífice; consuela, ¡oh Consoladora de afligidos! e intercede por la paz, por el triunfo y exaltación de nuestra Madre la Santa Iglesia, á fin de que destruida toda adversidad y disipado todo error, pueda servir al Señor con perfecta libertad. Amén.

 

OBSEQUIO

Reza la Salve por las necesidades espirituales y temporales de la Santa Iglesia.

 

JACULATORIA

Permite, Madre afligida,

Refugio de pecadores,

Que llore yo tus dolores

Mientras me dure la vida,

 

 

DÍA SÉPTIMO

ENTIERRO DE JESÚS

 

PRELUDIO

José, varón virtuoso y justo, oriundo de Arimatea, se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús; y habiéndolo descolgado de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro abierto en peña viva, en donde ninguno hasta entonces había sido sepultado (Luc., XXIII, 50, 52, 53).

 

CONSIDERACIONES

I. Considera que después de la fiera borrasca de la pasión de Jesús, su sacratísimo cuerpo, depuesto de la Cruz por José y Nicodemo, vino al fin á tomar puesto en el seno de su afligidísima Madre. No cabe en lo posible comprender el dolor que entonces experimentó María, cuando tuvo y registró entre sus brazos aquellos exánimes despojos, ni con qué lágrimas tan amargas bañó su sacratísimas heridas. Bien hubiera querido teneros en su regazo mucho tiempo, si aquellos piadosos varones no se hubiesen apresurado á darles sepultura, por temor de que muriese Ella de dolor. Asi ques, se acercaron á María, y con Suma reverencia tomaron el cuerpo de Jesús, lo lavaron con aguas aromáticas, lo ungieron con preciosos aromas y envolviéndolo en una sábana limpia lo transportaron al vecino huerto de José de Arimatea, donde lo colocaron en un Sepulcro abierto en la peña, y arrimando una gran piedra, cerraron la puerta del sepulcro (Mat. XXVII, 60). ¡Oh que desgarrador espectáculo presentó entonces la desolada Madre de Jesús! Postróse ante el sepulcro; abrazóse de la piedra que lo cerraba, y regándola con su llanto y besándola mil veces, se ausentó inconsolable de aquel lugar, dejando con el cuerpo de Jesús sepultado su Corazón traspasado por mil espadas de dolor.  Sólo Dios, que para sí se reservó con un derecho el sondear la aflicción de su Santísima Madre, sabe el dolor que Ella experimentó al dejar encerrado en el sepulcro aquel tesoro, y quedar sola y desamparada sobre la tierra. ¡Pobre Madre! «Náufraga en el mar insondable de la pasión de Jesús, el Cenáculo es la playa adonde ha sido arrojada por las gigantes olas del dolor». Allí recordó las alegrías de Belén, las caricias de Jesús Niño, sus sonrisas y abrazos; allí se le pusieron delante de los ojos las conversaciones de Jesús, su doctrina y milagros, sus persecuciones, la traición de Judas, el abandono de sus discípulos y, en una palabra, los pasos todos de su dolorosísima pasión. ¡Oh qué tormento! ¡oh qué martirio! ¡Oh qué muerte más dura que la misma muerte!

 

II. Considera que María Santísima te enseña hoy a vivir sepultado con Cristo, y a suspirar no más que por el cielo. A vivir sepultado con Cristo, porque amando a Jesús con la fidelidad con que Ella amó, no tendrás ya vida para el mundo, sino que Jesús vivirá en tị cómo vivió María, y como María tu corazón estará sepultado en el de Jesús, ya que donde está tu tesoro, ahí estará también tu corazón (Luc, XII, 34). A Suspirar más que por el cielo; porque como la piedra separada de su centro naturalmente tiende á volver á él, así María, resignada á vivir separada de Jesús después de su muerte y gloriosa ascensión á los cielos, todos sus pensamientos y deseos eran dirigidos á Aquel que era el centro de su amor, la vida de su alma y el colmo de su inmensa felicidad. ¿Acaso tuvo María otros deseos que éstos durante los días que le restaron sobre la tierra?

 

III. Considera á la tierna Madre de Jesús, que para consuelo de los que la honran con la memoria de sus dolores y aman y hacen amar bajo el título dulcísimo de Consuelo de afligidos, dice: Yo soy la Madre del amor hermoso, y amo a los que me aman. Venid, pues a mi todos los que os hayáis presos de mi amor, venid, que en Mí está toda esperanza de vida y de virtud. Quien me hallare hallará la vida y obtendrá del Señor la salvación: los que me dan a conocer a los demás, obtendrán la vida eterna (Prov., VIII, Eccli., XXIV).

 

ORACIÓN

¡Oh Madre amorosísima del Consuelo! por el grande dolor que desgarró tu Corazón al sepultar á tu santísimo Hijo y quedar sola y desamparada en este valle de miserias y quebrantos, te suplico me concedas el que con una devoción ferviente unja también yo el cuerpo sacratísimo de mi Jesús, que lave sus llagas con lágrimas de un sincero arrepentimiento; que lo envuelva con la sábana de una conciencia pura, y que con la continua memoria de sus beneficios lo sepulte en mi corazón, á fin de que no viva sino con Jesús y para Jesús. ¡Oh Madre felicísima! ahora que estás con Jesús sin angustia ni tribulación, escucha el suspiro del que gime aquí donde Tú lloraste. No te pido riquezas ni salud, sino que me hagas amar el dolor; que grabes en mi mente y en mi corazón la pasión de Jesús y tus dolores; que le invoque siempre con afecto hasta el último instante de mi vida, para merecer el premio ir á verte gloriosa con Jesús, con Él amarte, y en vuestro amor descansar eternamente. Amén.

 

OBSEQUIO

Pertenecer o procurar de alguna manera la propagación de la Archicofradía de Nuestra Señora del Consuelo.

 

JACULATORIA

Madre llena de dolor,

Haz que el nombre de tu Hijo

Con el tuyo siempre fijo

Lo lleve en el corazón.


 -Tomado del Manual de la Archicofradía de Nuestra Señora del Consuelo

Colaboración de Iván Arellano

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