POR
D. FÉLIX SARDÁ Y SALVANY
PRESBÍTERO
CON
LICENCIA ECLESIÁSTICA
BARCELONA,
1890
Por
la señal, etc.
¡Soberano
Señor Sacramentado! Acércome contrito y fervoroso a vuestros augustos pies para
ofrecer mis pobre homenajes de reparación, hoy que os veo por tantos de mis
hermanos desconocido y ultrajado, y para juntamente pediros para sus almas luz,
misericordia y perdón. ¡Acompañadme Vos Madre mía, y de todos los pecadores,
María! Para que a pesar de mis faltas sean bien acogidas estas preces ante el
trono de Su Divina Majestad. Glorioso San José, Santos Patronos y abogados míos
y de esta población; Ángeles que a millares estáis rodeando en estos momentos
el solitario Tabernáculo; vosotros en particular, Custodios fieles de mi alma y
de las de mis prójimos por quien voy a rogar, interceded por ellos y por mí. Y
haced todos que sea para mayor gloria divina, y para bien mío y de todos los
pobrecitos pecadores, este acto de desagravio que me propongo practicar. Amén.
DÍA
PRIMERO
MEDITACIÓN
Cuán
gravemente es ofendido nuestro Soberano Señor en estos días
Atiende
bien y considera, alma mía, si hay o no justísimos motivos para que te
presentes a ofrecer tu homenaje de desagravios al Divino Esposo Jesús en estos
diabólicos días de Carnaval. Son días en que realmente parece haber vuelto a
tomar completa posesión del mundo Satanás, según son muchos los que se
apresuran a mostrarse vasallos suyos. Aquello del Divino Salvador: Nunc
princeps ujus mundi ejicielur foras, parece en verdad desmentido por el
espectáculo que ofrece en tales días nuestra cristiana sociedad. Un nuevo
código parece haberse proclamado en vez del Evangelio, una nueva moral, un
nuevo dios, un nuevo culto. Todo se encuentra tolerable, todo se dispensa
fácilmente, como si Dios y la Iglesia hubiesen abdicado en tales días su
soberana autoridad sobre las costumbres y las conciencias. Ataques a la Religión
en groseras parodias de ella hasta de sus más augustos misterios; ataques al
pudor у a la honestidad hasta en las calles y plazas más concurridas. Cristo
Dios puede asomarse a ese inmundo espectáculo, y exclamar congojoso y
angustiado: «¿Son estos los hijos que Yo redimí con mi sangre, llamé con mi
gracia y sellé con mi Bautismo?» ¡Si, Dios mío y Jesús mío y amado Esposo mío! Estos
son, pero no como los queréis Vos a vuestra imagen y semejanza, sino como a imagen
y semejanza suya las ha transformado y disfrazado vuestro enemigo Luzbel. Estos
son, pero ya no cristianos, sino de nuevo paganos, como si por ellos no hubieseis
padecido y muerto Vos. ¡Oh Bien mío despreciado! ¡Oh sangre pisoteada! ¡Oh santa
Cruz renegada y desconocida! ¡Oh espantosa ingratitud! Reflexiona, alma mía,
como por estos motivos, aunque en todos los días del año se vea ofendido Dios
nuestro Señor, en éstos es cuando más fiero y repetido se le dirige el agravio
a su honra divina. Esta, ésta, más que la última de Cuaresma, es su verdadera semana
de Pasión. Razón tiene la Iglesia santa en haber puesto por Evangelio de la Misa
de Quincuagésima aquel tristísimo: Ecce ascendimus Jerosolymam, que parece
escrito para estos días. Sí, volvemos a Jerusalén, volvemos al Calvario,
repítase la sangrienta tragedia de que fué autor el pueblo judío. Sólo que
ahora lo es con mucha mayor crueldad el mismo pueblo cristiano. Sí, Cristo es
de nuevo escupido, abofeteado, puesto en cruz, mofado y silbado en ella. Desde
aquí oigo los aullidos de un pueblo brutal que prefiere seguir más que a Cristo
al infame Barrabás. Desde aquí se percibe el rumor de las masas seducidas que
se burlan de Él y le blasfeman y zahieren. ¡Oh pobre Jesús mío! ¡Y Vos solo
aquí soportando la vergüenza de esos escarnios! ¡Vos solo aquí con un reducido
grupo de amigos fieles, pocos, muy pocos en comparación de los innumerables que
reniegan de Vos o por lo menos os vuelven indiferentes el rostro! ¡Ah!
Consolaos, dulcísimo Jesús
mío, con mis pobres obsequios, y perdonad. Seguid teniendo extendidas las manos
para recibir amoroso a tanto ingrato, si por acaso vuelve más tarde a Vos. Mi corazón
os ofrezco; pedid de él algún sacrificio que sea en desagravio de vuestro
vilipendiado honor. ¡Ojalá pudiera yo ofrecerme víctima sobre este altar por
Vos y por mis infelices hermanos!
Aquí
con mucho fervor se ofrecerá cada cual, al Sagrado Corazón de Cristo
sacramentado en expiación por los pecados del Carnaval, aceptando por ellos
cualquier tribulación y angustia a que dispusiere sujetarle Su Divina Majestad.
Enseguida
se rezará la Estación mayor, y después los siguientes:
OFRECIMIENTOS
Y DEPRECACIONES
¡Señor
mío Jesucristo! Por mis hermanos los pobres pecadores acudo solícito a vuestros
soberanos pies, para que les concedáis saludable arrepentimiento y filial
retorno a Vos.
R/:
Perdonadlos, Señor.
Por
la pureza sin mancha de vuestra Madre y por la virginal limpieza de su santa
maternidad, perdonada a tantos infelices las deshonestidades y lascivias con
que embrutecen su alma.
Por
la pobreza de vuestro nacimiento y oscuridad de vuestros primeros años,
perdonadles a tantos infelices los excesos del lujo con que rinden tributo al
mundo y a Satanás.
Por
la modestia de vuestros dulces ojos, que nunca miraron mal, y por la prudencia
de vuestras palabras, que siempre fueron de edificación y buen ejemplo,
perdonadles a tantos infelices las miradas impúdicas que dirigen u ocasionan, y
las conversaciones escandalosas ruina del pudor y de la vergüenza cristiana.
Por
vuestros pasos y fatigas en busca de los pecadores, por vuestras congojas y sed
en la predicación evangélica, perdonadles a tantos infelices los sacrificios
mil de salud con que sirven al mundo y a su carne, en vez de sacrificarse por Vos.
Por
aquel amor con que instituisteis el Santísimo Sacramento en la Última Cena, a
pesar de que sabias como este vuestro misterio de infinita caridad había de ser
escarnecido por tantos infelices en Carnaval.
Por
la amarga tristeza que en Getsemaní os dieron los excesos de estos días, que
claramente veías, y por aquella traición de Judas que tantos infelices repiten
hoy.
Por
aquella bofetada, por aquellos azotes y espinas, por aquella ignominiosa cruz
que pidió para Vos el ingrato pueblo judío, menos culpable que los infelices
cristianos que en estos días renuevan vuestra Pasión.
Por
las tres negaciones con que os afligió aquel apóstol cobarde a la voz de una
criada, que no os afligieron más que las repetidas negaciones con que en estos
días abjuran su nombre y carácter de cristianos tantos infelices hijos
vuestros.
Por
las siete palabras que en la cruz dijisteis, por el vinagre y hiel que allí se
os ofreció, por las lágrimas que visteis derramar a vuestra dulce Madre, por
vuestras agonías y último suspiro, por vuestra sepultura y Resurrección, que
tantos infelices desconocen y olvidan en estos días, como si por ellos no hubieseis
padecido, muerto y resucitado.
ORACIÓN
¡Señor
mío Jesucristo! Dignaos aceptar en reparación de vuestra divina gloria ofendida,
y por mis pobres hermanos extraviados, estas súplicas y ofrecimientos que os
dirijo, seguro de la benignidad con que los acogerá vuestro misericordioso Corazón.
Compadeceos, Jesús mío, de esos hijos vuestros que habéis redimido con vuestra
Sangre, y admitidlos un día al dulce abrazo de vuestra reconciliación. Amén.
DÍA
SEGUNDO
MEDITACIÓN
Cuán
cierta es la perdición de muchas almas en
Si
no conmueve, oh cristiano, tu corazón el continuo ultraje que en estos días
recibe la honra divina, muévete al menos el gran número de hermanos que por los
excesos de ellos se lanzan a la perdición. Si vieses caer a derecha e izquierda
de ti miles de hombres víctimas de una cruel epidemia, no sería espectáculo tan
doloroso como lo es hoy ver a tantos desdichados precipitarse, víctimas de esa pestilencia
del vicio, por los caminos de su eterna desventura. ¿Y dices amar al prójimo
como a ti mismo, y no te horroriza este estrago de almas tan general? ¿Y nada
harás para disminuirlo, si sabes que en tu mano está librar alguna de esas
desventuradas víctimas? Sí, en tu mano está por medio de la fervorosa oración a
Cristo sacramentado. Ha querido Dios nuestro Señor que cada uno pudiese ser de este
modo brazo de salvación para su hermano. Resuélvete, pues, a serlo de los que
puedas en esos días infelicísimos del Carnaval. ¡Señor mío Jesucristo! Conceded
a mis ruegos, aunque indignos, lo que tanto necesitan esas pobrecitas almas
apartadas de Vos. Un rayo de vuestra luz que las haga ver lo peligroso de su
estado, un toque de vuestra gracia que las ayude a salir de él. ¡Señor, mirad
que se alegra con esa infernal cosecha el demonio vuestro enemigo! No sea
inútil el precio de vuestra Sangre en tantos desventurados por quienes como por
mí la habéis derramado. Que vean, Señor, que vean esos ciegos de la más
peligrosa ceguera, que vean y os bendigan después por toda la eternidad. Observa
bien, alma mía, cuántos lazos especiales tienden en estos días el mundo,
demonio y carne, para hacer suyas las almas, y con qué horrible facilidad se
dejan coger éstas en tales redes de perdición. La más vergonzosa licencia se
encubre bajo las apariencias de gracejo y buen humor; la orgía más desenfrenada
se llama sencillamente desahogo propio de la temporada. La vil lujuria que arruina
tantas almas y prostituye tantas liornas toma el color de sencillo pasatiempo y
distracción; la impiedad volteriana que ríe y hace reír a costa de lo más
sagrado no parece sino chiste urbano, y rasgo de ingeniosa y amena galantería. Infinidad
de corazones pagan tributo a esa atmósfera de pecado que parece lanzar envenenada
sobre la tierra por todos los respiraderos del mismo infierno. ¡Cuantos
contraen en estos días la espantosa gangrena que ha de hacer miserable y
criminal toda su vida, hasta dar con ellos en los abismos de la eterna
condenación! ¡cuantas muertes de réprobo no tendrán otro origen que esos
infames desórdenes con que se torció para siempre el curso de una vida tal vez
cristianamente empezada, para no parar sino en las inmundicias de una corrompida
ancianidad! ¡Oh Dios mío y Señor mío! A Vos acudo en demanda de gracia y
misericordia por tantas almas que aún pueden quizá ser dignas de Vos, por un
sincero arrepentimiento. Compadeceos de ellas, de la inexperiencia de su edad,
de la locura de sus pasiones, de los ardides mil con que las rodea el enemigo,
de las falsas máximas con que las seduce un mundo traidor. Dad, Señor, una
mirada compasiva a esos extraviados, un rayo de vuestra soberana luz hará de
ellos tal vez las ovejas más fieles de vuestro redil. Escuchad por ellos estas
mis oraciones, recibid por ellos mi comunión y mis escasos sacrificios, mi
salud, mi honra, mi vida, tomadlas en pago de sus deudas, si con aquellas puedo
retornar upa alma siquiera de las extraviadas, a vuestros divinos pies. Amén.
DÍA
TERCERO
MEDITACIÓN
Lo
que agradece Dios nuestro Señor el desagravio
Muchos
más serían los corazones consagrados a la dulce tarea de des agraviar a Dios
nuestro Señor, si conociesen cuánto agradece y estima. Esta tal muestra de amor
de sus fieles amigos. Sabido es que tanto solemos más apreciar un obsequio,
cuanto es más singular y menos acostumbrado. Allí brilla más la acendrada
amistad y se echa de ver más firme y animoso el verdadero afecto. Considera,
pues, con cuán buenos ojos verá el dulce Jesús las
horas que has pasado estos días en su devota compañía, mientras los del mundo
se entregaban con tan loco afán a sus culpables o siquiera frívolos y
peligrosos devaneos. Paréceme ver al Corazón de nuestro dulce Señor inclinarse
más amoroso que nunca a los fieles amigos suyos desde su escondido tabernáculo,
para agradecerles y recompensarles con nuevos dones de su caridad esas muestras
que se apresuran a darle de reparación y desagravio. ¡Oh, cómo las consolará el
divino Esposo en sus aflicciones a tales almas que no le han dejado en su
soledad! ¡Oh, cómo les hará en sus tristezas amorosa y delicada compañía! Sí,
que muy agradecido es el Corazón de nuestro buen Dios, y no sufre que le
aventaje nadie en finezas de correspondencia. ¡Alma mía! Esfuérzate en ser fiel
a tu dulce Jesús, cuando son tantos los ingratos que le ofenden y los distraídos
que le olvidan. Redobla tu celo, duplica tu fervor, reenciendo más y más tu
cariñoso anhelo, para suplir con tus adoraciones las que el mundo, demonio y
carne roban en estos días a tu adorable Salvador. Hazlo con más ahínco en este
último día, y no te pesará en tu última hora haber permanecido constante y fiel
a tu ofendido y menospreciado Jesús. Ni merecerás menos, alma mía, por el celo
que hayas mostrado en rogar é interceder en tales días, y especialmente en este
postrero, por los infelices pecadores, que trae ciegos y locos tras sus
banderas el infernal caudillo Satanás. Dios nuestro Señor, después de su propia
honra y gloria, que es lo más digno de ser enaltecido y glorificado, ama muy
especialmente las almas de esas criaturas que para el cielo formó, y por
quienes dio toda su Sangre. Y duélele infinitamente a su Corazón amante verlas
precipitarse por caminos de perdición, y que por su severísima justicia hayan
de ser condenadas a eterno castigo. Costa, pues, suplica, apremia, para que
salga quien se interponga entre ellas y el infierno, quien las aparte de sus
pésimos senderos, quien las vuelva a sus brazos arrepentidas y reconciliadas. Y
para eso quiere que haya quien ore mucho por ellas, quien por ellas se ofrezca,
quien por ellas satisfaga y expíe, para facilitarle así a su misericordia, sin
perjuicio de su eterna justicia, la grata obra de perdonar. Así que, bien
podemos asegurar que nada agradecerá tanto el Divino Señor, y nada recompensará
con tan subidas mercedes con la intercesión de los buenos en favor de sus
hermanos pecadores. Se asocia a su obra de Redentor y hácese como redentor con
El, quien trabaja y ora, y sufre y expía, para hacer eficaces en las almas de
sus hermanos los frutos de la Redención. ¡Oh suavísimo Redentor mío, y que lo
sois también de todos mis hermanos pecadores! A ese lauro aspiro yo, y ese
espero merecer por vuestra infinita misericordia. ¡Logre yo devolveros alguna
de esas almas perdidas que os robó Satanás, logre yo haber alcanzado con mis
pobres oraciones y expiaciones algún toque interior de gracia para alguna de
ellas en estos días de Carnaval! ¡Poneos de mi parte Vos Señora, Reina y Madre de
pecadores, Ángeles y Santos Patronos de esta población, Custodios de los infelices
hermanos míos apartados de Dios! Presentad vosotros estas mis últimas súplicas
al Altísimo, y alcancen ellas por vuestra recomendación lo que por mis escasos
méritos no pudieran tal vez lograr. Amén.